Pestaña

viernes, 9 de agosto de 2019

Carta Madre Presidenta. Fiesta de Santa Clara

Sor Mª Teresa Domínguez Blanco o.s.c.

"Afianzaos en el santo servicio, que con ardiente anhelo comenzasteis al pobre crucificado, progresando de bien en mejor, de virtud en virtud, para que Aquel a quien servís con todo el ardor de vuestra alma, se digne concederos los premios deseados” (1CtaCl 13.32)

       Queridas hermanas: un año más nos disponemos a celebrar con esmero, amor y no menos solemnidad la fiesta de nuestra santa madre y hermana Clara. Es esta una buena ocasión para dar gracias al Padre de las misericordias por esta mujer singular que es  lumbrera para toda la Iglesia y referencia y ejemplo para todas sus hijas. Pero también es una buena oportunidad  para detenernos y tomar el  pulso a nuestra respuesta-vivencia cristiana y carismática.

En estos momentos sólo  me brota hablar de fidelidad, fidelidad  ¿a quién y  a qué?  Santa Clara en la primera carta a Inés por dos veces le pide que se afiance en el santo servicio del pobre crucificado que con tanto ardor de corazón comenzó, le pide que  con entereza de alma y enamorado  corazón, dirá en otro lugar, progrese de bien en mejor, de virtud en virtud, que se entregue totalmente a quien totalmente se entregó por su amor.

No basta comenzar, no basta seguir, no basta perseverar, es necesario discernir nuestro seguimiento a la luz de lo que hemos prometido al Señor, a la luz de una fidelidad apasionada y apasionante en la que todo el ser: alma, cuerpo y mente esté  implicado. “No hay peor mentira que decir falsamente la verdad. Y decimos falsamente la verdad cuando dejando a un lado los valores, cedemos a la ideología. Cuando hablamos de fraternidad en lugar de vivir la comunión de vida en fraternidad, Cuando hablamos de pobreza y minoridad y  queremos tenerlo todo, y ser el centro.  Cuando decimos que nuestro corazón sólo le pertenece al Señor y  estamos  atrapadas por  múltiples “sirenas encantadoras”. Cuando hablamos de obediencia y hacemos sólo nuestros propios quereres.

No basta ser perseverantes, la persona perseverante es alguien que no falla a la palabra dada y se queda en la fraternidad, pero que, de hecho se repite cansinamente, por inercia, por costumbre;  no se renueva, más aún, corre el riesgo de una progresiva desmotivación. En cambio, la que es fiel al propio carisma vive cada día una llamada siempre nueva, de parte del que llama eternamente, que obviamente no se repite, que da y pide siempre algo nuevo, a la que hay que dar una respuesta siempre nueva[1]. ¿Somos capaces de sorprendernos, cada día, por esa llamada del Señor que nos interpela y nos motiva a una respuesta cada vez más fiel y coherente con nuestra Forma de Vida? No nos dejemos robar la novedad del Espíritu.

Hermanas, ¿qué vivimos o qué queremos vivir?  Es hora de despertarnos y vigilar. Es hora de vivir la fidelidad a nuestro compromiso con Dios, edificándonos mutuamente y ayudándonos las unas a las otras. Nos necesitamos, necesitamos apertura de corazones que, en humildad y minoridad, sepan confiar a sus hermanas su necesidad. El mal espíritu, el espíritu de la mundanidad, que diría el Papa Francisco, se nos mete sigilosamente, atrapándonos en redes de superficialidad, rutina y mediocridad.

Miremos a Clara, ella, liberada de todo aquello que hace esclavo en el mundo se abandonó con amor libre y total a Aquel al que ella se había donado totalmente[2]. Clara se hizo pobre porque se había enamorado. No se enamoró de una idea, de una devoción, de un sentimiento,  tampoco de las explicaciones de los libros, sino del “más bello entre los hijos de los hombres”. El amor de Clara es su Señor Jesucristo, que posee el rostro de Crucificado pobre que sufrió por todos el suplicio de la cruz. Los ojos de Clara no se separaron jamás de aquel que siendo rico “quiso aparecer en el mundo como un hombre despreciado, indigente y pobre”[3] . Él será para ella el espejo en el que contemplar constantemente su propio rostro[4] para amarlo como ella ha sido amada, para manifestarle su amor como Él se lo ha manifestado a ella. El amor, por tanto, resultó forma de vida para Clara y ella  se hace pobre y hermana, porque contempla a Jesús humilde y pobre.

