Sor Mª Teresa Domínguez Blanco, o.s.c.
A
TODAS LAS HERMANAS DE LA FEDERACIÓN
“Mira los brazos abiertos de Cristo crucificado,
déjate salvar una y otra vez... Contempla su sangre derramada y déjate
purificar por ella. Así podrás renacer, una y otra vez”
(Exhortación Christus vivit 123)
Queridas hermanas:
Os deseo a todas y cada una de vosotras, ¡salud y gozo en el Señor!
Ya iniciada la Cuaresma de este año, la Iglesia nos recuerda
que hay un tiempo especialmente favorable para ponernos en camino de vuelta
hacia el Señor. Ninguna puede afirmar con rotundidad o absoluta seguridad, que
no necesita allanar los caminos por donde transcurre su vida hoy y retomarlos
para transitar por ellos hacia Dios nuevamente o de forma más vigorosa. De un
modo u otro, o en determinados aspectos de la propia existencia, especialmente en
aquellos que atañen a los intereses vitales, el corazón humano tiende a “mirar
atrás y tornar al vómito de la propia voluntad”[1],
olvidando que renunció espontánea y
voluntariamente “por Dios a sus propios quereres”[2],
para servirlo en humildad y pobreza, junto con otras mujeres que abrazaron el
mismo proyecto de vida. Y justamente es este punto el que considero que estamos
llamadas a revisar a nivel personal, fraterno y federal.
Hermanas, no podemos dar por descontado que al estar en el
monasterio vivimos según la forma de vida profesada, ni que por los años de
vida religiosa se ha puesto en marcha un proceso real de configuración con
Cristo pobre, obediente y casto. Somos invitadas a revisar seriamente la vivencia
de las prioridades carismáticas en el interior de la fraternidad, todas y cada
una, puesto que todas y cada una nos hemos comprometido con el Señor en esta
forma de vida y en una fraternidad concreta que está al servicio del Reino. Por
lo tanto, “estemos atentas, para que, si hemos entrado por el camino del Señor,
de ningún modo nos apartemos jamás de el por nuestra culpa e ignorancia, no sea
que injuriemos a tan gran Señor y a su madre la Virgen y a nuestro
bienaventurado padre Francisco, a la Iglesia triunfante y también a la
militante. Pues escrito está: Malditos los que se apartan de tus mandatos”.[3]
La Cuaresma entonces, se nos da como tiempo existencial
concentrado favorable para volver la vida, la mente y el corazón al Señor,
quién es la piedra angular, el punto de partida de esta aventura evangélica que
hemos iniciado, la razón de ser de todas las posibles “renuncias” o el criterio
para jerarquizar los intereses del corazón. Mejor aún, es vivir la certeza de
que el único tesoro, la única riqueza que se posee es Jesús. Desde la mirada
profunda al misterio de Cristo en su pasión, muerte y Resurrección, desde la consideración
atenta de tanto amor entregado y tanto bien recibido a favor nuestro y desde la
contemplación asidua del Amor espejado en la Cruz y en ella, del Crucificado
pobre, brotará el vigor de una fe amorosa para abrazar su misma vida y forma de
entrega: “Debemos
volver continuamente a este Misterio, con la mente y con el corazón. De hecho,
este Misterio no deja de crecer en nosotros en la medida en que nos dejamos
involucrar por su dinamismo espiritual y lo abrazamos, respondiendo de modo
libre y generoso”.[4]
Nos es conveniente, por saludable, “contemplar más a fondo el Misterio pascual,
por el que hemos recibido la misericordia de Dios. La experiencia de la
misericordia, efectivamente, es posible sólo en un «cara a cara» con el Señor
crucificado y resucitado «que me amó y se entregó por mí» (Ga 2,20)”.[5]
Tampoco debemos dar por supuesta la
vida de oración y contemplación, porque ¿a quién o hacia dónde miramos? Si nos
aplicáramos el criterio evangélico, “por sus frutos los conoceréis” para
discernir la veracidad de nuestra vida de oración, bien pronto se desvelaría la
dirección y el sujeto de la mirada atenta de nuestro corazón[6]. No en vano la hermana y
madre Clara nos enseña un itinerario de oración
y conversión que va del “mirarlo hecho despreciable por ti” hasta el
seguirlo, “hecha tú despreciable por él en este mundo”[7]; pasando por el considerar
y contemplar al “más bello de los hijos de los hombres, hecho para tu salvación
el más vil de los varones, despreciado, golpeado, y azotado de mil formas en
todo su cuerpo, y muriendo entre las angustias de la cruz”[8]: todo un proceso de descentramiento
del yo egocéntrico hacia el yo cristificado, convertido al amor hecho donación
de sí mismo al otro próximo y lejano. De ahí que apele al apóstol Pablo para
expresar el significado y fruto de esta comunión de vida: “Te considero
cooperadora del mismo Dios y sostenedora de los miembros de su Cuerpo inefable
que caen”[9]. Nuestra vida fraterna y
contemplativa está puesta en el mundo para ser espejo y ejemplo, parábola de
vida evangélica por medio de la cual, otr@s crean o sean confirmad@s en la fe y
el seguimiento de las huellas de Cristo pobre, para que “estimulad@s con este
ejemplo, crezcan siempre en el amor de Dios y en la caridad mutua”[10].
