Pestaña

sábado, 4 de agosto de 2018

Circular de Madre Presidenta en la Solemnidad de Santa Clara de Asís

A TODAS LAS HERMANAS DE LA FEDERACIÓN


 Badajoz, 30-07-2018

             Queridas hermanas ¡el Señor os dé su paz!

         Cuando pensaba en la circular de felicitación-exhortación para el día de nuestra hermana y madre Santa Clara, evocaba dos palabras que en estos últimos meses han resonado y resuenan con frecuencia entre nosotras: “Cor Orans”, ¡Corazón orante!; sí,  corazón orante  hecho realidad en Clara de Asís, mujer nueva que supo vivir centrada y unificada en el Señor.

Junto a estas palabras, traía también a la memoria su fidelidad y defensa del seguimiento indeclinable de Cristo en altísima unidad y santísima pobreza[1], con la misión de ser hermana de sus contemporáneos[2] y amiga de la soledad, el silencio y la contemplación constante como modo específico de ser y estar en el mundo[3]. Creo que todas sabemos o por lo menos intuimos cómo y cuánto luchó Clara hasta el último instante de su existencia terrena, para que sus opciones de vida fueran respetadas y reconocidas por la jerarquía eclesiástica como modelo legítimo de vida religiosa contemplativa femenina. Sin embargo, conjugar la intuición carismática y a la vez, el estar “siempre sometidas y sujetas a los pies de la misma santa Iglesia”[4] no fue una síntesis fácil y tampoco una gracia barata, porque el seguimiento de Jesús en humildad y pobreza, le supuso, por un lado, constancia en no rehusar indigencia alguna, ni pobreza, ni trabajo, ni tribulación, ni afrenta, ni desprecio del mundo[5] y, por otro,  la lucha, a veces férrea, por mantenerse fiel –junto a las hermanas, al Hijo de Dios hecho Camino para nosotras[6]de un modo muy concreto. Es por esto, que quisiera recordar con  vosotras, nuestro propósito y principio: el seguimiento de las huellas de Jesucristo[7] Siervo, pobre, humilde, fraterno y orante. Sin perder de vista aquello, no olvidemos nunca nuestro punto de partida, razón de nuestro ser y existir en la Iglesia. ¡No leamos el todo por la parte pues caeríamos en un reduccionismo letal!

Existe el riesgo  de detenernos demasiado en la legislación de la Instrucción “Cor Orans”, mirando en detalle cada una de las disposiciones y quedarnos enganchadas por aquellos aspectos que  rechinan o  hieren nuestra sensibilidad, modo de comprender o intentar vivir esta Forma de Vida hoy, dejando atrás, o por lo menos, un tanto olvidada, la Constitución Apostólica  “Vultum Dei  Quaerere”. El segundo documento no puede ensombrecer al primero, estas disposiciones no deben hacernos  olvidar la llamada principal de ser faros que otean el horizonte en “busca del rostro del Señor”, siguiendo sus huellas y pobreza; tampoco podemos convertirlo en “obstáculo en el camino para no cumplir nuestros votos al Altísimo con aquella perfección a la que nos ha llamado el Espíritu del Señor”[8]. Por el contrario, esta Instrucción puede ser acogida como ocasión de imitar a la hermana y madre Clara, como una oportunidad más para abrirnos a las ofertas de crecimiento humano y creyente que la misma vida nos ofrece, para que, “con la humildad, el vigor de la fe y los brazos de la pobreza, abracemos el tesoro incomparable”[9] y corramos sin desfallecer tras sus huellas, comulgando con sus intereses y secundando su querer, haciendo lo que sabemos que agrada al Señor[10] y, sobre todo, como la misma Clara subrayó a su amiga y discípula Inés, gozándonos siempre en Él, sin permitir que nos envuelva amargura ni tiniebla alguna[11] sino dedicándonos a lo que por encima de todo debemos anhelar poseer: el Espíritu del Señor y su santa operación, porque “la letra mata pero el Espíritu da vida” (2Cor 3,6). A este propósito, el papa Francisco en una de sus homilías, comentó que la ley está al servicio del hombre que está al servicio de Dios y que, por este motivo, el hombre debe tener el corazón siempre abierto. El ‘siempre se ha hecho así’ es un corazón cerrado y Jesús nos ha dicho: ‘os enviaré el Espíritu Santo y Él os conducirá a la verdad plena’. ¡Si tienes el corazón cerrado a la novedad del Espíritu Santo, ‘nunca llegarás a la verdad plena! Y tu vida será una vida mitad y mitad, una vida remendada, remendada de cosas nuevas pero sobre una estructura que no está abierta a la voz del Señor. Un corazón cerrado, porque no eres capaz de cambiar los odres… A las novedades del Espíritu Santo, a las sorpresas de Dios también las costumbres deben renovarse. El Papa terminaba pidiendo para todos, que el Señor nos diera  la gracia de un corazón abierto, un corazón abierto a la voz del Espíritu Santo, que sepa discernir lo que no debe cambiar porque es un fundamento, de lo que sí lo debe hacer para poder recibir las novedades del Espíritu Santo”[12].

