El ‘Perdón de Asís’ se concede a los peregrinos
que van a la Porciúncula para recibir la indulgencia plenaria que San Francisco
obtuvo de Honorio III en 1216.
La Iglesia ha seguido, hasta nuestros
días, otorgando y ampliando esa gracia extraordinaria.
En la actualidad, esta Indulgencia puede lucrarse no sólo en Santa María de los Ángeles o la Porciúncula, sino en todas las iglesias franciscanas, y también en las iglesias catedral y parroquial, cada 2 de agosto, día de la Dedicación de la iglesita, una sola vez, con las siguientes condiciones:
En la actualidad, esta Indulgencia puede lucrarse no sólo en Santa María de los Ángeles o la Porciúncula, sino en todas las iglesias franciscanas, y también en las iglesias catedral y parroquial, cada 2 de agosto, día de la Dedicación de la iglesita, una sola vez, con las siguientes condiciones:
1) visitar una de las iglesias
mencionadas, rezando la oración del Señor y el Símbolo de la fe (Padrenuestro y
Credo)
2) confesarse, comulgar y rezar por las
intenciones del Papa, por ejemplo, un Padrenuestro con Avemaría y Gloria estas
condiciones pueden cumplirse unos días antes o después, pero conviene que la
comunión y la oración por el Papa se realicen en el día en que se gana la
Indulgencia.
En la verde llanura umbriana, en el
corazón de la pequeña ciudad de Santa María de los Ángeles, se alza el inmenso
templo de la Basílica de la Porciúncula de Santa María de los Ángeles del siglo
XVI, dentro del municipio de Asís pero a unos 4 kilómetros afuera de las
murallas de la ciudad. Esta Basílica nos introduce en el corazón de Francisco y
en el misterio mismo de la ciudad seráfica: «En las puertas de Asís está la
representación de los bienaventurados espíritus, los ángeles, que están en la
presencia de la Santísima Trinidad y forman una corona en torno a la Madre de
Dios… oh María, Reina de los Ángeles, desde aquí nos muestras el camino del
paraíso» (Juan XXIII).
La Basílica encierra desde hace siglos
entre sus blancos muros, a manera de un relicario, la perla preciosísima de la
iglesita de la Porciúncula. Allí inició el movimiento franciscano. El nombre
Porciúncula significa ‘pequeña porción de tierra’ y es mencionado por vez
primera en un documento que data de 1045, actualmente en los archivos de la
Catedral de San Rufino, en Asís.
Es éste el lugar más sagrado y venerable
del franciscanismo, la «cuna pétrea de los Menores» donde, como puntualiza en
una síntesis estupenda San Buenaventura, segundo biógrafo de San Francisco,
éste «comenzó humildemente, prosiguió virtuosamente y concluyó felizmente su
camino espiritual». Cuando Francisco llegó aquí a principios del siglo XIII, la
iglesita humilde y solitaria dedicada a la Asunción de la Virgen estaba rodeada
por un bosque de encinas y se encontraba en un estado de abandono casi total.
Francisco compadecido la reparó con sus
propias manos e hizo de ella un punto de referencia para toda su vida y para la
vida de la fraternidad franciscana. Fue aquí donde bajó a su corazón inflamado
de ardor juvenil, aún inquieto y a la búsqueda, aquella palabra encendida de
Cristo que lo arrancó definitivamente del mundo y de las cosas de antes,
empujándolo con fuerza y entusiasmo por el camino del Evangelio.
La antigua iglesita de Santa María de
los Ángeles o de la Porciúncula es la cuna e iglesia madre de la Orden de los
Menores. Francisco la amó más que a todos los demás lugares de la tierra y,
moribundo, la encomendó a sus hijos como morada «queridísima de la Madre de
Dios». Fr. León, amigo, confidente y confesor de Francisco, en el «Espejo de
perfección», sintetiza el amor del seráfico Padre por la iglesita de la
Porciúncula en el siguiente pasaje:
«Lugar
santo, en verdad, entre los lugares santos. Con razón es considerado digno de
grandes honores. Dichoso en su sobrenombre (la Porciúncula); más dichoso en su
nombre (Santa María); su tercer nombre (de los Ángeles) es ahora augurio de
favores. Los ángeles difunden su luz en él; en él pasan las noches y cantan.
Después
de arruinarse por completo esta iglesia, la restauró Francisco; fue una de las
tres que reparó el mismo Padre. La eligió cuando cubrió sus miembros de saco.
Fue
aquí donde domeñó su cuerpo y lo obligó a someterse al alma. Dentro de este
templo nació la Orden de los Menores cuando una multitud de varones se puso a
imitar el ejemplo del Padre.
Aquí
fue donde Clara, esposa de Dios, se cortó por primera vez su cabellera y,
pisoteando las pompas del mundo, se dispuso a seguir a Cristo. La Madre de Dios
tuvo aquí el doble y glorioso alumbramiento de los hermanos y las señoras, por
los que volvió a derramar a Cristo por el mundo. Aquí fue estrechado el ancho
camino del viejo mundo y dilatada la virtud de la gente por Dios llamada. Aquí,
compuesta la Regla, volvió a nacer la pobreza, se abdicó de los honores y
volvió a brillar la cruz. Si Francisco se ve turbado y cansado, aquí recobra el
sosiego y su alma se renueva. Aquí se le muestra verdadero aquello de que duda
y además se le otorga lo que el mismo Padre demanda» (EP 84)
En julio de 1216, Francisco pidió en
Perusa a Honorio III que todo el que, contrito y confesado, entrara en la
iglesita de la Porciúncula, ganara gratuitamente una indulgencia plenaria, como
la ganaban quienes se enrolaban en las Cruzadas, y otros que sostenían con sus
ofrendas las iniciativas de la Iglesia. De ahí el nombre de Indulgencia de la
Porciúncula, Perdón Asís, Indulgencia o Perdón de las rosas u otros parecidos.
Un
día del verano de 1216, el Pobrecillo partió para Perusa, acompañado del
hermano Maseo. La noche anterior Cristo y su Madre, rodeados de espíritus
celestiales, se le habían aparecido en la capilla de Santa María de los
Ángeles:
–
Francisco -le dijo el Señor-, pídeme lo que quieras para gloria de Dios y
salvación de los hombres. – Señor -respondió el Santo-, os ruego por
intercesión de la Virgen aquí presente, abogada del género humano, concedáis
una indulgencia a cuantos visitaren esta iglesia.
La
Virgen se inclinó ante su Hijo en señal de que apoyaba el ruego, el cual fue
oído.
Palabras
de san Francisco antes de morir:
Del aprecio que tenía Francisco a la
Porciúncula y que quiso inculcar a sus hijos, dan fe las palabras que el Santo
ya moribundo les dirigió y que recoge su primer biógrafo Tomás de Celano: «Mirad, hijos míos, que nunca abandonéis
este lugar. Si os expulsan por un lado, volved a entrar por el otro, porque
este lugar es verdaderamente santo y morada de Dios. Fue aquí donde, siendo
todavía pocos, nos multiplicó el Altísimo; aquí iluminó el corazón de sus
pobres con la luz de su sabiduría; aquí encendió nuestras voluntades en el
fuego de su amor. Aquí el que ore con corazón devoto obtendrá lo que pida y el
que profane este lugar será castigado con mucho rigor. Por tanto, hijos míos,
mantened muy digno de todo honor este lugar en que habita Dios y cantad al
Señor de todo corazón con voces de júbilo y alabanza» (1 Cel 106).
ICongreso Mundial de Hermanas Pobres de Santa Clara 2008 |