Pestaña

martes, 12 de noviembre de 2019

Retiros de Fraternidad. Noviembre

    Con el corazón y la mente vueltos al Señor

LA EUCARISTíA
  
Material compartido por la Fraternidad de Hermanos 
de El Palancar 


1. Problemática

a – Cada día, o casi, participamos en la Eucaristía. Recordemos cuántas veces lo hacemos, cómo, cuánto tiempo se dedica a la celebración de una Misa, si es concelebrada, etc. En otras palabras, tratemos de tener presente la situación personal y comunitaria a este propósito.
b – La Eucaristía puede considerarse desde muchos puntos de vista, y todos iluminan un aspecto de este misterio; por ejemplo, puede ser vista como sacrificio, convite, asamblea de Iglesia, presencia real de Cristo, anticipación del banquete del Reino, acción de gracias, momento de escucha de la Palabra, lavado de los pies, etc. Cada uno de estos aspectos expresa una acentuación legítima, y ninguno se puede absolutizar como si fuese el único.

c – La oración, tal vez también silenciosa, ante el Santísimo Sacramento es una de las formas de culto de la Eucaristía. Según algunos, se trata de un tipo de oración que va disminuyendo en los últimos años, ¿qué pienso de ello, teniendo presente sobre todo la situación de mi fraternidad?

d – ¿Cuál es la historia de mi participación en la Eucaristía? De niño, de adolescente, de joven, de adulto y de anciano, ¿cómo ha cambiado mi participación en la celebración eucarística?

2. En Francisco de Asís

Dice 2 Tomás de Celano 201: “Ardía en fervor que le penetraba hasta la médula, para con el sacramento del cuerpo del Señor, admirando locamente su cara condescendencia y su condescendiente caridad. Juzgaba notable desprecio no oír cada día, a lo menos, una misa, pudiendo oírla. Comulgaba con frecuencia y con devoción tal, como para infundirla también a los demás. Como tenía en gran reverencia lo que es digno de toda reverencia, ofrecía el sacrificio de todos los miembros, y al recibir al Cordero inmolado inmolaba también el alma en el fuego que le ardía de continuo en el altar del corazón”.

Francisco dice de la Eucaristía que es el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo. La presencia suya entre nosotros. Lo único que vemos corporalmente del Hijo de Dios. El memorial de su amor. El Reino. La vida eterna. La humildad de Dios. Donde Jesús colma a los presentes y ausentes y actúa junto con el Padre y el Espíritu Santo. El ofrecimiento radical del Señor a nosotros.

Vamos a adentrarnos en el misterio de la Eucaristía como entrega al Señor en nuestro camino de seguimiento, y lo hacemos con la primera Admonición

  • Desear ver a Dios
 La misión esencial de Cristo fue revelarnos, hacernos “conocer”, hacernos “ver” el amor del Padre y el camino que conduce a Él. Puesto que “el Padre habita en una luz incaccesible”, la misión del Hijo es hacerlo ver. Y la misión del Espíritu es hacer “ver” a Cristo aquí y hoy. Si Cristo es el desvelamiento del Padre, tiene a su vez necesidad de ser desvelado por el Espíritu. Es el Espíritu el que nos hace ver en Jesús al Hijo del Padre. Es el Espíritu el que nos permite ver en Jesús el Cristo.

  • Ver la humildad, la encarnación, el descenso de Dios
 ¿Y a qué nos conduce este “ver”? ¿Qué han de mirar nuestros ojos en clave eucarística? Hemos de contemplar al que descendió desde el trono real al seno de la Virgen. Francisco mira a Cristo sentado en su trono real, como el “Señor de la majestad” (2Cel 198), Dios y Señor eternamente.

Pero Cristo descendió al seno de la Virgen, se hizo hombre, y nos redimió con su anonadamiento (cf. Fil 2,6). Ante esta humildad del Señor, Francisco está embargado de maravilloso estupor. “Tenía tan presente en su memoria la humildad de la encarnación y la caridad de la pasión, que difícilmente quería pensar en otra cosa” (1Cel 84).

