Pestaña

lunes, 7 de diciembre de 2020

Mensaje del Ministro Provincial en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción

 Fray Juan Carlos Moya Ovejero, ofm 
 
Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la BVM, 
Patrona de la Orden y Titular de la Provincia

 A los hermanos de la Provincia, A las hermanas contemplativas OSC, OIC y TOR, 

A los hermanos y hermanas de la OFS

 

 

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Madrid a 6 de diciembre de 2020

Queridos hermanos y hermanas, el Señor os dé la paz.

El calendario nos sitúa de nuevo ante el misterio de Dios que se revela en María bajo su Inmaculada Concepción. La llena de gracia vuelve a recordarnos, en su hágase tu voluntad, que el primado de su vida es Dios. A Él la ofreció y a su hijo Jesús dedicó su existencia. No en vano, María asumió como algo propio su doctrina acerca del seguimiento: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga» (Lc 16,24). La negación de sí mismo viene precedida del encuentro personal con Dios. Este fascina, seduce, llena de sentido la propia vida, tanto que nos capacita para llevar a cabo esa renuncia a nosotros mismos y nos permite dar espacio a Él y a los demás.

Por eso, deseo que la celebración de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, a cuyo patronazgo nos acogemos como Orden y como Provincia, nos ayude a vivir con sentido de entrega nuestra consagración religiosa. Ella es para los consagrados, tal como nos recuerda la exhortación apostólica Vita Consecrata, «la que, desde su Concepción Inmaculada, refleja más perfectamente la belleza divina… María es ejemplo sublime de perfecta consagración, por su pertenencia plena y entrega total a Dios. Elegida por el Señor, que quiso realizar en ella el misterio de la Encarnación, recuerda a los consagrados la primacía de la iniciativa de Dios» (VC, 28).

El reconocimiento de María como Inmaculada le evoca directamente al creyente que el reinado de Dios es posible en este mundo nuestro marcado por el pecado. Sin ruido, sin estridencias, sin aparatosidad, María nos recuerda que otro mundo es posible. Quizá el mundo que en el que piensa el papa Francisco en su última encíclica cuando nos dice que «soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos» (Fratelli Tutti, núm. 8).

Los Hermanos Menores y todos los miembros de la Familia Franciscana hemos de contribuir, en la medida de nuestras posibilidades, a materializar este sueño de la fraternidad universal. Hermanos esperanzados, reconciliados, alegres… al vivir juntos crean fraternidades esperanzadas, reconciliadas, alegres… y se constituyen en testigos cualificados del Señor resucitado. Pero, cuán difícil resulta recorrer este camino, entonces y ahora. Y esta dificultad viene, en gran medida, porque nuestros intereses pasan por priorizar lo personal frente a lo fraterno y la misión que Dios nos encomienda. Cuando lo personal es lo primero, el diálogo se hace infructuoso, las reuniones sobran, la formación provincial o fraterna es una pérdida de tiempo; los retiros personales y comunitarios, como los ejercicios espirituales, son algo tan nuestro que apenas nos podemos exhortar a su realización, y el proyecto de fraternidad se quiebra seriamente. La persona se aísla, y volvemos a esquemas de vida pseudo-monacales, eso sí, postmodernos.

María Inmaculada nos recuerda que la fraternidad evangélica es posible. Ella encarnó el proyecto de Dios creando familia. Tampoco lo tuvo fácil, pero su absoluta confianza en Dios la llevó a acoger un proyecto de vida imposible, supo escuchar y fructificó el diálogo entre ella y Dios; aprendió, junto a su prima Isabel y a su esposo José, a entender los designios de Dios sobre su vida, hizo silencio ante las palabras y obras de su Hijo mientras le seguía de un lugar para otro… y de este modo, posibilitó la comunión en la primitiva comunidad de discípulos cuando se manifestó la gracia de Pentecostés. En definitiva, María pudo olvidarse de sí porque se le permitió descubrir que su vida adquiría pleno sentido a partir de su pobreza. A propósito del olvido de sí, y mirando a la figura de Charles de Foucault, Pablo D’Ors escribe algo que da que pensar: «Los hombres prefieren cualquier cosa antes que la soledad. Preferimos llenarnos de basura antes que estar vacíos… ¡Ah, la nada! No sé qué es, pero hay que ser nada para que Dios pueda entrar en el corazón… El silencio y la soledad son los campos de cultivo en que se fragua eso que llamamos ser humano».

Qué bien refleja María estas actitudes del silencio y la soledad. Su intercesión poderosa nos sigue acompañando. Sea para nosotros motivo de esperanza, reconciliación y alegría, de tal modo que construyamos decididamente la fraternidad universal de los hijos de Dios.

 Feliz día de Santa María, Inmaculada en su Concepción. Recibid un abrazo fraterno.

Por mandato del Ministro provincial

Fdo.: Fray Antonio Arévalo Sánchez, OFM

Secretario provincial

 

Fdo.: FRAY JUAN CARLOS MOYA OVEJERO, OFM          

Ministro provincial