Queridas hermanas: Recién estrenada la solemnidad de la
Resurrección, os deseo que la luz y la fuerza del Misterio Pascual, eje
vertebrador de nuestra vida creyente, acompañen nuestro cotidiano vivir, y que
la gracia de sabernos acompañadas todos los días por Él, reanime aquellas áreas
de nuestra existencia moribundas aún por la incredulidad o la dificultad de
encontrar luz en medio de circunstancias, tal vez adversas o preñadas de sinsentido.
Con el eco aún en el corazón del anuncio sobrecogedor del
¡Resucitó!, se nos concede el don inestimable de ser partícipes de Su Luz y
portadoras-portavoces de la Buena noticia de Su Resurrección. ¡Somos custodias
vivas de Su Presencia: llevamos en nuestra carne el morir de Jesús, así como su forma de
vivir! Volviendo una y otra vez la existencia hacia el Padre y de cara a los
hombres, somos lanzas o flechas de arquero apuntando a una sola dirección: el
corazón de Dios Padre de las misericordias que en su Hijo Jesucristo se nos ha
dado todo entero y así mismo nos llama a entregar la vida: totalmente, en
pobreza y humildad.
Como cristianas, que además consintieron en seguir las
huellas de Cristo al estilo de Francisco y Clara, somos llamadas a ser testigos
y testimoniar la vida del Crucificado-Resucitado, “porque el mismo Señor nos
puso a nosotras y nuestra forma de vida como ejemplo y espejo... por eso
estamos muy obligadas a bendecir y alabar a Dios”. Vocación-misión de
bendición, alabanza
y adoración no en solitario sino concretada y contrastada en la común unidad de
vida, en fratemidad-sororidad. Si esto se realiza en primer lugar en cada
fraternidad particular, es una onda expansiva que en círculos concéntricos se
extiende a toda la Federación.
Don y tarea que siempre requiere de todas y cada una,
disposición y consentimiento para que “Él crezca” y nosotras disminuyamos. La
credibilidad y autenticidad del testimonio pasan por la veracidad de vida, si
ésta no asume el sufrimiento, la pasión y la muerte, no habla del Amor de Dios
sino del propio egocentrismo. Ser testigos de la santa unidad y altísima
pobreza traspasa los muros de cada Monasterio y los límites de la Federación:
¡somos emplazadas a colaborar en “conservar la unidad del amor mutuo y la paz”
las unas con las otras con la conciencia de pertenecer a una misma familia
carismática.
¡Que el amor del Padre, revelado en el Hijo y comunicado a
nosotras por el Espíritu Santo, nos guíe y asista en el anuncio al unísono de
esta Forma de Vida! Y nos ayude a ser presencias vivas del Resucitado. Todo lo
viejo ha pasado, una nueva vida comienza en nosotras, una vida nueva que madura
en la fe y que no ha sido truncada con la muerte de la antigua vida, sino que
sólo entonces sale más plenamente a la luz. El Señor Resucitado nos da la
verdadera vida. Estamos ya cobijadas para siempre en el amor de Aquel a quien
ha sido dado todo poder en el cielo y sobre la tierra, vivamos alegres en el
Señor y anunciemos, a los de cerca y a los de lejos, la Buena Noticia de Su Resurrección.
¡Cristo
ha resucitado! Sí, ¡verdaderamente ha resucitado!
Prot.04/19 Badajoz, 21-04-2019
Sor Mª Teresa Domínguez Blanco o.s.c.
Presidenta Federal