Los franciscanos de Cáceres, conmemoraron este 29 de noviembre, el octavo centenario de la aprobación de la Regla de los Hermanos Menores por el papa Honorio III, con una solemne celebración eucarística a las 20:00h, en la iglesia de Santo Domingo, presidida por Mons. Fray José Rodríguez Carballo ofm, Arzobispo coadjutor de Mérida-Badajoz y concelebrada por el vicario de la Diócesis de Cáceres, D. Diego Zambrano y de Badajoz D. Francisco Maya, así como de varios hermanos franciscanos y sacerdotes.
Entre los fieles asistentes a la celebración, también estuvieron presentes hermanas de las fraternidades de clarisas de San Pablo y Santa Clara de Cáceres.
La Regla, recoge el ideal evangélico del seguimiento de Cristo, pobre y obediente y ella marca el fundamento de toda la espiritualidad franciscana y que Fray José en su homilía la describió en torno a tres elementos fundamentales: el Evangelio la fraternidad y la misión.
La eucaristía fue retransmitida en directo y pueden verla en el enlace de abajo.
La Regla, recoge el ideal evangélico del seguimiento de Cristo, pobre y obediente y ella marca el fundamento de toda la espiritualidad franciscana y que Fray José en su homilía la describió en torno a tres elementos fundamentales: el Evangelio la fraternidad y la misión.
La eucaristía fue retransmitida en directo y pueden verla en el enlace de abajo.
Mons Fray José Rodríguez Carballo ofm
Queridos hermanos y hermanas, el Señor os de la paz.
Era el año de gracia de 1223, cuando Francisco presentó al papa Honorio III la que más tarde se llamaría la regla Bulada, para distinguirla de la llamada Protoregla y de la Regla no Bulada.
La Protoregla, aprobada de viva voz en 1209 por el Papa Inocencio III, fue escrita por Francisco con sencillas y pocas palabras, sirviéndose sobre todo de textos del Santo evangelio a los que añadió, (dice Celano, su primer biógrafo), algunas cosas más absolutamente necesarias para poder vivir santamente. Más tarde, viendo que el Señor multiplicaba el número de hermanos, el Poberello escribe en 1221 la llamada Regla no bulada, en la que se recogen normas y detalles nuevos sugeridos por la experiencia y adaptados a las circunstancias y que anteriormente habían sido tratados en los capítulos de la fraternidad. El texto de esa regla es mucho más amplio que el de la Protoregla, no presta demasiada atención a los aspectos jurídicos, dejando espacio al corazón, a la poesía, a la fe, al entusiasmo de la primitiva fraternidad franciscana, al lenguaje sencillo, todo como es propio a la aventura evangélica apenas estrenada por San Francisco y sus hermanos. Y por ello, como dice un comentador moderno de nuestros días, se trata de un texto joven, entusiasta e idealista. Tal vez por todo ello no gustó a muchos hermanos, y seguramente no gustaba a la Curia Romana esto hizo, que Francisco nunca la presentase a la aprobación del Papa, y que en 1223 escribiese una nueva regla confirmada, en este caso, por el papa Honorio III, el 29 de noviembre de 1223, hace ahora exactamente 800 años.
Es un texto más elegante que el de la Regla del 21, más jurídico y de acuerdo con el magisterio del momento, pero aun así Francisco no desaparece del texto, Francisco está muy presente en esa Regla. Y desde aquel 1223 los hermanos menores ya tenemos fijadas para siempre nuestra regla y vida, y podemos decir que marca el inicio de todo el movimiento franciscano.
Esta regla gira en torno a tres elementos fundamentales: el Evangelio la fraternidad y la misión.
Primer elemento: El Evangelio.
Leemos en el primer versículo del capítulo 1 de la regla: “la regla y vida de los hermanos menores es esta: guardar el Santo Evangelio de nuestro señor Jesucristo”. El Evangelio queridos hermanos y hermanas es don y camino que el hijo de Dios reveló a Francisco. El mismo señor, escribe San Francisco en el testamento, me reveló que debía vivir según el Santo Evangelio. Y es don y camino que Francisco propone a sus hermanos como norma de vida, pues esto significa precisamente regla y vida, y en ellos a toda la familia franciscana, convirtiéndose el Evangelio desde entonces en gracia, bendición, inspiración y querer del Señor para cuantos querrán abrazar esta forma de vida y vendrán a los hermanos y hermanas.
