Queridos hermanos, ¡el Señor les dé la paz¡
La
Solemnidad de nuestro Seráfico Padre san Francisco de Asís este año coincide
felizmente con el comienzo del Sínodo de los Obispos convocado por el Papa
Francisco, cuyo tema es: Los jóvenes, la
fe y el discernimiento vocacional. Se trata de un momento en que la
juventud se encuentra en el centro del corazón del Papa lo mismo que en el de
toda la Iglesia.
Si
miramos el modo como nuestro Seráfico Padre vivió su juventud, sus inquietudes
y su búsqueda, percibimos una profunda conexión entre aquel joven de hace 800
años y los jóvenes de hoy, dado que el fondo sagrado del corazón humano sigue
siendo el mismo. El modo como san Francisco supo responder a los desafíos de su
tiempo puede iluminar también la búsqueda de los jóvenes de hoy, y puede
asimismo representar “una invitación a buscar nuevos caminos y a recorrerlos
con audacia y confianza, teniendo fija la mirada en Jesús y abriéndose al
Espíritu Santo para rejuvenecer el rostro mismo de la Iglesia” (Instrumentum
laboris, Sínodo de los Jóvenes, 1) en este cambio de época.
De
esta manera, teniendo presentes las dinámicas vividas por los discípulos de
Emaús, queremos descubrir, junto con los jóvenes, la presencia de Cristo que
camina a nuestro lado, que nos hace superar el desaliento, que nos ayuda a
releer nuestra historia, nos hace arder el corazón y nos transforma en
anunciadores de su Buena Noticia.
I. Mientras conversaban y discutían entre sí,
Jesús en persona se acercó y caminaba con ellos (Lc 24,15).
Después
de la Pasión y muerte de Jesús, los discípulos de Emaús con expresión abatida y
el alma herida tomaron el camino de regreso a sus propias realidades. Durante
este trayecto, sin que se dieran cuenta, el mismo Jesús se puso en medio de
ellos y los acompañó, escuchándolos en forma atenta y silenciosa.
Así
como para los discípulos de Emaús, a lo largo de su recorrido existencial es
donde nuestros jóvenes discuten, maduran, reflexionan y comparten sus
principales experiencias. Se trata de “un tiempo de experimentación, de
altibajos, de alternancia entre esperanza y temor y de necesaria tensión entre
aspectos positivos y negativos, a través de los cuales se aprende a articular e
integrar las dimensiones afectivas, sexuales, intelectuales, espirituales,
corporales, relacionales, sociales” (IL 18). En este dinamismo típico de la
juventud, se experimentan y se viven muchas realidades sin muchas posibilidades
de reflexión y de profundización.
El
Consejo Plenario de la Orden (CPO 2018), celebrado poco ha en Nairobi, Kenia,
concluyó que “escuchar a los jóvenes y caminar con ellos exige un esfuerzo
personal, fraterno y estructural para recorrer sus mismos caminos, comprender
sus dramas, conocer sus realidades, compartir sus conquistas y ser presencia
amiga y sincera en su cotidianidad”. Por lo tanto, es necesario adecuar
nuestros pasos a los de ellos y mantener el mismo ritmo, siguiendo el ejemplo
de Jesús, que humildemente camina al lado de sus discípulos. Aunque hoy la
tecnología nos ofrece una ayuda muy valiosa para acortar las distancias
geográficas, para “recorrer los mismos caminos” es indispensable el esfuerzo de
estar codo a codo con los jóvenes, participar de los mismos espacios físicos,
compartir sus deseos, sin despojarlos del papel que les es característico. Así
como san Francisco encontraba caminos para hacerse cercano de aquellos que le
eran caros, como atestigua su Carta a Fray León, también nosotros los hermanos
debemos mostrar con nuestra actitud que si los jóvenes “necesitan y desean
venir a nosotros, pueden hacerlo”.
Además
de caminar a su lado, es necesario aprender a escucharlos. Hoy en día ya no
bastan sólo documentos, escritos o declaraciones formales por parte nuestra o
de la jerarquía eclesiástica, sino que es necesario ser capaces de dejar que
cuenten su propia verdad y dirijan su propia historia. Antes de hablar, de
querer señalar el camino y de dar rápidas respuestas es necesario tener la
paciencia del Maestro que sabe interrogar y escuchar: “¿Qué conversación es esa que ustedes tienen por el camino?” (Lc
24,17). Tal escucha nace de la certeza de que el joven también es expresión de
la voz de Dios, por tanto es necesario comprenderlo como lugar teológico y
teofánico, ya que, a fin de llevar a cabo una verdadera evangelización es
importante entrar en contacto con lo “divino” de la juventud y captar su
psicología, biología, sociología y antropología con la mirada de la ciencia de
Dios.
Del
mismo modo como Francisco aceptaba consejos, amonestaciones, correcciones e
inspiraciones de sus hermanos y hermanas, también nosotros podemos tener la
capacidad de dejarnos interrogar, poner en discusión y sacudir en forma teórica
y estructural, por los jóvenes que están cerca de nosotros, resistiendo a la
tentación de tener siempre la última palabra.
