Pestaña

jueves, 6 de diciembre de 2018

Carta M. Presidenta Adviento


Federación Bética Nuestra Señora de Loreto
Monasterio de Santa Ana

          
Badajoz, 26-10-2018

“El porvenir de la humanidad está en manos de quienes sepan dar a las generaciones venideras razones para vivir y razones para esperar” GS 31

Queridas hermanas: ¡El Señor os de Su Paz!

            Nos encontramos en el umbral de un nuevo año litúrgico que antecede el final de otro año civil. Pero, más que evocar inicios o finales, como si se tratara sólo de empezar o terminar algo en sí inconexo del conjunto de la vida o consistiera tan sólo en una sucesión de hechos, quisiera junto a vosotras rememorar lo que por encima de todo deberíamos anhelar tener y nunca olvidar, como exhortaba la hermana y madre Clara de Asís a su amiga Inés: “recordando, como otra Raquel, tu propósito, y viendo siempre tu principio”[1] o punto de partida. Es decir, se nos invita a permanecer ancladas en quien dio inicio a esta historia vocacional: a tener el corazón vuelto al Señor, como afirma el evangelista san Juan en su prólogo: “en el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios (o vuelta a Dios) y la Palabra era Dios”.

Mirar siempre el principio puede significar, mantener fija la mente, el alma y el corazón en Cristo Jesús, mirarle diaria y atentamente, optando existencial y constantemente por Él[2] “con la humildad, el vigor de la fe y los brazos de la pobreza, para abrazarlo como a Tesoro incomparable”[3]: por Quién o en torno a Quién deberían girar nuestros intereses vitales y por ende, el por qué o las razones por las cuales optamos  o rechazamos determinadas situaciones, actitudes y hasta posibles oportunidades.

Pero “esto nos exige estar alerta y velar para que no nos domine la lógica de la autopreservación y la autorreferencialidad que termina convirtiendo en importante lo superfluo y haciendo superfluo lo importante”.[4] Sin embargo y como decía el hermano Francisco: “Donde hay quietud y meditación, allí no hay desasosiego ni vagabundeo…Donde hay misericordia y discreción, allí no hay superfluidad ni endurecimiento”.[5] Estas palabras de nuestro padre y fundador, evocan la invitación que muchas veces hizo Jesús en sus predicaciones a  ser vigilantes, a velar, a esperar  y hasta a orar para no caer en la tentación de la mundaneidad espiritual, como afirma el papa Francisco. De hecho, la vigilante espera sólo adquiere sentido y se justifica, en función de la venida del Señor porque nosotros no conocemos el día ni la hora en que vendrá el hijo del hombre[6].

Esta vigilancia se caracteriza por un vivir en permanente discernimiento para “hacer lo que sabemos que quiere y querer siempre lo que le agrada al Señor” y este requerimiento -en palabras  del santo padre- “no es un slogan publicitario, una técnica organizativa, ni siquiera una moda, sino una actitud interior que tiene su raíz en un acto de fe. El discernimiento se funda en la convicción de que Dios está actuando en la historia del mundo, en los acontecimientos de la vida, en las personas que encontramos y que nos hablan. Por eso estamos llamados a ponernos en actitud de escuchar lo que el Espíritu nos sugiere, de maneras y en direcciones muchas veces imprevisibles. El discernimiento tiene necesidad de espacios y de tiempos para prestar atención a las resonancias de las cosas que se han escuchado –y vivido- y lo que las mismas suscitan en el corazón: esta es la llave para recorrer el camino del reconocer, interpretar y elegir”[7].