El Evangelio, queridos hermanos y hermanas, pone de relieve la supremacía y la prioridad del Señor en la vida de los hermanos, y diría de toda la familia, así como la prioridad según se contiene en la regla de la fe, una fe que escucha, una fe que acepta, una fe que convierte. Y que en circunstancias concretas restituye y se entrega en la oración litúrgica y en las distintas actitudes evangélicas que aparecen en la regla, como son la obediencia y el amor, así como la reverencia a la Iglesia en la que el Poberello ve al Hijo de Dios, aunque fuese pecadora en aquellos tiempos, como como lo es hoy, y lo recibe. Por eso para Francisco, la Iglesia es el lugar donde la vida, según el Evangelio, se hace posible.
Celebrando el octavo centenario de la Regla Bulada, los hermanos menores y todos aquellos que de un modo u otro nacen de esta experiencia de vida y de gracia, son invitados y apremiados a poner el Evangelio, es decir, a Jesús (el Evangelio no es un libro es una persona, detrás de cada palabra se esconde el Verbo, la Palabra de Dios. Ya decía Tertuliano). Se les invita a poner el Evangelio es decir a Jesús, que es el Evangelio viviente, en el centro de nuestra vida, si no queremos que la Regla se convierta en letra muerta. Si fuera letra muerta no tendría ningún sentido que después de 800 años sigamos profesando esa regla, pero no es letra muerta. Y es así poniendo a Jesús y al Evangelio en el centro de nuestras vidas como podemos restaurar la iglesia como le pidió el Cristo de San Damián a Francisco al inicio de su conversión.
Asumir el Santo Evangelio como regla y vida, es el compromiso que hemos adquirido, hermanos, sobre todo nosotros hermanos menores, bueno también las clarisas porque Santa Clara copió perfectamente ese versículo de San Francisco: “la regla y vida de las hermanas pobres de Santa Clara es vivir el Evangelio”. Pues este es el compromiso que hemos adquirido por nuestra profesión y que está muy lejos de ver el Evangelio como una simple ideología. Si Jesús no es una simple idea, sino una persona, tampoco el Evangelio es una ideología sino una forma de vida llamada a hacerse carne en cada opción de nuestra existencia. Mientras que la ideología, como dice el Papa Francisco, mutilada en el Evangelio, yo diría, lo mata y lo convierte en algo insípido. Asumir lo como forma de vida asegura la significatividad de nuestras vidas y hará que permanezca siempre joven nuestro carisma. Éste es el secreto de la juventud del carisma franciscano, el Evangelio, y no hay otro, y suscitará seguidores de aquel al que confesamos como camino verdad y vida.
Segundo elemento: la Fraternidad
Los hermanos menores somos una fraternidad de menores en medio del mundo. La vida según el Santo Evangelio convoca y crea hermanos y hermanos menores. Una fraternidad que comporta espiritual familiaridad, (se muestren familiares entre sí) desde la unidad que es también igualdad, en la que los superiores son llamados ministros, siervos, servidores y en la que todo gira en torno a la centralidad y señorío de Cristo.
La fraternidad comporta también el amor mutuo, mayor, dice Francisco, que el de una madre por su hijo carnal. Comporta la manifestación confiada de las propias necesidades al hermano y en el remedio mutuo de las mismas. Comporta ayuda espiritual, como puede ser la amonestación, la instrucción o la corrección, sin airarse nunca por el pecado del hermano. Deberíamos leer, sobre todo los hermanos menores diariamente la carta a un ministro “y cualquiera que fuese su pecado, por grande que sea el pecado que cometió un hermano, nunca se aparte de ti sin haber visto en tu rostro, el rostro misericordioso del padre”.
