Queridas hermanas el Señor os de su paz:
Hemos comenzado este tiempo de Cuaresma, para hacer ese camino que nos concentra en la Pascua de Jesús, en los Misterios de nuestra Redención, de haber sido salvados de la esclavitud y haber sido hechos hijas e hijos de Dios en Jesucristo desde un amor sin límites. Es un camino que nos hace más conscientes y nos recuerda la libertad de los hijos de Dios. Esa libertad es la que nos va ayudando a vivir en la esperanza y desde la esperanza, como el Papa Francisco nos confirma en su mensaje para esta Cuaresma. Él nos hace un llamamiento a vivir de día en día en esa esperanza y a tener valor y creer por encima de todo en lo que estamos viviendo, para poder decir algo a esta humanidad.
“En la medida en que esta Cuaresma sea de conversión,
entonces, la humanidad extraviada sentirá un estremecimiento de creatividad; el
destello de una nueva esperanza.
Quisiera decirles, como a los jóvenes que encontré en Lisboa el verano pasado:
«Busquen y arriesguen, busquen y arriesguen. En este momento histórico los
desafíos son enormes, los quejidos dolorosos —estamos viviendo una tercera
guerra mundial a pedacitos—, pero abrazamos el riesgo de pensar que no estamos
en una agonía, sino en un parto; no en el final, sino al comienzo de un gran
espectáculo. Y hace falta coraje para pensar esto» Es la valentía de la
conversión, de salir de la esclavitud. La fe y la caridad llevan de la mano a
esta pequeña esperanza. Le enseñan a caminar y, al mismo tiempo, es ella la que
las arrastra hacia adelante”.
La familia franciscana estamos celebrando el 8ª Centenario de
la Impresión de las llagas de San Francisco de Asís, creo que también podemos
aprovechar este acontecimiento para leerlo desde aquí, desde esa esperanza, esa
luz y conversión que originan las llagas de Cristo en la vida de una persona.
La
Cruz de Cristo es lo único que da fortaleza en el vivir, es la lucidez sobre la
condición humana, lo que nos dignifica es el amor incondicional que se revela
en ella.
El
Señor siempre está retornando sobre nuestra vida, reconstruyéndonos y
fortaleciéndonos. En la cruz Cristo nos
salva dándonos testimonio de un amor que es el único que puede convertirnos,
porque nuestra redención, tiene lugar entre Jesús y su Padre, por un lado, y
nosotros por otro.
El
Padre envía a su Hijo para salvarnos, éste viene a compartir nuestra vida, a
anunciarnos el Reino de Dios, es decir, la misericordia de Dios con todos los
pecadores. Se sienta a la mesa con los pecadores, se invita a casa de Zaqueo,
se deja tocar en casa de Simón por la pecadora pública, cura a los enfermos…
¿Qué
es lo que busca? Simplemente convertirnos «Arrepentíos y creed el evangelio»
(Mc 1,15) Porque Jesús no quiere salvarnos sin nosotros, viene en cierto modo a
«implorar» nuestra conversión a la fe y al Evangelio, pero esta conversión pasa
por el uso de nuestra libertad. Ante esta propuesta, siempre somos libres de
decir «si» o «no».
Tenía
que llegar hasta ahí para cambiar nuestro corazón y hacernos tomar conciencia
de nuestro pecado. Desde lo alto de la cruz nos invoca, nos suplica incluso que
nos convirtamos al amor.
La
«conversión» de Dios a nosotros hasta la muerte nos invita a convertirnos a El
y nos da la posibilidad de responder a este amor con nuestro amor. Por eso me
atrevo a hablar de seducción, el mismo Jesús fue acusado de ser un seductor y
un farsante. Pero tomemos este término en su sentido positivo, en el que lo usa
Jeremías cuando le dice a Dios: «Me has seducido, Señor, y me he dejado
seducir» (Jer 20,7). Somos seducidos por toda belleza auténtica, y en la cumbre
de toda belleza está el amor, que encierra en sí mismo su propia justificación.
Sí,
Dios ha venido a seducirnos, Jesús nos seduce, al pie de la cruz. Dios se
dirige a nosotros como a mujeres y hombres que, además de tener razón, tenemos
corazón. Sabe que lo bello es también signo de lo verdadero. Este es un amor
que hace «ceder» a la persona, porque cuando nos hacemos permeables todo vacila
y algo «cede» o «se quiebra» en nosotros, y comenzamos un camino de conversión.
Pidamos
al Señor dejarnos sorprender de nuevo por tanto amor, que como Clara y Francisco
podamos ver a Jesús y hacernos permeables a la belleza del Don de su Amor, y
que se nos conceda encontrarnos con el Dios Sumo y eterno Bien, con el Tú de
nuestra vida.
Nuestro
mundo está lleno de personas que andan perdidas, que buscan esa belleza y la
buscan de manera equivocada o que solo ven oscuridad, vamos a orar por ellas
para que puedan encontrar el sentido de sus vidas y puedan ver un horizonte
lleno de esperanza.
Permanezcamos
unidas en este paso por el desierto cuaresmal, esperando ser seducidas por el
Amor de Jesús hasta el extremo, para poder ser envueltas en la Vida que Él nos
trae en la Resurrección.
“La Fe es la que se estira por los siglos de los siglos.
La Caridad es la que se extiende por los siglos de los siglos.
Pero mi pequeña esperanza es la que todas las mañanas nos da los buenos días.
Yo soy, dice Dios, el Señor de las Virtudes”.
Recibid
un abrazo fraterno y mi oración por cada una. Recemos unas por otras.
Vuestra
hermana y servidora.
hna. Isabel Cobo Jiménez, osc
Presidenta Federal