Con el corazón y la mente vueltos al Señor
EREMITORIO Y SOLEDAD
Por eso, pues, todos los hermanos estemos muy vigilantes, no sea que, so pretexto
de alguna merced, o quehacer, o favor, perdamos o apartemos del Señor nuestra mente
y corazón (RnB 22,25).
La experiencia contemplativa
en la soledad forma parte de la herencia franciscana. Se expresa a través de lugares
solitarios y de momentos privilegiados de retiro (cf. CC.GG., 31; EE.GG., 14). Se
trata de un modo para profundizar la vida con Dios, sea solos o en fraternidad.
Alejarse para orar supone una búsqueda
radical del Reino de Dios y de su justicia (REr 3).
1. Importancia de la vida
en soledad
“subió al monte para
orar a solas. Al anochecer seguía allí sólo”. Mt. 14,22
La hagiografía y las crónicas
franciscanas muestran una predilección por los lugares retirados (montañas, grutas,
bosques, islas). Estos lugares dan testimonio de una experiencia privilegiada
de oración, en un ambiente despojado y en medio de la naturaleza. Ya en los inicios
de la Orden, la llamada a una vida de oración radical se presenta como un dilema
para Francisco y sus hermanos (cf. 1Cel 35;
LM 12,1). Expresa una tensión necesaria
entre el retirarse en la soledad y el ir por los caminos de la evangelización.
La Regla para los eremitorios es una innovación en el eremitismo cristiano
por el estilo propuesto: una vida retirada en una pequeña fraternidad, fundada en
un doble modelo, evangélico (Marta y María) y familiar (madres e hijos); alternancia
regular de los papeles y de las responsabilidades; prioridad dada al Oficio y a
la búsqueda de las cosas de Dios; contexto pobre (mendicidad) y solitario (clausura).
Indicios históricos revelan que este proyecto se puede realizar (cf. hermanos españoles,
2Cel 178) y, a veces, necesita correctivos
debido a relajaciones inevitables (cf. 2Cel
179).
Nuestra legislación afirma
la pertinencia de la vida en los eremitorios y en las casas de oración para los
hermanos. Además, los abre al mundo y quiere hacer accesibles «estos refugios de íntima oración» (EE.GG., 13). Por este motivo, se recomienda
la acogida de los fieles. El retiro en la soledad no se hace solamente por cuenta
propia.
2. Resistencias ante este
proyecto
La pertinencia y la posibilidad
de vivir según la Regla para los eremitorios
nos dejan una preocupación profunda. En otras palabras, cada hermano y cada
fraternidad están llamados a un estilo de vida que favorezca experiencias radicales
de soledad. ¿Creemos en la necesidad de retirarnos
al desierto, lejos de todo para buscar a Dios y llevarlo después al mundo? (No
importa la amplitud o la duración de la experiencia; lo que importa es la experiencia
misma).
No obstante, las prescripciones
de la Orden a propósito del proyecto eremítico o de una casa de oración, se pone
el problema del interés real de los hermanos o de su frecuentación a estos lugares.
¿La vida en eremitorio es un principio, un ideal sin ninguna repercusión en
la vida concreta? ¿Un piadoso deseo sin consecuencias prácticas? De hecho, pocos son
los hermanos que participan en este tipo de experiencia. En algunos lugares, prescripciones
tan sencillas como las de los ejercicios espirituales anuales o de los Capítulos
de renovación, se realizan difícilmente.
Este proyecto va más allá
de la elección de un lugar adecuado. Empeña opciones, colaboración y continuidad,
en contradicción con los valores sociales contemporáneos. Aparentemente, esta forma
de vida no produce nada de concreto ante las urgencias y los problemas del mundo
de hoy. También nosotros, nos enfrentamos con la ilusión de la productividad de
nuestras vidas (ministerios, compromisos). El eremitorio puede parecer un lujo para
algún hermano original. A pesar de ello, ¿no
ha resonado, al menos una vez dentro de nosotros, la llamada al desierto, al eremitorio
o a la soledad radical?
La credibilidad de este tipo
de proyecto depende de la continuidad, de la visibilidad y de la accesibilidad.
Lo que vale para una fraternidad retirada vale también para las demás fraternidades.
El trabajo y el empeño pastoral no eliminan la exigencia de retirarnos cada cierto
tiempo.
¿Cómo conservar el equilibrio entre compromisos y espacios de soledad? La vida en soledad no está hecha para contrapesar el activismo;
por el contrario, ofrece una distancia, una separación de la actividad diaria para
nutrirla mejor, para convertirla y, después, reintegrarla.
