“Concédenos hacer lo que sabemos que
quieres” (CtaO. 50)
Provincia de la Inmaculada ofm
El lavatorio de los pies, gesto escogido por Jesús, para indicarnos primero un amor de hermano, un amor cercano, un amor servicial. Lo segundo que salta a la vista es que Jesús se declara como un hermano desde abajo. No con su poder mesiánico, sino con su amor servicial. Comprendemos muy bien que Pedro no pueda resistir este gesto, el que espera de Jesús, por fin, un acto que revele su condición mesiánica, poderosa, conductora de su pueblo, no lo puede aguantar. ¿Cómo es posible que este Jesús, en quien él ve al Mesías, no caiga en la cuenta, de que le corresponden los actos gloriosos, y en vez de ellos prefiera los actos, desde abajo? Donde él pierde su honor, donde él no hace caso de su prestigio, donde él se coloca en una actitud humilde, en una actitud menor.
Esto va a ser muy importante para San Francisco, ¿quién es Jesús? Jesús es un hermano, Jesús es un hermano desde abajo, un hermano menor. Tanto más que Jesús el mismo va a subrayar de otra forma su gesto “¿comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y con razón, porque lo soy. Pues bien, si yo el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, no hay otra forma de ser Maestro y Señor sino lavando los pies”.
He aquí la infinita revelación de Jesús. Él es nuestro hermano y nuestro hermano menor. Y ahí se revela que Él es Dios para nosotros. Que Él ha venido para curar, a limpiar, a perdonar a sanar, a aliviar la vida, a dar energía a conducir, a consolar a fortificar. Y con eso desata la Pascua nueva, esta es la intervención segunda de Dios en la historia de la cual brotará un pueblo que camina hacia la plenitud de la santidad, y hacia la plenitud de la unidad, y de la eficacia en beneficio de la humanidad. Esta es la intervención pascual de Jesús, cosa que San Juan ha subrayado profundamente: “era antes de Pascua, sabía Jesús que había llegado para Él la hora de pasar (la Pascua) de este mundo al Padre. Sabiendo que todo había venido de Dios y a Dios volvía, es la Pascua de Jesús”. Y la pascua de Jesús es limpiar los pies a los hombres como hermano desde abajo. Como siervo de Yahvé que lleva su vocación de enviado por amor hasta el final.
Jesús pues se define a sí mismo en esta escena, “Yo estoy aquí para vosotros desde abajo”. En los escritos de San Francisco tenemos muchas alusiones a este testo. Es sin duda una escena que Francisco ha asimilado profundamente. Los textos paralelos de esta escena, por ejemplo, aquel de Lucas 22, 26-27 han provocado una gran influencia en Francisco. Nos cuenta Celano como le vino a la boca el nombre de hermanos menores para su Orden: Estaban los hermanos escuchando el Evangelio, y el lector leyó “Quien sea el mayor entre vosotros se haga el menor” (Lc.22, 26) narración de la Ultima Cena. Y en ella Jesús frente a la ambición de los discípulos que discuten ¿quién es el mayor? Les dice: “El que es mayor entre vosotros, hágase como el menor”. Y nos dice Celano, que Francisco dijo: “Así se va a llamar nuestra Orden, hermanos menores”.
¿Qué hay pues detrás de este título, que Francisco asigna a su Orden? No hay otra cosa sino que él ha leído así a Jesús, lo ha interpretado así, y ha querido que la vocación de seguimiento de sus hermanos y suya, no puede ser otra sino la de situarse entre sí y con el mundo, como hermanos desde abajo, hermanos menores.
Tenemos otro texto Mateo 20,28, “el Hijo del hombre no ha venido para ser servido sino para servir, y dar su vida por el rescate de muchos”. Este texto ha sido también tomado por Francisco en la 1ª Regla 4,6: “Y recuerden los ministros y siervos que dice el Señor: “no vine a ser servido sino a servir” y que les ha sido confiado el cuidado de las almas de los hermanos”, su función es pues colocarse como hermano, y cuidar de las almas y de los cuerpos dirá en otro sitio de sus hermanos.
En el capítulo 6 de 1ª Regla, Francisco ha asumido incluso el gesto de lavar los pies: “nadie se llame prior, más todos sin excepción llámense hermanos menores y lávense los pies el uno al otro”. Que cerca esta llamarse hermanos menores y lavarse los pies el uno al otro. Efectivamente hermano menor, viene a ser igual que aquel que limpia los pies el uno al otro.
