A todos los Hermanos Menores. A todas las Hermanas Clarisas. A todas las Hermanas Concepcionistas. A laicas y laicos franciscanos
Estimados Hermanos y Hermanas, ¡El Señor os dé la paz!
Este año es imposible esperar y luego celebrar la Pascua olvidando lo que está sucediendo en el mundo. La guerra en Ucrania es terrible por todo lo que ese pueblo está sufriendo y por la amenaza que representa para toda la humanidad.
Al mismo tiempo, nos obliga a ver la realidad de tantos conflictos en el mundo, como en Etiopía y Somalia, Sri Lanka, Myanmar, Yemen, Haití, Cuba, Siria, Afganistán, Congo, Nigeria y por desgracia otros más. En varios de estos lugares también estamos presentes. No puedo pasar por alto el Mediterráneo, que ha sido durante mucho tiempo un lugar de muerte para mucha gente.
Mi deseo de Pascua busca ayudarnos a reconocer que dentro de las penas de la historia pasa la Pascua del mundo. Quiero decir que la lucha entre la energía de la Resurrección y las fuerzas que buscan neutralizarla, siempre es muy fuerte. Y no podemos permanecer imparciales en este combate.
A lo largo de la Cuaresma nos hemos preparado para renovar en la noche de Pascua la consagración bautismal, que ha marcado la elección fundamental de nuestra vida, la de Cristo el Señor, crucificado y resucitado.
Necesitamos hacer memoria de que hemos sido comprados a un alto precio y, por lo tanto, a quién pertenecemos. Al mismo tiempo recordamos que cada hombre, cada mujer y cada criatura, insertados misteriosamente en la Pascua del Señor viven con dolores de parto la historia, generando esa humanidad de Cristo que ha vencido el pecado y la muerte para darnos la plenitud de la Vida. Es la Pascua, el Cordero inmolado y glorioso, la última y decisiva palabra de la historia, y no la fuerza de las armas, aun cuando fuesen las más destructivas.
El pasado 25 de marzo el Papa quiso confiar, o más bien consagrar, a toda la humanidad y de manera particular a Rusia y a Ucrania, al corazón de la Madre, la Virgen María.
Me parece que este “acto espiritual”, como lo definió el Papa Francisco, nos recuerda ante todo que el cosmos y la historia pertenecen a Dios.
¡Le restituimos todo a Él, Dador de todo bien! Renovemos entonces, nuestra pertenencia al Omnipotente y Buen Señor, injertados en Cristo Señor.
¡Invitamos a todas las criaturas a alabar y bendecir al Altísimo! Este acto nos recuerda que somos criaturas y por lo tanto hijos del Padre celestial, hermanos y hermanas en Cristo Jesús y no dominadores de nuestros semejantes, en la luz del Espíritu.
¡Hermanos y menores, definitivamente! Un acto realizado en el corazón de la Madre que estaba junto a la cruz, nos lo dice el Evangelio de San Juan.
Incluso en la inmensa cruz que hoy aflige a Ucrania y a tantos países del mundo, ahí está la Madre.
La presencia de María, la Virgen hecha Iglesia que «ha convertido en hermano nuestro al Señor de la Majestad» (Legenda Maior IX, 3), es propia de nuestra consagración bautismal y a nuestra profesión.
De hecho, al igual que María fue una fiel discípula de su Hijo hasta la cruz y en la espera llena de fe de la resurrección, con ella y por su intercesión podemos crecer como discípulos, testigos y proclamadores de la Pascua.
Ahí está la Madre: junto a muchas madres y padres obligados a enterrar sus hijos en esta malvada guerra y en muchas, otras tantas circunstancias y partes de la tierra.
Ahí está la Madre: junto los que elevan su clamor al cielo, a veces con dificultad, buscando las huellas de la presencia de Dios en esta vida. Y también está al lado de quien ya no puede gritar y buscar.
Ahí está la Madre: junto a los que, aun siendo bautizados, elevan sus sacrílegas manos contra otros cristianos y no sólo a ellos. Junto a aquellos cristianos que no saben tomar posición delante al horror de la guerra, que siempre es injusta y sin retorno, y que no saben decir las palabras del Evangelio en esta hora.
Ahí está la Madre: junto a quienes, como un paciente artesano, tejen cada día la paz recibiendo a los pequeños, los prófugos, los migrantes, construyendo puentes y no muros. Junto de quienes viven en cualquier parte del mundo las consecuencias del creciente empobrecimiento, del cambio climático, de la brecha entre ricos y pobres y de la incertidumbre del futuro. Y está junto a quienes de muchas maneras se entregan solidariamente en beneficio de muchos.
Ahí está la Madre: junto a quien persevera en la oración constante para reconocer y acoger la presencia de Cristo crucificado y resucitado en esta trágica hora, para consolarlo en el dolor con el cual aún es herido con la insensatez de la violencia: ¡El amor no es amado! Que la oración humilde del Rosario, en la memoria orante del Evangelio y en compañía de tantos sencillos y pobres, sea la voz que pide a María la intercesión ante Dios para que toque los corazones endurecidos que atentan la paz en el mundo.
Ahí está la Madre: Junto a tantos hermanos menores, hermanas franciscanas, laicos y laicas que permanecen en los lugares de guerra, consolando y fortaleciendo la esperanza, al igual que junto a quienes acogen a tanta gente que huye de los conflictos.
Ahí está la Madre: también junto a los pueblos de Medio Oriente que sufren por las consecuencias de conflictos que nunca han concluido; junto a los cristianos y a nuestros hermanos que celebran el misterio de la Pascua en Jerusalén y en los Santos Lugares. Permanezcamos también nosotros junto a ellos, sosteniendo su presencia y su misión sobre todo con la colecta del Viernes Santo, que os pido que cuidéis bien también en este tiempo.
Ahí está la Madre: creo que necesitamos redescubrir la presencia de María en nuestras vidas.
María nos orienta siempre hacia Cristo Señor y a sus hermanos y nuestros hermanos, sin ninguna distinción.
María nos muestra el camino de la conversión y la penitencia, que San Francisco y Santa Clara recibieron como un nuevo inicio, para que la paz empiece en cada uno de nosotros y de esta manera irradie sobre muchos.
María, que permaneció en la cruz y esperó la alegría de la resurrección, nos ayuda a no voltear la cabeza hacia otro lado, sino a vivir a fondo también esta hora amarga de la humanidad, para que sea transformada en la dulzura de la Pascua de Cristo, el centro del mundo y el Señor de la historia que reina desde la Cruz.
Con estos sentimientos, desde el Santuario del Alvernia, el Calvario franciscano, al concluir los Ejercicios Espirituales de los Definidores Generales de nuestras cuatro Familias Franciscanas, os deseo a todos y cada uno de vosotros una verdadera Pascua, capaz de darnos la alegría de la Resurrección, para sacudirnos y convertirnos de una vida cristiana y franciscana demasiado tibia y resignada.
Que el Señor reavive nuestro amor por Él a través de la pasión por la vida desgarrada de tantos, por las esperanzas de muchos, especialmente de los jóvenes, por la justicia y la reconciliación para todos.
Con la bendición de san Francisco, deseo de corazón a todos una serena Pascua de Resurrección.
Monte Alvernia, Italia, a 9 de abril de 2022
Prot. 111165