Pestaña

viernes, 7 de febrero de 2020

Retiros de Fraternidad: Febrero

Con el corazón y la mente vueltos al Señor 
EREMITORIO Y SOLEDAD

Por eso, pues, todos los hermanos estemos muy vigilantes, no sea que, so pretexto de alguna merced, o quehacer, o favor, perdamos o apartemos del Señor nuestra mente y corazón (RnB 22,25).

La experiencia contemplativa en la soledad forma parte de la herencia franciscana. Se expresa a través de lugares solitarios y de momentos privilegiados de retiro (cf. CC.GG., 31; EE.GG., 14). Se trata de un modo para profundizar la vida con Dios, sea solos o en fraternidad. Alejarse para orar supone una búsqueda radical del Reino de Dios y de su justicia (REr 3).

1. Importancia de la vida en soledad
“subió al monte para orar a solas. Al anochecer seguía allí sólo”. Mt. 14,22
La hagiografía y las crónicas franciscanas muestran una predilección por los lugares retirados (montañas, grutas, bosques, islas). Estos lugares dan testimonio de una experiencia privilegiada de oración, en un ambiente despojado y en medio de la naturaleza. Ya en los inicios de la Orden, la llamada a una vida de oración radical se presenta como un dilema para Francisco y sus hermanos (cf. 1Cel 35; LM 12,1). Expresa una tensión necesaria entre el retirarse en la soledad y el ir por los caminos de la evangelización.
La Regla para los eremitorios es una innovación en el eremitismo cristiano por el estilo propuesto: una vida retirada en una pequeña fraternidad, fundada en un doble modelo, evangélico (Marta y María) y familiar (madres e hijos); alternancia regular de los papeles y de las responsabilidades; prioridad dada al Oficio y a la búsqueda de las cosas de Dios; contexto pobre (mendicidad) y solitario (clausura). Indicios históricos revelan que este proyecto se puede realizar (cf. hermanos españoles, 2Cel 178) y, a veces, necesita correctivos debido a relajaciones inevitables (cf. 2Cel 179).
Nuestra legislación afirma la pertinencia de la vida en los eremitorios y en las casas de oración para los hermanos. Además, los abre al mundo y quiere hacer accesibles «estos refugios de íntima oración» (EE.GG., 13). Por este motivo, se recomienda la acogida de los fieles. El retiro en la soledad no se hace solamente por cuenta propia.

2. Resistencias ante este proyecto
La pertinencia y la posibilidad de vivir según la Regla para los eremitorios nos dejan una preocupación profunda. En otras palabras, cada hermano y cada fraternidad están llamados a un estilo de vida que favorezca experiencias radicales de soledad. ¿Creemos en la necesidad de retirarnos al desierto, lejos de todo para buscar a Dios y llevarlo después al mundo? (No importa la amplitud o la duración de la experiencia; lo que importa es la experiencia misma).
No obstante, las prescripciones de la Orden a propósito del proyecto eremítico o de una casa de oración, se pone el problema del interés real de los hermanos o de su frecuentación a estos lugares.
¿La vida en eremitorio es un principio, un ideal sin ninguna repercusión en la vida concreta? ¿Un piadoso deseo sin consecuencias prácticas? De hecho, pocos son los hermanos que participan en este tipo de experiencia. En algunos lugares, prescripciones tan sencillas como las de los ejercicios espirituales anuales o de los Capítulos de renovación, se realizan difícilmente.
Este proyecto va más allá de la elección de un lugar adecuado. Empeña opciones, colaboración y continuidad, en contradicción con los valores sociales contemporáneos. Aparentemente, esta forma de vida no produce nada de concreto ante las urgencias y los problemas del mundo de hoy. También nosotros, nos enfrentamos con la ilusión de la productividad de nuestras vidas (ministerios, compromisos). El eremitorio puede parecer un lujo para algún hermano original. A pesar de ello, ¿no ha resonado, al menos una vez dentro de nosotros, la llamada al desierto, al eremitorio o a la soledad radical?
La credibilidad de este tipo de proyecto depende de la continuidad, de la visibilidad y de la accesibilidad. Lo que vale para una fraternidad retirada vale también para las demás fraternidades. El trabajo y el empeño pastoral no eliminan la exigencia de retirarnos cada cierto tiempo.
¿Cómo conservar el equilibrio entre compromisos y espacios de soledad? La vida en soledad no está hecha para contrapesar el activismo; por el contrario, ofrece una distancia, una separación de la actividad diaria para nutrirla mejor, para convertirla y, después, reintegrarla.

