Fr. Michael A. Perry, OFM
A TODOS LOS HERMANOS DE LA ORDEN
¡El Señor os dé la paz!
En el transcurso de estos últimos tres meses, desde el descubrimiento
del nuevo Coronavirus, hemos sido testigos de su progresiva
proliferación desde una región específica de la China a más de 115
países. Prácticamente toda la comunidad humana se encuentra inmersa en
una gran batalla para tratar de contener su propagación, atender a los
infectados (más de 126.000) y llorar a los seres queridos que han muerto
(más de 4.500). El impacto económico sobre las naciones, las familias,
los individuos y, muy especialmente, sobre los pobres será, sin duda,
catastrófico.
En las primeras etapas de esta pandemia tal vez nos sentimos
protegidos, inmunes, distantes, e incluso un poco despreocupados por el
virus y su impacto. Sin embargo, mientras el virus continúa su
implacable propagación, nos encontramos en el epicentro de una crisis.
Todavía hay muchos aspectos científicos del virus que no se comprenden
del todo. Éste no respeta fronteras ni límites: físicos, sociales,
psicológicos, religiosos o culturales. Su capacidad estratégica para
saltar de un individuo a otro lo hace particularmente agresivo. Las
respuestas diseñadas y aplicadas por los gobiernos para detener su
proliferación están exigiendo de parte nuestra, sacrificios que
restringen el ejercicio de nuestras libertades personales como nunca
antes lo habíamos experimentado. Y, sin embargo, estas medidas son
necesarias para prevenir un mayor avance del virus. Oramos especialmente
por aquellos que están en primera línea como personal médico, por
aquellos que se dedican a la investigación para encontrar una vacuna, y
por los gobiernos que luchan por encontrar respuestas eficaces para
garantizar la seguridad y el bienestar de sus pueblos.
Mi intención al escribiros en este momento crucial es tratar de
ayudar a disipar los miedos y la ansiedad. Para aquellos de nosotros que
vivimos en países que hasta la fecha están desproporcionadamente
afectados, deseo animarlos a que permanezcáis fuertes en la fe. Para
aquellos que viven en países que experimentan menos infecciones,
permaneced vigilantes en todo. Durante este tiempo litúrgico especial de
la Cuaresma, los creyentes cristianos estamos invitados a acompañar a
Jesús, recordando las grandes luchas y crisis a las que se enfrentó,
recordando también su muerte en la Cruz como un sacrificio de amor puro.
Pero ni el sufrimiento ni la muerte tuvieron la última palabra sobre
su vida, ni deberían tenerla sobre nuestras vidas. La esperanza que
ofrece el evento de la resurrección y los actos diarios de justicia,
misericordia y amor debería inspirarnos a mirar más allá de todo temor,
de toda ansiedad, y percibir la presencia de Jesús que continúa
dirigiéndonos las mismas palabras que dijo sus amigos y discípulos
amados: «¡No tengáis miedo! Yo estoy con vosotros hasta el fin de los
tiempos».
En medio de esta epidemia mundial, no perdamos de vista al
innumerable grupo de personas de todo el mundo que están sufriendo otras
crisis. Nuestros corazones están con los pueblos de Siria, la República
Democrática del Congo, Venezuela, Mindanao, las Repúblicas de Sudán y
del Sur de Sudán, Palestina, Líbano, y con los hermanos y hermanas que
viven en otras partes del mundo donde la dignidad humana, los derechos
fundamentales y la supervivencia física básica están siempre bajo
amenaza. Aprovechemos esta circunstancia para superar todas las
divisiones y temores, y busquemos los caminos que lleven al diálogo
auténtico, la cooperación y la promoción del bienestar de toda la
humanidad, muy especialmente de los pobres y excluidos. Profundicemos
también nuestro compromiso de amar y cuidar el medio ambiente natural,
nuestra casa común.
Que el Señor bendiga a cada uno de vosotros, mis queridos hermanos.
Permitamos que la fuerza de nuestras convicciones, nuestro compromiso
con el modo de vida evangélico inspirado por San Francisco de Asís, nos
permita ser fieles testigos del poder del amor y la esperanza que
nuestra fe ofrece en todos los ámbitos de la vida.
En Roma, el 12 de marzo de 2020
Fraternalmente en Cristo y Francisco,
Fr. Michael A. Perry, OFM
Ministro General y Siervo
Ministro General y Siervo