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Fr. Massimo Fusarelli, ofm
Ministro general
Ministro general
“Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto” Jn 12, 24
A todos los Hermanos de la Orden. A las Hermanas Clarisas y Concepcionistas. A las Hermanas Franciscanas afiliadas a la Orden. A los franciscanos y las franciscanas seglares
Estimados Hermanos y Hermanas: ¡El Señor les dé la paz!
Me dirijo a ustedes para expresarles mis buenos deseos de Pascua 2024 durante el V Domingo de Cuaresma, cuando el Evangelio de Juan proclama: “Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna” (Jn 12, 24-25).
Examinemos juntos este entramado de muerte y vida, en el recuerdo del 800 aniversario de los estigmas de Francisco, signos misteriosos de su comunión amorosa con Cristo.
Centrado en la cruz
“Todos los afanes del hombre de Dios, en público como en privado, se centraban en la cruz del Señor” (3C 2,2).
La llave que nos lleva a entrar en el corazón de Francisco es la Cruz. Es decisiva para los que quieren abrazar esta forma de vida (1R 1,3); es el corazón la acción de gracias al Padre (1R 23,3); es el motivo de la oración de los hermanos en las Iglesias (Test 5); es nuestra única razón de gloria (Am 5); es la «Dicha perfecta». Es por lo cual Francisco nos pide encarecidamente que:
“Tomad vuestros cuerpos y cargad con su santa cruz y seguid hasta el fin sus santísimos preceptos” (OP, Sal 7,8).
Y Santa Clara se encuentra en la misma sintonía:
“Míralo hecho despreciable por ti y síguelo, hecha tú despreciable por Él en este mundo. Reina nobilísima, mira atentamente, considera, contempla, deseando imitarlo, a tu Esposo, el más hermoso de los hijos de los hombres, que, por tu salvación, se ha hecho el más vil de los hombres, despreciado, golpeado y flagelado de múltiples formas en todo su cuerpo, muriendo en medio de las mismas angustias de la cruz” (CtaCla2 19-20).
Seguir a Cristo en su «humilde pobreza» está en el corazón de la llamada a Clara y a sus hermanas, lo que nos permite reconocer igualmente en su radicalidad la de Francisco.
Celebrar la Pascua de la muerte y de la resurrección en este año dedicado a las llagas nos lleva de nuevo a nosotros mismos, individuos y fraternidad, centrarnos la cruz gloriosa del Señor.
Lo necesitamos urgentemente hoy en día, para responder al don de una vida franciscana hermosa y capaz de fascinación, no arrastrada y apagada. “El Espíritu del Señor y su santa operación” (2R 10,8) nos impulsa sin descanso a atravesar y superar los miedos y pecados que nos bloquean y nos obligan a protegernos.
Interroguémonos sobre el modo cómo redescubrir hoy el encanto necesario para perder nuestra vida en el camino de la cruz y de la resurrección de Jesús y gastarla en el don generoso de nosotros mismos.
Que el Espíritu Creador nos infunda la audacia y la pasión de encontrar hoy los caminos y formas, incluso nuevas, de vivir como hermanos, hermanas y menores, contemplativos, en obediencia, sin nada propio y en castidad, peregrinos en la misión entre y con los pobres.
Gozo y compasión
En el monte Alverna, tal como lo describe san Buenaventura, “experimentó en su corazón un gozo mezclado de dolor con aquella graciosa mirada con que se veía contemplado por Cristo bajo la imagen de un serafín; pero, al mismo tiempo el verlo clavado en la cruz era como una espada de dolor compasivo que atravesaba su alma” (LM XIII,3).
Francisco experimenta gozo y compasión en el encuentro con el Señor, sereno mientras está confinado en el bosque. Nos enseña que la Resurrección no se trata del final feliz después de la cruz, porque Cristo acepta voluntariamente entrar en el abismo de la muerte, entrega su vida al Padre y resucita ¡en el acto mismo de su muerte!
Es en el Espíritu donde el poder de la resurrección fluye a través de las personas y la creación de diferentes maneras. He aquí las infinitas Pascuas del mundo, esos signos de vida y de muerte en los que el Espíritu de Cristo vivo está presente y actúa sin cesar, a menudo contra toda evidencia.
Francisco experimentó el asco ante los leprosos como una especie de muerte, junto con la resurrección al «practicar la misericordia». Clara vive esta alegría pascual en la relación con sus hermanas (cf. TestC 67-70). Ambos demostraron que lo que es molesto y amargo puede convertirse en dulzura, las primicias de una nueva vida. ¡La muerte no tiene la última palabra!
En esta Pascua, ¿cómo olvidar los numerosos signos de muerte y vida en lugares de guerra, violencia, abusos, desigualdad, hambre y el grito de nuestra casa común, la creación? ¡Cuántas Pascuas hay en el mundo! Aprendemos a reconocerlas como atraídas por Aquel que es “El Primero y el Ultimo, el que estuvo muerto y ha revivido” (Ap 2, 8b). Es una mirada contemplativa que nos ayuda a no quedarnos paralizados ante el mal, sino a convertirnos, con muchos ¡en constructores de vida resucitada!
Con estos sentimientos, queridos hermanos y hermanas, les deseo de «hacer la Pascua» “firmes y bien fundados en la fe, sin apartarse de la esperanza transmitida por la Buena Noticia” (Col 1, 23), nuestra profesión de vida.
Permanezcamos cerca de quienes están marcados por las heridas de este tiempo, incluso entre nosotros. Permanecemos cerca de los pueblos de Tierra Santa en esta hora dolorosa, como lo estamos de Ucrania y de tantos otros.
