Pestaña

miércoles, 18 de diciembre de 2019

Carta de Navidad del Ministro General

Convertirnos en humildes siervos del Dios
que se humilló a sí mismo por el bien de todos
 Fr. Michael A. Perry, OFM

Queridos Hermanos y amigos de la Orden
¡Qué El Señor les de su paz!
¡Hoy nos unimos con todo el universo creado para cantar un himno de alabanza y acción de gracias por el gran amor y la misericordia de Dios derramados en Cristo Jesús! Acogemos y hacemos nuestro el mensaje del profeta Isaías que escuchamos en la liturgia matutina del día de Navidad:
¡Escucha! Tus centinelas levantan la voz, gritan todos juntos de alegría, porque ellos ven con sus propios ojos el regreso del Señor a Sión.
En este texto del Segundo Isaías, se proclama que el regreso del pueblo de la alianza desde exilio de Babilonia a Jerusalén, la Ciudad santa, es una realidad inminente, algo que sucederá. El pueblo vive la espera con desesperación, exhausto por haber tenido que vivir fuera de sus casas y de su tierra, sin un lugar propio. Incluso cuando se les permite finalmente regresar a su patria, tal cual como lo testimonia el Tercer Isaías, se encuentran de nuevo en dificultades y sufren de un profundo agotamiento existencial y espiritual. Pronto se dieron cuenta de que no podían continuar en esta vida recordando la fe de sus ancestros, una fe basada en la confianza absoluta al Dios que había llamado a Abraham y a Sara, Moisés y Miriam, dejando atrás sus seguridades para abrazar una nueva visión y una nueva tierra que se les había prometido. Ese mismo pueblo se había desgastado progresivamente por los abusos de sus dirigentes al interno de la comunidad, tanto religiosa como política, los cuales estaban más enfocados a acumular poder y riqueza para ellos mismos, para sus familiares y amigos, que a llevar una vida justa y espiritualmente sincera. Estaban agotados por las presiones externas que les habían impuesto para adecuarse a las costumbres religiosas, culturales, filosóficas y éticas de su tiempo. Estaban agotados de vivir con miedo: miedo de perder su propia identidad religiosa y cultural; miedo de perder la esperanza en el Dios que había sacado a sus padres de la esclavitud de Egipto, haciéndoles entrar en la tierra prometida y que ahora les había ofrecido la oportunidad de volver a su patria.
Partiendo desde este contexto de distanciamiento y debilitamiento, entre los vínculos de fe y fraternidad, deben entenderse las palabras del profeta Isaías. A pesar de todos sus fracasos, de alguna manera prevaleció entre la gente un profundo anhelo por algo, o mejor aún por alguien que les traería un mensaje de esperanza, el regreso del Señor en medio de ellos. Porque sólo cuando el Señor regrese a Sión, cuando el Señor sea colocado en el centro de todas las preocupaciones humanas y espirituales, entonces la gente encontrará el camino de regreso a su verdadera identidad, a su verdadero hogar.
Aquello que era evidente para el pueblo de Dios sigue siendo cierto para nosotros hoy en día: es Dios quien inicia este proceso de restauración, una restauración que nos conduce por el camino de la santidad, un vivir diariamente de nuestra fe y también a la práctica de la justicia y de la paz de Dios. ¿Pero esta restauración acaso no está en el corazón mismo de la Navidad? ¿No es el evento de la Encarnación de Jesús, su venida entre nosotros como uno de nosotros, su compartir con nosotros una nueva visión del cómo podríamos caminar una vez más en el amor, la misericordia, la justicia, la verdad, y la paz de Dios, en el centro mismo de nuestra identidad de discípulos de Cristo y de hermanos menores? Queridos hermanos, la respuesta a estas dos preguntas sólo se puede descubrir cuando vivimos fielmente la vocación a la que hemos sido llamados y para la cual hemos sido elegidos y enviados.
Regresando al segundo Isaías, este texto nos ilumina brevemente: desde el campo de batalla será enviado un mensajero para proclamar la victoria Dios y que el sufrimiento del pueblo ha terminado. Ahora pueden prepararse espiritual, moral y psicológicamente para volver a casa. Sin embargo, algo cambia en esta historia. El mensajero no es otro, es Dios mismo que viene triunfante. ¡El Señor vuelve! Y el campo de batalla es una confrontación entre Dios y toda la historia de la humanidad. Dios no viene sólo a rescatar y redimir a Jerusalén. Dios viene a liberar y redimir a todas las naciones y a toda la historia: el pasado, el presente y el futuro. El mensaje del Profeta abre la oferta de salvación de Dios a todos los pueblos en el mundo entero, hoy a cada uno de nosotros que hemos sido sellado por la sangre del Cordero. Ya no se limita únicamente a los que se consideran beneficiarios de la Alianza. Esta es una declaración indignante, herética, ya que admite que Dios podría estar trabajando incluso fuera de los perímetros doctrinalmente aceptados y ritualmente purificados del pueblo elegido. Por lo tanto, Dios puede actuar en culturas que aún no se han purificado, que todavía están «en el camino hacia la santidad»; que lentamente pasan por un camino de inculturación y purificación. Dios puede incluso actuar con personas que tienen experiencias de Dios, que conciben y realizan actos de adoración poco comprendidas por quienes viven fuera de sus culturas y tradiciones, pero que son verdaderos actos de culto, acciones que conducen a adorar al único Dios, Creador del universo. Por lo tanto, la victoria declarada en el campo de batalla de la historia no es una victoria para uno u otro rey, uno u otro país, una u otra ideología religiosa o política, una u otra cultura, raza, pueblo o nación. La victoria que Isaías anuncia pertenece sólo a Dios. El atrae a todos los pueblos hacia Sí mismo, a través de una gran variedad de formas, dado que ninguna expresión singular es capaz de contener todo lo que Dios es y todo lo que Dios desea para el mundo.