3. Algunos elementos
esenciales de la "Regla para los eremitorios" (Tomado del documento: "Escuchen y vivirán")
Del texto de la Regla para los eremitorios brotan estos puntos
importantes: es la fraternidad y cada hermano,
quien vive la experiencia de oración. San Francisco propone un estilo de vida, como “madres” y como “hijos”,
teniendo como referencia esencial el icono evangélico de Marta y María. La intuición
genial y fascinante del Santo de Asís se centra en el acoger y escuchar al Señor. Exhorta a cada hermano a mendigar como pobrecillo y vivir como hijo,
como “menor”, en una alternancia dinámica
y fecunda (de hijo a madre) que ayuda a comprender en profundidad
el cuidado recíproco y formar parte de un camino de libertad, que a través de una
“dulce dependencia” del otro, nos abre a la relación con el Otro, el Señor. Busquemos
profundizar los puntos indicados más arriba.
A. La fraternidad
y cada hermano
La fraternidad y cada hermano,
no solo son un potencial regalo del Señor, sino que son “el lugar místico” en donde
se vive el Evangelio. Es un lugar en donde se vive la experiencia de oración y de
encuentro con el Señor. La Fraternidad es una dimensión mucho más amplia de lo que
pensamos. Para Francisco mismo, desde los orígenes, el Señor le manifestó que debía
vivir el Evangelio junto con los hermanos. En el Testamento escribe: Y después
que el Señor me dio hermanos, nadie me mostraba qué debía hacer, sino que el mismo
Altísimo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio (Test 14).
Si no hay hermanos todo es más pobre, estéril y triste, y sobre todo no se daría
la riqueza de la experiencia de la fraternidad en el Señor, ni el compartir de su
Palabra. En Francisco se da la unidad de
lo simultáneo. El Asisiense, ante todo, habla de la importancia de la relación
entre los hermanos y al mismo tiempo, intuye que de este modo se aprende a vivir
concretamente la relación con Dios, involucrando a todos y a todo en sí mismos.
En esta simultaneidad no podemos dividir
la experiencia de la relación con el otro y con los hermanos, de la experiencia
de la relación con el Señor. Existe una unidad.
Esta es la experiencia revelada por el Señor a san Francisco y a sus hermanos;
una invitación a vivir en la fraternidad la experiencia espiritual de Betania, como
Marta y María, siendo “madres” e “hijos”.
B. Un estilo de vida
Es notable la concreción de
Francisco: propone una cosa inmediata. Nos parece importante observar un rasgo típico
suyo: a través del icono evangélico de
Marta y María (cf. Lc 10,39-40), en el
breve escrito sobre la vida en los eremitorios, usa alegorías e imágenes femeninas
para hablar de sí y de la vida de los hermanos. Las exhortaciones con que Francisco
pide a los hermanos que están en los eremitorios de guardarse del contacto con la
gente, la invitación dirigida a las “madres”, a fin de que cuiden a sus “hijos”
de cualquier extraño, de tal modo que nadie pueda hablar con ellos, dan que pensar
que a menudo los hermanos que habitaban en los eremitorios por lo menos en algunos
momentos eran perturbados y distraídos por la gente. Por esto Francisco subraya
el papel importantísimo de “Marta”, la madre, que permite al hijo vivir en soledad
y oración para recibir la Vida. La madre da la vida: es su vocación, está consagrada
a esta oferta viviente1. El
verdadero amor fraterno contiene en sí la delicadeza confiada y la efectiva generosidad
del amor materno: nutre, protege y se sacrifica por sus propios hijos (cf.
Rnb 9,10-11). Estos roles son co-esenciales:
uno y otro no se excluyen.
En esta relación de cuidado maternal y respetuoso donde se recrea espiritualmente
el lugar de “Betania”, lugar donde sucede
la acogida y se sienta uno a escuchar al Señor. Por tanto la relación de la que
habla Francisco está llena de afecto y de atención recíprocos2. Notemos
que este estilo de vida, y “lugar vital”, es la mediación que “conduce” a todo orante
a “Betania”, a la oración y al diálogo
con el Maestro. Sencillamente, este lugar espiritual tiene como objetivo y fin
último el encontrarse y estar con el Señor.
C. Acoger y escuchar
al Señor
Los que son los “hijos-María”
están llamados a acoger, sentarse a los
pies del Señor y escuchar su voz. Es la
invitación necesaria para conocer al Señor. El estar en oración garantiza y cuida
la primacía de la relación con Dios en nuestra vida. En efecto, Francisco en este
breve texto recuerda el Evangelio: Ante
todo busquen el reino de Dios y su justicia (cf. Mt 6,33; Lc 12,31; Rnb XXII, 26; Rb V, 2). Buscar el reino de Dios
es una realidad tanto exterior como interior, es la manifestación del señorío
de Dios en nosotros que se vuelve experiencia de la gracia divina. Este regalo no
lo puede ni comprar ni pretender conquistarlo el hombre con sus propias fuerzas,
porque viene de Dios, sino que está llamado a acogerlo y hacer experiencia del mismo.