 La entrega de Clara ha sido de una vez para siempre y para todo, se ha  dado totalmente y sin divisiones, sin parcelas, sin recovecos al Maestro. Es esponsalidad entregada, seguimiento y servicio.  ¿Cuál es su secreto? La fascinación y seducción por la persona de  Jesús. Ella  se ha dejado atraer por Jesús y a Él se ha entregado totalmente. Se ha dejado atraer por este Hijo del hombre, exaltado en la cruz y jamás ha apartado sus ojos de la única fuente de vida.

 Si queremos tener la luz de la vida, debemos dejarnos atraer por el Hijo del hombre exaltado, debemos mirar, considerar y contemplar con fe al crucificado. Debemos sentir en el hondón de la vida esta invitación continua de buscarlo, encontrarlo y entregarnos a Él.

Reavivemos  el don de Dios en nosotras (2 Tim 1,6). Vivamos  centradas en lo esencial de nuestra vocación: Jesucristo, el Esposo. Volvamos a empezar desde Cristo, desde la persona del Señor Jesús, humilde y pobre, con una adhesión de fe colmada de esperanza, confianza y alegría. Él es nuestro único tesoro, nuestro único Bien, nuestro todo, nuestra vida y nuestra única plenitud. No nos equivoquemos, todos los demás “amores” entretienen, alegran, dispersan…  pero también vacían por dentro, solo Jesús, sólo Jesús, es capaz de saciar nuestra sed de eternidad.

Un santo de nuestro tiempo decía: “Sabéis en quien habéis confiado: dadle todo!... vivid la fidelidad a vuestro compromiso con Dios edificándoos mutuamente y ayudándoos unas a otras… ¡No olvidéis que vosotras de manera muy particular, podéis y debéis decir no sólo que sois de Cristo, sino que habéis llegada a ser Cristo mismo”[5].

 “Haced de vuestra vida una ferviente espera de Cristo yendo a su encuentro como las vírgenes prudentes van al encuentro del Esposo. Estad siempre preparadas, sed siempre fieles a Cristo, a la Iglesia, a vuestra Orden  y al hombre-mujer de nuestro tiempo”.[6]
         Hermanas que nuestra fidelidad recuerde el actuar del Señor, que sea memoria siempre renovada de la fidelidad divina. … seamos profetas de la fidelidad de Dios, que ha manifestado su fidelidad en el Hijo, el “Amen, el Testimonio fiel y veraz (Ap. 3,14), en el cual “todas las promesas de Dios se han hecho SÍ”[7] (cf. 2Cor 1,20).

 Queridas hermanas, “amad siempre a Dios, amad a vuestras almas y las de todas vuestras hermanas, y sed siempre solícitas en observar lo que prometisteis al Señor” (BenCl 14). Que el Señor esté con vosotras y que vosotras siempre estéis con Él.

Me encomiendo a vuestras oraciones y os tengo presente en las mías.



        Prot.08/19                                                                                                            Badajoz,  02-08-2019



Fdo. Mª Teresa Domínguez Blanco
Presidenta Federal




[1] Cf. Cencini., Amadeo. Abrazar el futuro con esperanza, Sal Terre 2019, p.105.
[2] Cf. 1CtaCl 15
[3] Cf 1CtaCl 12-14 y  19.
[4] Cf. 4CtaCl 15
[5] Cf. VC 109
[6] Cf VC 110
[7] Cf. Rodríguez Carballo, J., Acta “Franciscus et Clara”, celebración del envío 2012, p. 74.