Hermanas, “habiéndonos, pues, llamado el Señor a cosas tan grandes, estamos
muy obligadas a bendecir y alabar al Dios, y a afianzarnos más y más en el Señor para hacer el bien”[11]. El santo servicio que
hemos emprendido requiere esfuerzo constante de nuestra parte, porque no nos
brota espontáneamente la gratuidad, la restitución, la vida en pobreza y
minoridad, la oración, la unidad, la sororidad,
la corresponsabilidad, el corazón unificado en el amor a Dios... Clara
era muy consciente de esta realidad humana cuando en sus escritos apela al esforzaos
“siempre en seguir el camino de la santa simplicidad, la humildad y la pobreza,
como también la rectitud de la vida
religiosa en común”[12] y esto no se comienza a
vivir ni se persevera fielmente en ello, sino fuera por el encuentro –cotidiano- “con una Persona, que da un
nuevo horizonte a la vida y con ello, una orientación decisiva”[13]: “Sólo gracias a ese encuentro —o reencuentro— con
el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra
conciencia aislada y de la autorreferencialidad. Llegamos a ser plenamente
humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve
más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero”.[14]
Os
reitero la invitación en esta Cuaresma, a “mirar diaria y atentamente el espejo
colgado en el árbol de la cruz, donde resplandece la bienaventurada pobreza, la
santa humildad y la inefable caridad”[15], observémonos
constantemente en él para que podamos empezar a dar frutos dignos de
conversión, “siguiendo sus huellas,
principalmente las de la humildad y la pobreza”.[16]Os
deseo que emprendáis el camino cuaresmal con “la humidad, el vigor de la fe y
los brazos de la pobreza”[17],
fijos los ojos en Jesucristo y apegadas a “Él con todas las fibras del corazón”[18].
“Que os vaya bien en el Señor y
orad por mí”[19].
Recemos las unas por las otras, vuestra hermana:
Sor
Mª Teresa Domínguez Blanco
Presidenta Federal
Prot.0/2020
Badajoz, 26 - II - 2020
[1] Adm. 3,10
[2] RCl X, 3
[3] Test Cl74-76
[4] Mensaje
del papa Francisco para la Cuaresma 2020
[5] Ibid.
[6]
Quien se mete en sí mismo, que vive solamente para sí mismo, termina
“empachado” de autorreferencialidad. Es decir, lleno de autorreferencialidad…
Ese estar contemplándose a sí mismo e ignorar a los demás. El narcisismo te
produce tristeza, porque vivís preocupado de maquillarte el alma todos los
días, de aparecer mejor de lo que sos, de contemplarte a ver si tenés una
belleza mejor que los demás. Es la enfermedad del espejo”. Audiencia general
del papa Francisco, 4 de septiembre de 2017.
[7] 2CtaCl
19
[8] 2CtaCl
20
[9] 3CtaCl 8
[10] TestCl
60
[11] TestCl
21-22
[12] TestCl
56.61 y RCl IV, 10
[13]
Benedicto XVI, Carta encíclica Deus caritas est, 217; 25 de diciembre de 2005.
[14] Papa
Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 8. 24 de noviembre de
2013.
[15] 4CtaCl
15.18-19.24
[16] 3CtaCl
25
[17] 3CtaCl
7
[18] 4CtaCl
9
[19] 1CtaCl
35