Madrid, a 21 de diciembre de 2020
Queridos hermanos y hermanas, el Señor os dé la paz.
«Hoy, queridos hermanos, ha nacido nuestro Salvador; alegrémonos. No puede haber lugar para la tristeza, cuando acaba de nacer la vida; la misma que acaba con el temor de la mortalidad, y nos infunde la alegría de la eternidad prometida». Hago propias las palabras del sermón de san León Magno que nos ofrece el Oficio de lectura del día de Navidad, para expresaros mi felicitación por estos días hermosos donde los haya.
La “Fiesta de las fiestas” se hace especialmente querida para los Hermanos Menores y todos los discípulos de san Francisco, por lo que ella significa en sí misma, y por nuestra propia tradición. Si los cristianos miramos a Belén con especial afecto para celebrar la mayor obra de misericordia de Dios sobre la humanidad, los franciscanos no podemos dejar de mirar a Greccio para recordar aquella eucaristía en la que el Pobre de Asís quiso compartir con las gentes del lugar su tesoro más preciado: Jesucristo. «El santo de Dios está de pie ante el pesebre, desbordándose en suspiros, traspasado de piedad, derretido en inefable gozo. Se celebra el rito solemne de la misa sobre el pesebre y el sacerdote goza de singular consolación», describe Celano en su Primera Vida (núm 85). Ojalá nuestra palabra se vea ahogada por la emoción ante la contemplación de este misterio de amor.
Sorprende la creatividad de san Francisco a la hora de plasmar un misterio tan sumamente paradójico y desconcertante por el impacto en las gentes de la época, de tal modo que se ha hecho tradición no solo en nuestra Orden, sino en toda la Iglesia universal. Será porque, quienes escuchan con atención a Dios y saben penetrar la realidad, tienen la capacidad de expresar en sencillos signos lo más sublime de nuestra existencia.
La creatividad que observamos en san Francisco no viene únicamente de sus dotes innatas, sino de su experiencia de Dios. Él hace nuevas todas las cosas (cf. Apocalipsis 21,5) porque infunde su Espíritu. Participar de este Espíritu es lo que nos permite decir que todo aquello que hacemos tiene significado, esto es, se convierte en signo ante los demás y arraiga en los destinatarios, de tal modo, que les abre a un horizonte de sentido que va más allá del signo. Por eso Celano vuelve a acertar cuando escribe: «Allí la simplicidad recibe honor, la pobreza es ensalzada, se valora la humildad, y Greccio se convierte en una nueva Belén» (1C 85). Eso es, Greccio traslada a los asistentes a Belén para adorar en verdad al “Emmanuel”. Qué mejor regalo nos podemos hacer a nosotros mismos y a quienes comparten la eucaristía con nosotros en estos días que trasladarnos desde cada uno de nuestros conventos a Belén…
Sí, el nacimiento de Jesús viene a transformar nuestra rutina, proyecta una luz nueva sobre nuestra realidad y la hermosea. Nos vuelve a revelar que la vida tiene sentido en la medida en que se da a los demás (cf. Mateo 20,28). De igual manera que Dios sale de sí mismo para darse en el Hijo, así nosotros estamos llamados a salir hacia esta humanidad sedienta de verdad, de bondad, de belleza, de sentido…
Una religiosa reconocía que «hay comunidades tan cerradas en sí mismas que no se comunican con el exterior y, como no tienen a nadie a quien cuidar, terminan por cuidarse a sí mismas» (Confer 210, 229). Es cierto, nuestra vocación no consiste en cuidar de nosotros mismos de manera exclusiva. Hemos sido llamados a este carisma para darnos, no para conservar la vida a cualquier precio. Lo primero no son los propios intereses, sino los de Dios. La autorrealización queda supeditada a la encarnación del Reino. Advierte el filósofo de origen surcoreano, Byung-Chul Han que «hoy aumentan los casos de perturbaciones narcisistas porque cada vez perdemos más el sentido de las interacciones sociales fuera de los límites del yo. El homo psychologicus narcisista está atrapado en sí mismo, en su intrincada interioridad. Su pobreza de mundo hace que solo gire en torno a sí mismo. Por eso cae en depresiones» (La desaparición de los rituales, pp. 36-37). Jesús de Nazaret nos libera de nosotros mismos con su encarnación porque nos revela nuestra profunda identidad-vocación-misión: ser para los demás (cf. Mateo 16,21-27).
La encarnación del Señor ilumine también nuestra vida y misión provincial. En breve la someteremos a revisión con la celebración del Capítulo provincial. Deseamos que se puedan dar las condiciones sanitarias adecuadas en el mes de mayo para no volver a atrasarlo.
Somos conscientes de los inconvenientes de esta situación y que con el calendario que tenemos por delante no es fácil articular celebración del Capítulo provincial, confección de la tabla capitular, desarrollo del Congreso capitular y ejecución de los nuevos destinos. Una situación anómala hemos de abordarla desde parámetros distintos a los que habitualmente realizamos. Por eso, el Definitorio me insiste en comenzar los contactos con los hermanos tras la semana santa a fin de adelantar el trabajo. La colaboración de todos ayudará a que intentemos tener todo clarificado a lo largo de este próximo verano, si el Covid-19 no lo impide.
Y como las autoridades sanitarias nos están alertando sobre la tercera oleada y los graves riesgos de los encuentros navideños, os ruego que viajéis lo imprescindible durante estos días para continuar celebrando juntos navidades sucesivas.
«Hoy, queridos hermanos, ha nacido nuestro Salvador; alegrémonos».
¡Dichosa Navidad y bendito 2021!
Recibid un abrazo fraterno.