TENER EL ESPÍRITU DEL SEÑOR EN TIEMPO DE CRISIS
Benditos hermanos míos, ¡el Señor les dé la paz!
La celebración del Centenario franciscano de la Regla y la Navidad en Greccio nos recuerda aquellos Capítulos de Pentecostés en los que los hermanos se reunían a rededor del hermano Francisco. Fue allí donde la Regla fue tomando su forma actual. Francisco hablaba a menudo del Espíritu Santo como el verdadero ministro general de la Orden, y aunque la Regla ya había sido aprobada en 1223, siempre tenía presente la idea de insertar en ella una frase que lo declarase explícitamente[1]. Escuchemos lo que el Espíritu dice hoy a nuestra familia.
«Tener el Espíritu del Señor» el corazón de la Regla
Para el Hermano Francisco, la Regla resume el estilo de vida conforme al Evangelio. El núcleo es «tener el Espíritu del Señor»[2], tema central en la experiencia de Francisco, motor del cuál todo toma vida.
«La Regla y vida de los Hermanos Menores es ésta: observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin nada propio y en castidad»[3]. Esta inspiración evangélica de la Regla es motivada por la acción del Espíritu, evidente a lo largo del texto, en un lenguaje a la vez exhortativo y jurídico. Desde la llamada a estar en el mundo como mansos y artífices de paz[4], a la prohibición de recibir dinero para vivir una verdadera inseguridad evangélica[5] como peregrinos y extranjeros en este mundo[6], a la misericordia recíproca cuando los hermanos pecan[7], hasta el envío en misión “por divina Inspiración”[8].
Sabemos que Francisco recorrió un largo camino para entregar a sus hermanos un texto que expusiera la vida evangélica y diera estabilidad a la Fraternitas. ¡Cuántos intentos en nuestra agitada historia de reducir la Regla a una serie de preceptos o a una vaga inspiración! Sigue siendo a la vez letra y vida, palabras escritas con sencillez y pureza, que hay que tratar de comprender y observar con santa operación[9].
Creo que hoy, paradójicamente, tenemos la oportunidad de revitalizar el sentido de nuestra forma de vida contenido en la Regla precisamente por el contacto con la situación más general de crisis que estamos viviendo y que parece hacer añicos toda referencia. La crisis es social, eclesial, personal y también de la Orden. Es un cambio que no deja nada como estaba y nos obliga a reafirmar con la vida lo que nos da fundamento y lo que nunca podremos dar por supuesto ni adquirir de una vez para siempre. En una sociedad en la que es difícil entrar en las profundidades, «la crisis sirve, en cierto modo, de ariete para romper las puertas de esas fortalezas en las que estamos encerrados»[10].
El profeta Elías atraviesa una crisis
Me remito a la historia de Elías, que narra una profunda crisis: el ardiente profeta, temeroso del poder humano, huye al desierto para salvar su vida. Ahora se siente solo y pide a Dios que le deje morir.
Quizá también nosotros conozcamos ese instinto de huida ante la complejidad de los tiempos que vivimos y nuestras diversas crisis personales, fraternas y de misión.
Elías, precisamente en la crisis, es conducido de la mano hacia la montaña, lugar del encuentro con Dios.
Dios transforma su crisis de huida en un nuevo camino de fe, como una segunda llamada:
Para el Hermano Francisco, la Regla resume el estilo de vida conforme al Evangelio. El núcleo es «tener el Espíritu del Señor»[2], tema central en la experiencia de Francisco, motor del cuál todo toma vida.
«La Regla y vida de los Hermanos Menores es ésta: observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin nada propio y en castidad»[3]. Esta inspiración evangélica de la Regla es motivada por la acción del Espíritu, evidente a lo largo del texto, en un lenguaje a la vez exhortativo y jurídico. Desde la llamada a estar en el mundo como mansos y artífices de paz[4], a la prohibición de recibir dinero para vivir una verdadera inseguridad evangélica[5] como peregrinos y extranjeros en este mundo[6], a la misericordia recíproca cuando los hermanos pecan[7], hasta el envío en misión “por divina Inspiración”[8].
