Pestaña

domingo, 8 de agosto de 2021

Carta de Madre Presidenta en la fiesta de Sta Clara

Sor Mª Teresa Domínguez Blanco o.s.c
 
A TODAS LAS HERMANAS DE LA FEDERACIÓN

   Queridas hermanas: Con Clara “os deseo los gozos de la salvación en el autor de la misma y todo lo mejor que puede desearse” (Cf.3CtaCl 2).

  Al igual que sucedió el año pasado, también en éste hemos de celebrar la solemnidad de nuestra madre y hermana santa Clara con un tono particular, muy distinto al de años anteriores. Al igual que el resto del mundo, también en España hemos tenido que atravesar meses muy complicados, meses en los que tantas personas -muchas de ellas familiares y conocidas y, en algún caso, hermanas de fraternidad- han partido hacia la casa del Padre rodeadas de unos protocolos sanitarios que han añadido un nuevo dolor al propio de la despedida.
 
   Son ya casi dos años los que llevamos conviviendo amargamente con el coronavirus; en ellos hemos visto tambalearse muchas de las seguridades y certezas sobre las que se apoyaba nuestra sociedad, marcada fuertemente por la autosuficiencia, pero hemos visto también emerger en tantas personas los valores más genuinos de la condición humana y han brillado desde muchos lugares los destellos de una caridad cristiana que ha llevado a numerosas personas a entregarse a los demás siguiendo los pasos de Jesús de Nazaret, “que pasó por el mundo haciendo el bien…” (Hch. 10,38).

  Ha sido éste, y sigue siendo, un tiempo propicio para vivir con intensidad nuestra vocación de Hermanas Pobres, actualizando aquí y ahora las palabras de santa Clara a santa Inés de Praga: “Te considero sostenedora de los miembros vacilantes[1].La intensa oración de intercesión, el ofrecimiento cotidiano de la vida, tratando de hacernos presente en medio del dolor, acompañando espiritualmente -de manera imperceptible, sí, pero no por eso menos real- a quienes se enfrentaban en primera línea a un enemigo tan invisible como letal, sosteniendo la esperanza de quienes viven desconcertados ante un presente oscuro y un futuro incierto. Ha sido y sigue siendo para todas nosotras la oportunidad no buscada de participar intensamente en un dolor que ha abrazado a toda la humanidad, uniéndola en una dolorosa comunión de vida y muerte que no podemos permitir caiga en el olvido.

  En unos momentos en los que subsiste la emergencia sanitaria y no dejan de ser claramente palpables las consecuencias económicas y sociales que la enfermedad ha provocado, nosotras queremos ser un signo visible de esperanza en medio de la Iglesia y en el corazón de una humanidad herida, que camina con la mirada entristecida y desalentada. Queremos seguir acogiendo cotidianamente el testimonio de nuestra Hermana y Madre santa Clara, que nos invita a no dejar nunca de confiar en el Padre de las misericordias[2] que en toda circunstancia acompaña con amor entrañable los pasos de sus hijos e hijas, iluminando “las tinieblas de su corazón” con la luz pascual que brota de la resurrección de Jesucristo.

  El pasado 18 de julio concluía en Roma el Capítulo general de los hermanos de la Primera Orden -OFM-; durante sus trabajos han querido que resonase la frase que eligieron como lema: “Renovemos nuestra esperanza. Abracemos nuestro futuro. Levántate y Cristo será tu luz”. Son palabras que encuentran también un eco profundo y sonoro en el corazón de todas y cada una de nosotras, Hermanas Pobres de Santa Clara, que, igual que nuestros hermanos, experimentamos en muchas de nuestras comunidades la precariedad que surge del reducido número de hermanas, la creciente edad media de las mismas y la escasez de nuevas vocaciones. También nosotras necesitamos renovar nuestra gozo y nuestra alegría y, sostenidas por la esperanza teologal -que no se confunde con un optimismo ingenuo- asumir nuestro presente y abrazar nuestro futuro; si queremos hacerlo no es porque cerremos los ojos a los dramas de nuestro tiempo y a la pobreza de nuestras vidas, lo hacemos con la mirada fija en el icono del Cristo de San Damián, el mismo que santa Clara contempló durante toda su vida y que ahora acompaña la vida orante de las hermanas en el Protomonasterio de Asís. Contemplamos su imagen luminosa y, reconociéndole vencedor de su muerte y de la nuestra, queremos levantarnos cada día para anunciar con nuestra forma de vida, tejida de gestos y palabras tan sencillos como elocuentes, que no hay otro omnipotente sino sólo Dios (cf. CtaO 9).

