Pestaña

lunes, 24 de mayo de 2021

Mensaje del Ministro General con motivo de Pentecostés

Fr. Michael A. Perry, OFM

 Todos fueron llenos el Espíritu Santo (Hch 2,1-12)


 
    Queridísimos hermanos, ¡el Señor os de su Paz!

   La tradición dice que el Capítulo General del Orden coincida con la fiesta de Pentecostés, siguiendo el deseo expresado por Francisco en documentos como la Regla no bulada (cfr. Rnb XVIII, 2) y que reitera en la Regla bulada cuando dice: “En falleciendo el cual (el Ministro general), hágase la elección del sucesor por los ministros provinciales y custodios en el capítulo de Pentecostés , al que los ministros provinciales estén siempre obligados a concurrir juntamente, dondequiera que fuese establecido por el Ministro general” (Rb VIII, 2).  Este año, por razones que todos bien conocemos, nos vimos obligados a cambiar este evento tan importante al mes de julio, esperando que las condiciones y las disposiciones gubernamentales lo permitan.

   No quisiera de ninguna manera perder la oportunidad de dirigirme a vosotros, queridos hermanos, en esta solemnidad de Pentecostés, para compartiros todo lo que esta celebración litúrgica inspira en mi corazón y, al mismo tiempo, para restituir al Señor y a cada uno de vosotros, la bondad y la bendición durante estos últimos años de servicio como Ministro General de los Hermanos Menores (Cf. Rnb XVII, 17-18). Dicha restitución quisiera expresarla a través de una acción de gracias profunda y sentida a toda la Orden, a las Clarisas y Concepcionistas y a toda la Familia Franciscana en general, por haberme ayudado a ver la potencia y la eficacia del don de la fraternidad mientras nos comprometemos en escuchar la voz de Dios y a cumplir lo que se nos pide con fidelidad, perseverancia y amor.

   Es inspiradora, sin duda alguna, la relación profunda que el pobrecillo de Asís ha cultivado con la persona del Espíritu Santo. Este hecho puede evidenciarse en la manera en la cual la tercera persona de la Santísima Trinidad aparece ya sea en los escritos del santo como en las fuentes hagiógrafas (Cfr. RnB XVII,14; RB X, 8-10; CtaF2 48; LM X,3, etc.). Francisco sentía así de cercana su efusión y presencia que atribuye al Espíritu Santo la guía y dirección de la Orden llamándolo Ministro de la Orden, como nos lo narra Tomás de Celano: «En Dios no hay acepción de personas, y el ministro general de la Religión -que es el Espíritu Santo- se posa igual sobre el pobre y sobre el rico». Hasta quiso incluir estas palabras en la Regla; pero no le fue posible, por estar ya bulada (2Cel CXLV).

   Particularmente me llama la atención esta observación del biógrafo porque en un cierto sentido se presta a crear un vínculo directo con la escena que es descrita en el libro de los Hechos de los Apóstoles, lectura que es propuesta en la solemnidad de Pentecostés, “Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo.” (Hch 2,3-4) El adjetivo determinativo “todos”, que aparece 6 veces, ofrece una clave de lectura y nos permite ver una intención totalizadora: toda la casa (v.2); todos fueron llenos del Espíritu Santo (v.4); de todas las naciones (v.5); ¿no son todos galileos? (v.7); todos los oímos proclamar (v.11), todos decían con asombro (v. 12). Además, el adjetivo indefinido “cada uno”, que se repite tres veces,  confirma esta idea fuerte de inclusión y deseo de una amplia participación en una experiencia del Espíritu. Francisco, por su parte, considera la efusión del Espíritu una bendición para todos porque… ”en Dios no hay acepción de personas” (2 Cel CXLV).

   Me detengo un momento sobre esta idea porque en estos años de servicio como Ministro general he podido constatar que aún debemos seguir trabajando incansablemente para combatir a la que el Papa Francisco llamó en su encíclica Laudato Si’, la cultura del descarte, en relación directa con otro tema que él mismo ha llamado “la globalización de la indiferencia” (cf. Mensaje del Santo Padre Francisco para la celebración de la XLIX Jornada Mundial de la Paz 1 de enero de 2016) que se expresa a través de fenómenos como el odio racial, la xenofobia, la aparición de personajes populistas que proclaman tiempos mesiánicos para la construcción de una sociedad como “debería ser”. Una mentalidad de esta naturaleza me preocupa sinceramente porque poco a poco toma el control, como la cizaña que crece entre el trigo (cf. Mt 13,24-52), fragmentando dramáticamente no sólo el ambiente político de nuestros países, sino amenazando la integridad de nuestras sociedades, de las familias e incluso llamando a las puertas de algunas de nuestras fraternidades locales.