Creo pues, que cada uno de los tiempos litúrgicos del año, vienen en nuestra ayuda para confrontar la vida vivida a la luz de la Palabra y de los misterios  de Cristo que la Iglesia prioriza en cada ciclo y en suma, nos introducen en su misterio total. Esto es factible siempre y cuando vivamos el tiempo en su densidad humano-divina puesto que “el cómputo del tiempo se ha realizado según parámetros humanos, pero estos son relativos, mutables, contingentes. Esta organización -que nos condiciona-, es secundaria por el hecho de que está en relación con algo que está fuera del tiempo y que es lo que le confiere su verdadero significado, para los cristianos es Alguien: Cristo…Los siglos, el año, los meses, la semana, los días, las horas, los instantes son de los cristianos porque pertenecen a Cristo, que vive por los siglos de los siglos”[8]. De este modo, es Él quien marca el ritmo de todo por ser y estar en el centro. Además, el tiempo “desde que con Cristo, sumo y eterno sacerdote, se convierte en tiempo litúrgico, se trasciende a sí mismo, convirtiéndose en actualización crono-ontológica de la única ley: todo en Cristo[9].

No obstante, para que todo en nuestra vida esté referido a Cristo y al seguimiento de sus huellas y pobreza, como decía anteriormente, es necesario discernir, examinarlo todo y quedarse con lo bueno en consonancia con la opción de vida, para constatar -en la medida en que nos es posible- si lo que hacemos es para agradar al Señor y ser testimonio del ya pero todavía no, o mejor aún, del “todavía más” o, si hay otros intereses dizfrazados de bien aparente. El seguimiento del Señor Jesús no debemos darlo por supuesto en razón de los años de vida religiosa, ni reducirlo al cumplimiento formal del horario conventual o de la disciplina comunitaria: implica una vigilante atención a la totalidad de nuestra persona (sentidos, imaginación, deseos, aspiraciones, expectativas, razonamientos, preferencias, ideas, actividades, tendencias psicológicas, etc.) por donde se cuelan o en dónde fácilmente pueden convivir el espíritu del mundo y el espíritu de Dios. Esta mezcla es posible y nos arrastra, domina y seduce, poco a poco y cada vez más de formas muy sutiles, convirtiéndonos en cristianas tibias, consagradas al Señor pero con un espíritu mundano, viviendo según la carne y sus desordenadas apetencias[10] sin darnos ni cuenta, característica particular de la mundaneidad que “entra sin hacer ruido, comienza a formar parte de la vida, con sus ideas y sus inspiraciones ayuda también a vivir aparentemente mejor, entra en la vida, entra en el corazón y desde dentro comienza a cambiar a esa persona, pero tranquilamente, sin hacer ruido»[11].

Hermanas, este tiempo litúrgico que se aproxima es una voz de alerta en nuestro caminar y en su posible vivencia rutinaria, cómodamente aburguesada y disociada del tiempo, de la liturgia, de la forma de vida y misión, de las hermanas de fraternidad, de nosotras mismas y por supuesto, también de Dios. Frecuentemente, ¡debemos, considerar los inmensos dones que el Padre de las misericordias ha derramado sobre cada una de nosotras!, entre ellos y por el que mayormente debemos darle siempre gracias, está el de nuestra vocación: el Hijo de Dios se ha hecho para nosotras camino”[12]. ¡El Señor del tiempo y de la historia (el Cristo Cronos y Liturgo) se nos ha revelado como medio para ir hacia el Padre, nos ha mostrado cómo ser y vivir como Él en este mundo (en pobreza y humildad) y más aún, comparte con nosotras lo inimaginable: Su misma Vida! De ahí la urgencia de conocer nuestra vocación: ¡la persona humano-divina de Jesús! Él es siempre el principio y fin, el Alfa y la Omega. Suyo es el tiempo y la eternidad. A Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

¡Los cristianos, por la consagración bautismal y nosotras además por la consagración religiosa, tenemos sobradas razones para vivir y para esperar!, incluso en los momentos más inciertos de nuestra vida personal y comunitaria ya que “cualquier momento y circunstancia puede transformarse en un “kairós”; solamente hay que estar atentos para reconocerlo y vivirlo como tal”[13]. Además, “el Señor nos da esperanza con sus constantes mensajes de amor y con sus sorpresas, que a veces nos pueden dejar desorientados, pero nos ayudan a salir de nuestras clausuras mentales y espirituales[14], peligros propios de nuestro género de vida.