Creemos que en ellos el Espíritu del Señor hace madurar brotes inimaginables de vida nueva.
Con la bendición de San Francisco les saludo fraternalmente, Hermano y siervo.
Centrado en la cruz
“Todos los afanes del hombre de Dios, en público como en privado, se centraban en la cruz del Señor” (3C 2,2).
La llave que nos lleva a entrar en el corazón de Francisco es la Cruz. Es decisiva para los que quieren abrazar esta forma de vida (1R 1,3); es el corazón la acción de gracias al Padre (1R 23,3); es el motivo de la oración de los hermanos en las Iglesias (Test 5); es nuestra única razón de gloria (Am 5); es la «Dicha perfecta». Es por lo cual Francisco nos pide encarecidamente que:
“Tomad vuestros cuerpos y cargad con su santa cruz y seguid hasta el fin sus santísimos preceptos” (OP, Sal 7,8).
Y Santa Clara se encuentra en la misma sintonía:
“Míralo hecho despreciable por ti y síguelo, hecha tú despreciable por Él en este mundo. Reina nobilísima, mira atentamente, considera, contempla, deseando imitarlo, a tu Esposo, el más hermoso de los hijos de los hombres, que, por tu salvación, se ha hecho el más vil de los hombres, despreciado, golpeado y flagelado de múltiples formas en todo su cuerpo, muriendo en medio de las mismas angustias de la cruz” (CtaCla2 19-20).
Seguir a Cristo en su «humilde pobreza» está en el corazón de la llamada a Clara y a sus hermanas, lo que nos permite reconocer igualmente en su radicalidad la de Francisco.
Celebrar la Pascua de la muerte y de la resurrección en este año dedicado a las llagas nos lleva de nuevo a nosotros mismos, individuos y fraternidad, centrarnos la cruz gloriosa del Señor.
Lo necesitamos urgentemente hoy en día, para responder al don de una vida franciscana hermosa y capaz de fascinación, no arrastrada y apagada. “El Espíritu del Señor y su santa operación” (2R 10,8) nos impulsa sin descanso a atravesar y superar los miedos y pecados que nos bloquean y nos obligan a protegernos.
Interroguémonos sobre el modo cómo redescubrir hoy el encanto necesario para perder nuestra vida en el camino de la cruz y de la resurrección de Jesús y gastarla en el don generoso de nosotros mismos.
Que el Espíritu Creador nos infunda la audacia y la pasión de encontrar hoy los caminos y formas, incluso nuevas, de vivir como hermanos, hermanas y menores, contemplativos, en obediencia, sin nada propio y en castidad, peregrinos en la misión entre y con los pobres.
Gozo y compasión
En el monte Alverna, tal como lo describe san Buenaventura, “experimentó en su corazón un gozo mezclado de dolor con aquella graciosa mirada con que se veía contemplado por Cristo bajo la imagen de un serafín; pero, al mismo tiempo el verlo clavado en la cruz era como una espada de dolor compasivo que atravesaba su alma” (LM XIII,3).
Francisco experimenta gozo y compasión en el encuentro con el Señor, sereno mientras está confinado en el bosque. Nos enseña que la Resurrección no se trata del final feliz después de la cruz, porque Cristo acepta voluntariamente entrar en el abismo de la muerte, entrega su vida al Padre y resucita ¡en el acto mismo de su muerte!
Es en el Espíritu donde el poder de la resurrección fluye a través de las personas y la creación de diferentes maneras. He aquí las infinitas Pascuas del mundo, esos signos de vida y de muerte en los que el Espíritu de Cristo vivo está presente y actúa sin cesar, a menudo contra toda evidencia.
Francisco experimentó el asco ante los leprosos como una especie de muerte, junto con la resurrección al «practicar la misericordia». Clara vive esta alegría pascual en la relación con sus hermanas (cf. TestC 67-70). Ambos demostraron que lo que es molesto y amargo puede convertirse en dulzura, las primicias de una nueva vida. ¡La muerte no tiene la última palabra!
En esta Pascua, ¿cómo olvidar los numerosos signos de muerte y vida en lugares de guerra, violencia, abusos, desigualdad, hambre y el grito de nuestra casa común, la creación? ¡Cuántas Pascuas hay en el mundo! Aprendemos a reconocerlas como atraídas por Aquel que es “El Primero y el Ultimo, el que estuvo muerto y ha revivido” (Ap 2, 8b). Es una mirada contemplativa que nos ayuda a no quedarnos paralizados ante el mal, sino a convertirnos, con muchos ¡en constructores de vida resucitada!
Con estos sentimientos, queridos hermanos y hermanas, les deseo de «hacer la Pascua» “firmes y bien fundados en la fe, sin apartarse de la esperanza transmitida por la Buena Noticia” (Col 1, 23), nuestra profesión de vida.
Permanezcamos cerca de quienes están marcados por las heridas de este tiempo, incluso entre nosotros. Permanecemos cerca de los pueblos de Tierra Santa en esta hora dolorosa, como lo estamos de Ucrania y de tantos otros.
Creemos que en ellos el Espíritu del Señor hace madurar brotes inimaginables de vida nueva.
Con la bendición de San Francisco les saludo fraternalmente, Hermano y siervo.
Fr. Massimo Fusarelli, ofm
Ministro general
Ministro general
Roma, a 17 de marzo de 2024
V Domingo de Cuaresma
Prot. 112997/MG-140