Fiesta de S. Clara 2018
Discernimiento:
purificación de la mirada,del corazón, de la voluntad
Queridas
hermanas,
¡El Señor
les dé la paz!
El año
pasado les propuse unas reflexiones y pistas de verificación sugeridas por las
palabras que han enfocado nuestro camino de Hermanos Menores hacia el Consejo
Plenario, celebrado en junio pasado en Nairobi: escuchar, discernir, actuar.
Este año me
propongo detenerme en especial sobre la segunda: quiero tomar del ejemplo y de
las palabras de Clara algunos elementos útiles para desarrollar una capacidad
de discernimiento que lleve a mejorar cada vez más la calidad de nuestra vida,
a hacer de ella la respuesta fiel y gozosa a la llamada de Dios en este tiempo,
en el espacio que a cada cual le ha correspondido habitar.
Adoptados
por Dios como hijos en su Hijo Jesús muerto y resucitado, desde el momento de
nuestro bautismo oramos: “Padre nuestro, hágase tu voluntad”. La del
discernimiento es la única posible y verdadera manera de existir, porque, como
dice Francisco, “después de
haber dejado el mundo, ninguna otra cosa hemos de hacer sino seguir la voluntad
del Señor y agradarle sólo a él” (Rnb XXII, 9). Clara por su parte “en
cuanto podía, procuraba agradar a Dios” (ProVIII, 3).
Recorriendo
las fuentes clarianas, especialmente las cartas, me doy cuenta de que Clara
vive y propone el discernimiento como un camino de purificación: purificación
de la mirada, del corazón, de la voluntad.
Purificación
de la mirada
El punto de
partida es la realidad en que nos encontramos: incluso antes, es la realidad
que “somos”, lo que cada uno de nosotros es por naturaleza y por gracia. No
raras veces tenemos la experiencia de percibir en forma distorsionada la
realidad en nosotros y a nuestro alrededor. Prevenciones y prejuicios de
diversas clases pueden alterar la lectura de lo que sucede en nuestro interior
y en nuestra comunidad, en la Iglesia, en la sociedad… ¿Acaso no es este un
primer factor de muchas incomprensiones, de malentendidos, de relaciones
conflictivas?
Purificar la
mirada para ‘ver’ bien: ver como Dios nos ve, ver sin filtros deformantes. Como
a Inés de Praga, Clara les recuerda hoy a ustedes, y a todos nosotros, que,
solamente asemejándonos a Jesús, apropiándonos de su misma mirada, podemos
‘ver’ la realidad en la verdad, más allá de las alteraciones producidas por el
pecado en todas sus formas: “Porque él es esplendor de la eterna gloria,
reflejo de la luz perpetua y espejo sin mancha. Tú, oh reina, esposa de
Jesucristo, mira diariamente este espejo, y observa constantemente en él tu
rostro” (4CtaCl14-15); porque ciertamente “en tu luz vemos la luz” (Sal36
(35,10).
Clara había
empezado a hacer la experiencia de la purificación de la mirada cuando
Francisco – cuenta la Leyenda– “la exhortaba al desprecio del mundo
demostrándole con vivas expresiones la vanidad de la esperanza y el engaño de
los atractivos del siglo, destila en su oído la dulzura de su desposorio con
Cristo” (LCl5). Muy bien lo aprendió Clara cuando escribe a Inés de
Praga: “y dejando a un lado absolutamente todo lo que en este mundo falaz e
inestable tiene atrapados a los que ciegamente lo aman, ama con todo tu ser a
aquel que totalmente se entregó por tu amor”. Existe un engaño fundamental,
‘original’, en virtud del cual el ‘mundo’, entendido como visión de la realidad
en oposición a la de Dios, aparece atrayente siendo de hecho mortífero, parece
dar felicidad y en cambio esclaviza y roba el gozo y la vitalidad. En la
tercera carta a Inés Clara usa expresiones muy fuertes a este respecto:
“siguiendo sus huellas, principalmente las de la humildad y la pobreza, puedes
llevarlo espiritualmente siempre, fuera de toda duda, en tu cuerpo casto y
virginal, de ese modo contienes en ti a quien te contiene a ti y a los seres todos,
y posees con El el bien más seguro, en comparación con las demás posesiones,
tan pasajeras, de este mundo. En esto se engañan ciertos reyes y reinas
mundanos, los cuales, aunque parecen que escalan el mismo cielo con sus
ambiciones, y se diría que con su testa rozan las nubes, al fin acaban
pudriéndose” (3CtaCl 25-28). La comunión con el Señor Jesús vivida en el
don de sí asegura contra el peligro de la ‘ceguera’ espiritual. Sólo la mirada
purificada, nos enseña Francisco, sabe ver a Dios en todas las cosas. Clara
quiere formar en las hermanas esta misma mirada, de la cual brota la alabanza:
“Cuando la santísima madre enviaba fuera del monasterio a las hermanas
serviciales, les exhortaba a que, cuando vieran los árboles bellos, florecidos
y frondosos, alabaran a Dios; y que, igualmente, al ver a los hombres y a las
demás criaturas, alabaran a Dios siempre, por todas y en todas las cosas” (Pro14,
9). Ver la realidad como Dios la ve es el primer paso para identificar las
huellas por los senderos del Reino.
Purificación
del corazón
Si la mirada
pura lee la realidad en la verdad de Dios, es el corazón el que la juzga, la
evalúa, la interpreta. El discernimiento como ‘juicio’ es el siguiente paso en
que la realidad es confrontada con los valores que sostienen y orientan el
camino de la existencia.
