Pestaña

domingo, 27 de noviembre de 2022

Mensaje de Madre Presidenta para Adviento

¡Ven, Señor Jesús!  ¡Principe de la Paz!


A TODAS LAS HERMANAS DE LA FEDERACIÓN

Un Adviento con aire de esperanza y anhelo de Paz

Queridas hermanas: ¡El Señor nos dé la paz! Este saludo franciscano, que se basa en la paz bíblica y encuentra su modelo en la vida de Jesucristo humilde y sufriente, en este adviento 2022, en medio del contexto social-político que nos envuelve de guerras y violencias resuena aún con más fuerza. 

Necesitamos que el “Príncipe de la Paz” venga a hacer su morada entre nosotros y cambie los corazones cerrados en los propios intereses, en los odios atrincherados, en la lucha por el poder, en tantas atrocidades que masacran y oprimen a nuestro mundo, los cambie y los llene de respeto mutuo, de concordia, de armonía, de perdón y misericordia. Sólo Él, “el árbitro de las naciones”, será capaz de transformar “las espadas en arados, las lanzas en podaderas, y que los pueblos no se alcen la espada entre sí” (Cf.Is 2, 1-5).

La paz es uno de los deseos más profundos del corazón humano. Anhelamos la justicia y la paz como hombres y mujeres que caminan junto al Señor, que vino para servir y dar su vida por la humanidad. Ansiamos vivir en armonía, serenidad, ¡paz!… En este deseo por alcanzar la paz, nuestro padre S. Francisco se alza como uno de los grandes defensores (recuérdese el encuentro con el sultán); pero él es consciente que la lucha por la paz se inicia desde dentro del hombre y dirá: “Que la paz que anuncian de palabra, la tengan, y en mayor medida, en sus corazones” (L3C 58), “Son verdaderamente pacíficos aquellos que, en medio de todo lo que padecen en este mundo, conservan la paz de alma y cuerpo, por el amor de nuestro Señor Jesucristo” (Adm 15).

El Poverello nos invita a entrar en nuestros corazones y descubrir ahí́ al Dios de la paz. A donde vayamos, y hagamos lo que hagamos, siempre portemos la paz.  En nuestro interior existen reservas inagotables de paz y hay que restituirla al Señor siendo sembradoras de la misma, empezando por las más cercanas, nuestras hermanas, y continuando con todo hombre y mujer que en medio de sus angustias, ansiedades y miedos necesitan la esperanza confiada del que sigue aguardando en la noche.

Nuestra misión de paz proviene de la paz de nuestros corazones, y se basa en nuestra propia experiencia de perdón, misericordia y generosidad. Una experiencia que nos ha sido dada, nos ha liberado, y nos permite actuar de otra manera. Si queremos ser transmisoras de paz en nuestro alrededor, necesitamos liberar nuestros corazones de aquellos sentimientos negativos que sofocan el amor y el perdón. Sólo entonces, tendremos en nosotras la fuerza para hacer el bien.

Lo difícil es tenerla cuando la vida duele, cuando se convierte en una pasión. Pero los enamorados de Dios son pacíficos porque confían y esperan en Él.

Sabemos bien que el rechazo a usar la violencia no es siempre fácil y es comprensible también que algunas situaciones de injusticia especialmente atroces provoquen una instintiva reacción violenta. Pero la verdadera fuerza, el poder que puede poner fin a una espiral de violencia y de discordia, se encuentra en el amor aparentemente indefenso y desarmado, dispuesto a servir a los demás. Jesús es nuestra referencia.

Sólo si tenemos el Espíritu del Señor y su influjo benéfico, seremos capaces de este trabajo, absteniéndonos de toda forma de agresión y evitando cualquier recurso a la fuerza. Es el Espíritu del Señor y su santa operación quienes vencen al mal y nos impulsan al amor, también hacia nuestros enemigos[1] y a quienes percibimos como amenazas para nuestra propia paz.