  Como en tantos otro momentos de la historia, vivimos tiempos recios en los que como dice santa Teresa de Jesús, “son menester amigos fuertes de Dios”[3] , estamos atravesando “cañadas oscuras”, pero tenemos la serena certeza de que nos guía y acompaña el cayado del buen Pastor (cf. Sal 22) y, uniendo nuestra voz a la del salmista queremos confiar nuestro camino al Señor, sabiendo bien que Él actuará (cf. Sal 37) y, en comunión de vida fraterna, presentar nuestras preocupaciones al Señor, convencidas de que Él se preocupa de nosotras (cf. 1P 5,7).

  Con esta confianza recorramos “con andar apresurado y paso ligero… segura, gozosa y dispuesta la senda de la bienaventuranza”[4], sin olvidarnos de los hermanos y hermanas concretas que tenemos a nuestro lado.

  En ese camino hacia la vida eterna en comunión con las hermanas, encontramos nuestra referencia, en Clara de Asís, ella, cual experta pedagoga, al redactar la Regla tuvo en mente una fraternidad evangélica concreta, real, formada por mujeres siempre en camino, personas limitadas, frágiles. La Santa al referirse a la fraternidad como grupo humano no la ve desde un sentimentalismo que pudiera llevarla a la exageración y exaltación al margen de lo real. La comunidad para ella no es nunca un estado de ánimo. Es verdad que, como franciscanas, nuestras relaciones tienen que ser relaciones psico-afectivas, cálidas, cercanas, pero no debemos confundirlas con un mero sentimiento, sino, que es siempre el sentimiento de una disposición. Comunidad es la disposición interior a una vida común que conoce y acepta la “cuenta” insuficiente, el “caso” adverso, la “preocupación” repentina.

  Es la comunidad de la necesidad y es, a partir de ahí, como es comunidad del Espíritu; es comunidad de la fatiga y es, a partir de ahí, como es comunidad de la salvación. También la comunidad que llama al Espíritu su Señor, y llama a la salvación su promesa.

  La comunidad- fraternidad “religiosa”, es comunidad sólo si sirve a su Señor en la realidad no elegida, no emocionante, sino sencilla; una realidad que no ha querido para sí, sino que más bien le ha sido dada. Es comunidad sólo si a través de la maraña de espinas de esta hora, abre el camino a la promesa, espera en la promesa. Ciertamente, lo que cuenta no son las “obras”, sino la obra de la fe[5]. Será entonces comunidad de fe, de verdad, sólo cuando sea comunidad de obras» “Mostrad exteriormente con vuestras obras el amor que internamente os tenéis”.

  Hermanas, en estos tiempos recios, de crisis pandémica, mantengamos viva e intensa la oración de intercesión, seamos sostenedoras de tantos hombres y mujeres que vacilan en la fe y se mueven en la oscuridad de la noche sin luz en su camino.

  Hermana N.N, renueva tu esperanza, Abraza el futuro. Levántate y Cristo será tu luz como lo fue para Francisco y Clara de Asís.

  Feliz día para todas. Sigamos pidiendo mutuamente las unas por las otras y por toda la humanidad sufriente. Un fuerte abrazo,



Sor Mª Teresa Domínguez Blanco
Presidenta Federal



[1] 3CtaCl 8)
[2] Cf. TestCl 1
[3] Santa Teresa de Jesús, Libro de la Vida 15,5
[4] Cf. 2ctaCl 12-13
[5] M. Buber, sentierii in utopia sulla comunitá. D. Di cesare (ed) Marietti, Génova-Milano; citado por Diana Pappa en el II Congreso clariano de Barcelona 2011.