II. Y, comenzando por Moisés y todos los profetas,
les explicó en todas las Escrituras lo que se refería a él (Lc 24,27)
Después
de haber escuchado las angustias y el modo como los discípulos estaban
afrontando los recientes acontecimientos de su Pasión y Muerte, el mismo Jesús
comienza a ayudarles a interpretar la realidad a la luz de la Palabra de Dios.
En
este sentido nuestro carisma franciscano tiene mucho qué decir a los jóvenes.
En su búsqueda desean y esperan de nuestro comportamiento y de nuestras
palabras que seamos para ellos un punto de referencia, un signo y una fuente de
interpretación de todo lo que sucede a su alrededor, ya que es necesario dar un
sentido a sus inquietudes.
Si
algunos analistas hablan de una “metamorfosis de la condición humana que
plantea a todos enromes retos en el camino de construcción de una identidad
sólida, nuestros jóvenes, centinelas y sismógrafos de toda época las reconocen
más que los demás como fuente de nuevas oportunidades y de inéditas amenazas” (IL
51). Son interrogantes políticos, religiosos, morales, sociales y existenciales
que les atañen directamente, frente a los cuales tenemos una interpretación
para ofrecer a partir de nuestro carisma. Se trata del segundo paso con que
nosotros como hermanos menores podemos ayudarles a comprender los últimos
acontecimientos, tanto personales como comunitarios. Así, más que el solo
“gloriarse de saber y explicar la Sagrada Escritura a los demás” (Adm 7),
nuestro empeño debe ser por un testimonio de vida coherente y elocuente. Así
como Francisco de Asís que no era un teórico de la vida espiritual, dado que
hablaba de Dios en términos de experiencia, estamos llamados a hacer de nuestra
vida un verdadero Evangelio para nuestros jóvenes, como expresión de fidelidad a
nuestra vocación. Nuestros votos, nuestro testimonio, nuestro compromiso
personal, nuestro modo de vivir y de afrontar las diversas situaciones son el
camino mediante el cual los jóvenes van descubriendo un modo de reinterpretar
los signos de los tiempos.
III. Quédate con nosotros, Señor. (…) ¿No ardía
nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino? (Lc 24,29.32)
Después
de un largo camino recorrido juntos, al caer de la noche, los discípulos de
Emaús piden a Jesús que se quede a su lado. Durante esta permanencia se dio el
compartir, nació la amistad y se inflamó el corazón.
Frente
a un mundo lleno de tantas posibilidades, es necesario que nosotros los
hermanos creamos nuevamente en la fuerza profética y en la actualidad de
nuestra vocación. Para muchos jóvenes de hoy la vida religiosa franciscana es
sinónimo de un corazón ardiente. “En la medida en que creamos en nosotros
mismos y que compartamos nuestra riqueza carismática con los jóvenes,
ciertamente nacerá en su corazón el deseo de que no los abandonemos, que
permanezcamos con ellos.” (CPO, 2018).
Frente
al individualismo y a la indiferencia, los jóvenes esperan de nosotros un
testimonio que sea “profecía de fraternidad, una casa capaz de convertirse en
familia suya” (IL 72). Ante una “cultura inspirada en individualismo,
consumismo, materialismo y hedonismo, en que dominan las apariencias” (IL 8),
podemos ofrecer un verdadero testimonio con nuestro modo de ser sencillo y
sobrio, en que “cuanto vale el hombre ante Dios, tanto vale y no más” (Adm 19).
Para una juventud que enfrenta tantas situaciones de muerte, de violencia, de
guerra y de marginación, nuestro comportamiento “apacible, pacífico, mesurado,
manso y humilde de ir por el mundo” (Rb 3,11) servirá como brújula para
señalarles el verdadero camino de la paz. Para una juventud que no teme los
retos ni las propuestas audaces y radicales, nuestra vida religiosa vivida con
entusiasmo y pasión puede ofrecer una respuesta actual y relevante. Frente a
una sociedad cada vez más secularizada y que prescinde de Dios en la vida y en
las opciones, nuestros jóvenes tienen sed de estar junto a personas que viven
por la fe, de hermanos que “no desean otra cosa, no quieren otra cosa, no les
agrada y deleita otra cosa sino el Creador y Redentor y Salvador nuestro, el
solo verdadero Dios” (Rnb 23,9). En un mundo que vive en la relativización de
los valores, donde todo es pasajero y fugaz, nuestra perpetua opción de vida es
una verdadera llamada a inflamar el corazón de nuestros jóvenes.
