Busca dentro de ti
Cuentan que un día estaba
Mullah en la calle, en cuatro patas, buscando algo, cuando se le acercó un amigo
y le preguntó: – Mullah, ¿qué buscas? Y él le respondió: – Perdí mi llave. – Oh,
Mullah, qué terrible. Te ayudaré a encontrarla. Se arrodilló y luego preguntó: –
¿Dónde la perdiste? – En mi casa. – Entonces, ¿por qué la buscas aquí afuera? –
Porque aquí hay más luz.
Aunque parezca cómico, ¡eso
es lo que hacemos con nuestra vida! Creemos que todo lo que hay que buscar está
ahí afuera, a la luz, donde es fácil encontrarlo, cuando las únicas respuestas
están en el propio interior. Salid a buscarlas afuera, que jamás las hallareis…
(Leo Buscaglia,.)
Una preciosa imagen evangélica de Mateo
(6,6) nos da una pista importante:
“Tú, cuando ores, entra en
tu cuarto, cierra la puerta y ora en secreto a tu Padre. Y tu Padre, que ve lo que
haces en secreto, te dará tu recompensa”.
Necesitamos oír muchas veces
que la oración no es un propósito sólo, ni la expresión lógica de una relación que
es central para nosotros. La oración puede expresar lo vital que es para nosotros
este trato con Dios, pero también es verdad que en la oración misma se va fortaleciendo
el amor, el reconocimiento, la fe, la esperanza… Es decir, que Dios se va haciendo
cada vez más vital, el CENTRO REAL de nuestra vida de creyentes, y ésta es precisamente
la consecuencia más preciosa de una vida de oración personal. En ella se fortalece
nuestra vida teologal
La vida nos dispone para orar y la oración
nos capacita para vivir según el querer de Dios.
1. Orar no puede ser un mandato sino una invitación que se
nos hace a todos
Es importante hacer este
planteamiento cuando hablemos de oración y cuando nos revisemos a nosotros mismos.
SOMOS INVITADOS AL BANQUETE DE SU AMISTAD Y DE SU CONVERSACIÓN
como hizo en otros tiempos con grandes
amigos suyos: Moisés, Abrahán, Jacob,…
No podemos confundir las
dificultades del camino con la VIDA que nos aguarda, el gozo o la libertad. Somos
muy dados a canjear “primogenituras” por
abundantes y sabrosos “platos de lentejas”
que sacian de momento el hambre o la necesidad pero nos siguen dejando insatisfechos
La experiencia de Dios tiene mucho que
ver con el misterio de la vida: recibir y entregar, acoger y ofrecer.
Reconocer este ritmo de la vida en nosotros nos resitúa adecuadamente en nuestro
ser de criaturas y nos permite restablecer el orden justo con la comunidad de los
humanos y con el mundo. Porque, ¿qué es ser creyente sino saberse recibido de
Otro distinto de sí, Presencia viva que precede toda acción nuestra, y convertir
en ofrenda la propia existencia que no se percibe como pertenencia sino como donación?
Acoger y reconocer la necesidad que tenemos
de Otro, de los demás y de las cosas. Supone la confesión de la propia indigencia, y la conciencia de la propia
finitud. Cada reconocimiento supone un acto de humildad y un acto de fe. Al
acoger, nos abrimos, y pronunciamos el sí primordial al don de la vida que nos
llega a través de cada persona y acontecimiento. Supone disponerse a recibir la
Vida y, con ella, al Señor de la vida. Activa y pasiva a la vez (acontece). Así
es nuestra experiencia de fe: la profesamos libremente y sin poder delegar, pero
es mucho más lo que recibimos con ella que lo que realizamos.
En una cultura que se desvive en el afán
por el hacer y que se mide por los logros y éxitos, el mero hecho de reconocer que
es más lo que recibimos que lo que hacemos, ya es experiencia de Dios, porque nos
abre al agradecimiento y al respeto ante el Misterio. (J. Melloni)
Y una pedagogía adecuada…
Todos sabemos que, aunque
dicen que estamos hechos para la relación,
en la mayoría de los casos, esto no se improvisa. Cada historia vivida –de
amistad, de amor, con compañeros de trabajo…- nos ha puesto delante de los ojos
nuestras carencias y malos "hábitos”
de comunicación, por ejemplo, o nos ha dejado ver esas incapacidades y resistencias
que tenemos cada uno/a para amar y ser amados, para la intimidad y la implicación
mutua, para la incondicionalidad y la entrega desinteresada.