Sabemos que Francisco recorrió un largo camino para entregar a sus hermanos un texto que expusiera la vida evangélica y diera estabilidad a la Fraternitas. ¡Cuántos intentos en nuestra agitada historia de reducir la Regla a una serie de preceptos o a una vaga inspiración! Sigue siendo a la vez letra y vida, palabras escritas con sencillez y pureza, que hay que tratar de comprender y observar con santa operación[9].
Creo que hoy, paradójicamente, tenemos la oportunidad de revitalizar el sentido de nuestra forma de vida contenido en la Regla precisamente por el contacto con la situación más general de crisis que estamos viviendo y que parece hacer añicos toda referencia. La crisis es social, eclesial, personal y también de la Orden. Es un cambio que no deja nada como estaba y nos obliga a reafirmar con la vida lo que nos da fundamento y lo que nunca podremos dar por supuesto ni adquirir de una vez para siempre. En una sociedad en la que es difícil entrar en las profundidades, «la crisis sirve, en cierto modo, de ariete para romper las puertas de esas fortalezas en las que estamos encerrados»[10].
El profeta Elías atraviesa una crisis
Me remito a la historia de Elías, que narra una profunda crisis: el ardiente profeta, temeroso del poder humano, huye al desierto para salvar su vida. Ahora se siente solo y pide a Dios que le deje morir.
Quizá también nosotros conozcamos ese instinto de huida ante la complejidad de los tiempos que vivimos y nuestras diversas crisis personales, fraternas y de misión.
Elías, precisamente en la crisis, es conducido de la mano hacia la montaña, lugar del encuentro con Dios.
Dios transforma su crisis de huida en un nuevo camino de fe, como una segunda llamada:
El Señor le dijo: «Sal y quédate de pie en la montaña, delante del Señor». Y en ese momento el Señor pasaba. Sopló un viento huracanado que partía las montañas y resquebrajaba las rocas delante del Señor. Pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, hubo un terremoto. Pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto, se encendió un fuego. Pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó el rumor de una brisa suave. Al oírla, Elías se cubrió el rostro con su manto, salió y se quedó de pie a la entrada de la gruta. Entonces le llegó una voz, que decía: «¿Qué haces aquí, Elías?». El respondió: «Me consumo de celo por el Señor, el Dios de los ejércitos, porque los israelitas abandonaron tu alianza, [...]. He quedado yo solo y tratan de quitarme la vida». El Señor respondió: «Vuelve por el mismo camino, hacia el desierto de Damasco»[11]
La raíz de la crisis de Elías es la imagen de Dios que tenía, una proyección de poder representada por el terremoto, el huracán y el fuego, que en el Sinaí ya habían sido los signos de la presencia divina para Moisés. Elías parece encerrarse simbólicamente en la cueva, como si descendiera al abismo de su desconcierto. Ciertamente, no había previsto lo que sucedería en la montaña. Aquí, el abatido profeta se ve empujado a salir de aquella cueva, de aquel mundo, incluso religioso, que le era familiar, para vivir un encuentro insólito. Por fin puede conocer el rostro de Dios en el silencio y no en la fuerza. Así descubre también un nuevo rostro de sí mismo y de su misión.
Crisis y sentido de nuestra vocación
En Elías vemos tanto al profeta audaz como al temeroso, al creyente como al que duda, al solitario como al compasivo. Se cuestiona a sí mismo y al Señor. Huye y luego vuelve sobre sus pasos. Quizá nos sorprenda. Sin embargo, muchos de nosotros también experimentamos el tiempo de crisis de diferentes maneras, al plantearnos la pregunta sobre el sentido de nuestro modo de vida actual. No nos asustemos. Podemos atravesar esta crisis de distintas maneras en las diferentes edades de la vida, a lo largo de las cuales cada uno de nosotros reelabora el sentido de la existencia y la Regla de Vida que todos hemos profesado. En ese camino, la crisis es un espacio vital, esencial para el crecimiento. No es un accidente desagradable, sino un momento de paso necesario en el devenir de la persona. Forma parte de ese camino progresivo de humanización que es el único fruto verdaderamente verificable de la acción del Espíritu en nosotros.
