P. Fernando Armellini
Introducción
Hay
una manera de presentar la figura de María que desalienta en lugar de animar. Se
le conoce como la mujer absolutamente excepcional, exenta del pecado original y
sus consecuencias trágicas, y eso no se debe a su propio mérito, sino a un privilegio
divino único, confirmada en gracia, preservada de cometer errores, bendecida en
todas sus obras.
Nos
preguntamos qué tiene en común esta maravillosa mujer con nosotros. Nosotros, los
pobres descendientes de Adán, obligados a soportar, sin ninguna culpa, un castigo
por el pecado que no hemos cometido. Sentimos envidia por ella, pero poco amor.
Ella está demasiado lejos de nuestra condición; ella no es nuestra compañera de
viaje en el camino de la fe que, con arduo trabajo, tenemos que andar.