En cambio el sentido de justicia en el
contexto franciscano significa devolver belleza
a lo que había sido deformado3, es decir, restituir la belleza como
Dios la había deseado y pensado, porque toda belleza viene de Dios. Al devolver
la belleza a cualquier situación o relación destrozada o “deformada” del modo equivocado
de amar, nosotros vivimos y experimentamos la Presencia de Dios. Es esta gracia
la que restituye un orden espiritual interno, un orden sagrado4.
Para san Francisco este camino
interior de búsqueda del reino de Dios y de
su justicia necesita de un tiempo de soledad y trabajo interior, que podemos
definir como una soledad en fraternidad.
Esta es una característica típica franciscana, única en cuanto que se aparta
de la modalidad y del pensamiento clásico de vivir el Eremitorio. La soledad de
que habla Francisco en el breve texto sobre Aquellos que quieran vivir la vida religiosa
en eremitorios (cf. REr 1), no es la vida de un ermitaño en el desierto, sino una
invitación a una soledad cuidada por la presencia de la fraternidad. Esta experiencia
naturalmente, si se lleva a cabo en la forma debida, no se convierte en violación
o reducción del silencio, sino que es una soledad que implica un lenguaje y una
comunicación más profunda, donde los “hijos” oran en soledad sabiendo y conociendo
que están silenciosamente cuidados por las “madres”. Para hacer concreto todo esto
– la organización de los espacios, del tiempo, de la posibilidad de estar en lugares
apartados y para celebrar la liturgia de las horas – son los modos necesarios
para favorecer la escucha del Señor, su señorío y su justicia en nosotros. La tradición
de la Iglesia misma, siempre ha cuidado y propuesto esta “soledad habitada” como
camino privilegiado del encuentro con el Señor. Esto nos sitúa dentro de la dimensión
de una pobreza y de una minoridad que debería conducirnos cada vez más a vivir como
“hijos-discípulos” en la escucha del Maestro.
C. Mendigar como
pobrecillos
Otro aspecto interesante
que emerge de esta breve norma de vida es la capacidad de Francisco para armonizar
la búsqueda de la primacía de Dios junto con las relaciones humanas y recíprocas.
El Santo de Asís, que conoce bien la riqueza del ser pobre, parece evidenciar la
relación “madre-hijos” como paradigma existencial en que la pobreza del hijo es
vivida como gratitud para con la “madre”...: signo providencial del cuidado por
parte del gran Limosnero. Esto significa
vivir como hijos necesitados y “menores” para confiar en el Señor, que usa las mediaciones
de los hermanos y del “libro de la creación”
para manifestar la solicitud divina para con sus criaturas (cf. 2Cel 77). Los “hijos”, están llamados no
a pretender sino a “depender” de las “madres” como pobrecillos, dice Francisco y a pedir limosna por amor del Señor Dios (cf. REr
5). Reconocerse necesitados y dependientes del otro no es fácil, especialmente
cuando estamos habituados a vivir una vida autónoma e independiente, aunque es parte
esencial de la vida franciscana: ser pobres y dependientes para ser “hijos” sencillamente
libres de todo tipo de preocupación del mundo (cf. Mt 6,24-34). En este sentido, podríamos decir que los “hijos” experimentan
su ser de criaturas amadas, para renacer espiritualmente y ser también atraídos
por la fascinación de haber vivido la relación más importante: el estar con el Señor.
E. Una alternancia
liberadora
Un punto muy importante es
la alternancia, a la que Francisco invita a los hermanos: Los hijos, a veces asuman
el oficio de madres, como les pareciere oportuno disponer de distribuirse según
las circunstancias, tratando de observar todo lo dicho anteriormente (cf. REr 10). Esta intuición del Santo de Asís
es única y original. Por una parte, esta alternancia, recuerda profundamente el
estilo franciscano, el ser “menores”: el papel de ser “madre” para con el “hijo”
no es un papel de dominio o de posesión que es siempre una dimensión típicamente
femenina y materna. Para Francisco, mater
significa asumir el cuidado del otro en su concreción (el nutrir y cuidar),
semejante al Ministro, es decir, servir a los hermanos; es “el amor libre”, que
desea el verdadero amor por el otro (cf. Rnb
IX, 10-11). Por otra parte, en esta alternancia, dejada a la discreción de los
hermanos, Francisco invita a los “hijos” a experimentar concretamente el “papel”
de “madre” para aplicar la regla de oro para con el hermano que ahora será llamado
a ser “hijo”. De esta manera la alternancia tienen la función de garantizar la relación
libre, fraterna y materna que es responsabilidad de la “madre”: no domina,
sino que sirve; del “hijo”, que no entra en una dependencia infantil e
irresponsable.