La crisis conoce muchas caras: en la juventud, el sentimiento de frustración por la distancia entre el ideal y la realidad. En la edad adulta, el trabajo para llegar a ser personas libres y más unidas. La madurez y la vejez, momento propicio para integrar el bien recibido con las inevitables experiencias de amargura y derrota.
Otros, en las crisis experimentadas a distintas edades de la vida, simplemente se marchan. Los motivos son diferentes. Parece que nos hemos acostumbrado a que los hermanos, incluso pocos meses después de la profesión solemne, se marchen. Unos se van y otros se quedan. ¿Dónde estoy?
En Elías vemos tanto al profeta audaz como al temeroso, al creyente como al que duda, al solitario como al compasivo. Se cuestiona a sí mismo y al Señor. Huye y luego vuelve sobre sus pasos. Quizá nos sorprenda. Sin embargo, muchos de nosotros también experimentamos el tiempo de crisis de diferentes maneras, al plantearnos la pregunta sobre el sentido de nuestro modo de vida actual. No nos asustemos. Podemos atravesar esta crisis de distintas maneras en las diferentes edades de la vida, a lo largo de las cuales cada uno de nosotros reelabora el sentido de la existencia y la Regla de Vida que todos hemos profesado. En ese camino, la crisis es un espacio vital, esencial para el crecimiento. No es un accidente desagradable, sino un momento de paso necesario en el devenir de la persona. Forma parte de ese camino progresivo de humanización que es el único fruto verdaderamente verificable de la acción del Espíritu en nosotros.
La crisis conoce muchas caras: en la juventud, el sentimiento de frustración por la distancia entre el ideal y la realidad. En la edad adulta, el trabajo para llegar a ser personas libres y más unidas. La madurez y la vejez, momento propicio para integrar el bien recibido con las inevitables experiencias de amargura y derrota.
Otros, en las crisis experimentadas a distintas edades de la vida, simplemente se marchan. Los motivos son diferentes. Parece que nos hemos acostumbrado a que los hermanos, incluso pocos meses después de la profesión solemne, se marchen. Unos se van y otros se quedan. ¿Dónde estoy?
La segunda llamada con el Hermano Francisco
Del mismo modo que recordamos la Regla, pacto de alianza y médula del Evangelio, podemos retomarla como brújula para guiarnos en un tiempo de crisis y, sin embargo ¡Siempre bendito! No podemos evitar asumirla con sus contradicciones, también presentes entre nosotros. No podemos refugiarnos en recintos protegidos que nos aíslen de la crisis que hoy vive la persona humana. No hay fórmulas que nos protejan de las dificultades ni que nos den la solución para todo.
«Tener el Espíritu del Señor» es la brújula que la Regla nos ofrece en la crisis que hoy nos afecta a todos: ¿Acaso escuchar su inspiración no significa para nosotros detenernos, verificarnos en profundidad y responder a la llamada a un nuevo encuentro con el Dios vivo, que en la historia de Elías hemos recordado?
Entregarse finalmente a Él es el espacio para una segunda llamada. Aquí el Señor nos llama de nuevo a «estar con Él e ir a predicar»[12]. incluso a través de un pasaje de expropiación con el que no contábamos, que rompe nuestros esquemas y nos pone de nuevo en camino, sin quitar nada a nuestra vida, sino dándonos una dimensión más humana. Dejar atrás lo que nos hemos apropiado, algo o alguien, es una poda dolorosa: es posible si hay un encuentro personal de amor, el cual permita que la vida vuelva a fluir en nosotros y a nuestro alrededor. Sin mística no hay regla que valga.
En cambio, conformarnos con vidas a menudo vividas a baja velocidad nos hiere, nos roba la alegría y paraliza el crecimiento de una sana experiencia espiritual. Esto, de hecho, no disminuye, sino que hace florecer en nosotros lo genuinamente humano, siguiendo los pasos de Cristo, pobre y crucificado. Quien le sigue, el hombre perfecto, se hace más hombre[13], capaz de relacionarse y de dar la vida por amor.
La brújula que nos da la Regla es entonces una fe viva que no toca sólo la ortodoxia (ideas y doctrina), ni sólo la ortopraxis (comportamiento, moral), sino que llega a la ortopatía, al corazón para un encuentro con el Señor de la vida que transforma nuestra humanidad[14].