   El texto de los Hechos de los Apóstoles que narra esta acción especial del Espíritu ilumina esta realidad de tal modo que no se puede negar, porque el escenario en el que se produce tal acontecimiento es extraordinariamente otro, lleno de diversidad, de diferencias, de matices y formas que no admiten uniformidad. Es un escenario caracterizado por el pluralismo, la variedad y el movimiento (ruido semejante a una fuerte ráfaga de viento v. 2). Nada está parado, todo está en movimiento, algo está pasando, alguien está llegando. Todos llenos de Espíritu Santo comenzaron a expresar …. lo que el Espíritu les daba (cf. v. 4).

   El episodio de Pentecostés, aparte de evocar el escenario típico de las teofanías veterotestamentarias, está ligado a otros momentos en los que un personaje importante es asistido de modo especial por el Espíritu (p ej. Juan el Bautista, Lc 1,15; Isabel, Lc 1,41; Zacarías Lc 1,67; Pedro, Hch 4,8; Saulo Hch 9,17; 13,9; 13,9) Sin embargo, la plenitud del Espíritu que los Apóstoles están experimentando ahora en 2,4 se caracteriza por un singular aspecto, se trata del inicio del tiempo de la Iglesia, de un nuevo camino que Jesús ya había anunciado, con el que estaría entre sus seguidores cada día hasta el fin del mundo (cf. Mt 28, 16-20). La acción hecha por el Espíritu Santo, es decir, las lenguas de fuego que se “separaban” y se “posaban” sobre cada uno, nos hace pensar inmediatamente en el don “carismático” que los Apóstoles recibieron para realizar su predicación y misión. El fuego, símbolo por excelencia de la presencia divina, indica la voluntad de Dios de envolver, casi de invadir, a toda la comunidad presente, logrando expulsar toda sombra de miedo y dando una fuerza interior capaz de transformar el corazón de los presentes y de crear una auténtica comunión.

   El Papa Francisco dice: “Cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia”. (Ibid. Mensaje para la 49a Jornada Mundial de la Paz). Tras los horribles acontecimientos del asesinato de George Floyd en Minnesota, EE.UU., el 20 de mayo de 2020, ha surgido una serie de reacciones en muchas partes del mundo. Esto motivó protestas públicas que se extienden desde Minneapolis (EE.UU.) a Manaus (Brasil), de Nueva York a Johannesburgo, de París a Yakarta. Por desgracia, la situación del racismo sistemático, la manipulación de la clase social y de la casta, y otras categorías de exclusión están presentes en nuestra Orden y en la Iglesia

   He podido leer algunos de los testimonios que algunos frailes me han enviado sobre las experiencias de racismo o exclusión dentro de la sociedad y en la Orden. Cuentan momentos de intensa humillación, un sentido de traición y una profunda ruptura en el tejido de la comunión fraterna. Las historias de los hermanos revelan también el hecho de que demasiados de nosotros están dispuestos a cerrar los ojos ante situaciones de agresión directa o indirecta a la dignidad humana. La fiesta de Pentecostés que celebramos hoy nos plantea exigencias radicales. Nos llama a “despertar” a las realidades que nos rodean y al interno de nosotros, a las estructuras y acontecimientos que expresan actitudes directamente contrarias a nuestra vocación humana, cristiana y franciscana. El Espíritu nos invita a una conversión radical de la mente, del corazón y de la acción (cf. Ef 4, 23-32) y a abrazar la visión de Dios para toda la humanidad y la creación entera. Pentecostés nos recuerda que todos son bienvenidos, todos son respetados, todos están invitados a ofrecer sus contribuciones únicas y distintas, todos comparten la misma dignidad y el mismo destino. El don del Espíritu es “una bendición para todos porque… ¡en Dios no hay acepción de personas!”

   Queridos hermanos y hermanas, creo que la celebración de Pentecostés nos debe impulsar a vivir una experiencia que sacuda los cimientos de nuestras seguridades y expulse del interior de nosotros el miedo a ser hombres y mujeres “en salida”. Pentecostés debería ayudarnos a abrir los ojos (cf. Lc 24, 13-35), a reconocer la riqueza de la diferencia, de la variedad de formas, colores, modos, mentalidades, enfoques, opiniones, perspectivas. Si todavía tenemos miedo de la confrontación, de salir de nuestra zona de confort, de abrir espacios para compartir un modo de ver, de apreciar, de juzgar, es el momento para dejar que trabaje el Espíritu del Señor y su Santa Operación (cf. Rb X, 8).

   Sigamos orando por nuestro próximo Capítulo general, para que el Espíritu del Señor, Ministro general de la Orden, nos conceda un momento de gracia, efusión e inspiración para el bien de la Orden, de la Iglesia y del mundo en el cual habitamos.

   ¡Feliz fiesta de Pentecostés!

 Fr. Michael A. Perry, OFM
Ministro general y siervo

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