Fr. Juan Carlos Moya Ovejero, ofm
Queridas hermanas pobres de Santa Clara, paz y bien
Los hermanos de la Provincia de la Inmaculada nos unimos a todas vosotras en la acción de gracias a Dios por la vida de Santa Clara. Deseamos que podáis celebrar el misterio de Dios revelado en esta mujer única en la historia de la Iglesia.
No dejamos de sorprendernos de la obra de Dios en ella, de su santidad y de la manera como el Espíritu la fue llevando para ser tierra fecunda y tener tanta fuerza como para constituirse en “madre de muchas vírgenes”, tal como nos dice el prefacio de su liturgia.
Cristo dijo de sí mismo que era manso y humilde de corazón. También nos recordó que su yugo es llevadero y su carga ligera (Mt 11,29-30). La imagen del yugo, lejos de producir rechazo en nosotros, nos ha de sugerir que seguir a Cristo es caminar a su lado y no simplemente detrás. También implica ir unido a Él en todo momento, pues a su lado, todo aquello que nos venga en la vida, sea del signo que sea, será fácil llevarlo adelante. El yugo es el amor de Cristo que nos une en comunión con él y nos facilita el camino de la vida.
Esta fue la elección de Santa Clara, y su respuesta a la invitación de entregar la vida a Aquel que la amó de manera incondicional. Aceptó seguirle con alegría, la que le producía encarnar la radicalidad del “sin propio”, y no dudó en hacer vida aquello que le propuso a su hermana Inés de Praga: el Rey de los ángeles, el Señor del cielo y de la tierra es acostado en un pesebre. Y en medio del espejo, considera la humildad, al menos la bienaventurada pobreza, los innumerables trabajos y penalidades que soportó por la redención del género (4CtaCl 21-22).
Contemplar con gratitud a Cristo pobre nos lleva a dirigir nuestra mirada desde esa misma actitud a los emprobrecidos de este mundo. Esto es posible cuando asumimos nuestra propia pobreza. Si los tiempos actuales nos recuerdan que vivimos en un constante despojo, la crisis provocada por la pandemia del coronavirus ha venido a reforzar esta experiencia. Gracias a Dios no hemos tenido que lamentar pérdidas directas de hermanas y hermanos, pero la muerte de varias decenas de miles de personas, algunas de ellas cercanas a nosotros, nos ha de ayudar a vivir centrados en lo esencial. Si bien la vida es un camino, experiencias como el confinamiento vivido en estos últimos meses nos confirman de manera decidida en vivir con mayor radicalidad la gratuidad de nuestra opción de vida, el amor incondicional por todos y por todo, la entrega a nuestros hermanos y hermanas… El egoísmo mata más que el virus, escribía un periodista durante aquellos días inéditos. El amor salva más vidas que las vacunas, podemos decir nosotros. El amor es Cristo, el que gustó Clara, el que nos dejó para siempre con su ejemplo de vida. Sed bendecidas por Él, de modo, que el Señor esté siempre con vosotras, y ojalá que vosotras estéis siempre con Él (BenCl 16).
Recibid un abrazo fraterno.
Fr. Juan Carlos Moya Ovejero, ofm
Ministro provincial
Prot. 057/2020 Madrid, 9 de agosto de 2020