San Francisco experimentó esta segunda llamada en los años que le llevaron a Fontecolombo para la redacción final de la Regla. Incluso en la dolorosa crisis con el cambio de fraternidad, el hermano Francisco siguió buscando a su Señor en muchas grutas, entre ellas la de Greccio. Aquí el Poverello deseó «celebrar la memoria del Niño que nació en Belén y contemplar de alguna manera con los propios ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre el heno entre el buey y el asno»[15]. Después de las fatigas de la redacción de la Regla, Francisco parece entregarse a una pausa contemplativa. Quiere dejarse tocar por Dios en su sensibilidad tan humana, hasta el punto de dejarse herir indeleblemente en el Alvernia. Aquí comparte el dolor del Señor Jesús, paso necesario para «amar a los suyos hasta el extremo»[16], dejándose transformar en el Amado, cumbre de su camino.
Revisar nuestra Regla nos ayuda a orientarnos en este bendito tiempo de crisis, en contacto con lo que es verdaderamente esencial en nuestras vidas y desprendiéndonos de lo superfluo.
Conclusión
Que el Pentecostés de este año, octavo centenario de la Regla y de la Navidad de Greccio, sea una vibrante epíclesis en toda la Orden, para que despertemos de nuestro letargo, redescubramos el calor y la belleza de nuestra relación con Dios, con los hermanos, con los pequeños y los pobres, y con las criaturas. No nos cansemos de renovar el gran sí de la fe y de la vocación, que es el asentimiento de nuestra humanidad siguiendo a Jesús. Nuestra Fraternidad está presente en continentes, culturas y sensibilidades muy diferentes. Que cada uno de nosotros intente preguntarse este año: ¿qué significa para nosotros, donde vivimos hoy, renovar la alianza de vida evangélica? Para ello oremos juntos:
Del mismo modo que recordamos la Regla, pacto de alianza y médula del Evangelio, podemos retomarla como brújula para guiarnos en un tiempo de crisis y, sin embargo ¡Siempre bendito! No podemos evitar asumirla con sus contradicciones, también presentes entre nosotros. No podemos refugiarnos en recintos protegidos que nos aíslen de la crisis que hoy vive la persona humana. No hay fórmulas que nos protejan de las dificultades ni que nos den la solución para todo.
«Tener el Espíritu del Señor» es la brújula que la Regla nos ofrece en la crisis que hoy nos afecta a todos: ¿Acaso escuchar su inspiración no significa para nosotros detenernos, verificarnos en profundidad y responder a la llamada a un nuevo encuentro con el Dios vivo, que en la historia de Elías hemos recordado?
Entregarse finalmente a Él es el espacio para una segunda llamada. Aquí el Señor nos llama de nuevo a «estar con Él e ir a predicar»[12]. incluso a través de un pasaje de expropiación con el que no contábamos, que rompe nuestros esquemas y nos pone de nuevo en camino, sin quitar nada a nuestra vida, sino dándonos una dimensión más humana. Dejar atrás lo que nos hemos apropiado, algo o alguien, es una poda dolorosa: es posible si hay un encuentro personal de amor, el cual permita que la vida vuelva a fluir en nosotros y a nuestro alrededor. Sin mística no hay regla que valga.
En cambio, conformarnos con vidas a menudo vividas a baja velocidad nos hiere, nos roba la alegría y paraliza el crecimiento de una sana experiencia espiritual. Esto, de hecho, no disminuye, sino que hace florecer en nosotros lo genuinamente humano, siguiendo los pasos de Cristo, pobre y crucificado. Quien le sigue, el hombre perfecto, se hace más hombre[13], capaz de relacionarse y de dar la vida por amor.
La brújula que nos da la Regla es entonces una fe viva que no toca sólo la ortodoxia (ideas y doctrina), ni sólo la ortopraxis (comportamiento, moral), sino que llega a la ortopatía, al corazón para un encuentro con el Señor de la vida que transforma nuestra humanidad[14].
