A TODAS LAS HERMANAS DE LA FEDERACIÓN
Queridas hermanas: Al acercarnos al tiempo litúrgico de Cuaresma, la palabra tan deseada y a veces tan lejana “Convertíos” nos resuena con más fuerza y nos resuena como llamada a una vida nueva, vida que emana de Cristo Jesús, principio y fin de toda existencia en el espíritu.
En este tiempo de kairós, de gracia, de preparación al gran misterio de nuestra fe, al encuentro con el Hijo de Dios, muerto y resucitado por mí, celebrado en la gran solemnidad de la Pascua, la madre Iglesia nos interpelada a dar pasos sinceros de acercamiento a Aquel en quien encontramos la fuente de nuestro ser y de nuestra vida.
No sé a vosotras, pero a mí, en este tiempo de pandemia, de tanta inseguridad, de tantas noticias tristes como son las muertes continuas de tantos hermanos y hermanas, de soledades tan desgarradoras, de sufrimientos tan insostenibles, se me aviva la necesidad de afianzarme en la vida teologal, que es en sí síntesis y recapitulación de la vida cristiana. En palabras del Poverello de Asís, se trataría de afianzarnos en una vida envuelta de fe sincera, de esperanza cierta y de caridad perfecta.
Precisamente el mensaje de cuaresma del Papa Francisco, en el que me quiero apoyar, nos presenta la cuaresma como un tiempo para renovar la fe, la esperanza y la caridad.
¿A qué nos lleva ese renovar la fe, la esperanza y la caridad? ¿Qué implicaciones tiene para nosotras y nuestro entorno?
La fe nos llama a acoger la Verdad y a ser testigos del amor de Dios que actúa en los caminos, a veces, tortuosos e incomprensibles de la vida, para ello hay que dejarse alcanzar por la Palabra, creernos la Palabra, creer que Él tiene poder para realizar lo que nos promete. Si Clara y Francisco, y tantos otros santos, fueron capaces de mantenerse en el camino a pesar de la prueba, de la oscuridad, fue porque la luz de la fe les mantenía viva la certeza de que Dios es fiel para cumplir lo que promete. Como dice un padre de la Iglesia “El hombre es fiel creyendo a Dios, que promete; Dios es fiel dando lo que promete al hombre” o como diría san Juan de la Cruz “Qué bien sé yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche”. Es la fe en Dios la que ilumina las raíces más profundas que hay en el origen de todas las cosas y nos confirma que nuestra vida no procede de la nada o de la casualidad, sino de una llamada y un amor personal.[1] Este amor personal, manifestado en la entrega de su Hijo amado por nuestra salvación, ha de consolidar nuestra certeza de que estamos en buenas manos. Si el mal y el dolor que nos rodean amenazan con arrebatarnos la paz y el gozo de la salvación, nuestra fe apoyada en la Palabra pronunciada por el Dios fiel, hace posible que nuestro camino tenga continuidad en el tiempo y que acoja esa Palabra como roca firme, como sólido fundamento, que nos sostiene y nos alienta en este peregrinar[2]. “Creo, Señor, pero aumenta mi fe”.
Esperanza. Benedicto XVI en su encíclica “salvados en esperanza” nos deja muy claro que la única esperanza que se mantiene y es capaz de dar solidez a la vida es Dios, porque Él es la esperanza: “Quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida. La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que sigue amando hasta el extremo, hasta el total cumplimiento”.
Esta esperanza se aviva y crece en la oración, en esas miradas de fe hacia lo alto o hacia dentro donde, sumergidas en el encuentro personal con el Tú que nos transciende, nos dejamos purificar y transformar, brotando la esperanza más allá de nuestros logros o conquistas, más allá de nuestras esperas o expectativas; ella es fruto de la experiencia fundante de quien ha sido tocado por el amor de Dios. Es en la relación personal con Dios, como vamos desplegando nuestra existencia tanto en dimensión vertical, Dios, como en la horizontal, los hermanos. Estando en comunión con Jesucristo podemos llegar a ser para las demás testigos de esperanza, esa gran esperanza que no se apaga ni siquiera en las noches de la soledad[3].
En este tiempo de cuaresma recojámonos en el silencio de la oración, allí se nos dará la esperanza como inspiración y luz interior, que ilumina los desafíos y las decisiones de nuestra misión y encontraremos, en la intimidad, al Padre de la ternura[4].
Caridad. No podemos olvidar la interrelación existente entre las tres virtudes teologales; efectivamente, la caridad, vivida tras las huellas de Cristo, mostrando atención y compasión por cada persona, es la expresión más alta de nuestra fe y nuestra esperanza. La caridad es el impulso del corazón que nos hace salir de nosotras mismas y que suscita el vínculo de la cooperación y de la comunión[5]. En este tiempo de pandemia es necesario abrir los ojos a los más necesitados, a los que no tienen lo más mínimo, a los enfermos, a los que sufren y están solos; en todos ellos el Señor nos sale al paso suscitando actitudes de solidaridad y de compasión. Es ahí donde se manifiesta la imprescindible interacción entre amor a Dios y amor al prójimo que son inseparables. Ambos amores viven del amor de Dios que nos ha amado primero. Este amor, hecho obras, brota de la experiencia de amor de quien, como decíamos antes, se ha sentido tocado por el amor de Dios, así, pues, no es una práctica más que cumplir en cuaresma sino experiencia de amor nacida desde dentro que nos lleva a hacer extensivo el amor y el bien que nosotras mismas recibimos de Dios[6].
Sin perder el horizonte de la Pascua adentrémonos confiadamente en este tiempo de gracia, adentrémonos apoyadas en Dios con la esperanza segura de que el mundo está en sus manos y que, no obstante las obscuridades, al final vencerá Él. Digámosle con Francisco: Tú eres nuestra fe”, “Tú eres nuestra esperanza”, “Tú eres nuestra caridad”.
Muy unidas en este tiempo, acrecentemos la confianza en medio de todo, especialmente de la incertidumbre por la que estamos atravesando: en toda ocasión podemos espejar que sólo Él es el siempre bastante, el siempre suficiente. En comunión de oraciones, vuestra hermana
Prot. 08/21
Badajoz 14 02-21