3. Algunos elementos esenciales de la "Regla para los eremitorios" (Tomado del documento: "Escuchen y vivirán")
Del texto de la Regla para los eremitorios brotan estos puntos importantes: es la fraternidad y cada hermano, quien vive la experiencia de oración. San Francisco propone un estilo de vida, como “madres” y como “hijos”, teniendo como referencia esencial el icono evangélico de Marta y María. La intuición genial y fascinante del Santo de Asís se centra en el acoger y escuchar al Señor. Exhorta a cada hermano a mendigar como pobrecillo y vivir como hijo, como “menor”, en una alternancia dinámica y fecunda (de hijo a madre) que ayuda a comprender en profundidad el cuidado recíproco y formar parte de un camino de libertad, que a través de una “dulce dependencia” del otro, nos abre a la relación con el Otro, el Señor. Busquemos profundizar los puntos indicados más arriba.

A. La fraternidad y cada hermano
La fraternidad y cada hermano, no solo son un potencial regalo del Señor, sino que son “el lugar místico” en donde se vive el Evangelio. Es un lugar en donde se vive la experiencia de oración y de encuentro con el Señor. La Fraternidad es una dimensión mucho más amplia de lo que pensamos. Para Francisco mismo, desde los orígenes, el Señor le manifestó que debía vivir el Evangelio junto con los hermanos. En el Testamento escribe: Y después que el Señor me dio hermanos, nadie me mostraba qué debía hacer, sino que el mismo Altísimo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio (Test 14). Si no hay hermanos todo es más pobre, estéril y triste, y sobre todo no se daría la riqueza de la experiencia de la fraternidad en el Señor, ni el compartir de su Palabra. En Francisco se da la unidad de lo simultáneo. El Asisiense, ante todo, habla de la importancia de la relación entre los hermanos y al mismo tiempo, intuye que de este modo se aprende a vivir concretamente la relación con Dios, involucrando a todos y a todo en sí mismos. En esta simultaneidad no podemos dividir la experiencia de la relación con el otro y con los hermanos, de la experiencia de la relación con el Señor. Existe una unidad. Esta es la experiencia revelada por el Señor a san Francisco y a sus hermanos; una invitación a vivir en la fraternidad la experiencia espiritual de Betania, como Marta y María, siendo “madres” e “hijos”.

B. Un estilo de vida
Es notable la concreción de Francisco: propone una cosa inmediata. Nos parece importante observar un rasgo típico suyo: a través del icono evangélico de Marta y María (cf. Lc 10,39-40), en el breve escrito sobre la vida en los eremitorios, usa alegorías e imágenes femeninas para hablar de sí y de la vida de los hermanos. Las exhortaciones con que Francisco pide a los hermanos que están en los eremitorios de guardarse del contacto con la gente, la invitación dirigida a las “madres”, a fin de que cuiden a sus “hijos” de cualquier extraño, de tal modo que nadie pueda hablar con ellos, dan que pensar que a menudo los hermanos que habitaban en los eremitorios por lo menos en algunos momentos eran perturbados y distraídos por la gente. Por esto Francisco subraya el papel importantísimo de “Marta”, la madre, que permite al hijo vivir en soledad y oración para recibir la Vida. La madre da la vida: es su vocación, está consagrada a esta oferta viviente1. El verdadero amor fraterno contiene en sí la delicadeza confiada y la efectiva generosidad del amor materno: nutre, protege y se sacrifica por sus propios hijos (cf. Rnb 9,10-11). Estos roles son co-esenciales:
uno y otro no se excluyen. En esta relación de cuidado maternal y respetuoso donde se recrea espiritualmente el lugar de “Betania”, lugar donde sucede la acogida y se sienta uno a escuchar al Señor. Por tanto la relación de la que habla Francisco está llena de afecto y de atención recíprocos2. Notemos que este estilo de vida, y “lugar vital”, es la mediación que “conduce” a todo orante a “Betania”, a la oración y al diálogo con el Maestro. Sencillamente, este lugar espiritual tiene como objetivo y fin último el encontrarse y estar con el Señor.

