Diálogo: un atributo de Dios,
una virtud de todo ser humano
una virtud de todo ser humano
Fr. Michael A. Perry o.f.m
Queridas hermanas,
¡El Señor les dé Paz!
Año tras año la celebración litúrgica de nuestra hermana y madre Clara de
Asís nos ofrece la oportunidad de continuar nuestro diálogo, ampliando y
profundizando sus contenidos. La carta que les escribo quiere ser un momento de
diálogo fraterno con ustedes, interlocutoras activas. Sabiendo cuán preciosas
son para mí y para todas ustedes, queridas hermanas, sus reflexiones, sus
propuestas y sus estímulos que nos ayudan a centrarnos y a enfocarnos en lo
esencial de la llamada de Dios en la Iglesia.
Dado que este es el año en que la Orden franciscana conmemora la reunión
entre san Francisco y al-Malik al Kamil, me gustaría hablarles sobre el
diálogo. En todas partes del mundo están floreciendo iniciativas para promover
el diálogo entre quienes creen en Dios, y en particular con los musulmanes. El
reino de Dios se manifiesta allí donde se da espacio al otro diferente de mí
mismo, con acogedor respeto.
Tú eres diálogo
El diálogo se relaciona con el modo de ser de Dios porque Dios es comunión.
En el símbolo de nuestra fe profesamos: Creo en Dios Padre. Dios es Padre,
hay un Hijo, y hay por tanto una relación entre ellos, una relación
absoluta y totalizante que es en sí misma Persona: Creo en el Espíritu
Santo, Señor y dador de vida.
A principios de 2019, dirigí una carta a la Familia Franciscana ya nuestros
hermanos y hermanas musulmanes, en la que escribí sobre las Alabanzas al
Dios Altísimo que Francisco compuso en La Verna después de haber
recibido los estigmas. En particular reflexioné sobre dos de las alabanzas: Tú
eres humildad, Tú eres paciencia. Quisiera ahora añadir: Tú eres
diálogo. Sí, porque desde el eterno principio las tres Personas divinas son
vida que se comunican constantemente al Otro-distinto-de-sí mismo, vida que
genera y acoge la vida. Este modo de existir, que fecunda y hace fecundos, lo
llamamos amor, porque el que ama busca al otro y se dona a fin de que el
otro pueda vivir en plenitud.
En su misterio de amor, de vida, de comunión, Dios quiso involucrarnos
también a nosotros, escogiéndonos como hijos adoptivos para que fuéramos
alabanza de Su gloria (cf.Ef1, 3-14). ¡Cuánta gracia! Como el Hijo desde
el principio se ha dirigido al Padre, así el Padre por medio de su Hijo dirige
su Palabra a toda la creación (cf. Jn1, 1-3): “porque Él lo mandó, y
fueron creados” (Sal148, 5). En el diálogo entre Dios y el hombre, la
iniciativa es siempre de Dios. La palabra divina es una palabra que viene
al encuentro (cf. Jer 15,16).
Por la imagen que ha recibido y por la semejanza para cuya realización está
llamado a cooperar con Dios (cf. Adm V, 1), el ser humano creado varón y
mujer también está en posición de estar orientado hacia el otro: un Otro que es
el mismo Creador, otro que es la mujer y el varón respectivamente (cf. Gén
1,27). La narración de Gén 2 expresa bien esta verdad: el hombre
reconoce el sentido de su propia existencia solamente cuando se comunica con el
“tú” que es semejante a él, que está frente a él, que lo constituye en la
plenitud de la imagen de Dios. El hombre y la mujer, por tanto, no son mónadas
aisladas, cerradas en sí mismas, sino personas-en-diálogo.