Nuestro "trato de amistad" (Santa Teresa)
con el Señor no se libra de estos "aprendizajes"
o "entrenamientos" que
duran toda la vida y pide continuamente que NUESTRO SER SE DISPONGA para entrar
en contacto con su Dios:
Nuestro ser está formado,
en efecto, por muchas “piezas” diferentes
que sólo conocemos oscuramente –a veces, incluso, nos sorprende-, con zonas sencillas
y zonas enrevesadas, con su profundidad y su apariencia, con diferentes situaciones
y estados de ánimo…
Hay que disponerse a HABITAR LA PROPIA CASA… ESCÚCHARSE A UNO MISMO… Necesitamos sentirnos vivos,
en conexión con la realidad y con nuestro propio ser, con nuestro cuerpo, sentidos
y preocupaciones, con nuestros sentimientos y deseos, temores y necesidades. De
lo contrario, hemos de admitirlo, somos los "ausentes”
de este encuentro y se percibe esta ausencia en el bloqueo, la frialdad, desconexión,
aburrimiento...Y necesitamos también permitirnos expresar ante su mirada el dolor
y el miedo lo mismo que la alegría y la confianza porque esa es la verdad del
corazón que se expone, confiado, dispuesto a dejarse acoger, consolar, ablandar,
seducir...
Hacerse apto para la relación
requiere “hacer un hueco” al otro
–darnos cuenta de que hay alguien más que yo-, querer acoger y recibir su presencia,
palabra y sentimientos; escuchar y percibir sus gestos; despertar nuestro ser entero
ante el suyo. Abrir este “espacio cerrado”
que somos cuando nos centramos absolutamente en nuestras cosas. Por eso
hemos intentado silenciar algo en nuestro interior, para que resuene su Palabra,
aunque se me dirija en medio de la vida. En este camino hay un secreto importante:
ir aceptando convivir con la soledad del propio corazón y descubrir que a esta “pieza principal” de lo más íntimo de
mí, sólo puede acceder Dios mismo, y ahí quiere hacer su morada.
Adiestrarse para la relación
requiere “horas de espera”, aplazamiento
de muchas compensaciones, no dejarse vencer por la frustración y el desencanto
que nos produce haber puesto lo mejor de nosotros mismos y ver, día a día, año a
año, que “no pasa nada” de lo que
creíamos que iba a ocurrir. El corazón se educa así, necesita pasar del egocentrismo
infantil al amor que aprende a fiarse, que vigila atento por si EL está llegando
“de otra forma” y no lo reconozco.
La confianza en el otro, más allá de los signos, es la prueba de fuego de la relación,
lo más difícil de mantener, y lo más sanador.
2. Claves de interpretación, en las CC.GG. y en las Fuentes franciscanas
Las CC.GG piden, en el art. 24, que cada hermano y la fraternidad
reserven cotidianamente un espacio de tiempo a la oración personal (mental), dejando de lado todas las demás
actividades:
Solícitos del espíritu de
oración y devoción, dedíquense cada día todos los hermanos a la oración mental,
sea en particular o en común. CC.GG art. 24
En este artículo, las CC.GG.
recuerdan la necesidad de la oración personal cotidiana porque esta forma de oración
mental es la base fundamental de la relación con Dios en el seguimiento de Cristo.
La misma oración mental hace realidad la relación íntima y personal con el Dios
trino, fuente de nuestra vocación religiosa. Existe una estrecha relación entre
la práctica fiel de la oración mental y la realización de la misma vida religiosa.
Al dedicar un tiempo preciso de la jornada a la oración interior para vivir la relación
personal con Dios, el hermano, como religioso, alimenta su consagración a Dios.
Si bien las CC.GG. no dan un contenido preciso de la oración mental, dejando espacio
para la libertad personal, la tradición y la espiritualidad franciscano nos ofrecen
una visión más clara de esta oración.
Ya desde los primeros tiempos
de su vocación, Francisco se retiraba en el silencio para hablar con Dios y meditar
en la palabra escuchada. Así nos lo narran los primeros biógrafos (cf. TC 8; 11): Francisco se afanaba por ocultar
a Cristo en su interior, se sentía atraído por una misteriosa dulzura que invadía
su corazón y así, conociendo la voluntad de Dios a través de la meditación, se volvía
fuerte en el Señor. Incluso los lugares preferidos por Francisco, como Le Carceri,
el Valle de Rieti y Alverna nos hablan de la experiencia de meditación y de la oración
personal en la vida de Francisco. Meditaba la obra de la salvación realizada por
Dios en su propia vida (cf. RnB 23),
con una preferencia por los misterios de la Encarnación y de la Cruz.
En esta costumbre de retirarse
para la meditación y la oración, Francisco encontraba un gran sostén para su vida
de oración y devoción. Al vivir en una íntima cercanía con Dios mismo, Francisco
experimentaba una transfiguración de su vida en el amor hacia los más necesitados,
en la posibilidad de aconsejar y exhortar a sus mismos hermanos a hacer una vida
de penitencia evangélica. A esta experiencia alude la Admonición XXVII. «Donde hay quietud y meditación, no hay preocupación
ni disipación» (Adm 27,4), que
muestra la fuerza de la meditación como una de las formas de oración personal y
como un medio de sostén para la vida de fe.
Evocando esta atención de
Francisco por la meditación, el art. 24 de las CC.GG. habla del empeño cotidiano
del hermano y de la fraternidad por tener un tiempo adecuado de oración personal,
para poder sostener la vida en el espíritu de oración y devoción.