En la Admonición 4ª reflexiona así San Francisco, “no vine a ser servido sino a servir, dice el Señor. Los que han sido constituidos sobre otros gloríense de tal prelacía como si estuviesen encargados del servicio de lavar los pies a los hermanos” Por lo visto en las comunidades primitivas franciscanas había hermanos que tenían la tarea de limpiar los pies a los que llegaban, “el oficio de lavar los pies a los hermanos” “y cuanto más se alteren por quitárseles la prelacía que el oficio de lavar los pies tanto más atesoran en sus bolsas para peligro del alma.”
Admonición 19 “dichoso aquel siervo que desea estar siempre a los pies de los otros”.
En todos estos textos por tanto se nos está hablando de la minoridad como servicio, el hermano José Mª Arregui en su libro “Aprender a vivir con Francisco de Asís” en el capítulo IV donde habla de la Minoridad/Humildad, tiene un apartado sobre el servicio que nos puede ayudar a profundizar en la reflexión de este retiro de la minoridad en acción como servicio.
El hermano Francisco: siervo y servidor
Nos ocurre muchas veces: cuando presentamos nuestro “curriculum”, o cuando presentamos a alguien de nuestra familia, muchas veces nos gusta lucir los títulos y cargos que tenemos, con más o menos disimulo. Y ahí, en esa carrera hacia el lucimiento, nadie se corta un pelo y a todos nos gusta presentarnos como “directores” o “doctores” o, al menos, “licenciados”, “gerentes” o “superiores” de un Santuario; y, cuando no tenemos título, echamos mano de la historia, de lo que se ha sido y decimos: “ex presidente” de la compañía, o “ex General” de la Orden… ¡Cómo nos gusta tirar de título!
También Francisco tiraba de títulos, pero los suyos fueron: “siervo”, “servidor”, “hombre caduco y vil”… Esos son los adjetivos con los que gustaba definirse, especialmente cuando encabezaba alguna carta: “El hermano Francisco, siervo y súbdito”. “Puesto que soy siervo de todos, a todos estoy obligado a servir” (cf 2 Cata F 1-2). “El hermano Francisco, hombre vil y caduco, vuestro pequeñuelo siervo” (cf. (CtaO 3).
La carta de presentación del hermano Francisco decía: “servidor”, “siervo al servicio de los demás”, así se autodenominaba y definía y ahí hay mucho que profundizar y aprender.
Ser hermano, aprender a servir
El franciscanismo es muchas cosas a la vez, pero, por encima de todo, es el aprendizaje y la práctica del servicio, de esta forma, el franciscanismo se vuelve evangélico y resulta moderno, actual, porque, hoy, como ayer, solo tiene futuro quien sirve con humildad.
El servicio es un componente importante en el carisma de Francisco y es una de las principales exigencias de la forma de vida de los primeros hermanos. Basta mirar un poco el vocabulario que emplea Francisco en sus Escritos. El verbo “servir” se emplea al menos 29 veces. Y, curiosamente, es refiriéndose a los superiores cuando más se habla del servicio (84 veces): los superiores son “ministros” en el sentido original de este término; tienen el “ministerio” del servicio, son servidores.
El que no vive para servir, no sirve para vivir, se ha escrito y se dice con frecuencia y podríamos añadir: el que no ha aprendido a servir, no ha entendido a Francisco. ¿Y a Jesús? Tampoco, porque “no he venido para que me sirvan, sino para servir”, dijo el Maestro (cf. Mc 10, 45).
Servir a Dios y servir al hermano.
Cuando pensamos en el servicio, inmediatamente tendemos a pensar en los grandes o pequeños servicios que nos debemos entre nosotros, unos a otros. Cuando Francisco habla del servicio, en cambio, primero habla y se refiere al servicio a Dios.
El servicio, para Francisco, es esa actitud oblativa y agradecida de la criatura frente a su Creador. Es tanto lo que se ha recibido de Él, que el hombre, todo hombre siempre, a todas horas, y con todo el corazón y con todas sus fuerzas busca “conocer, adorar y servir a Dios” (cf. 1R 23, 4). La prioridad absoluta de Dios en la vida del hombre exige la total entrega de éste al servicio de Dios. Francisco hizo pronto la lúcida opción de “servir al Señor antes que al siervo” y de esta forma se transformó en el siervo arrodillado ante su Señor, fascinado de su belleza y bondad y agradecido a su inmerecida misericordia. Vivir es, para Francisco, servir a su Dios, adorarle con todo el ser, con todas las energías, siempre.