Según el
testimonio de Bona de Güelfuccio, Francisco exhorta a la joven Clara a cuidar
su propio corazón sintonizándolo con el corazón de Jesús: “Siempre le predicaba
que se convirtiera a Jesucristo”. La conversión es para el cristiano el
movimiento esencial para seguir viviendo tanto como lo es la respiración.
A lo largo de su existencia Clara conoce con cuánta facilidad se endurece el
corazón, se distrae, se confunde; por esto se goza viendo a Inés de Praga “pisotear
en forma terrible e impensada las astucias del astuto enemigo la soberbia que
es ruina de la naturaleza humana y la vanidad que infatúa los corazones de los
hombres”. La soberbia y vanidad impiden el recto juicio de la realidad, porque
hacen confluir en sí, y no en Dios y por tanto en los demás. Al contrario, como
recientemente lo ha recordado el papa Francisco, “es propio del Espíritu Santo
el descentrarnos de nuestro yo y abrirnos al “nosotros” de la comunidad:
recibir para dar. No estamos nosotros en el centro: nosotros somos un
instrumento de ese don para los demás” (Papa Francisco, Audiencia general,
6 de junio de 2018).
El corazón
es custodiado si se confía al Señor en un movimiento diario de entrega: “Fija
tu mente en el espejo de la eternidad, fija tu alma en el esplendor de la
gloria, fija tu corazón en la figura de la divina sustancia y transfórmate toda
entera, por medio de la contemplación, en imagen de su divinidad. Así
experimentarás también tú lo que experimentan los amigos al saborear la dulzura
escondida que el mismo Dios ha reservado desde el principio para los que lo
aman” (3CtaCl12-14).
El auténtico
discernimiento exige afinar el gusto por las cosas de Dios, sabiendo reconocer
el perfume y el sabor del Evangelio en lo que sucede, en las personas con
quienes nos encontramos, en las hermanas con quienes vivimos, como también en
quien habita en otras latitudes. En una forma y con una intensidad enteramente
particular se ha confiado a ustedes, hermanas, este ejercicio de contemplación,
gracias al cual el juicio madura y se convierte en la virtud de la discreción:
situación real, valores profesados, fin último dialogan juntos, sin concesiones
mistificantes ni compromisos de comodidad. “Más como nuestra carne no es de
bronce, ni nuestra fortaleza no es de piedra, sino que somos por naturaleza
frágiles, y fáciles a toda flaqueza corporal, te lo digo porque he oído que te
has propuesto un indiscreto rigor en la abstinencia, por encima de tus fuerzas;
y te ruego, carísima, y te suplico en el Señor que desistas de él sabía y
discretamente, para que así, conservando la vida, alabes al Señor y le ofrezcas
tu obsequio espiritual y tu sacrificio sazonado con sal” (3CtaCl38-41).
Purificación
de la voluntad
El proceso
de discernimiento se orienta a sentirnos interpelados por la palabra de Dios
para vivir en obediencia a Él, es decir, tiene como finalidad vivir en la
historia en forma evangélica siguiendo las huellas de Jesús, a fin de que
crezca el reino de Dios en el mundo. Nuestros proyectos son buenos si no son
‘solamente nuestros’, si brotan, como de su raíz, de la disponibilidad a
colaborar con todos nosotros mismos en la obra que Dios ya está realizando.
Es bueno, y
siempre hay que escogerlo, aquello que nos mantiene unidos al Señor, y se ha de
rechazar lo que nos aparta de Él. Clara puede declinar el ofrecimiento del papa
Gregorio IX – ser liberada del vínculo con la pobreza altísima para aceptar las
posesiones que él mismo le ofrecía – y declarar con simplicidad y verdad:
“Santísimo Padre, a ningún precio deseo ser dispensada del seguimiento
indeclinable de Cristo” (LCl14). Y exhorta a Inés de Praga, en una
situación análoga, a abrazar el pobre Crucificado (cf. 2CtaCl17-18).
Cuán
preciosa y significativa es, pues, la indicación que tanto Clara como Francisco
ponen como sello de sus respectivas ‘reglas’, a la manera de síntesis de toda
la forma vitae: “Pero no olviden que por encima de todo deben anhelar
tener el Espíritu del Señor y su santa operación, orar continuamente al Señor
con un corazón puro, y tener humildad y paciencia en la persecución y en la
enfermedad, y amar a los que nos persiguen y reprenden y acusan, porque dice el
Señor: Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de
ellos es el reino de los cielos. Y el que persevere hasta el fin, será salvo” (RC1
X,9-13).
A la luz de
estas palabras, síntesis de toda una vida, reconocemos cumplido en Clara y en
Francisco lo que el papa Francisco recuerda a todos en la Exhortación
apostólica Gaudete et Exsultate:“El discernimiento […] es una verdadera
salida de nosotros mismos hacia el misterio de Dios, que nos ayuda a vivir la misión
a la cual nos ha llamado para el bien de los hermanos” (GE175).
Mis mejores
deseos, mis queridas damas pobres, son para que puedan vivir una gozosa
conmemoración en la solemnidad de nuestra amada hermana y madre, santa Clara de
Asís. ¡Felicidades!
Roma, 2 de
agosto de 2018
Fiesta del Perdón de Asís
Fiesta del Perdón de Asís
Fr. Michael
A. Perry, OFM
Ministro general y siervo
Ministro general y siervo