La Palabra se hace carne
Sabemos bien – ¿quién no lo ha hecho y quién no lo ha experimentado? – que
el pecado se sitúa precisamente aquí: en el bloquear el flujo de la
comunicación vital y en el encerrar a cada uno en un mundo falso y asfixiante. El
autor bíblico narra eficazmente esta realidad informando las reacciones de Adán
y Eva después del acto de desobediencia: ya no es un diálogo fecundo, sino
mortales acusaciones recíprocas. La comunión entre personas humanas, imagen de
la que hay entre las Personas Divinas, ¡se vuelve convivencia entre potenciales
enemigos!
En la plenitud del tiempo, la Palabra misma de Dios se hace carne en este
mundo herido y dividido (cf. Jn 1, 14) y allí permanece con un amor que
nunca deja de donarse en el sacramento de Su Cuerpo. De esta Palabra nosotros
nos alimentamos para aprender de nuevo a hablar el lenguaje de Dios que es la
comunión.
Somos hoy un pueblo mundial, que está viviendo la trágica experiencia del
conflicto y el aislamiento, de múltiples contactos y al mismo tiempo de la
dificultad de comunicarse verdaderamente. ¿Podemos acaso decir que conocemos
verdaderamente el alfabeto del auténtico diálogo?
Este es precisamente el tiempo favorable para darle consistencia a nuestra
vocación ‘dialogal’, la misma del autor de la primera carta de Juan:«Lo que
existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros
propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca del Verbo de
la vida; – pues la Vida se hizo visible, y nosotros hemos visto, damos
testimonio y les anunciamos la Vida eterna, que estaba junto al Padre y que se
nos manifestó -lo que hemos visto y oído se los anunciamos, para que también
ustedes estén en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el
Padre y con su Hijo Jesucristo» (1Jn 1,1-3).
Quisiera detenerme sobre parte del contenido de este texto.
Comunión con el Verbo de la vita
El primer paso para dialogar es acoger el don, porque no voy al encuentro
del otro llevándome a mí mismo, sino llevando lo que a mi vez he recibido (cf. 1Cor
11,23): la mirada que me ha abierto el horizonte a la vida verdadera y la
palabra que ha dado orientación a mi camino (cf. Sal 118,105). Francisco
conquistó a Clara para aquel Señor por quien primero había sido conquistado.
Clara exhorta a las hermanas a amar “en el amor de Cristo” de quien se han
reconocido amadas.
De modo que la cualidad y la capacidad de dialogar se han de buscar en la
verdadera relación con el Señor. Clara lo hace ver de una manera muy fuerte:
«contempla la inefable caridad con la que quiso padecer en el leño de la cruz y
morir en él de la más infame. Por eso, el mismo espejo, colocado sobre el árbol
de la cruz, amonestaba a los que pasaban sobre lo que allí habían de
considerar, diciendo: ¡Oh ustedes, todos los que pasan por el camino, miren y
vean si hay un dolor como mi dolor! Respondemos con una sola voz, con un solo
espíritu, al quien clama y gime: ¡Lo tendré siempre en mi memoria, y mi alma se
derretirá dentro de mí!» (IV CtaIn 23-26).
Cimentado sobre la roca de la relación viva con el Señor Jesús contemplado
en el momento del don total de sí, el diálogo puede resistir el soplo de los
vientos de la incomprensión, de la decepción e incluso del sentimiento de que
‘no vale la pena’ … Porque el permanecer abiertos al diálogo puede ser
crucificante.
Me impresiona el hecho de que Clara escribiendo a Inés en primera persona,
responde a la invitación del Crucificado con la forma plural “respondamos”, y
exhorta a hacerlo “con una sola voz, con un solo espíritu”. Me agrada percibir
en esto el carácter comunitario-comunional de la vida de ustedes, como Hermanas
Pobres, el dinamismo pascual de la vida cotidiano en que se armonizan las
diversidades, y ustedes pueden llegar a la sintonía en el sentir, en el querer
y en el actuar.