C. Acoger y escuchar al Señor
Los que son los “hijos-María” están llamados a acoger, sentarse a los pies del Señor y escuchar su voz. Es la invitación necesaria para conocer al Señor. El estar en oración garantiza y cuida la primacía de la relación con Dios en nuestra vida. En efecto, Francisco en este breve texto recuerda el Evangelio: Ante todo busquen el reino de Dios y su justicia (cf. Mt 6,33; Lc 12,31; Rnb XXII, 26; Rb V, 2). Buscar el reino de Dios es una realidad tanto exterior como interior, es la manifestación del señorío de Dios en nosotros que se vuelve experiencia de la gracia divina. Este regalo no lo puede ni comprar ni pretender conquistarlo el hombre con sus propias fuerzas, porque viene de Dios, sino que está llamado a acogerlo y hacer experiencia del mismo. En cambio el sentido de justicia en el contexto franciscano significa devolver belleza a lo que había sido deformado3, es decir, restituir la belleza como Dios la había deseado y pensado, porque toda belleza viene de Dios. Al devolver la belleza a cualquier situación o relación destrozada o “deformada” del modo equivocado de amar, nosotros vivimos y experimentamos la Presencia de Dios. Es esta gracia la que restituye un orden espiritual interno, un orden sagrado4.
Para san Francisco este camino interior de búsqueda del reino de Dios y de su justicia necesita de un tiempo de soledad y trabajo interior, que podemos definir como una soledad en fraternidad. Esta es una característica típica franciscana, única en cuanto que se aparta de la modalidad y del pensamiento clásico de vivir el Eremitorio. La soledad de que habla Francisco en el breve texto sobre Aquellos que quieran vivir la vida religiosa en eremitorios (cf. REr 1), no es la vida de un ermitaño en el desierto, sino una invitación a una soledad cuidada por la presencia de la fraternidad. Esta experiencia naturalmente, si se lleva a cabo en la forma debida, no se convierte en violación o reducción del silencio, sino que es una soledad que implica un lenguaje y una comunicación más profunda, donde los “hijos” oran en soledad sabiendo y conociendo que están silenciosamente cuidados por las “madres”. Para hacer concreto todo esto – la organización de los espacios, del tiempo, de la posibilidad de estar en lugares apartados y para celebrar la liturgia de las horas – son los modos necesarios para favorecer la escucha del Señor, su señorío y su justicia en nosotros. La tradición de la Iglesia misma, siempre ha cuidado y propuesto esta “soledad habitada” como camino privilegiado del encuentro con el Señor. Esto nos sitúa dentro de la dimensión de una pobreza y de una minoridad que debería conducirnos cada vez más a vivir como “hijos-discípulos” en la escucha del Maestro.

C. Mendigar como pobrecillos
Otro aspecto interesante que emerge de esta breve norma de vida es la capacidad de Francisco para armonizar la búsqueda de la primacía de Dios junto con las relaciones humanas y recíprocas. El Santo de Asís, que conoce bien la riqueza del ser pobre, parece evidenciar la relación “madre-hijos” como paradigma existencial en que la pobreza del hijo es vivida como gratitud para con la “madre”...: signo providencial del cuidado por parte del gran Limosnero. Esto significa vivir como hijos necesitados y “menores” para confiar en el Señor, que usa las mediaciones de los hermanos y del “libro de la creación” para manifestar la solicitud divina para con sus criaturas (cf. 2Cel 77). Los “hijos”, están llamados no a pretender sino a “depender” de las “madres” como pobrecillos, dice Francisco y a pedir limosna por amor del Señor Dios (cf. REr 5). Reconocerse necesitados y dependientes del otro no es fácil, especialmente cuando estamos habituados a vivir una vida autónoma e independiente, aunque es parte esencial de la vida franciscana: ser pobres y dependientes para ser “hijos” sencillamente libres de todo tipo de preocupación del mundo (cf. Mt 6,24-34). En este sentido, podríamos decir que los “hijos” experimentan su ser de criaturas amadas, para renacer espiritualmente y ser también atraídos por la fascinación de haber vivido la relación más importante: el estar con el Señor.

E. Una alternancia liberadora
Un punto muy importante es la alternancia, a la que Francisco invita a los hermanos: Los hijos, a veces asuman el oficio de madres, como les pareciere oportuno disponer de distribuirse según las circunstancias, tratando de observar todo lo dicho anteriormente (cf. REr 10). Esta intuición del Santo de Asís es única y original. Por una parte, esta alternancia, recuerda profundamente el estilo franciscano, el ser “menores”: el papel de ser “madre” para con el “hijo” no es un papel de dominio o de posesión que es siempre una dimensión típicamente femenina y materna. Para Francisco, mater significa asumir el cuidado del otro en su concreción (el nutrir y cuidar), semejante al Ministro, es decir, servir a los hermanos; es “el amor libre”, que desea el verdadero amor por el otro (cf. Rnb IX, 10-11). Por otra parte, en esta alternancia, dejada a la discreción de los hermanos, Francisco invita a los “hijos” a experimentar concretamente el “papel” de “madre” para aplicar la regla de oro para con el hermano que ahora será llamado a ser “hijo”. De esta manera la alternancia tienen la función de garantizar la relación libre, fraterna y materna que es responsabilidad de la “madre”: no domina, sino que sirve; del “hijo”, que no entra en una dependencia infantil e irresponsable.

