Badajoz, 26-10-2018
“El
porvenir de la humanidad está en manos de quienes sepan dar a las generaciones
venideras razones para vivir y razones para esperar” GS 31
Queridas
hermanas: ¡El Señor os de Su Paz!
Nos encontramos en el umbral de un
nuevo año litúrgico que antecede el final de otro año civil. Pero, más que evocar
inicios o finales, como si se tratara sólo de empezar o terminar algo en sí
inconexo del conjunto de la vida o consistiera tan sólo en una sucesión de
hechos, quisiera junto a vosotras rememorar lo que por encima de todo
deberíamos anhelar tener y nunca olvidar, como exhortaba la hermana y madre
Clara de Asís a su amiga Inés: “recordando, como otra Raquel, tu propósito, y
viendo siempre tu principio”[1] o
punto de partida. Es decir, se nos invita a permanecer ancladas en quien dio
inicio a esta historia vocacional: a tener el corazón vuelto al Señor, como
afirma el evangelista san Juan en su prólogo: “en el principio existía la
Palabra, y la Palabra estaba con Dios (o vuelta a Dios) y la Palabra era Dios”.
Mirar siempre el principio puede significar, mantener fija
la mente, el alma y el corazón en Cristo Jesús, mirarle diaria y atentamente,
optando existencial y constantemente por Él[2]
“con la humildad, el vigor de la fe y los brazos de la pobreza, para abrazarlo
como a Tesoro incomparable”[3]: por
Quién o en torno a Quién deberían girar nuestros intereses vitales y por ende,
el por qué o las razones por las cuales optamos o rechazamos determinadas situaciones, actitudes
y hasta posibles oportunidades.
Pero “esto nos exige estar alerta y velar para que no nos
domine la lógica de la autopreservación y la autorreferencialidad que termina
convirtiendo en importante lo superfluo y haciendo superfluo lo importante”.[4]
Sin embargo y como decía el hermano Francisco: “Donde hay quietud y meditación,
allí no hay desasosiego ni vagabundeo…Donde hay misericordia y discreción, allí
no hay superfluidad ni endurecimiento”.[5] Estas
palabras de nuestro padre y fundador, evocan la invitación que muchas veces
hizo Jesús en sus predicaciones a ser
vigilantes, a velar, a esperar y hasta a
orar para no caer en la tentación de la mundaneidad espiritual, como afirma el
papa Francisco. De hecho, la vigilante espera sólo adquiere sentido y se
justifica, en función de la venida del Señor porque nosotros no conocemos el
día ni la hora en que vendrá el hijo del hombre[6].
Esta vigilancia se caracteriza por un vivir en
permanente discernimiento para “hacer lo que sabemos que quiere y querer
siempre lo que le agrada al Señor” y este
requerimiento -en palabras del santo padre-
“no es un slogan publicitario, una técnica organizativa, ni
siquiera una moda, sino una actitud interior que tiene su raíz en
un acto de fe. El discernimiento se funda en la convicción de que
Dios está actuando en la historia del mundo, en los acontecimientos de la vida,
en las personas que encontramos y que nos hablan. Por eso estamos llamados a
ponernos en actitud de escuchar lo que el Espíritu nos sugiere, de maneras y en
direcciones muchas veces imprevisibles. El discernimiento tiene necesidad de
espacios y de tiempos para prestar atención a las resonancias de las cosas que se
han escuchado –y vivido- y lo que las mismas suscitan en el corazón: esta es la
llave para recorrer el camino del reconocer, interpretar y elegir”[7].
Creo pues, que cada uno de los tiempos litúrgicos del
año, vienen en nuestra ayuda para confrontar la vida vivida a la luz de la
Palabra y de los misterios de Cristo que
la Iglesia prioriza en cada ciclo y en suma, nos introducen en su misterio
total. Esto es factible siempre y cuando vivamos el tiempo en su densidad humano-divina
puesto que “el cómputo del tiempo se ha realizado según parámetros humanos,
pero estos son relativos, mutables, contingentes. Esta organización -que nos
condiciona-, es secundaria por el hecho de que está en relación con algo que
está fuera del tiempo y que es lo que le confiere su verdadero significado, para
los cristianos es Alguien: Cristo…Los siglos, el año, los meses, la semana, los
días, las horas, los instantes son de los cristianos porque pertenecen a
Cristo, que vive por los siglos de los siglos”[8].