Contemplando juntas al Crucificado, cuyo amor las mantiene unidas, el oído
interior se vuelve atento a la voz de su llamada, y allí descubren que esa
llamada es a crecer juntas en la compasión. En esto reconozco un fruto del
Espíritu, expresión madura del diálogo con el Señor y entre ustedes, diálogo
continuado con fidelidad a través de y más allá de cualquier tentación y de
cualquier intento de cerrarse a la otra o de invadir a la otra. El diálogo es
encuentro de rostros vivos.
«Nosotros lo anunciamos también a ustedes para que
también ustedes estén en comunión con nosotros»
Quien dialoga busca al otro para participar juntos de la belleza y de la
riqueza de la vida, tiende a reducir las distancias para celebrar el encuentro
siempre transformante. Cuando se dialoga no se permanece como se es: salen a la
luz áreas interiores de nosotros mismos que habían permanecido en las sombras
hasta entonces, ignoradas por nosotros mismos. Quien dialoga crece en el
conocimiento de sí mismo incluso antes de conocer al otro, acoge su propia
unicidad y la ofrece sin ninguna pretensión. Nada más contrario al diálogo que
el espíritu de prepotencia o de desquite. Nada más propicio que la pequeñez que
no atemoriza, la simplicidad que no engaña, la pureza que libera de la sospecha
de ambigüedad y de subterfugios. El diálogo no instrumentaliza al otro.
Clara y las hermanas, que en su existencia diaria recorren los atolladeros
y caminos estrechos de la discordia y de la división, de la envidia y de la
murmuración, abren con el perdón, la reconciliación, la intercesión, los
espacios de acogida y de la comunión (cf. RCl X, 6; IX, 7-11).
Las cartas escritas a Inés de Praga son testimonio de cuán disponible y
pronta era Clara para entrar en diálogo con el otro, y cuán convencida estaba
de que en el intercambio fraterno se puede comprender mejor lo que agrada a
Dios y adherirse a él. Clara escucha las preguntas de Inés y se las responde
(cf. III CtaIn 29-41); invita a la hermana lejana a buscar a su vez el
diálogo con quien pueda iluminarla según la verdad de la vocación que ha
recibido (cf. II CtaIn 15-18), a fin de poder recorrer con seguridad la
vía de los mandamientos del Señor (cf. II CtaIn15).
Clara sabe traducir su ‘habitar’ en la comunión trinitaria también en el
diálogo de los gestos: pide que le den un huevo a la hermana que tuvo la
tentación de sofocarse; besar el pie con que había sido golpeada en el rostro,
cubrir a las hermanas dormidas en el frío nocturno, trazar la señal de la cruz
sobre sus cuerpos dolientes … El camino del diálogo conduce a abrazar al otro.
El diálogo en nuestra historia
Al comienzo de la historia carismática de nuestra Familia Franciscana se
dieron dos diálogos memorables: el diálogo entre el Señor y Francisco en la
noche de Espoleto (cf. 1Cel6) y que luego se prolongó en una gruta cerca
de Asís (cf. 1Cel6), y el diálogo entre el Crucifijo y Francisco en la
iglesia de San Damián (cf.2Cel10). Los diálogos recurrentes entre
Francisco y la joven Clara, son sin duda, puntos decisivos en esta historia (LCl3).
¿Y cómo podemos entonces no pensar que todos nosotros ‘nacimos’ en la
Porciúncula, en Santa María de los Ángeles? en cuya fiesta volvemos a que
escuchar el diálogo entre el ángel y María, diálogo que marcó el momento en que
el Señor «se dio a sí mismo para salvarnos» (LP14).
Todo me lleva, junto con los hermanos, a renovar nuestro deseo y nuestro
compromiso de convertir nuestras vidas en “lugares” de encuentro con la Palabra
de Dios y también con las palabras pronunciadas por los seres humanos.
Y, señoras mías, les ruego que sigan siendo mujeres de diálogo, en el
nombre del Señor.
Roma, 25 de julio de 2019 Descargar PDF
Fiesta de Santo Santiago
Fr. Michael A. Perry, OFM
Ministro general y siervo
Prot. 109202