“YO SERÉ VUESTRA
CUSTODIA”
A TODAS LAS HERMANAS DE LA FEDERACIÓN
Queridas hermanas, ¡El Señor os dé la
paz!
En estos momentos desoladores que vivimos
a nivel global, quiero hacerme presente a todas y cada una en particular, para
transmitiros mi interés por la situación de cada una de las fraternidades y
también, para contagiar esperanza en el camino que estamos recorriendo.
Hermanas, sigamos fielmente las indicaciones
que recibimos tanto a nivel civil como eclesiástico, colaboremos con nuestra responsabilidad
y prudencia para evitar los contagios. "Las respuestas diseñadas y
aplicadas por los gobiernos para detener su proliferación, están exigiendo de parte
nuestra, sacrificios que restringen el ejercicio de nuestras libertades personales
como nunca lo habíamos experimentado antes. Y, sin embargo, estas medidas son necesarias
para prevenir un mayor avance del virus"[1]. Es el
momento de la caridad y de su hermana, la santa obediencia: obediencia en primer
lugar a la realidad, manifiesta en los acontecimientos sobrecogedores que tambalean
al mundo y a la vez, nos recuerdan nuestra radical vulnerabilidad e impotencia.
Por eso, estas circunstancias son paradójicamente providenciales, porque esta pandemia
nos "hermana" y evidencia lo esencial. Primero, que todos (indistintamente
de la raza, religión o condición social) somos frágiles, más vulnerables de lo que
creíamos y menos seguros de lo que la tecnología o una sociedad del consumo, el
bienestar y la autorreferencialidad nos estaba haciendo creer que éramos; ahora
se evidencia más que nunca, cuánto dependemos los unos de los otros, de modo,
que todos somos co-responsables de todos, incluso nosotras ya no podemos, ¡ni debemos!,
sustraemos a las medidas que nos recomiendan tomar para evitar contagios. Y en segundo
lugar, esta hecatombe nos recuerda lo fundamental: el "más" del hombre,
el verdadero horizonte de nuestra existencia. Aquí estamos de paso porque en
realidad, somos peregrinas, forasteras y mendicantes de sentido: nuestra verdadera
salud es Cristo y nuestra única patria definitiva es el cielo.
Además de lo anterior, también se nos
revela el "poder de lo pequeño": ¡cuánto poder mundial alcanza a
tener un microorganismo, cuánto puede destruir algo tan minúsculo y prácticamente
imperceptible!; así mismo, cuánto construyen las pequeñas cosas de cada día, aquellas
que nos parecían debidas y que, temporalmente debemos evitarlas, ahora cobran todo
su valor y significado: la cercanía en las relaciones interpersonales, la comida
eucarística, el ósculo de la paz, un apretón de manos y otros muchos detalles que
jalonaban nuestra cotidianidad...
No obstante, como ya se nos ha ido repitiendo,
cuidemos a nuestras mayores, son las más vulnerables. Hermanas mayores, ¡dejaos
cuidar y proteger! Os necesitamos, sois miembros privilegiados de nuestras fraternidades.
Es verdad que ciertas disposiciones os van a costar, no vais a entender, pero fiaros
y dejaos hacer. Ese es el sacrifico que el Señor os pide en esta cuaresma, "obediencia
quiero y no sacrificios".
Y en medio del desconcierto y la incertidumbre,
no dejemos de mirar y confiar en el Dador de la Vida, de la verdadera vida, la que
nada ni nadie no la puede quitar.
En esta cuaresma tan especial, se nos hace
una fuerte llamada para mantener viva la vida teologal: Sigamos creyendo en el
Dios de lo imposible, esperando su mano providente y amando intensamente a
todos nuestros hermanos, los de cerca y los de lejos.
Ya hace bastante tiempo San Cipriano de
Cartago dirigía a su fieles precisamente durante una grave epidemia las siguientes
palabras: "Quien milita al servicio de Dios, que ya está puesto en el
campo divino, debe conocerse a sí mismo para que en nosotros y en él no haya temor
a las tempestades y torbellinos del mundo, ni perturbación alguna, porque el Señor
predijo que estos acontecimientos sucederían, instruyéndonos con exhortaciones providenciales,
enseñando, preparando y fortaleciendo al pueblo de su Iglesia para soportar los
acontecimientos futuros: Anunció y profetizó que guerras, hambrunas, tenores, epidemias
surgirían por todas partes (…) El reino de Dios empieza a estar cerca (...). ¿Quién,
aquí en el mundo, tiene espacio en su alma para la ansiedad y la angustia? Entre
estos eventos, ¿quién está trepidando y triste, si no es el que carece de fe y
esperanza?" (De Mortalitate 2).
Avivemos la fe, la esperanza y la caridad.
Estamos en Cuaresma, tiempo privilegiado para mirar a Aquel que, levantado de
la tierra, nos atrae a todos hacia sí con la gracia de su amor, iluminando el
sentido de nuestros sufrimientos y abriendo el camino hacia la Pascua. No olvidemos
que estamos preparándonos para celebrar la Santa fiesta de Pascua.
¡El Señor está pasando y haciendo todas
las cosas nuevas!, ¿no os dais cuenta? Mantengámonos muy unidas en este kairós.
Sí hermanas, es un tiempo de gracia, de bendición, de esperar y confiar más y más
en el Señor, Quien Custodia nuestra vida; de tomar conciencia y poner en práctica
todo aquello que pueda potenciar y favorecer el mutuo cuidado, incluido el
aislamiento temporal por el bien común, y especialmente, es hora de
intensificar nuestra oración de intercesión, haciendo nuestros los dolores y
angustias de tantos hombres y mujeres que en estos momentos viven verdaderos dramas
existenciales, aplastados por la angustia del miedo y la falta de recursos sanitarios
y calor humano para afrontar con cierta esperanza y confianza esta situación; por
tantos hombres y mujeres que se juegan la vida por salvar la de los demás; por los
científicos para que encuentren una vacuna eficaz; por nuestros gobiernos, para
que dejen sus intereses egoístas, sus competencias de poder, y, para que, de una
vez por todas, piensen en los demás, sean valientes, generosos y no regateen medios
y recursos cuando está en juego la vida de tantos hombres y mujeres.
¡Pidamos las unas por las otras y por toda
la humanidad doliente!
Recibid un fuerte abrazo de vuestra hermana
que se encomienda a vuestras oraciones
Hna
Mª Teresa Domínguez Blanco