F. Mirada de conjunto
De cuánto hemos enunciado,
el texto, en sus diversas articulaciones tiene como punto neurálgico la experiencia del encuentro; esto consiste
en la acogida y en la búsqueda del Señor, de su Reino y de su justicia: fuente de
toda belleza y de todo bien último. Es el camino dinámico de la alteridad no libre
de sufrimiento, pero que al final conduce al convencimiento de que solos no podemos
hacer nada. Por tanto, un camino que nos libera de nuestra ilusión de autonomía
que a menudo nos aleja de nuestra vocación profunda: estar con el Señor.
La unión de los núcleos vitales que se encuentran en el texto de Aquellos
que quieren dedicarse a llevar una vida religiosa en los eremitorios conlleva la armonía
y la indisolubilidad. Francisco mismo lo ofrece como consejo que proviene de su
profunda experiencia con el Señor. Esta consonancia la notamos en la oración del
Saludo a las Virtudes, que escribe el
Poverello de Asís después de haber acogido y contemplado esta luz en su experiencia
con Dios: Quien posee una y no ofende a
las otras, las posee todas. Y quien ofende a una, ninguna posee y a todas ofende5.
Si el Evangelio es considerado
la norma de amor debemos afirmar que el
amor no puede dividirse. Esta indisolubilidad entra en la armonía de los núcleos,
de los cuales, si vivimos un aspecto sin ofender a los demás, los vivimos todos.
4. Preguntas para
la reflexión
- Hay que reforzar, cultivar y profundizar la vida de oración.
¿Qué sentido tiene esta insistencia en el momento presente de mi historia personal
y de mi fraternidad?
- ¿Cómo profundizar concretamente esta vida de oración?
- ¿Nuestra vida de Hermanos Menores en sus realizaciones (en
las diversidades de las misiones y evangelización) hace posible una vida de oración
convincente o quizás está ocultando el vacío?
- ¿Para llevar adelante nuestra vocación nos parece importante retirarnos periódicamente
a la soledad?
- Entre los servicios que podemos prestar como hermanos está
la acogida a los que quieren orar con nosotros, entre nosotros, buscando a Dios
antes que toda otra cosa. ¿Nuestra fraternidad está en condiciones de ofrecer con
un mínimo de garantía este servicio? ¿Estamos en condiciones de ofrecer una
vida de oración significativa?
- A partir de la Regla
para los eremitorios, ¿cómo puede ser vital para nosotros la experiencia de
oración de soledad en mi fraternidad a
ejemplo de la experiencia espiritual de Betania? ¿Qué puede decirnos el estilo de vida como madres y como hijos, experiencia
propuesta por Francisco, de cuidado en la soledad? ¿Nuestra vocación está centrada
en el acoger y escuchar al Señor para
acoger su reino y su justicia dentro de nosotros? ¿Sé mendigar como pobrecillo y vivir como hijo y como menor? ¿Vivo realmente
dentro de un camino de libertad, mediante
una “dulce dependencia” del otro, don que me abre a la relación con el Señor?
- ¿He tenido la posibilidad de ir por un cierto período a
una de nuestras casas de oración o de retiro? ¿Aprovecho la posibilidad que se me
ofrece desde la fraternidad de El Palancar?
5. Sugerencias para
la lectura
- Mt. 14,22; Lc 9,18
- Regla para los Eremitorios
- Flor 7; Ll 1-2.
- Animamos a profundizar
el documento en su totalidad: "Escuchen
y vivirán. Directrices para constituir una fraternidad de eremitorio o casa de
oración" Roma, 2017
NOTAS
1 Consagrar y ofrecer, encuentran su significado
espiritual en el texto paulino en donde san Paolo escribe: ofrezcan sus cuerpos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (Rm 12,1-2). El ofrecimiento de la vida es
el don constitutivo del Espíritu del Señor.
2 Cf. 2CtaF 49-53; CtaL.
3 Cf. BONAVENTURA, Collationes en Exaëmeron
I, 34.
4 Un orden sagrado, poner un orden sagrado
(del griego: διατίθημι ἀρχήν). Es cuando hacemos experiencia en nuestras variadas
relaciones concretas: con nosotros mismos, con los demás y con Dios. Si no buscamos
esta primacía de la justicia, en el sentido
profundo y espiritual, nuestro ministerio y nuestra misión corren el riesgo de no
valer nada (cf. 1Cor 13, 2).
5 SalVir 6-7. Es iluminadora la cita del apóstol Santiago que los estudiosos
han visto traslucirse en esta oración: Porque
quien observa toda la Ley, pero la trasgrede en un solo precepto, se hace reo de
todos (Sant 2,10).
Provincia de la Inmaculada Concepción
Fraternidad del Palancar