La Iglesia de hoy y la generación actual nos necesitan profetas: mujeres que con la esperanza puesta en el Señor, sostengan a la humanidad vacilante y proclamen con sus existencias desapropiadas, que vale la pena entregar toda la vida al Señor en un amor creyente, que “vale la pena sentirse parte de la Iglesia, o entrar en diálogo con ella; que vale la pena tener a la Iglesia como madre, como maestra, como casa, como familia, y que, a pesar de las debilidades humanas y las dificultades, es capaz de brillar y trasmitir el mensaje imperecedero de Cristo; que vale la pena aferrarse a la barca de la Iglesia que, aun a través de las terribles tempestades del mundo, sigue ofreciendo a todos refugio y hospitalidad; que vale la pena que nos pongamos en actitud de escucha los unos de los otros; que vale la pena nadar contra corriente y vincularse a los valores más grandes: la familia, la fidelidad, el amor, la fe, el sacrificio, el servicio, la vida eterna”[15].
Y esto lo hacemos desde la continua constatación de nuestra radical indigencia y fragilidad humanas pero con los ojos fijos en el Señor, ¡nuestra fuerza!, ya que “no se trata de ser héroes ni de presentarnos a los demás como modelos, sino de estar con los que sufren, acompañar, buscar con otros caminos alternativos, conscientes de nuestra pobreza, pero también con la confianza puesta en el Señor y en su amor sin límites. De ahí la necesidad de volver a escuchar la llamada a vivir con la Iglesia y en la Iglesia (“siempre sometidas y sujetas a sus pies, firmes en la fe católica”[16]), saliendo de nuestros esquemas y comodidades, para estar cerca de situaciones humanas de sufrimiento y desesperanza que esperan la luz del Evangelio. Los retos que se nos presentan hoy en día son muchos. La realidad que nos toca vivir requiere respuestas y decisiones audaces ante estos desafíos. Los tiempos han cambiado y nuestras respuestas han de ser distintas: tanto a situaciones estructurales que requieren nuevas formas de organización, como a la necesidad de salir y buscar nuevas presencias para ser fieles al Evangelio y cauces del amor de Dios”[17] hoy.

Os deseo una vigilante y amorosa espera del Señor Jesús, una preparación creyente durante este Adviento, para que lleguemos gozosas a la celebración del nacimiento de nuestro Redentor y Salvador. Que, como la pobrecilla Virgen María, demos testimonio de ello a esta generación y a las futuras.

Unidas en la plegaria, vuestra hermana


Mª Teresa Domínguez Blanco
Presidenta Federal




[1] 2CtCl 11
[2] “Aunque éramos débiles y frágiles corporalmente, no rehusábamos indigencia alguna, ni pobreza, ni trabajo, ni tribulación, ni afrenta ni desprecio del mundo”… “Voluntariamente nos comprometimos una y otra vez con nuestra señora la santísima pobreza”. Cf. TestCl27.39.
[3] 3CtaCl 7
[4] Homilía en la santa misa de apertura de la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos. Homilía del santo padre Francisco,  miércoles, 3 de octubre de 2018.
[5] Adm. 27, 4.6
[6] Cf. Homilía del papa Francisco en la misa matutina del viernes 13 de octubre de 2017.
[7] Discurso del santo padre Francisco al inicio del Sínodo dedicado a los jóvenes, miércoles, 3 de octubre de 2018.
[8] Nuevo Diccionario de Liturgia, Ediciones Paulinas, 1987; p. 1972ss.
[9] Op. Cit.
[10] Rm. 7,5.
[11] Cf. Homilía del papa Francisco en la misa matutina del viernes 13 de octubre de 2017.
[12] TestCl 2-6.
[13] Mensaje del santo Padre a los participantes en la XXV Asamblea General de la CONFER, 13 de noviembre de 2018.
[14] Ibid.
[15] Discurso del santo padre Francisco al inicio del Sínodo dedicado a los jóvenes, miércoles, 3 de octubre de 2018.
[16] RCl XII, 13.
[17] Mensaje del santo Padre a los participantes en la XXV Asamblea General de la CONFER, 13 de noviembre de 2018.