De este modo, es Él quien marca el ritmo de todo por ser y estar en el centro.
Además, el tiempo “desde que con Cristo, sumo y eterno sacerdote, se convierte
en tiempo litúrgico, se trasciende a sí mismo, convirtiéndose en actualización crono-ontológica de la única
ley: todo en Cristo”[9].
No obstante, para que todo en nuestra vida esté
referido a Cristo y al seguimiento de sus huellas y pobreza, como decía
anteriormente, es necesario discernir, examinarlo todo y quedarse con lo bueno en
consonancia con la opción de vida, para constatar -en la medida en que nos es
posible- si lo que hacemos es para agradar al Señor y ser testimonio del ya
pero todavía no, o mejor aún, del “todavía
más” o, si hay otros intereses dizfrazados de bien aparente. El seguimiento
del Señor Jesús no debemos darlo por supuesto en razón de los años de vida
religiosa, ni reducirlo al cumplimiento formal del horario conventual o de la
disciplina comunitaria: implica una vigilante atención a la totalidad de
nuestra persona (sentidos, imaginación, deseos, aspiraciones, expectativas,
razonamientos, preferencias, ideas, actividades, tendencias psicológicas, etc.)
por donde se cuelan o en dónde fácilmente pueden convivir el espíritu del mundo
y el espíritu de Dios. Esta mezcla es posible y nos arrastra, domina y seduce,
poco a poco y cada vez más de formas muy sutiles, convirtiéndonos en cristianas
tibias, consagradas al Señor pero con un espíritu mundano, viviendo según la
carne y sus desordenadas apetencias[10]
sin darnos ni cuenta, característica particular de la mundaneidad que “entra sin hacer ruido,
comienza a formar parte de la vida, con sus ideas y sus inspiraciones ayuda
también a vivir aparentemente mejor, entra en la vida, entra en el corazón y
desde dentro comienza a cambiar a esa persona, pero tranquilamente, sin hacer
ruido»[11].
Hermanas, este tiempo litúrgico que se aproxima es una
voz de alerta en nuestro caminar y en su posible vivencia rutinaria, cómodamente
aburguesada y disociada del tiempo, de la liturgia, de la forma de vida y
misión, de las hermanas de fraternidad, de nosotras mismas y por supuesto,
también de Dios. Frecuentemente, ¡debemos, considerar los inmensos dones que el
Padre de las misericordias ha derramado sobre cada una de nosotras!, entre
ellos y por el que mayormente debemos darle siempre
gracias, está el de nuestra vocación: el Hijo de Dios se ha hecho para nosotras
camino”[12].
¡El Señor del tiempo y de la historia (el Cristo Cronos y Liturgo) se nos ha
revelado como medio para ir hacia el Padre, nos ha mostrado cómo ser y vivir
como Él en este mundo (en pobreza y humildad) y más aún, comparte con nosotras
lo inimaginable: Su misma Vida! De ahí la urgencia de conocer nuestra vocación:
¡la persona humano-divina de Jesús! Él es siempre el principio y fin, el Alfa y
la Omega. Suyo es el tiempo y la eternidad. A Él la gloria y el poder por los
siglos de los siglos. Amén.
¡Los cristianos, por la consagración bautismal y nosotras
además por la consagración religiosa, tenemos sobradas razones para vivir y
para esperar!, incluso en los momentos más inciertos de nuestra vida personal y
comunitaria ya que “cualquier
momento y circunstancia puede transformarse en un “kairós”; solamente hay que
estar atentos para reconocerlo y vivirlo como tal”[13]. Además, “el Señor nos da esperanza con sus
constantes mensajes de amor y con sus sorpresas, que a veces nos pueden dejar
desorientados, pero nos ayudan a salir de nuestras clausuras mentales y
espirituales”[14],
peligros propios de nuestro género de vida.
