Fray Joaquín Zurera Ribó, OFM
«La Regla y vida de los Hermanos Menores es ésta: observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin nada propio y en castidad» (RegBul I,1)
«Y, siendo sobremanera rico, quiso escoger la pobreza en este mundo, junto con la bienaventurada Virgen, su madre» (CtaO 5)
A los hermanos de la Provincia, a las hermanas contemplativas, a los hermanos y hermanas de la OFS, de los movimientos juveniles franciscanos, de las hermandades y cofradías asociadas a nuestra Provincia
El próximo 29 de noviembre se cumplirán 800 años que la Regla de San Francisco, aquella que se inició con unos pocos de textos del Evangelio años antes, recibió la aprobación definitiva con bula del Papa Honorio III.
Regla y vida van juntos y no se pueden separar. San Francisco de Asís —al igual que Santa Clara— lo tiene claro: la Regla es vida y da vida, pues nos conduce a Cristo y nos llama al seguimiento a Cristo, quitando del medio tantas justificaciones y artimañas que el ser humano sabe buscar para dejarse arrastrar por la mediocridad de una vida que persigue más el propio interés y beneficio que ser una vida que hable de Dios y lleve a Él.
Observar el Santo Evangelio tiene nombre y tiene rostro: Jesús, el Señor, el Jesucristo de Belén, del desierto, de la vida pública, de la cena, de Getsemaní y del calvario[1]. A Él nos consagramos y a Él somos llamados a vivir. Es verdad: en el camino vital nos acomodamos, van surgiendo apegos a lugares, a cosas, a intereses, a personas …, entramos en una rutina que apaga la misión a la que somos llamados, y fácilmente llegamos a auto justificarnos para cambiar la voluntad de Dios por el propio capricho e interés.
Por eso, permíteme algunos subrayados para vivir y celebrar esta fiesta de San Francisco en el marco del VIII Centenario:
a) El centro de nuestra vida es Cristo, y la vida del seguidor sólo desea dejarse guiar por el Espíritu y orar a Dios continuamente: Por encima de todo, tener el Espíritu del Señor y su santa operación (cf. RegB X,8), pues todo viene de Dios, en Él está nuestra raíz y el sentido de la vida. Frente a la tentación de cuanto nos puede seducir, dejar que la mente y el corazón se muevan en y por el Señor. ¿A quién, si no, se la hemos consagrado?
b) La mirada vuelta a Cristo, que por nosotros se hizo pobre y se despojó de todo, para que jamás queráis tener ninguna otra cosa bajo el cielo. Y muéstrense familiares entre sí (RegB VI,6ss): frente a la tentación de la apropiación (cosas, personas, cargos…), vivir en la clave de la restitución, propia de una vida de gracia. Una pobreza que se vive en la relación fraterna, lugar en el que damos el salto de pasar del yo al compartir. ¿De qué necesitamos vaciarnos para ser y sentirnos verdaderamente pobres?
c) Nuestra condición es la de ser hermanos: Se guarden de toda soberbia, vanagloria, envidia, avaricia, preocupación y afán de este mundo, difamación y murmuración (cf. RegB X,7): frente a todo esto que ahoga la fraternidad, crecer en la familiaridad y confianza que facilitan espacios de encuentro, oxigenando la vida y así buscar juntos el querer de Dios.
¿Cómo cuidamos los lazos fraternos? ¿Uso del otro o me comprometo y amo al otro en el que se manifiesta Dios y su santa voluntad?
d) Nuestro ser en el mundo, abrazando la minoridad a la hora de estar y de hablar: Sean apacibles, pacíficos y mesurados, mansos y humildes, (cf. RegB III,11) y ponderadas y limpias sus palabras (cf. RegB IX,3). Ser menores es una forma de estar en el mundo, que sólo se descubre para quien hace girar su vida en torno a Cristo, el que se hizo último y servidor de todos. Todos necesitamos la mansedumbre y humildad en el estar y, en tiempos donde vuelan tantas palabras hirientes entre las personas, cultivar la amabilidad, la cortesía y las palabras y gestos de sanación, envueltos en comprensión y afecto. ¿Qué paz y aliento llevas a tus hermanos y al mundo en tus gestos y palabras?
Hoy somos nosotros los llamados a tomar el testigo del seráfico Padre y a dar respuesta a la misión que Dios nos ha confiado. La fragilidad e imperfección nos pertenece, pero el gran don que el Dios Trino y Uno nos hace es contar con nosotros para llenar el mundo de Evangelio. Nos miramos en el espejo de María Inmaculada, nuestra patrona, para renovar la opción de seguir las huellas de Cristo, viviendo el compromiso de fidelidad a su Proyecto para bien de las almas y enriquecimiento de la Iglesia y el mundo. Empecemos, hermanos, en el nombre del Señor.
Madrid, sede de la Curia provincial, 1 de octubre de 2023