Sor Mª Teresa Domínguez Blanco o.s.c.
"Afianzaos en el santo servicio, que con ardiente anhelo comenzasteis
al pobre crucificado, progresando de bien en mejor, de virtud en virtud, para que Aquel a
quien servís con todo el ardor de vuestra alma, se digne concederos los premios
deseados” (1CtaCl 13.32)
Queridas
hermanas: un año más nos disponemos a celebrar con esmero, amor y no menos
solemnidad la fiesta de nuestra santa madre y hermana Clara. Es esta una buena
ocasión para dar gracias al Padre de las misericordias por esta mujer singular
que es lumbrera para toda la Iglesia y
referencia y ejemplo para todas sus hijas. Pero también es una buena
oportunidad para detenernos y tomar
el pulso a nuestra respuesta-vivencia
cristiana y carismática.
En estos momentos sólo me brota hablar de fidelidad, fidelidad ¿a quién y a
qué? Santa Clara en la primera carta a
Inés por dos veces le pide que se afiance en el santo servicio del pobre
crucificado que con tanto ardor de corazón comenzó, le pide que con entereza de alma y enamorado corazón, dirá en otro lugar, progrese de bien
en mejor, de virtud en virtud, que se entregue totalmente a quien totalmente se
entregó por su amor.
No basta comenzar, no basta seguir, no basta
perseverar, es necesario discernir nuestro seguimiento a la luz de lo que hemos
prometido al Señor, a la luz de una fidelidad apasionada y apasionante en la
que todo el ser: alma, cuerpo y mente esté
implicado. “No hay peor mentira que decir falsamente la verdad. Y
decimos falsamente la verdad cuando dejando a un lado los valores, cedemos a la
ideología. Cuando hablamos de fraternidad en lugar de vivir la comunión de vida
en fraternidad, Cuando hablamos de pobreza y minoridad y queremos tenerlo todo, y ser el centro. Cuando decimos que nuestro corazón sólo le
pertenece al Señor y estamos atrapadas por
múltiples “sirenas encantadoras”. Cuando hablamos de obediencia y
hacemos sólo nuestros propios quereres.
No basta ser perseverantes, la persona
perseverante es alguien que no falla a la palabra dada y se queda en la
fraternidad, pero que, de hecho se repite cansinamente, por inercia, por
costumbre; no se renueva, más aún, corre
el riesgo de una progresiva desmotivación. En cambio, la que es fiel al propio
carisma vive cada día una llamada siempre nueva, de parte del que llama
eternamente, que obviamente no se repite, que da y pide siempre algo nuevo, a
la que hay que dar una respuesta siempre nueva[1]. ¿Somos capaces de
sorprendernos, cada día, por esa llamada del Señor que nos interpela y nos
motiva a una respuesta cada vez más fiel y coherente con nuestra Forma de Vida?
No
nos dejemos robar la novedad del Espíritu.
Hermanas, ¿qué vivimos o qué queremos vivir? Es hora de despertarnos y vigilar. Es hora de
vivir la fidelidad a nuestro compromiso con Dios, edificándonos mutuamente y
ayudándonos las unas a las otras. Nos necesitamos, necesitamos apertura de
corazones que, en humildad y minoridad, sepan confiar a sus hermanas su
necesidad. El mal espíritu, el espíritu de la mundanidad, que diría el Papa
Francisco, se nos mete sigilosamente, atrapándonos en redes de superficialidad,
rutina y mediocridad.
Miremos a Clara, ella, liberada de todo
aquello que hace esclavo en el mundo se abandonó con amor libre y total a Aquel
al que ella se había donado totalmente[2]. Clara se hizo pobre
porque se había enamorado. No se enamoró de una idea, de una devoción, de un
sentimiento, tampoco de las
explicaciones de los libros, sino del “más bello entre los hijos de los
hombres”. El amor de Clara es su Señor Jesucristo, que posee el rostro de
Crucificado pobre que sufrió por todos el suplicio de la cruz. Los ojos de
Clara no se separaron jamás de aquel que siendo rico “quiso aparecer en el
mundo como un hombre despreciado, indigente y pobre”[3] . Él será para ella el
espejo en el que contemplar constantemente su propio rostro[4] para amarlo como ella ha
sido amada, para manifestarle su amor como Él se lo ha manifestado a ella. El
amor, por tanto, resultó forma de vida para Clara y ella se hace pobre y hermana, porque contempla a
Jesús humilde y pobre.
La entrega de Clara ha sido de
una vez para siempre y para todo, se ha
dado totalmente y sin divisiones, sin
parcelas, sin recovecos al Maestro. Es
esponsalidad
entregada, seguimiento y servicio. ¿Cuál
es su secreto? La
fascinación y seducción por la persona de Jesús.
Ella se ha dejado atraer por Jesús y a Él se ha
entregado totalmente. Se ha dejado atraer por este Hijo del hombre, exaltado en
la cruz y jamás ha apartado sus ojos de la única fuente de vida.
Si
queremos tener la luz de la vida, debemos dejarnos atraer por el Hijo del
hombre exaltado, debemos mirar, considerar y contemplar con fe al crucificado.
Debemos sentir en el hondón de la vida esta invitación continua de buscarlo,
encontrarlo y entregarnos a Él.
Reavivemos
el don de Dios en nosotras (2 Tim 1,6). Vivamos centradas en lo esencial de nuestra vocación:
Jesucristo, el Esposo. Volvamos a empezar desde Cristo, desde la persona del
Señor Jesús, humilde y pobre, con una adhesión de fe colmada de esperanza,
confianza y alegría. Él es nuestro único tesoro, nuestro único Bien, nuestro
todo, nuestra vida y nuestra única plenitud. No nos equivoquemos, todos los
demás “amores” entretienen, alegran, dispersan… pero también vacían por dentro, solo Jesús,
sólo Jesús, es capaz de saciar nuestra sed de eternidad.
Un santo de nuestro tiempo decía: “Sabéis en quien habéis confiado: dadle
todo!... vivid la fidelidad a vuestro compromiso con Dios edificándoos
mutuamente y ayudándoos unas a otras… ¡No olvidéis que vosotras de manera muy
particular, podéis y debéis decir no sólo que sois de Cristo, sino que habéis
llegada a ser Cristo mismo”[5].
“Haced de vuestra vida una ferviente espera de
Cristo yendo a su encuentro como las vírgenes prudentes van al encuentro del
Esposo. Estad siempre preparadas, sed siempre fieles a Cristo, a la Iglesia, a
vuestra Orden y al hombre-mujer de
nuestro tiempo”.[6]
Hermanas que nuestra fidelidad recuerde
el actuar del Señor, que sea memoria siempre renovada de la fidelidad divina. …
seamos profetas de la fidelidad de Dios, que ha manifestado su fidelidad en el
Hijo, el “Amen, el Testimonio fiel y veraz (Ap. 3,14), en el cual “todas las promesas
de Dios se han hecho SÍ”[7] (cf. 2Cor 1,20).
Queridas
hermanas, “amad siempre a Dios, amad a vuestras almas y las de todas vuestras
hermanas, y sed siempre solícitas en observar lo que prometisteis al Señor”
(BenCl 14). Que el Señor esté con vosotras y que vosotras siempre estéis con
Él.
Me encomiendo a vuestras oraciones y os tengo
presente en las mías.
Prot.08/19
Badajoz,
02-08-2019
Fdo. Mª Teresa Domínguez Blanco
Presidenta Federal