La Iglesia de hoy y la generación actual nos necesitan
profetas: mujeres que con la esperanza puesta en el Señor, sostengan a la
humanidad vacilante y proclamen con sus existencias desapropiadas, que vale la
pena entregar toda la vida al Señor en un amor creyente, que “vale la pena
sentirse parte de la Iglesia, o entrar en diálogo con ella; que vale la pena
tener a la Iglesia como madre, como maestra, como casa, como familia, y que, a
pesar de las debilidades humanas y las dificultades, es capaz de brillar y
trasmitir el mensaje imperecedero de Cristo; que vale la pena aferrarse a la
barca de la Iglesia que, aun a través de las terribles tempestades del mundo,
sigue ofreciendo a todos refugio y hospitalidad; que vale la pena que nos
pongamos en actitud de escucha los unos de los otros; que vale la pena nadar
contra corriente y vincularse a los valores más grandes: la familia, la
fidelidad, el amor, la fe, el sacrificio, el servicio, la vida eterna”[15].
Y esto lo hacemos desde la continua constatación de
nuestra radical indigencia y fragilidad humanas pero con los ojos fijos en el
Señor, ¡nuestra fuerza!, ya que “no
se trata de ser héroes ni de presentarnos a los demás como modelos, sino de
estar con los que sufren, acompañar, buscar con otros caminos alternativos,
conscientes de nuestra pobreza, pero también con la confianza puesta en el
Señor y en su amor sin límites. De ahí la necesidad de volver a escuchar la
llamada a vivir con la Iglesia y en la
Iglesia (“siempre sometidas y sujetas a sus pies, firmes en la fe católica”[16]),
saliendo de nuestros esquemas y comodidades, para estar cerca de situaciones
humanas de sufrimiento y desesperanza que esperan la luz del Evangelio. Los
retos que se nos presentan hoy en día son muchos. La realidad que nos toca
vivir requiere respuestas y decisiones audaces ante estos desafíos. Los tiempos
han cambiado y nuestras respuestas han de ser distintas: tanto a situaciones
estructurales que requieren nuevas formas de organización, como a la necesidad
de salir y buscar nuevas presencias para ser fieles al Evangelio y cauces del
amor de Dios”[17] hoy.
Os deseo una vigilante y amorosa espera del Señor
Jesús, una preparación creyente durante este Adviento, para que lleguemos
gozosas a la celebración del nacimiento de nuestro Redentor y Salvador. Que, como
la pobrecilla Virgen María, demos testimonio de ello a esta generación y a las
futuras.
Unidas en la plegaria, vuestra hermana
Mª Teresa Domínguez Blanco
Presidenta
Federal
[1]
2CtCl 11
[2]
“Aunque éramos débiles y frágiles
corporalmente, no rehusábamos
indigencia alguna, ni pobreza, ni trabajo, ni tribulación, ni afrenta ni
desprecio del mundo”… “Voluntariamente
nos comprometimos una y otra vez con nuestra señora la santísima pobreza”.
Cf. TestCl27.39.
[3]
3CtaCl 7
[4] Homilía en la santa misa de
apertura de la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos. Homilía
del santo padre Francisco, miércoles, 3 de octubre de 2018.
[5]
Adm. 27, 4.6
[6]
Cf. Homilía del papa Francisco en la misa
matutina del viernes 13 de octubre de 2017.
[7] Discurso del
santo padre Francisco al inicio del Sínodo dedicado a los jóvenes, miércoles, 3 de octubre de 2018.
[8]
Nuevo Diccionario de Liturgia, Ediciones
Paulinas, 1987; p. 1972ss.
[9]
Op. Cit.
[10]
Rm. 7,5.
[11]
Cf. Homilía del papa Francisco en la misa matutina
del viernes 13 de octubre de 2017.
[12]
TestCl 2-6.
[13]
Mensaje del santo Padre a los participantes
en la XXV Asamblea General de la CONFER, 13 de noviembre de 2018.
[14]
Ibid.
[15]
Discurso del
santo padre Francisco al inicio del Sínodo dedicado a los jóvenes, miércoles, 3 de octubre de 2018.
[16]
RCl XII, 13.
[17]
Mensaje del santo Padre a los participantes
en la XXV Asamblea General de la CONFER, 13 de noviembre de 2018.