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En 2021 recordamos el 800 aniversario de la Regla no bulada, un texto precioso que todavía nos habla de manera formidable sobre la inspiración evangélica de San Francisco y que al mismo tiempo nos hace mirar a Santa Clara.
En el prólogo leemos (Rnb Prólogo 2):
Y en la conclusión escuchamos:
S. Francisco habla de una vida que entrega a sus hermanos y que encuentra su fuente e inspiración en el seguimiento de las enseñanzas y las huellas de nuestro Señor Jesucristo (Rnb I,1).
El vínculo que en la Regla no bulada une el Evangelio con la vida y la vida con el Evangelio es constante en Francisco, que lo propone también a Clara y a sus hermanas en dos breves e intensos escritos:
Ya que por divina inspiración... eligiendo vivir según la perfección del santo Evangelio, quiero y prometo tener siempre, por mi mismo y por mis hermanos, un cuidado amoroso y una solicitud especial de vosotras como de ellos. (FVCl 1-2)
Yo, el hermano Francisco, pequeñuelo, quiero seguir la vida y la pobreza del altísimo Señor nuestro Jesucristo y de su santísima Madre, y perseverar en ella hasta el fin; y os ruego, mis señoras, y os doy el consejo que siempre viváis en esta santísima vida y pobreza. (UltVol 1-2)
Es un consejo que Francisco dirige a las que llama mie signore, y al mismo tiempo es el núcleo carismático que une a hermanos y hermanas en una misma forma de vida -vivida en formas y condiciones diferentes-. El Poverello promete un cuidado amoroso y especial solicitud a las hermanas precisamente dentro de esta comunión en el carisma, que une a hermanos y hermanas en el sentido más genuino.
Si la Regla no bulada contiene el camino de los primeros años de la experiencia evangélica de los frailes, sedimentada en ese texto a través de una continua comparación entre la vida, que es movimiento por definición, y la regla, que fija las piedras angulares, Francisco sabe que Clara intuye y vive esta circularidad de la vida y del Evangelio y la propone sin miedo.
Lo que nos une es precisamente este vínculo entre vida y Evangelio, donde uno ilumina al otro y recibe inspiración continua. En efecto, si es cierto que el Evangelio orienta la vida hacia la conversión, también es cierto que la vida nos ayuda a escuchar la palabra del Evangelio en el camino siempre nuevo de la existencia, inmerso en el cambio de la historia.
La palabra del Evangelio ilumina y transforma la vida, y a su vez es iluminada por la palabra de la vida de los hombres y las mujeres que encontramos, de los pequeños y los pobres de nuestro tiempo, de la creación y también de todos aquellos que están en búsqueda de sentido y de verdad.
Necesitamos verdaderamente más vida acogedora, vivida, amada, entregada, compartida, para recibir la palabra evangélica, sin la cual el libro de nuestra existencia permanece sellado.
No podemos envolvernos en la búsqueda de nuestra identidad franciscana-clariana sin una continua comparación y diálogo con el camino de la vida, el nuestro y el de tantos en este tiempo único.
El Evangelio nos llama a la conversión y enciende en nosotros la llamada a la radicalidad de la fe, hecha en la búsqueda del rostro del Señor en el seguimiento de Jesús; el don de la vida nos llama a la radicalidad de la entrega como factor decisivo para una existencia plena.
El seguimiento radical de Cristo pobre y crucificado unió a Francisco y a Clara, en una fraternidad vivida en la minoridad y la pobreza, propia de quienes renuncian a los apoyos y garantías.
La clausura de Clara vivida con sus hermanas en San Damián y la de Francisco vivida con sus hermanos por los caminos del mundo, nos piden que busquemos juntos lo que verdaderamente nos une y que seamos, con nuestras vidas, palabras proféticas para nuestro tiempo.
Yo creo profundamente que ésta es nuestra llamada común en la Iglesia de hoy para el mundo, que Dios ama: escuchar y acoger la palabra del Evangelio, para que la vida sea transformada por ella y deje expresarse la fuerza del Espíritu, que la habita y quiere conducirla hacia su plenitud, que es la vida eterna, el amor del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, una danza eterna abierta a todas las criaturas. Y esta plenitud tiene el nombre de vidas liberadas y redimidas, capaces, por tanto, de ser verdaderamente fraternas y fermento de fraternidad para muchas y muchos hoy.
Me comprometo en tener para vosotras, en nombre de San Francisco, esa atención y preocupación que se basa en vivir según el Evangelio, nuestra vocación común y extraordinaria.