Pidamos el don: “Señor, haznos instrumentos, mediadoras de tu paz”. Y no solamente pidamos el don, es muy importante abrir el corazón para recibirlo en humildad y pobreza y compartirlo no sólo con los de fuera, sino también con nuestras propias hermanas de comunidad.

Un estar atentas de día y de noche.

Para hacer de esto una realidad viva y no quedarnos sólo en deseos, es necesario que espabilemos nuestro espíritu de vigilancia, de atención, de escucha. A ello nos llama e invita este tiempo de adviento que iniciamos.

Escucha lo que dice el profeta Isaías: “Me gritan: ‘Centinela, ¿cuánto queda de noche?’ (21,11-12), y hoy te vienen a decir: “… y en medio de la noche se está escuchando un grito: ‘¡Llega el esposo! ¡Salid a su encuentro!” (Mt 25,6). Decídete a salir al encuentro del Señor. El viene y te dice: ¡Estaré contigo!

Escucha lo que el Señor te dice a través de los profetas:

-        quiero reconstruir tus ruinas (Amós 9,11),

-        sanar tus infidelidades (Os. 14,5),

-        rehacer tu vasija estropeada (Jer 18),

-        congregar tus dispersiones (Is 43,5),

-        vitalizar tus huesos secos (Ex 37),

-        consolar tus aflicciones (Is 40,1),

-        recrear en ti un corazón nuevo (Jer. 33,39).

No estás sola para vivir ese trayecto, soy yo quien te invita, te llama, voy a guiarte, envolverte, restaurarte: tú ten confianza, ponte en marcha. No tiembles, no tengas miedo, pues el Señor, tu Dios, estará contigo, en cualquier parte donde vayas (Js 1,9). “He venido a buscar y salvar lo que estaba perdido” (Lc 19,10). Él ha venido a salvarte, a curarte; déjate encontrar, dejémonos hallar.

Anhelemos y pidamos que llegue pronto ese día en el que “habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos… el niño jugará en la hura del áspid, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente y no harán daño ni estrago por todo el monte santo porque el país estará lleno de la ciencia del Señor” (Cf Is 11, 1-10).

Prepararnos a la celebración del amor de Dios por la humanidad.

Por otra parte, este adviento, puerta de un próximo centenario franciscano, se nos ofrece la oportunidad de ir dando pasos para la conmemoración gozosa de esos acontecimientos que marcaron la existencia de Francisco de Asís.  En general se nos está invitando a profundizar en nuestro carisma, a enriquecer nuestra formación inicial y permanente, a vivir este centenario de centenarios (como acertadamente se ha denominado) como un camino en comunión. En el 2023 son dos los acontecimientos que recordamos jubilosamente: La aprobación de la Regla Bulada y la Navidad de Greccio. Celebrar la navidad en Greccio (1223-2023): es una invitación a detenerse ante el misterio de la Encarnación para contemplar la grandeza del amor divino por la humanidad. Y esto conlleva como consecuencia el hacernos instrumentos de vida y humanidad.

Empezamos un camino de preparación para la celebración de la Navidad, fiesta que nos posibilitará acércanos al pesebre y redescubrir en la encarnación de Jesucristo el “camino” de Dios, es decir, al Hijo de Dios que “se hizo camino por nosotras” (como nos enseña nuestra Madre Santa Clara). Sólo un corazón bien dispuesto que se deja transformar por el Señor en lo cotidiano de cada día se hace capaz de tal descubrimiento.

Que, como Francisco, seamos capaces de estremecernos ante el don inmerecido de nuestro Salvador; que seamos capaces de bendecirle y adorarle porque sólo Él es el Santo, el único santo. Mantengamos viva la esperanza de que viene, porque desde una visión creyente, sabemos que ciertamente vino y viene a poner su tienda entre nosotros.

 

         Fraternalmente

Sor Mª Teresa Domínguez Blanco
Presidenta Federal


[1] Cf. “Peregrinos y extranjeros en este mundo” Subsidio para la formación permanente, o.f.m. Roma 2008