Pestaña

miércoles, 3 de octubre de 2018

Carta Ministro Provincial en la Solemnidad de S. Francisco

Fray Juan Carlos Moya Ovegero ofm
Ministro Provincial  




Queridos hermanos, paz y bien

Estamos iniciando un nuevo curso, acabamos de constituir las fraternidades, unos y otros nos vamos situando ante la novedad que nos depara esta nueva andadura como Provincia, las reuniones se multiplican con el fin de poner en marcha nuestras programaciones y, en medio de esta vida, nos disponemos a celebrar la solemnidad de nuestro hermano y padre San Francisco.
No es que tengamos que volver a él nuestra mirada, pues nuestra vida de fraternidad, de oración, de trabajo... nos recuerda constantemente que somos herederos del don que San Francisco de Asís recibió por la gracia del Espíritu Santo. Su tránsito al Altísimo, Omnipotente y buen Señor (Cánt 1), más bien nos impulsa a restituirle los bienes que hemos recibido al recibir esta vocacn.

Entre estos bienes se encuentra el del espíritu de oración y devocn. Dice Tomás de Celano que San Francisco era, no ya solo orante, sino oración (2C 95). Esta consideración del biógrafo no resulta exagerada cuando reparamos en los momentos fundamentales de su vida y nos damos cuenta de que en todos ellos la dimensión teologal aparece como un elemento fundamental: el sueño de Spoleto, la renuncia a los bienes familiares ante sus paisanos, el descubrimiento de la voluntad de Dios a través de la lectura del evangelio de la misión en la ermita de Santa María de los Ángeles, su opción por la vida apostólica, la experiencia de los estigmas; la manera como lle su enfermedad, en medio de la cual compuso el Cántico de las Criaturas, y tantos otros momentos de su vida en los que Dios se puede visualizar nítidamente a través de sus gestos y palabras. Junto a toda esta riqueza biográfica, la experiencia de Dios que nos dejó en sus escritos, de manera específica en sus oraciones.

Su única recomendación a San Antonio (CtaA 2) y a todos los hermanos de la Orden (Rb 10,8-10) acerca de mantener vivo el espíritu de oración y devocn, es signo más que suficiente para concluir que esta relación con Dios era la piedra angular sobre la que sostenía el edificio de su vida.

En nuestros tiempos constatamos que la fe está en clara retirada en numerosos sectores sociales de nuestro país. A decir de teólogos como José Antonio Pagola, el problema serio que ha de enfrentar la iglesia española en este tiempo es el de la fe (cf. Vida Nueva 3071, 16). La Iglesia universal no es ajena a esta problemática. De hecho, en estos días arranca el Sínodo de obispos con el tema de los jóvenes. El título del documento pre-sinodal es elocuente por mismo: «Los venes, la fe y el discernimiento vocacional». En su número 7 afirma que «existe un fenómeno en algunas áreas del mundo en las cuales un gran número de jóvenes está dejando la Iglesia». Creo que no resulta demasiado complicado constatar esta realidad en nuestros ambientes y actividades.

Lejos de apesadumbrarnos y replegarnos en nosotros mismos, esta situación nos ha de llevar a profundizar cada vez más en la verdad de nuestra relación con Dios, atendiendo a la propia biografía vocacional. No se trata de ser autorreferenciales, sino más bien de valorar nuestro testimonio de vida evangélica como evidencia de lo que vivimos de manera más íntima. Por eso, el fruto de una relación con Dios nos lleva a entregarnos sin límites a las personas que Dios pone en nuestro camino, nos abrirá a adelantarnos a los hermanos de fraternidad en el servicio, nos dispondrá para ser sensibles y comprometidos ante el dolor más próximo y más lejano, nos conducirá a despojarnos cada vez más de nosotros mismos para ser enriquecidos por la presencia del Espíritu Santo...

La experiencia de Dios en San Francisco va unida claramente a la minoridad y al sin propio: contempla a Jesucristo, pobre y desnudo en el pesebre y en la cruz. Ahí descubre la riqueza de un Dios que se manifiesta como misericordia infinita. Esta experiencia, que estuvo a su alcance, también se nos ofrece a nosotros, tal como nos dice el mismo Francisco: somos «esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo, y lo damos a luz por medio de obras santas, que deben iluminar a los otros como ejemplo» (2CtaF 50.52).

En la solemnidad de San Francisco pedimos a Dios que ponga fuego en nuestro interior para que renovemos nuestra vida desde la fuerza de Su Espíritu y nos lleve donde nosotros no habíamos pensado, sino donde Él quiere. Valga esta oración tomada de las Alabanzas que se han de decir en todas las Horas para restituir tantos bienes como recibimos cotidianamente de Él: «Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios, todo bien, sumo bien, total bien, que eres el solo bueno (cf. Lc 18,19), a ti te ofrezcamos toda alabanza, toda gloria, toda gracia, todo honor, toda bendición y todos los bienes. Hágase. Hágase. Amén» (AlHor 11).

Recibid un abrazo fraterno.

 Madrid, a 1 de octubre de 2018


FRAY JUAN CARLOS MOYA OVEJERO, OFM
Ministro provincial