Contemplar su encarnación, su descenso a nuestra tierra, su kénosis. Dios que viene a nuestra debilidad, en el anonadamiento del Hijo, que vive una vida de servicio y entrega y que culmina en la cruz.

  • Ver su humildad en la Eucaristía
 Al igual que un día descendió al seno de la Virgen en humildad, hoy sigue descendiendo, diariamente del seno del Padre sobre el altar a las manos del sacerdote: diariamente se humilla, humilde apariencia. Es el misterio de un descenso, de un abajamiento que, por amor, sigue vigente. La humildad es el nexo de unión entre la encarnación y la eucaristía.

En este texto, Francisco no sólo muestra el punto de llegada del proceso de humillación, sino su permanencia. Cristo, en y a través de la Eucaristía, continúa estando en medio de nosotros, pero en forma de humillación.

El pan y el vino es contemplado por Francisco como una nueva encarnación, que todavía se está realizando, y sin lugar a dudas, actualizando.

Cuando celebramos la Eucaristía, no se reduce ésta a un simple recuerdo; es memorial, es revivir aquel acontecimiento aquí y ahora; es hacer presente el acontecimiento de la Pascua en nuestra vida. Por tanto, “ver” para “recordar”, “ver” para caer en la cuenta, para ser conscientes que este misterio es “memorial".

Por este recuerdo, el presente queda afectado con la misma realidad con que quedó afectado el pasado de una vez para siempre. El memorial nos hace a todos contemporáneos del acontecimiento redentor. La presencia de Jesucristo en la eucaristía es presencia de su “cuerpo entregado” y de su “sangre derramada”. Presencia hecha posible para nosotros por ser el cuerpo y la sangre, la misma vida del Resucitado que, en el pan y el vino compartidos, nos sale al encuentro como gracia salvadora.

Al margen del amor, es imposible entender la vida y la muerte de Jesús; de un amor entregado. El amor lo desencadena todo: tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único, para que tenga vida eterna y no perezca ninguno de los que creen en Él (Jn 3,16).

El memorial, en cuanto entrega siempre presente, queda expresado en lo que Francisco dice al final de la admonición: “Y el Señor está siempre de esta manera con sus fieles, como Él mismo dice: Ved que yo estoy con vosotros hasta la consumación del siglo (Mt 28,20)”.

Francisco mira siempre el conjunto de la vida de Cristo. Y lo que se despliega en el tiempo por parte de los hombres es un solo acto por parte de Dios. En Navidad, en su vida pública, el Jueves Santo, en la cruz, en la mañana de Pascua, Jesús se da a su Padre y a sus hermanos. Esto explica que Francisco tiene el mismo vocabulario y la misma actitud de adoración ante el Niño de Belén, el Cristo del Calvario y la presencia eucarística.

Desde Navidad hasta la mesa eucarística, Francisco discierne un sólo y mismo movimiento: el del amor que se nos da a nosotros para hacernos vivir. Es el Dios que se “nos muestra a nosotros en el pan sagrado”. En ese mostrarse está la entrega, está su éxodo. Aquí y ahora está en juego la alianza nueva y eterna. Aquí y ahora entramos en la historia de la salvación.

Todo el misterio de la encarnación, de la redención y de la resurrección entra en el hoy de Dios. Como la encarnación ayer, pero bajo un modo diferente, la eucaristía continúa revelándonos el corazón de Dios y descubriéndonos su presencia entre nosotros.

  • Ver con los ojos del Espíritu para creer y entregarnos
 Sólo el Espíritu en nuestros corazones nos permite ver en el pan eucarístico la presencia nueva de Cristo. Y aún más, sólo el Espíritu en nosotros es capaz de acogerlo y de “comulgar” realmente con esta presencia.

El misterio de la eucaristía no es para se contemplado desde la mirada distante y descomprometida, sino que nos coge por entero. Celebrar el memorial de la entrega es para vivir en entrega, para comulgar con Él.