¡Qué hermosos son sobre las montañas los pasos del que trae la buena noticia, del que proclama la paz, del que anuncia la felicidad, del que proclama la salvación, y dice a Sión: «¡Tu Dios reina!».
Queridos hermanos y amigos, esto nos lleva al corazón mismo de la historia de Navidad que celebramos hoy. El evento extraordinario de la Encarnación, Dios hecho carne, se despoja de Sí mismo para entrar en nuestra condición humana, es un testimonio del amor y de la gracia redentora de Dios, del compromiso de Dios que viene a redimir toda vida sin excepción, sin exclusión. La paz, la buena nueva y la salvación de las que habla el profeta Isaías son una declaración de que Dios reina sobre todo aquello que busca dividirnos y destruirnos a nosotros mismos y a nuestro medio ambiente. Esta victoria no se basa en una ideología de poder y fuerza, como actualmente la propone el mundo. Más bien, es una victoria fundada en el amor incondicional y la misericordia de Dios, que no tiene paralelo en la historia humana ni en el Orden natural. Este amor y misericordia incondicional no se expresa a través de la fuerza y el derecho, sino a través de lo que el Papa Francisco llama la humildad de Dios llevada al extremo (homilía de Navidad 2014). El Papa Francisco continúa:
…es el amor con el que, aquella noche, asumió nuestra fragilidad, nuestros sufrimientos, nuestras angustias, nuestros anhelos y nuestras limitaciones. El mensaje que todos esperaban, que buscaban en lo más profundo de su alma, no era otro que la ternura de Dios: Dios que nos mira con ojos llenos de afecto, que acepta nuestra miseria, Dios enamorado de nuestra pequeñez.
La Encarnación es, fundamentalmente, un acontecimiento relacional. Dios elige entrar en una comunión más profunda con nosotros, para que nosotros, al igual que Israel en los tiempos del profeta Isaías, podamos reconocer la gracia salvífica y la grandeza con la que hemos sido creados y a la que estamos llamados como hijos amados del Dios trino y uno. Reconociendo la verdad que Dios quiere compartir con toda la humanidad y la creación, nos convertimos a su vez en humildes siervos del Dios que se humilló a Sí mismo por todo creado. Pero ¿No estaba esto también en el centro del mensaje del Consejo Plenario de la Orden de 2018? ¿No es ésta también la trayectoria de la Orden cuando comenzamos a mirar hacia el Capítulo General de 2021?
Humildad; pequeñez; pobreza; ternura; amor; aceptación. Estas palabras nos ayudan a comprender mejor la naturaleza de esta celebración navideña y del cómo debemos vivir y testimoniar el increíble acontecimiento de la Encarnación de Jesucristo hoy en nuestras vidas. Sólo tenemos que recordar el significado de estas mismas palabras, o mejor aún, los atributos del discipulado cristiano y la vida y misión franciscana manifestada en la vida de San Francisco de Asís. El fue descubriendo progresivamente en su vida, en la vida de sus hermanos, en la vida de los que eran materialmente pobres y socialmente excluidos, en la vida del sultán al-Malik al-Kamil y otros que no profesaban la fe cristiana, y en toda la creación, el poder transformador contenido no en la grandeza de Dios, sino en la pequeñez de Dios. Francisco percibió en la pequeñez y la pobreza del pesebre un amor tan fuerte y profundo la capacidad de derretir corazones endurecidos y romper todas las barreras que separan a las personas unas de otras ya sean geográficas, culturales, sociales, religiosas u otras. Por la gracia de la Encarnación se crean y se mantienen nuevos caminos de encuentro, diálogo, descubrimiento, perdón y fraternidad humana. Sólo aquellos que están inmersos en la lógica del amor del Dios encarnado serán capaces de llegar a los que de una u otra manera son marginados por nuestra sociedad: de los migrantes y refugiados; de los que profesan otras ideas y prácticas religiosas; de aquellos a quienes se nos dice que son nuestros enemigos aun cuando, en la lógica de la Encarnación de Dios, son nuestros hermanos y hermanas; de una creación herida, exhausta y amenazada por una explotación desenfrenada e inmoral.
Mientras celebramos el amor y la misericordia insondables de Dios que ha entrado en la historia humana de un modo único y poderoso a través de la Encarnación de Jesús, acojamos la invitación de Dios para que nos convirtamos en la presencia misma de la ofrenda del shalom de Dios, paz, para todos los que nos rodean. Comprometámonos a vivir los pilares sobre los que se construye esta paz: verdad, justicia, amor, libertad y perdón (cf. Juan XXIII, Pacem in terris; Juan Pablo II). ¡Qué este mismo regalo de paz, plenamente encarnado en el gran don que Dios dio al mundo, su amado Hijo Jesús, llene nuestros corazones de alegría! Sirva de guía a nuestras fraternidades y que nos ayude a moldear la sustancia misma y la forma de nuestra misión de co-discípulos con todos los cristianos, caminando juntos con Jesús, con toda la humanidad y con el universo entero en el camino hacia el reino de Dios.
 ¡Dios los bendiga con una Navidad llena de paz para todos y cada uno de ustedes!

Roma, 12 de diciembre del 2019
Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe
Prot. 109455
 Fr. Michael A. Perry, OFM
Ministro General y Servidor