San Francisco experimentó esta segunda llamada en los años que le llevaron a Fontecolombo para la redacción final de la Regla. Incluso en la dolorosa crisis con el cambio de fraternidad, el hermano Francisco siguió buscando a su Señor en muchas grutas, entre ellas la de Greccio. Aquí el Poverello deseó «celebrar la memoria del Niño que nació en Belén y contemplar de alguna manera con los propios ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre el heno entre el buey y el asno»[15]. Después de las fatigas de la redacción de la Regla, Francisco parece entregarse a una pausa contemplativa. Quiere dejarse tocar por Dios en su sensibilidad tan humana, hasta el punto de dejarse herir indeleblemente en el Alvernia. Aquí comparte el dolor del Señor Jesús, paso necesario para «amar a los suyos hasta el extremo»[16], dejándose transformar en el Amado, cumbre de su camino.
Revisar nuestra Regla nos ayuda a orientarnos en este bendito tiempo de crisis, en contacto con lo que es verdaderamente esencial en nuestras vidas y desprendiéndonos de lo superfluo.
Conclusión
Que el Pentecostés de este año, octavo centenario de la Regla y de la Navidad de Greccio, sea una vibrante epíclesis en toda la Orden, para que despertemos de nuestro letargo, redescubramos el calor y la belleza de nuestra relación con Dios, con los hermanos, con los pequeños y los pobres, y con las criaturas. No nos cansemos de renovar el gran sí de la fe y de la vocación, que es el asentimiento de nuestra humanidad siguiendo a Jesús. Nuestra Fraternidad está presente en continentes, culturas y sensibilidades muy diferentes. Que cada uno de nosotros intente preguntarse este año: ¿qué significa para nosotros, donde vivimos hoy, renovar la alianza de vida evangélica? Para ello oremos juntos:
Ven Espíritu Santo, sobre este pequeño pueblo de hermanos y menores, enciende de nuevo en nosotros, con la llama de tu amor, el vigor de la fe, de la esperanza y de la caridad, con todas las santas virtudes.
Enciende en nosotros el encanto de la alianza y de la amistad con el Señor y con todas sus criaturas. Tú que eres la paloma de la paz, danos la alegría de vivir hoy el Evangelio como pobres, sometidos a todas las criaturas, desarmados de la pretensión de poder, liberados para amar.
Santa María, Virgen hecha Iglesia, acompáñanos en este camino, tú que hiciste hermano nuestro al Señor de la majestad.[17]
San Francisco, acuérdate de nosotros, tus hermanos, a menudo afligidos por la pérdida de la memoria de la belleza de nuestra vocación, y ayúdanos a renovarla, por el bien del mundo que tanto amas. Amén.
Enciende en nosotros el encanto de la alianza y de la amistad con el Señor y con todas sus criaturas. Tú que eres la paloma de la paz, danos la alegría de vivir hoy el Evangelio como pobres, sometidos a todas las criaturas, desarmados de la pretensión de poder, liberados para amar.
Santa María, Virgen hecha Iglesia, acompáñanos en este camino, tú que hiciste hermano nuestro al Señor de la majestad.[17]
San Francisco, acuérdate de nosotros, tus hermanos, a menudo afligidos por la pérdida de la memoria de la belleza de nuestra vocación, y ayúdanos a renovarla, por el bien del mundo que tanto amas. Amén.
Deseo a todos un luminoso Pentecostés, hermanos míos, con la suave vitalidad del Espíritu Santo, Ministro General de la Orden, y mi abrazo fraterno de Ministro y servidor.
Curia General de la Orden, Roma a 13 de mayo de 2023
Fr.
Massimo Fusarelli
Ministro general
Prot. 112183/MG-15
[1] Cf. 2Cel 193.
[2] Regola bollata
(2R) 10,8
[3] 2R 1,1
[4] Cf. 2R 3,11
[5] Cf. 2R 4,1
[6] Cf. 2R 6,2
[7] Cf. 2R 7
[8] Cf. 2R 12,1-2
[9] Cf. Testamento, 39
[10] Ch. Singer, Du bon usage des crises, Paris 1996,
41-42
[11] 1Re 19,11-15.
[12] Cf. Mc 3,14.
[13] Cf. Gaudium
et spes, 41
[14] Cf. Lc 24,32.
[15] 1Cel 84
[16] Jn 13,1
[17] Cf. 2Cel 198.