Pestaña

viernes, 2 de abril de 2021

Mensaje de Pascua del Ministro General

Fr. Michael Anthony Perry, OFM 

El mensaje de la tumba vacía

 

Mis queridos hermanos, Aprovecho esta solemne ocasión para desear a cada uno de vosotros una muy bendecida y santa Pascua.

Como escuchamos en el pasaje evangélico de San Juan que se lee el día de la Pascua (cf. Jn 20,1-9), tres amigos y seguidores de Jesús tuvieron tres experiencias muy diferentes del evento de la tumba vacía: María Magdalena, Pedro y el famoso “otro discípulo” joánico. En el caso de María, llega “cuando todavía está oscuro”. Esta frase pone en evidencia uno de los temas teológicos centrales del Evangelio de Juan: la lucha entre la luz (la justicia) y las tinieblas (todo lo que no es de Dios). No cabe duda de que sigue llorando la pérdida de su Maestro y amigo. Esta es probablemente la razón por la que ha vuelto al sepulcro, para llorar la muerte de Jesús y buscar respuestas a las preguntas que rondan su mente y su corazón. Sin embargo, lo que ve le provoca una reacción más profunda, de miedo, el miedo a que aquellos con malas intenciones hayan robado el cuerpo de Jesús. Es esto, quizás, lo que la lleva a correr de vuelta donde los discípulos para informarles de lo que ha presenciado.

El “otro discípulo”, “el que Jesús amaba”, es el segundo en llegar al sepulcro, adelantándose a Pedro, tal vez porque era más joven. Espera fuera del sepulcro, aguardando respetuosamente la llegada del compañero mayor. Sólo después de la llegada de Pedro y su entrada en el sepulcro, este “otro discípulo” se atreve a entrar en el espacio sagrado. Cuando este “otro discípulo” entra finalmente en el sepulcro, algo ocurre en su vida. Reconoce que Dios está haciendo algo grande en Jesús y a través de él - “vio y creyó”-, pero aún no está claro qué significan estos acontecimientos ni qué diferencia supondrán en su vida.

Muchos estudiosos de la Biblia coinciden en afirmar que este “otro discípulo” representa a cada uno de nosotros que somos seguidores del Señor Jesús resucitado. Al igual que este “otro discípulo”, tal vez también nos encontremos en diferentes momentos de nuestras vidas, corriendo en busca de respuestas a preguntas de toda la vida, que se han hecho aún más evidentes en estos tiempos de la pandemia del COVID-19. Tal vez nosotros, como el “otro discípulo”, hemos llegado a percibir en el vacío, el miedo y el aislamiento provocados por la pandemia algo diferente en nuestras vidas, en nuestro mundo, algo que reclama una conversión más profunda, una verdad mayor, una justicia y una paz más profundas para que podamos realmente “ver y creer”. ¿En qué consiste ese ver y creer? Quizá en la convicción de que Dios está aquí, que la esperanza está cerca, que el amor de Dios en Jesús, ofrecido a todas las personas y a toda la creación, es más fuerte que la amenaza de la pandemia, la amenaza de la enfermedad y la muerte.

El tercer testigo de estos hechos es Pedro, quien había negado conocer a Jesús durante su juicio, condena y crucifixión. Tal vez su silencio sea el resultado de sus sentimientos de culpa, vergüenza y total incapacidad. Estos sentimientos suelen provocar el silencio. No era más que uno de los muchos discípulos y amigos que habían abandonado a Jesús en su hora más oscura. No hay confesión de fe por parte de Pedro, como fue el caso del “otro discípulo”. Más bien, recoge información y luego vuelve a la “habitación cerrada” donde él y los demás discípulos y amigos de Jesús se refugiaron. Es probable que discutieran juntos lo que habían visto y oído. Sin embargo, el vacío del sepulcro, su mensaje, no había penetrado todavía los gruesos escudos protectores que Pedro, los discípulos y seguidores de Jesús, y que nosotros construimos a menudo para protegernos de lo que percibimos como un peligro, una amenaza, lo que provoca miedo, confusión, ira e incluso desesperación.

Queridos hermanos, me habría resultado más consolador hablar de la segunda parte del capítulo 20 del Evangelio de San Juan, que, según muchos estudiosos de la Escritura, se añadió en un momento posterior, casi como para redimir los impenetrables acontecimientos del sufrimiento y la muerte de Jesús, demostrando a los discípulos la presencia viva del cuerpo resucitado de Jesús. Sin embargo, creo que este primer “encuentro” con la tumba vacía nos proporciona un importante instrumento para reflexionar sobre nuestra experiencia vivida durante la pandemia del COVID-19. Es evidente que las tinieblas han cubierto la tierra, como en los tiempos primigenios antes de que Dios pusiera orden en el caos (Gn. 1:2). Junto con toda la humanidad, hemos experimentado las amenazas de caos y vacío provocadas por la pandemia de COVID-19. Nos hemos encontrado aislados, sin contacto físico. Hemos tenido que ponernos “escudos” para protegernos del peligro desconocido, pero siempre presente, de un organismo invisible capaz de hacernos un gran daño, física, mental, espiritual, social, económicamente y en todos los demás aspectos. Mientras nos preparamos para recibir la vacuna con el fin de protegernos, también reconocemos que todavía hay demasiadas cosas desconocidas sobre el virus como para permitir que bajemos la guardia. La noche oscura aún no ha terminado.

El mensaje de la Pascua trae esperanza e inspira valor a todos los que profesan la fe en el amado Hijo de Dios, Jesús. La tumba vacía no nos proporciona respuestas. Más bien crea un espacio en el que podemos plantear preguntas difíciles. Ofrece un lugar en el que podemos enfrentarnos a todo lo que nos hace temer, a todo lo que nos empuja a elegir el aislamiento de Dios, de los demás, e incluso de nosotros mismos, en lugar de elegir los caminos de la auténtica fraternidad con Dios y con los demás. Al final, la promesa de la resurrección nos da esperanza. Sin embargo, esta esperanza no es sólo el resultado de algo que viene de fuera de nosotros, de la creencia en el poder de la gracia y el amor de Dios. Es, en definitiva, el resultado de una decisión que tomamos dentro de nuestras mentes y corazones para acoger y abrazar a Aquel que ha abrazado la muerte para que pueda conducirnos a todos hacia una auténtica experiencia de lo que significa estar vivo. La resurrección de Jesús nos presenta una opción radical: vivir diariamente en el poder del amor de Dios, que es más fuerte que los efectos crueles y esclavizantes de la injusticia, el racismo, el odio, la violencia y la frialdad espiritual. O vivir en la indiferencia, el miedo y la desesperanza que ofrece todo lo que se opone a la justicia, la santidad, la bondad y la verdad.

Que el amor y la paz que Jesús ofrece a todos los que confían en Él nos llenen de alegría y nos fortalezcan en nuestra decisión de abrazar el camino de la cruz, el camino del Evangelio, de abrazar incluso la tumba vacía. Al igual que María de Mágdala, el “otro discípulo”, y Pedro, que lleguemos a experimentar lo que realmente significa estar vivo en Cristo Jesús.

Bendiciones de alegría pascual para vosotros, queridos hermanos, y también para vosotras, mis queridas hermanas de clausura clarisas y concepcionistas. Sigamos también rezando para que la gracia amorosa de Dios se derrame sobre nuestro Capítulo General.

 

¡Felices Pascuas de Resurrección!

 

28 de marzo de 2021

Domingo de Ramos

Prot. 110387

 

 

Fr. Michael Anthony Perry, OFM

Ministro general y siervo

 VER PDF