Una fraternidad que comporta servicio, escogiendo como paradigma el lavatorio de los pies y la acogida constante a todos, a todos; bandidos, ladrones… recordemos la perfecta alegría. Una fraternidad que comporta vivir entre la gente, entre el pueblo. Qué razón tenía Juan Pablo II cuando dijo a los frailes, sois los frailes del pueblo, si nos falta el pueblo hemos perdido nuestra razón de ser. La fraternidad es el carnet de identidad de los hermanos y de todos los que pertenecemos a la familia franciscana.
Tercer elemento: la misión.
La vida según el Evangelio comporta la misión de estar presentes entre el pueblo, sirviéndolo desde la minoridad, proclamando la Palabra que es espíritu y vida y si fuera necesario dando la propia vida por el Evangelio, como hicieron los santos que hoy recordamos en esta fiesta de todos los Santos de la familia franciscana.
Un hermano menor, un franciscano, una franciscana, no puede hacer a menos de sentirse siempre misionero allí donde esté, sabiendo que su claustro es el mundo. Somos por vocación una fraternidad en salida para llevar a todos, con sencillez de vida y de palabra las odoríficas palabras del Señor Jesús para provecho y edificación del pueblo como leemos en la misma regla. Es tiempo hermanos y hermanas de caminar con paso ligero, sin estorbos en los pies, como decía la hermana Clara. Es tiempo de sentirnos misión, la misión no es una tarea, la misión es una identidad. Somos misión.
Hermanos y hermanas, celebramos hoy la fiesta de todos los santos de nuestra familia ¡Cuánta santidad favoreció la profesión del evangelio como regla y vida! ¡Cuánta riqueza de santidad derramó el señor entre los hijos e hijas de la familia franciscana! ¡Cuántas flores en el jardín del paraíso sembradas por la mano de Francisco! ¡Cuántas espinas de penitencia, rosas rojas de martirio! ¡Cuántas azucenas virginales, inmenso vergel de lirios con su belleza impoluta! ¡Cuántos profetas del Reino, eficaces y sencillos dando la voz y la vida! ¡Cuántas florecillas en que se esplende el espíritu divino para el agrado del Padre y la alabanza de Cristo!
Sí hermanos y hermanas, nuestra familia ha sido siempre, y todavía lo es hoy, un hogar en el que floreció tanta santidad y que la ha mantenido en pie durante ocho siglos. No fue otra cosa la que nos mantuvo en pie en ocho siglos, sino la santidad y esto tenemos que metérnoslo bien en la cabeza, estamos aquí para ser santos. Dice el Papa Francisco que la gran tristeza para un cristiano, mucho más para un franciscano, es la de no ser santos. Estamos aquí para ser santos. Santos en la orden de toda condición: papas, reyes, doctores, sacerdotes, mártires, vírgenes, letrados y simples hermanos y hermanas. Una multitud inmensa convocada en torno a Francisco, que han llevado y llevan el signo del Dios vivo, una preciosa herencia hermanos y hermanas la que hemos recibido y que nos obliga a hacer el elogio, como nos invitaba la primera lectura, de todos los que siguieron, en nuestro caso a Cristo, según el carisma revelado por el Señor al Poberello y que pusieron en práctica lo que escucharon y hemos escuchado nosotros, en el Evangelio de hoy proclamado: “ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo. Luego, ven y sígueme”
Cuentan, que San Ignacio se convirtió haciéndose una pregunta: “si Santo Domingo hizo lo que hizo, si San Francisco hizo lo que hizo… ¿por qué no yo? Pues hermanos y hermanas, si toda esta multitud de Santos que hoy celebramos lo hicieron ¿porqué nosotros no podemos hacerlo también? hagamos sí, el elogio de estos hermanos y hermanas ilustres, sin olvidar, (y aquí leo la admonición sexa del padre San Francisco) sin olvidar que sería grandemente vergonzoso para nosotros los siervos de Dios, que los santos hicieran las obras y nosotros con referirlas y predicarlas quisiéramos recibir gloria y honor.
Feliz fiesta, que todos ellos intercedan por nosotros y que la Regla que inspiró Francisco o mejor el Señor a Francisco y que Francisco nos entregó, con su vida primero, pero también en el texto que hoy recordamos, nos lleve a vivir a todos, franciscanos o no, el Evangelio como la norma suprema de nuestra vida.
Paz y bien hermanos y hermanas