Fray Joaquín Zurera Ribó. o.f.m.
Querido hermano / Querida hermana: El Señor os dé la paz.
La noche se vuelve día, lo habitual se hace extraordinario. Nace la Vida, y no cualquier vida. Nace Dios. Éste es el día, el que hace saltar corazones e inundar de alegría a todo el orbe. Siempre habrá quien se resista, e incluso quien no quiera, pero ¿cómo callar y guardar el mayor regalo que la humanidad haya podido recibir?
El marco externo lo conocemos bien: una mirada hacia La Palma, donde el volcán sembró el terror y la miseria; otra, hacia esta pandemia que nos mantiene en guardia ante su subida y bajada y que parece no querer retirarse; siempre cercano, el zarpazo de la muerte al acecho y, como siempre, mientras unos ríen y se divierten, otros llevan a cuestas el dolor y el vacío de no tener el calor de quienes queremos o la ausencia de los que se fueron, y los pobres siguen pasando desapercibidos, aun cuando los encontremos a cada paso. Porque sólo se busca el nutrir el propio ego que ciega para no ver al que tenemos a nuestro lado.
Y si desapercibido pasa el calvario del que tienes al lado, ¡cuánto más la vida del recién nacido! En el mundo del tener, del ostentar, del acumular, donde sólo se busca la comodidad y el individualismo, un Niño se nos ha dado, la gratuidad de Dios se manifiesta en Aquel que vivió, desde el inicio, la dureza del corazón humano que cierra puertas al otro y que hasta al mismo Dios deja fuera.
Donde el hombre se cansa, donde la rutina atrapa, Dios hace nuevo todo, y viene a habitar entre nosotros. No hubo sitio para él en la posada, y a veces ni siquiera en nuestras casas. Pero Dios no se cansa de venir a nosotros, de desear habitar entre nosotros. Que no hay lugar donde Dios rechace al hombre ni espacio para levantar barreras. Pues el Dios que nos nace derriba nuestros muros y tiende puentes: frente al egoísmo que encierra, el del Amor que a nadie aleja, y en un Niño recién nacido se manifiesta; frente al afán de acumular y poseer, el del compartir con el que sufre, porque lo que viene del Dador de todo bien es para darlo gratuitamente; frente a la búsqueda de glorias y honores, el de la Humildad que se hace pequeñez para poder besar los pies del otro necesitado.
¿Qué podemos ofrecerle a este Dios hecho carne? Vivir en la clave de la admiración, como los más pequeños, porque nunca deja de sorprendernos hasta dónde es capaz de llegar Dios por nosotros. Vivir en comunión, porque es el Dios-con-nosotros, que está marcado en nuestro ser, creados para caminar juntos, desde lazos auténticos de fraternidad y acogida. Buscar encarnar en nuestra sociedad el don que el Padre nos ha concedido para ser semillas de Evangelio. La fidelidad que llena nuestra entrega de esa alegría que brota de reconocer al que débil ante el mundo se manifiesta, pues sólo así la misión a la que hemos sido llamados será auténticamente fecunda, donde no hay espacio para el yo de quien se siente centro del mundo, pues es este Niño Dios recién nacido el que centra nuestra entrega y quien hace posible nuestra disponibilidad para Su Proyecto.
No dejemos apagar la Alegría, no dejemos olvidado el Amor, que en el Dios recién nacido ha de vibrar nuestro corazón.
Que a ninguno falte el deseo de una jubilosa y santa Navidad. Y que no sean palabras manidas y sin sentido, sino que, aquello que los labios pronuncian vaya ratificado por una mirada y un gesto que llegue al corazón y que susurre al oído: Eres el amor de Dios.