Pestaña

sábado, 2 de octubre de 2021

Carta de Madre Presidenta en la fiesta de San Francisco

Sor Mª Teresa Domínguez Blanco, o.s.c. 
 

A TODAS LAS HERMANAS DE LA FEDERACIÓN

    Queridas hermanas: El Señor os dé la paz

   Este año, con motivo de la celebración de nuestro Padre San Francisco, me acerco a vosotras teniendo aún muy viva la experiencia compartida con toda la familia franciscana en el marco del II Capítulo provincial de los hermanos de la Provincia de la Inmaculada. 
 
   Ha sido una vivencia llena de resonancias carismáticas en la que pude comprobar, una vez más, la gran riqueza espiritual que nos une, los retos comunes que compartimos y las dificultades también comunes, que mantenemos. Es por eso que en esta carta hago eco de la intervención del padre José Ángel Iruguren, Delegado del General para el Capítulo, pues lo dicho para los hermanos es, igualmente, significativo para nosotras.
 
    En la sala capitular resonaba, una y otra vez, la llamada fuerte a vivir como Hermanos Menores, como Hermanas Pobres; ahí está condesada nuestra identidad y ésto desde la conciencia de Orden y no sólo desde los provincialismos o federacionismos, que en cualquier momento pueden cambiar.

    Hoy y siempre, necesitamos dejarnos guiar, conducir por el Espíritu. Es el Espíritu del Señor y su Santa operación quien nos va haciendo más menores y más hermanas. No en vano, tanto Francisco como Clara nos exhortan:” Aplíquense, en cambio, en aquello que por encima de todo deben anhelar: tener el Espíritu del Señor y su Santa operación” (Rcl X,9). ¿Qué deseamos? ¿Anhelamos tener el Espíritu del Señor? ¿Qué deseos motivan nuestra fidelidad? El deseo nos pone en búsqueda del Bien Supremo, todo Bien, sumo Bien. Francisco nos enseña que “haciendo” es la mejor manera para comprender lo que tenemos que hacer. La santa operación nos saca de la pura teoría y nos adentra en la práctica de lo que deseamos.

    Vivir nuestra vocación hermanas Pobres es hoy lo mejor que podemos ofrecer. Una de las reflexiones que surgió con vigor e insistencia en el último Capítulo general de los Hermanos Menores fue la necesidad de renovar nuestra identidad franciscana y nuestra vida fraterna: «Reconocemos que primero somos hermanos/as, y que el modo de nuestra vida fraterna es el de la minoridad/pobreza voluntaria en la sociedad, en la Iglesia, en la Orden» (Cf. DF 11). Para ello la formación ha de estar decididamente enfocada a que este objetivo se convierta no en un deseo que vuela, que se queda en el aire, sino en un proceso que nos ponga a todas en camino de conversión vivo, de renovación, lo cual no se llevará a cabo sin un trabajo serio de discernimiento, estudio, formación y acción.

    Lo que el mundo necesita hoy más que nunca es buscadores y testigos de Dios, de un Dios amigo de todos, no sólo de los creyentes y piadosos. Por decirlo en pocas palabras, el mundo occidental está cada vez más necesitado de testigos de un Dios atractivo, capaz de seducir y fascinar, un Dios del que uno/a se pueda enamorar.

    ¿Qué caminos debemos recorrer para adentrarnos en la búsqueda de Dios?

    a) Impulsar la vida espiritual

    El objetivo no es sobrevivir. Lo decisivo, cualesquiera que sean el número, la edad o las limitaciones, es que haya vida espiritual. Hacer de la supervivencia el objetivo práctico de nuestra vida nos llevará a la inercia, a la pasividad; nunca a la audacia y la creatividad.

    Hay mucho que hacer hoy: escuchar la acción del Espíritu en estos tiempos diferentes-nuevos. Algo está siendo enterrado para que nazca una vida nueva: Si el grano no muere, no nace el trigo. Hemos de "morir", tal vez, a cosas relativas para que la búsqueda de lo Absoluto permanezca viva en nosotros.

    Nuestra tarea principal es abrirnos al espíritu desde esta nueva situación. Este momento que a nosotros nos parece de oscuridad es tiempo de gracia y de salvación.

    Lo que amenaza nuestra vida no son los cambios culturales, estructurales, vocacionales que se están produciendo, sino la mediocridad que vivimos en este tiempo de cambio. Si hay búsqueda, todo encuentra sentido: creatividad, caminos nuevos. Lo que ha de seguir vivo es el anhelo de Dios. Todo está bajo el amor de Dios también ahora. Nada escapa a su Amor. Cambios, envejecimiento de formas y estructuras, confusión e incertidumbre, aciertos y fracasos, pecados y cobardías... todo está bajo su cuidado.