F. Mirada de conjunto
De cuánto hemos enunciado, el texto, en sus diversas articulaciones tiene como punto neurálgico la experiencia del encuentro; esto consiste en la acogida y en la búsqueda del Señor, de su Reino y de su justicia: fuente de toda belleza y de todo bien último. Es el camino dinámico de la alteridad no libre de sufrimiento, pero que al final conduce al convencimiento de que solos no podemos hacer nada. Por tanto, un camino que nos libera de nuestra ilusión de autonomía que a menudo nos aleja de nuestra vocación profunda: estar con el Señor.
La unión de los núcleos vitales que se encuentran en el texto de Aquellos que quieren dedicarse a llevar una vida religiosa en los eremitorios conlleva la armonía y la indisolubilidad. Francisco mismo lo ofrece como consejo que proviene de su profunda experiencia con el Señor. Esta consonancia la notamos en la oración del Saludo a las Virtudes, que escribe el Poverello de Asís después de haber acogido y contemplado esta luz en su experiencia con Dios: Quien posee una y no ofende a las otras, las posee todas. Y quien ofende a una, ninguna posee y a todas ofende5.
Si el Evangelio es considerado la norma de amor debemos afirmar que el amor no puede dividirse. Esta indisolubilidad entra en la armonía de los núcleos, de los cuales, si vivimos un aspecto sin ofender a los demás, los vivimos todos.

4. Preguntas para la reflexión
- Hay que reforzar, cultivar y profundizar la vida de oración. ¿Qué sentido tiene esta insistencia en el momento presente de mi historia personal y de mi fraternidad?
- ¿Cómo profundizar concretamente esta vida de oración?
- ¿Nuestra vida de Hermanos Menores en sus realizaciones (en las diversidades de las misiones y evangelización) hace posible una vida de oración convincente o quizás está ocultando el vacío?
- ¿Para llevar adelante nuestra vocación nos parece importante retirarnos periódicamente a la soledad?
- Entre los servicios que podemos prestar como hermanos está la acogida a los que quieren orar con nosotros, entre nosotros, buscando a Dios antes que toda otra cosa. ¿Nuestra fraternidad está en condiciones de ofrecer con un mínimo de garantía este servicio? ¿Estamos en condiciones de ofrecer una vida de oración significativa?
- A partir de la Regla para los eremitorios, ¿cómo puede ser vital para nosotros la experiencia de oración de soledad en mi fraternidad a ejemplo de la experiencia espiritual de Betania? ¿Qué puede decirnos el estilo de vida como madres y como hijos, experiencia propuesta por Francisco, de cuidado en la soledad? ¿Nuestra vocación está centrada en el acoger y escuchar al Señor para acoger su reino y su justicia dentro de nosotros? ¿Sé mendigar como pobrecillo y vivir como hijo y como menor? ¿Vivo realmente dentro de un camino de libertad, mediante una “dulce dependencia” del otro, don que me abre a la relación con el Señor?
- ¿He tenido la posibilidad de ir por un cierto período a una de nuestras casas de oración o de retiro? ¿Aprovecho la posibilidad que se me ofrece desde la fraternidad de El Palancar?

5. Sugerencias para la lectura
- Mt. 14,22; Lc 9,18
- Regla para los Eremitorios
- Flor 7; Ll 1-2.
- Animamos a profundizar el documento en su totalidad: "Escuchen y vivirán. Directrices para constituir una fraternidad de eremitorio o casa de oración" Roma, 2017



NOTAS
1 Consagrar y ofrecer, encuentran su significado espiritual en el texto paulino en donde san Paolo escribe: ofrezcan sus cuerpos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (Rm 12,1-2). El ofrecimiento de la vida es el don constitutivo del Espíritu del Señor.
2 Cf. 2CtaF 49-53; CtaL.
3 Cf. BONAVENTURA, Collationes en Exaëmeron I, 34.
4 Un orden sagrado, poner un orden sagrado (del griego: διατίθημι ἀρχήν). Es cuando hacemos experiencia en nuestras variadas relaciones concretas: con nosotros mismos, con los demás y con Dios. Si no buscamos esta primacía de la justicia, en el sentido profundo y espiritual, nuestro ministerio y nuestra misión corren el riesgo de no valer nada (cf. 1Cor 13, 2).
5 SalVir 6-7. Es iluminadora la cita del apóstol Santiago que los estudiosos han visto traslucirse en esta oración: Porque quien observa toda la Ley, pero la trasgrede en un solo precepto, se hace reo de todos (Sant 2,10).
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