Y es a esto a lo que impele Clara a Inés, especialmente en momentos de dificultad: a abrirse al Espíritu en escucha atenta, a poner la mente, el alma y el corazón en Él, para ser transformada en su imagen por la contemplación. Quiere que,  mirando fija y atentamente al Espejo, llegue a ser, por sola su misericordia y gracia, reflejo de su ser y obrar, obediente al Padre. A quien verdaderamente va tras el rostro del Señor, se le concederá un corazón al estilo de Jesús, un corazón atento, silencioso, recogido, vuelto no hacia el propio  “ego” sino hacia la Fuente de donde mana el auténtico rostro del Señor: las Escrituras y la contemplación de sus palabras que son espíritu y vida: documento oficial de nuestro Señor Jesucristo que contiene las verdaderas instrucciones aplicativas que deben regir nuestro estar y ser mujeres consagradas en la vida contemplativa franciscana.

Buscar el rostro del Señor en espíritu y verdad, nos saca de nuestras superficialidades, de nuestras ansiedades, de nuestras sensaciones de vacío existencial que nos zarandean y nos conducen a la cultura del consumismo y del ruido.  Cuando se busca el rostro del Señor el corazón se hace más flexible, más moldeable, más humilde, más apasionado, más humano, más hermanado y fraterno, más esperanzador, más vigilante, en definitiva, se hace más orante, porque su deseo es estar con el Señor y hacer de Él su delicia.  El encuentro con Jesús permite vivir en un estado de conversión continua y, por tanto de madurar en modo progresivo una experiencia real de fe, asumiendo en la vida cotidiana el rostro de Cristo[13].

Tener un corazón orante supone todo un proceso de silenciamiento externo e interno. Clara lo sabe muy bien y cuando instruye a sus hermanas, lo primero que les enseña es a apartar del interior del alma todo estrépito, a fin de que puedan permanecer fijas únicamente en la intimidad de Dios. Enséñales después a no dejarse llevar del amor de los parientes según la carne y a olvidar la casa paterna si quieren agradar a Cristo. Las exhorta a no hacer caso de las exigencias de la fragilidad del cuerpo y a frenar con el imperio de la razón, las veleidades de la naturaleza[14]. Estas palabras dichas por esta mujer en el siglo XIII siguen siendo un camino válido hoy para hacer del corazón, un corazón amante y dialogante con Dios y nuestros contemporáneos. 

En nuestro siglo, el cardenal Robert Sarah con otras expresiones, nos viene a decir lo mismo: “Hay que imponer silencio al quehacer del pensamiento, calmar la agitación del corazón, el tumulto de las preocupaciones, y eliminar toda distracción artificial”, porque el silencio contemplativo -sigue diciendo el cardenal-  es un silencio de adoración y de escucha del hombre que se presenta ante Dios[15].

Una vez más nos encontramos con la correlación entre el don y la tarea, vaciarse para ser llenadas. También  a esta dimensión orante podemos aplicar lo que se afirma de la fraternidad. La contemplación es un don ofrecido que exige al mismo tiempo una respuesta. El tener un corazón contemplativo implica también un entrenamiento y una lucha contra nuestras veleidades y dispersiones. Es muy fácil dispersarse, entretenerse, pasar las horas sin ser consciente de la presencia que nos habita. Podríamos decir que la oración sin mística no tiene alma pero sin ascesis,  no tiene cuerpo. Se necesita «sinergía» entre el don de Dios y el compromiso personal para dar carne y concreción a la gracia y al don de la contemplación[16].

Hermanas, seamos coherentes y responsables con la misión eclesial que se nos ha encomendado. La contemplativa femenina ha representado siempre en la Iglesia y para la Iglesia el corazón orante, guardián de gratuidad y de rica fecundidad apostólica y ha sido testimonio visible de una misteriosa y multiforme santidad. Suspiremos por el Amado, avivemos la búsqueda de su rostro hasta comunicarnos unas a otras y al mundo entero: “Hemos encontrado al Señor”, “Hemos visto al Señor”[17]. ¡Mantengamos viva la profecía de nuestra existencia entregada, y como Clara de Asís, vivamos el gozo de una vida esponsal y fraterna al  estilo franciscano!

Clara tiene aún hoy mucho que decirnos y transmitirnos respecto a nuestra Forma de Vida y vocación. Supliquemos su intercesión y su tesón para comprender y vivir la vida evangélica en seguimiento de las huellas y pobreza de nuestro Señor Jesucristo, en fidelidad a Dios y  a los hombres y mujeres de hoy. Seamos pues para ellos, faros que señalen la Luz y guíen a los navegantes vacilantes, en su búsqueda mendicante de sentido y plenitud.

             En unión de oraciones

       
Fdo. María Teresa Domínguez Blanco, OSC



[1] LCl 14 y Bula de Canonización 13
[2]ProC IX, 2, además de todos los casos que mencionan lo/as testigo/as en el Proceso y hacen referencia a la intervención milagrosa de Clara hacia quienes se acercaban al monasterio en busca de ayuda. Cf. Bula de canonización 14-18
[3] Ibid, XIV, 2
[4] RCl XII, 13
[5] TestCl 27
[6] TestCl 5
[7] 3 CtaCl 4
[8] 2 CtaCl 14
[9] 3 CtaCl 7
[10] Cf. CtaO 50
[11] 3CtaCl 10-11
[12] Homilía del papa Francisco en santa Marta sobre las lecturas de la eucaristía del día 18 de enero de 2016
[13] Diana Papa,  ponencia, II Congreso clariano, Barcelona 2012
[14] LCl 36
[15]  “La fuerza del silencio”,  nº 144. p. 91. Cardenal Robert Sarah, Editorial Palabra, 2017
[16]  Congregavit nos in unum Christi amor, nº 23
[17] Cf. Vultum Dei Quaerere 5 y 6