Este tiempo cotidiano de
oración personal ocupa un puesto importante en la vida del hermano, al igual que
la escucha de la Palabra divina y la celebración de la Liturgia. El tiempo de meditación
debe estar a nuestra disposición justamente para comprender mejor la Palabra divina
y para integrar esta Palabra en la propia vida personal y comunitaria. El fin primario
de este tiempo, reservado para estar junto con el Señor (cf. Mc 3,13ss.), es el de llegar, en el Espíritu,
al conocimiento de Dios-Padre en Cristo, Señor y salvación de nuestra vida, para
poder discernir mejor su voluntad para la vida de cada hermano y para el camino
de toda la fraternidad.
La fidelidad en la oración
personal cotidiana llegará a ser un medio para profundizar la fe, para encontrar
fuerza en Dios de manera que se puedan enfrentar los desafíos de nuestra vida. Podrá también llegar a ser una ocasión para volver a encontrar
una fe puesta a prueba por las dificultades de una vida religiosa demasiado cuestionada
por situaciones de agotamiento, de cansancio y de desilusión. Redescubriendo que
la oración personal es una necesidad para la vida de relación con Dios, fuente
de la vida, el empeño por encontrar un adecuado tiempo cotidiano, además de ser
una obligación, se transformará, según el ejemplo de Francisco, en un sostén para
la propia vida personal y fraterna, para poder actualizar el seguimiento de Cristo
en el contexto de hoy.
3. Problemática
Nuestra situación concreta
es muchas veces bastante diferente del ideal franciscano de que nos hablan los
biógrafos y al cual nos impulsan las CC.GG. A menudo encontramos dificultades para
tener a nuestra disposición un tiempo adecuado para la meditación y la oración personal.
Nos falta tiempo, porque estamos demasiado absorbidos por el trabajo o por diferentes
compromisos, pastorales o de otro tipo. Nos falta el tiempo y, al final, estamos
muy cansados debido a las numerosas ocupaciones de cada día.
Y aunque tengamos el tiempo
necesario, frecuentemente nos enfrentamos a la dificultad de vivir bien los momentos
de silencio, de llenar el tiempo que finalmente habíamos encontrado. ¿Cómo recoger
nuestra mente durante la meditación o la oración personal, sin distraerse demasiado?
¿Cómo relacionar este tipo de oración con la realidad de la vida vivida a nuestro
alrededor? Algunas veces tenemos dificultades con el método: ¿cómo, con cuáles medios
o métodos podemos aprender a meditar de una manera adecuada para nuestro tiempo?
A las dificultades personales se agrega muchas veces la dificultad
de meditar en común.
¿Cómo encontrar un momento y una forma
común, que valgan para todos y ayuden a toda la fraternidad? Nos encontramos ante
un gran desafío. Justamente a partir de este contexto real, las CC.GG. quieren estimularnos
a empeñarnos, como individuos y como fraternidad, en una vida en que la meditación
encuentre también su justo puesto.
4. Sugerencias aplicativas
1 – Establecer tiempos de
silencio en la vida del hermano y de la fraternidad, de manera que dichos tiempos
ocupen su lugar en la vida cotidiana de la fraternidad.
2 –La meditación de la Palabra
de Dios, en una constante confrontación con la propia situación de vida, podría
ayudarnos a comprender mejor los desafíos de cada día en el espíritu de caridad.
Para ello, confróntese la Palabra de Dios con la vida cotidiana para iluminar el
camino.
3 –Con la oración personal
se busca descubrir y reflexionar cada vez más a Dios y su obra de salvación en el
contexto real de nuestro tiempo y de nuestra historia.
4 –La meditación y la oración
personal son una invitación para estar solos con Dios y para vivir íntimamente este
amor. Es importante aceptar el desafío del silencio, que al comienzo puede ser fatigoso,
y vivir plenamente los momentos de silencio.
5 – El tiempo de la meditación
vivido en fraternidad nos ayuda también a vivir más intensamente el amor fraterno.
Compartir en un diálogo fraterno la propia experiencia de la oración personal.
5. Preguntas para la reflexión
* ¿La meditación logra ser
una parte ordinaria de nuestra jornada? ¿Cuáles son las dificultades para establecer
un tiempo justo y regular?
* ¿Cuáles son las dificultades
para vivir los momentos de silencio y para llenar el tiempo de oración con un contenido
adecuado?
* Reflexionando sobre nuestra
historia, ¿podemos afirmar que hemos experimentado un desarrollo en el vivir la
oración personal y en la experiencia de Dios?
* ¿Hemos aprendido algún
método para entrar en el silencio necesario para la oración personal y para la meditación?
* ¿De qué medios y de cuáles
textos disponemos para sostener nuestra oración personal?
* ¿Conocemos la tradición
de la espiritualidad franciscana a este propósito?
* ¿Cómo se puede compartir
la experiencia de la oración personal con los propios hermanos?
6. Sugerencias para la lectura
ParPN
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2Cel 102
LM 4,3
LP 71. 79 VER PDF