Y este servir a Dios, tiene también el complemento necesario: el aprender a servir al otro, al hermano. “Por la caridad del espíritu, voluntariamente sírvanse y obedézcanse los hermanos unos a otros” (1R 5, 13-15) Para Francisco servir a Dios es también servir a aquellos por quienes Dios siente amor y ternura, es decir, los que tiene hambre y sed, los enfermos, los encarcelados, los oprimidos.
De alguna forma, Francisco viene a decirnos: la verdad del servicio a Dios se ve en el servicio a los hermanos, especialmente a los más golpeados por la vida, los despeñados, los enfermos, los pobres, los despreciados y los que no pueden devolver nada a cambio.
Los rasgos del servicio
Es evidente que, en la vida, de un modo o de otro, todos prestamos servicios. Pero se pueden prestar servicios incluso por interés personal, por egoísmo. Por consiguiente, la calidad del servicio, el test del servidor, según Francisco se juega en él, desde dónde se prestan y en el modo de prestarlos. Según Francisco estos son algunos de los rasgos del servidor:
- Servicio, fruto del amor (1R 5,13): “Por la caridad del espíritu” dice Francisco, pero la idea es esta: que el servicio que presto no sea por interés propio, ni para quedar bien, ni solo para cumplir una norma. El servicio que presto nace del amor, un amor concreto y real a aquel a quien sirvo.
- Servicio prestado voluntariamente (1R 5, 13) y sin voluntarismo se podría añadir. Todo lo que nace del voluntarismo tiene vocación de secarse y de cansar. El voluntarismo cansa mucho y al final, tarde o temprano, uno desiste. Otra cosa es hacerlo voluntariamente, con voluntad de bien, como fruto del bien y del amor.
- Servicio con ida y vuelta, “mutuamente”. (1R. 7, 14-15) Francisco que había comprendido muy bien el NT y que la vida es interrelación, habla de servirse “mutuamente”, los unos a los otros. Pues la regla es fácil: el que solo da, es un paternalista; el que solo quiere recibir, es un permanente adolescente. El servidor franciscano es un adulto con viaje de ida y vuelta, es alguien que da porque vive del amor, pero también alguien que sabe pedir porque se siente limitado y pobre y necesita a los demás. ¡Cómo nos cuesta pedir! Y es que ¡olvidamos que somos limitados y que nos necesitamos los unos a los otros!.
- Servicio con humildad, sin humillar (cf. 1 Cel. 39). Hay veces que con el favor o servicio que prestamos, humillamos al otro, al hermano, porque por el modo como lo hacemos, el otro puede sentirse menos, menospreciado, más pobre de lo que es. Es un arte, que solo lo tienen los grandes, el arte de servir sin humillar, sin aplastar, si dar importancia a lo que se hace y dando solo importancia al otro que está enfrente. Es lo del evangelio: “que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha” (cf.Mt 6,3).
- Servicio “como nos gustaría a nosotros” (1 R. 10,1). Es la regla de oro y que Francisco conoce bien y subraya. Se trata de prestar el servicio al hermano, pero como nos gustaría a nosotros si nos encontráramos en caso semejante. ¡Qué importante es haberse sentido pobre siquiera alguna vez y haberse visto en la necesidad de pedir para que, cuando alguien nos pide algo, sepamos hacerlo, pero ¡cómo nos gustaría a nosotros! ¡Importante aprender a ponerse en la piel del otro!
- Servicio al hermano que está cerca. Todos hemos soñado alguna vez algún gesto heroico, dar la vida en circunstancias extremas, salvar a uno en un incendio. ¡Nos puede la megalomanía! Lo grande se juega en lo pequeño, lo heroico es asumir el “día a día”, lo concreto, real y hasta banal de cada día y hacer de lo ordinario “extraordinario”. Eso lo logra el amor.
El servicio como vocación
El servicio no es algo extraordinario que hacemos cuando tenemos las pilas cargadas. El servicio es vocación y cuando una comprende que la vida es servicio, ha entendido todo y es feliz, como Francisco, como Jesús, como María, como tantísimos hombres y mujeres de hoy que dedican su vida a los demás y paradójicamente en su aparente perderse, se encuentran; en su vaciarse por los demás, quedan arropados, el que ha entendido que la vida es servicio, ha entendido el meollo de la vida y es feliz porque “ven, bendito de mi Padre, porque tuve hambre y me diste de comer…” (Cf. Mt 25, 31-40) es, en definitiva, lo que dice R. Tagore:
Textos para la reflexión: