Pestaña

viernes, 5 de agosto de 2022

Carta del Ministro General en la Solemnidad de Santa Clara

 ¡AGRADECIDAS HOY  POR EL DON 
DE VUESTRA VOCACIÓN!

 Estimadas Hermanas, ¡El Señor os dé la paz!

La solemnidad de la madre Santa Clara este año está marcada no solo por la pandemia, sino también por la guerra en Ucrania y otras formas de conflicto, de tensiones sociales, crisis climáticas y económicas en tantos países del mundo, donde vosotras, hermanas pobres y nosotros, hermanos menores, estamos presentes y vivimos nuestra vocación y elección.

También en este año tenemos nuevamente el reto de preguntarnos cuál es el centro de nuestra vocación y cómo puede esta dar luz y esperanza a estos tiempos difíciles.

Es por eso que retomo, a través de una lectura orante, el Testamento de Santa Clara y deseo recoger con vosotras algunos pasajes que me parece nos ayudan a decir una palabra importante, para buscar un punto de síntesis que nos ayude a unificar los diversos elementos de la vocación y elección recibida. Este punto creo se puede resumir así: “cuidar”, es decir, vivir el don recibido con vigilancia y atención, dejarlo crecer para el bien de la Iglesia, peregrina entre los hombres.

En el Testamento, Clara nos dice algunas palabras para este “cuidado”.

«Entre los otros beneficios que hemos recibido y recibimos cada día de nuestro espléndido benefactor el Padre de las misericordias, y por los que más debemos dar gracias al Padre glorioso de Cristo, está el de nuestra vocación» (TestCl 2)

Clara expresa al Padre a través de Francisco su gratitud por la vocación, que acoge con sus hermanas como un don que viene de lo alto.

Me pregunto con vosotras hasta qué punto está viva en nosotros esta conciencia del don recibido y de restituir al Padre a través de una vida de misericordia y alegría. En las diferentes realidades que vivimos, en aquellas que tienen el don de las vocaciones y en las que no, en las situaciones más tranquilas y en las más tensas a nivel social, en las que nos vemos envueltos en el contragolpe de un cambio cultural de mentalidad cada vez más profundo ¿somos conscientes de que respondemos a un don recibido, que no nos damos, pero que acogemos y estamos llamados a aceptar y devolver con gratitud y alegría? Es esta disponibilidad la que nos abre el camino para que nuestra vocación siga viva y fecunda hoy.

«Después que el altísimo Padre celestial se dignó iluminar con su misericordia y su gracia mi corazón para que, siguiendo el ejemplo y la enseñanza de nuestro bienaventurado padre Francisco, yo hiciera penitencia [...] según la luz de su gracia que el Señor nos había dado por medio de su admirable vida y enseñanza». (TestCl 24.26)

Clara habla de una “iluminación del corazón” que ha recibido del Padre y de una “inspiración” que maduró en ella a través del ejemplo y la palabra de su padre San Francisco: estos dos elementos, esenciales en toda vocación, deben ser cuidados durante toda la vida. La vocación es un don que no se da de una vez por todas, sino que crece con un cuidado constante. Por eso necesitamos exponernos continuamente a la presencia y a la palabra del Señor para recibir esta iluminación del corazón, en cuya luz podemos reconocer la verdad de la vida a la que estamos llamados, la inspiración que la mueve. Cuidar significa custodiar la presencia y la voz del Espíritu del Señor en nosotros, permanecer atentos a los caminos a seguir para vivir nuestra vocación de forma dinámica hoy.

Aprendamos a cuidar la luz y la inspiración que el Señor no deja de sembrar abundantemente entre nosotros.

No reduzcamos el carisma y la vocación a un conjunto de reglas a observar o bien a un continuo cambio de modalidades y expresiones, porque el cuidado exige fidelidad, atención, crecimiento en profundidad, alimentación de las raíces.

«Después, escribió para nosotras una forma de vida, sobre todo para que perseveráramos siempre en la santa pobreza... para que, después de su muerte, de ninguna manera nos apartáramos de ella, como tampoco el Hijo de Dios, mientras vivió en el mundo, jamás quiso apartarse de la misma santa pobreza». (TestCl 33-35)

En este pasaje del Testamento, Clara formula el corazón de su vocación en «seguir la vida y la pobreza del altísimo Señor nuestro Jesucristo y de su santísima Madre» (RCl VI,7) y Francisco fue claro al señalar este camino a sus hermanos y hermanas. En el lenguaje de Francisco y Clara esto significa, como bien sabemos, seguir el movimiento de la Encarnación, en el que el Hijo de Dios se humilló y el movimiento de la Pasión, el del amor que se inclina para lavar los pies. Esta pobreza del Hijo de Dios se concreta en la elección de una vida que renuncia a las garantías de réditos y seguridad mundanos, para permanecer como peregrinas y forasteras incluso en el espacio reducido de un monasterio. Un camino radical de despojo, tras las huellas de Aquel que eligió vivir sin nada propio, renunciando incluso a su ser como Dios, para entregarse total y confiadamente al amor del Padre. Cuidar esta pobreza en el movimiento profundo del amor puede llevar a elecciones muy fuertes para dejar garantías y seguridades. Me parece que esto significa volver a encontrar el trabajo como fuente de sustento, compartir la vida de los que no tienen garantías y no por su propia elección, revisar la relación con lo que nos da seguridad, especialmente el dinero. Esta es la alternativa evangélica a las muchas seguridades que a menudo buscamos. Clara fue una mujer libre, que no tuvo miedo de confiarse, de quedarse incluso sin pan para experimentar la providencia y el cuidado que el Señor tenía por ella y sus hermanas. Recibamos este cuidado y por ello podemos aprender a cuidar, incluso de nuestra vocación. Esto también se aplica a nosotros, vuestros hermanos, y vosotras nos lo recordáis Clara confía esta custodia a la Iglesia, a Francisco y a sus sucesores. Sabe que ella sola, las hermanas solas, no pueden custodiar un don tan grande. Y del mismo modo nosotros, vuestros hermanos, no podemos hacerlo solos, porque necesitamos de una pertenencia mayor que es a la Iglesia, pueblo de Dios y también a toda nuestra familia. Por eso pienso cuánto es importante para custodiar vuestra vocación y pobreza la pertenencia a la Orden, la comunión con las demás hermanas a través de la federación y también a la Orden en su totalidad.

Nadie se salva solo, estamos interconectados, como nos aclara la Laudato si del Papa Francisco, y todo ello se toma en nombre de la custodia y el cuidado del don más preciado que tenemos, el de nuestra vocación y elección.

Este cuidado del don de la vocación no es sólo para nosotras que vivimos hoy, sino que, como dice Clara, es también para las hermanas que vendrán. La vocación es un don que recibimos no sólo para nosotros en los pocos años que se nos dan, ni sólo para este u otro monasterio. Es un don que nos ha precedido y vivirá después de nosotros, y no está atado a los muros, ni siquiera a una comunidad, sino a la forma de vida. Hoy que no pocos monasterios tienen que cerrar sus puertas, a menudo después de siglos ¡tenemos confianza! Confiamos en el Padre de las misericordias que siempre es fiel. El don de la vocación está vivo y también todo el bien que la comunidad ha hecho permanecerá después de que se haya ido y vivirá con y en otras hermanas. Pensemos en los monasterios que se abren y florecen en distintos países del mundo: ¡nuestra vocación está viva!

¡Cuánta libertad nos da esta apertura de corazón, cuánto nos enseña a vivir sin nada propio y restituir al Padre lo que hemos recibido!

«Y amándoos mutuamente con la caridad de Cristo, mostrad exteriormente por las obras el amor que tenéis interiormente, para que, estimuladas por este ejemplo, las hermanas crezcan siempre en el amor de Dios y en la mutua caridad» (TestCl 59-60).

Clara señala a las hermanas el camino del amor y el cuidado reciproco como la forma segura para custodiar el don de la vocación y la elección. Vosotras vivís, queridas hermanas, una realidad muy fuerte y concreta de fraternidad. Comparten todo durante toda una vida, aprenden a conocerse y a llevar la vida, la búsqueda, la cotidianidad de cada hermana. ¡Cuánto tenéis que enseñarnos en esto! Este amor fraternal debe ser cuidado porque su raíz es teológica y no se reduce a la simpatía o afinidad humana. Este amor está hecho de gestos concretos, de tutela y cuidados cotidianos y hoy, de manera especial, nos pide también que prestemos atención a la experiencia humana, afectiva y espiritual de cada hermana. Hoy somos mucho más conscientes de la complejidad sobre lo que es humano y, por tanto, sabemos que estamos llamados a cuidar de la persona en su totalidad e integridad. Esto es válido durante el tiempo de formación inicial y sobre todo a lo largo del camino que cada hermana recorre en las diferentes edades de la vida y que toca el camino de cada monasterio.

 Termino cuanto deseaba decirles este año con las palabras de Clara que concluyen el Testamento y que son una oración y una exhortación. En la oración con Clara confiamos todo al Padre del Señor Jesús a través de la Virgen María, forma de la vida de las Hermanas Pobres, con la mirada dirigida a Francisco que continua a custodiar nuestra vocación. En esta gratitud Clara nos exhorta a crecer y a perseverar en el bien, es decir, a permanecer abiertos y activos en la respuesta a nuestra vocación. Sabemos bien que cada vida y por lo tanto también la vida en el Espíritu y en la vocación, si no crece se estanca y muere. El cuidado que aprendemos al vivir los unos hacia los otros está dirigido precisamente para que todos respondamos de manera vital según el deseo de Dios, al bien más precioso que hemos recibido, aquel de nuestra vocación y elección.

 Permanecer en este camino me parece la forma más verdadera de atravesar esta difícil época, en la que todo parece derrumbarse y apagar el futuro. Clara, en cambio, nos invita a mirar hacia adelante, a no detenernos. Si crecemos en esta esperanza, somos levadura en el mundo, que más que nunca necesita de esta esperanza.

 Con esta oración y con la bendición de la misma Clara os dejo y os deseo que viváis su fiesta de modo luminoso e intenso, en la poderosa intercesión dirigida al Padre por la Iglesia, por el mundo, por la paz, por nuestra familia que tanto necesita ser confirmada y crecer en el don de su vocación.

«Por eso doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, para que, teniendo a nuestro favor los méritos de la gloriosa Virgen santa María, su Madre, y de nuestro bienaventurado padre Francisco y de todos los santos, el mismo Señor que dio el buen principio, dé el incremento, y dé también la perseverancia final. Amén» (TestCl 77-78).

Os confirmo mi cercanía y mi cuidado fraterno con un afectuoso saludo y la bendición de San Francisco.

Prot. 111424

Fray Massimo Fusarelli, OFM
Ministro general