Sabemos
también que en algunos países nuestra Orden enfrenta una notable disminución
vocacional. Son innumerables y diversos los motivos. Sin embargo el deseo de
recorrer el camino religioso y sacerdotal no nace de simple proselitismo, donde
el objetivo es el mantenimiento de las instituciones. Cuando nosotros, los
hermanos menores, permanecemos vigilantes en nuestra vocación de “observar
fielmente el Santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo” (Rb 1,1),
evangelizando sobre todo con las buenas obras (Rnb 17,3), los jóvenes perciben
en nosotros la presencia misma de Cristo que muchos pudieron sentir en
Francisco, de manera que se podrán hacer florecer santas vocaciones. Mostrar y
alentar con el ejemplo a estos jóvenes a hacer con la identidad y el dinamismo
de la juventud, la misma experiencia evangélica que nuestro Seráfico Padre nos
pide, significa encender en sus corazones una llamada ardiente que podrá
desembocar en una nueva primavera vocacional.
Finalmente,
toda esta dinámica de ardor en el corazón de los jóvenes involucra grandemente.
No son solamente ellos los que sienten la presencia del Resucitado, sino
también nosotros, si tenemos la audacia y el valor de detenernos y de compartir
el pan de su vida, experimentamos en qué medida podemos renovarnos y
redescubrir aquel entusiasmo inicial tan característico de la juventud. Para
nosotros, los hermanos menores, Jesús se manifiesta también en el joven, de
modo que a nuestra vez pidamos que Él permanezca con nosotros.
IV. Y ellos contaban lo que les había pasado por el
camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan (Lc 24,35)
El
Evangelio nos dice que después de que los ojos de los discípulos se abrieron,
Jesús desapareció de su vista. Ciertamente los discípulos descubrieron que
ahora, más aún que tener a Jesús delante de ellos, lo tenían dentro de sí
mismos, ya que lo reconocieron dentro de sí.
Concluyendo
la propuesta de Emaús, comprendemos que también los jóvenes y cuantos aceptan
nuestra vocación, a partir del momento en que hacen la experiencia del
encuentro personal con Jesús, se hacen discípulos y testigos del Resucitado,
asumiendo así su propio papel en la evangelización y en la vocación. Nuestra
presencia en medio de los jóvenes debe ser de animación, a fin de ayudarles a
recorrer el camino de su propia autonomía, madurez y realización.
Cuando
creemos en los jóvenes, cuando acogemos los sueños y los ideales de cuantos
entre ellos tienen nuestra vocación, poco a poco los haremos protagonistas de
su propio camino. Abandonemos eventuales modelos formativos infantilizadores y
de dependencia y dejémoslos ser realmente adultos en la fe, en las opciones,
como también en las consecuencias que éstas conllevan.
A
nosotros, los hermanos, nos corresponde la capacidad de dejarlos partir, de
vencer la tentación de tener siempre el control, de ser siempre necesarios, de
dejarlos asumir su propio papel en la Iglesia, así como su propia vocación y su
propio crecimiento. Se trata por tanto de la coronación de un proceso que
realmente les ha permitido el encuentro personal con Jesús, a partir de la
espiritualidad franciscana que los ha hecho maduros en la fe y prontos a
hacerse cargo de su propia historia y vocación.
Y
como Cristo se hace presente a través de los que parten el pan y viven su
propuesta evangélica, que también nosotros, los hermanos menores podamos ser
presencia de Francisco en este tiempo mostrando a los jóvenes el rostro de
Cristo que camina con toda la creación.
Además,
en este momento histórico la Orden, como parte de la Iglesia, reconoce que
algunos de sus miembros, al igual que otros religiosos, religiosas y
sacerdotes, con sus acciones han fallado a los ideales que presenta esta carta
y han hecho grave daño a algunos jóvenes, traicionando su confianza. Todo esto
es para nosotros ante todo fuente de dolor, además de ser motivo de vergüenza,
e invita a hacer todo lo posible para llevar a cabo y reforzar políticas y
decisiones con que se garantice que todos los jóvenes sean salvaguardados y
respetados.
Que
la Solemnidad de nuestro Padre san Francisco, que como joven supo acoger la
novedad evangélica que el Señor les inspiraba, renueve nuestra decisión
“afectiva y efectiva” (Santo Domingo, 114) por los jóvenes y que, junto a
ellos, podamos discernir los signos de renovación que el Espíritu está
suscitando en nuestra Iglesia y en nuestra Orden.
Buena
Fiesta de san Francisco.
¡Paz
y Bien!
Roma,
29 de septiembre de 2018
Fiesta d los Santos Arcángeles Miguel,
Gabriel y Rafael
Fr.
Michael Anthony Perry, ofm (Min. Gen.)
Fr.
Julio César Bunader, ofm (Vic. Gen.)
Fr.
Jürgen Neitzert, ofm (Def. Gen.)
Fr.
Caoimhín Ó Laoide, ofm (Def. Gen.)
Fr.
Ignacio Ceja Jiménez, ofm (Def. Gen.)
Fr.
Nicodème Kibuzehose, ofm (Def. Gen.)
Fr.
Lino Gregorio Redoblado, ofm (Def. Gen.)
Fr.
Ivan Sesar, ofm (Def. Gen.)
Fr.
Valmir Ramos, ofm (Def. Gen.)
Fr.
Giovanni Rinaldi, ofm (Sec. Gen.)
Fr.
Antonio Scabio, ofm (Def. Gen.)
Descargar: Carta Ministro General 2018