    A Dios hay que buscarlo donde realmente está, no donde nosotras queremos o creemos que debería estar. Quien permanece atento al amor de Dios sabe que él nos habla desde la realidad de la vida, desde el interior de la historia, desde cada situación y momento cultural. Desde ahí la invitación a la responsabilidad.

    No puede faltar hoy una pregunta clave: ¿qué nos quiere decir Dios desde esta situación que nosotras consideramos oscura e incierta?


    b) Desde la espiritualidad de lo pequeño

    Lo pequeño, lo débil no poseen valor alguno en un mundo dominado por criterios de eficacia y poder, de rendimiento, éxito y eficiencia. Tal vez nosotras mismas, sin darnos cuenta, tendemos también a evaluar casi todo desde las cifras y los números, desde la eficacia de lo visible y la eficiencia de lo inmediato. Utilizamos los mismos patrones que utiliza esta sociedad para valorar el significado de nuestra situación actual. Seducidas por la eficacia y la grandeza de este mundo, no nos resulta fácil descubrir y vivir la "espiritualidad de lo pequeño". Sin embargo, es el momento de hacerlo.

    Lo que puede atraer a las nuevas generaciones no es el número, no es el prestigio del pasado ni el brillo de lo que fuimos, sino la verdad y la coherencia que trasmitimos con nuestra vida.

    Dios es gracia, también en situaciones que a nosotras nos pueden parecer negativas. ¿No era necesario este despojo para volver a lo esencial?


    c) Desde la vitalidad del hombre interior

    Siempre hay una llamada nueva de Dios que escuchar, siempre hay un camino que iniciar, algo nuevo que aprender, algo valioso que aportar. Siempre es tiempo de alabanza y de compromiso.

    Ser de edad avanzada no es excusa para estar muerto, para vivir encerrado en uno mismo. Pertenecer a una institución antigua no es excusa para negarse a leer los signos de los tiempos actuales o para rehuir caminos nuevos hacia Dios. Lo más propio de nuestra vida no es la resignación sino el anhelo, no es el conservadurismo sino la sabiduría, no es la rigidez sino la docilidad siempre renovada al Espíritu, no es la pasividad, sino la audacia del testigo de Dios. Estamos llamados a sostener como nadie el testimonio de la vida.

    Lo decisivo es que la fraternidad sea sensible hoy a la llamada de Dios. En medio de una Europa envejecida y cansada, lejos ya de antiguos momentos de esplendor, nuestra vida ha de mostrar con sencillez, verdad y alegría su búsqueda de Dios. No es la edad lo que realmente puede bloquear nuestra vida. El verdadero problema, cualquiera que sea nuestra edad, es el envejecimiento interior, la atrofia del corazón, la resistencia a la conversión, la sordera ante las nuevas llamadas del Espíritu, la tentación de "enterrar" el talento de la vida para conservarlo seguro sin advertir que ésa es la mejor forma de defraudar a Dios (cf. Mt 25, 14-3 0).

    Se nos pide, pues, seguir vivas, muy abiertas a Dios, muy cercanas a la vida de los hombre y mujeres de hoy.

    Arriesguemos el talento que se nos ha regalado. No es un camino fácil; pero no hay otro: ¿Cómo seguir la llamada de Dios sin arriesgarse? En este riesgo Dios es siempre compañero de camino. Él no tiene edad. Está tan vivo y activo como cuando nosotros éramos jóvenes. Dios es Dios.

    Estas palabras nos alientan y nos dan pistas para seguir profundizando y cuestionando sobre la calidad de nuestra vida evangélica franciscana-clariana. Francisco con sus palabras y vida es testimonio vivo y elocuente de que hoy, también, es posible vivir como hermanos menores y hermanas pobres, para ello hay que acoger la invitación a abrazar la fraternidad y la minoridad como núcleo de nuestra identidad franciscana, los “dos pulmones” que animan nuestro ser y dan vida a todas nuestras acciones. (Cf DF 11, 13).

    Abramos nuestros corazones y mentes a la renovación y revitalización que el Espíritu de Dios provoca en cada una de nosotras y en nuestra Orden. No tengamos miedo de "volver a empezar", ya que, como nos recuerda Tomás de Celano, al final de su vida San Francisco «no consideraba que ya había alcanzado su meta, sino que, incansable en la búsqueda de la santa novedad, esperaba constantemente volver a empezar» (ICel 103). (cf. DF 10). Empecemos a ser hermanas y a ser menores, no nos contentemos, simplemente, con ostentar dicho nombre, sino de testimoniar con la vida las actitudes existenciales que encierra.

    Que el Espíritu del Señor y su santa operación lo haga posible en todas y cada una. Así lo deseo y lo pido. Contad con mi cariño y oraciones; yo me encomiendo a las vuestras.

Prot. 14/21

Badajoz 28- 09-21

Sor Mª Teresa Domínguez Blanco
Presidenta Federal