Por eso, “todos los que ven en el sacramento, que se consagra por las palabras del Señor..., y no ven ni creen, según el espíritu y la divinidad, que es verdaderamente el santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, están condenados”. Nosotros también podemos ver en el sacramento del cuerpo de Cristo el Cuerpo y la Sangre del Señor, pero nuestra actitud y conducta pueden revelar nuestra increencia de fondo y nuestra no participación. También en personas religiosas se puede dar una incredulidad práctica. Y el peligro radica en que esa incredulidad coexiste con muchos conocimientos en materia religiosa. Sabemos muchas cosas intelectualmente de la Eucaristía, la tenemos interiorizada en la cabeza, creemos en ella; pero creer es más “que estar convencidos de que algo es verdadero”. Creer significa entregarse a sí mismo fiándose completamente de Dios. Creer quiere decir vivir sólo para Dios, pertenecerle por entero.

Dice Francisco en la CtaO: “Nada de vosotros retengáis para vosotros mismos, para que enteros os reciba el que todo entero se os entrega” (v. 29). El fruto fundamental de la eucaristía es el amor, la comunión, como capacidad de dar la vida a ejemplo de Jesús. Comer el pan y beber el vino de la eucaristía es participar en la vida entera de Jesús; y participar es creer que el pan y el vino serán para nosotros Cuerpo y Sangre del Señor, pero esta identificación reclama el despojo de uno mismo.

En otro lugar en CtaO dice: “¡Oh celsitud admirable y condescendencia asombrosa! ¡Oh sublime humildad! ¡Oh humilde sublimidad!, ¡que el Señor del mundo universo, Dios e Hijo de Dios, se humille hasta el punto de esconderse, para nuestra salvación, bajo una pequeña forma de pan!” (v. 27). El tema dominante de esta meditación radica en la infinita tensión entre la grandeza divina y la impotencia creatural que el Verbo encarnado, desde la incomprensible “humildad”, supera cada vez que se hace presente bajo las especies poco vistosas de pan y de vino por las palabras del sacerdote.

De esto se derivan unas consecuencias espirituales para los sacerdotes: «Mirad, hermanos, la humildad de Dios y “derramad ante Él vuestros corazones”; humillaos también vosotros, para ser enaltecidos por Él» (v. 28). La celebración eucarística debe convertirse para los “hermanos sacerdotes”, a quien va dirigida la carta, pero para todos, en escuela permanente en la que aprenden de Cristo mismo la minoridad, característica fundamental de la Fraternidad evangélica.

Cuanto más nos entreguemos a Él, tanto más el Espíritu del Señor nos guiará como a hijos, a vivir en la obediencia a Dios Padre.


  • Ver para ablandar el corazón
 Consecuencia de lo anterior o muy estrechamente unido a ello, es decir, a la entrega, está la dureza de corazón. ¿Cuántas veces la eucaristía nos encuentra con un corazón duro, con un corazón insensible a la entrega del Señor, con un corazón “acostumbrado” a verlo entregado, pero que no lo rompe? ¿Cuántas veces la eucaristía nos encuentra impermeables a la gracia, a la salvación que se derrama?

Francisco ve dos peligros. El primero, que los hombres permanezcan duros de corazón. Cuando nos mantenemos indiferentes y no nos abrimos a la acción de Dios, no puede darse la salvación. No hay salvación si uno no quiere. Dureza de corazón es oponerse a Dios con la arrogancia o la soberbia. Es duro de corazón quien quiere disponer él sólo de sí mismo y no se confía a Dios para que Éste disponga de él según su querer.

El segundo peligro, es que nos habituemos a la cercanía del Señor por lo cotidiano y la ve se convierta en rutina y la celebración en rito.


3. Claves de interpretación, en las CC.GG. y en las Fuentes franciscanas

a - También el art. 21 de las CC.GG., en sus tres párrafos, subraya algunos aspectos de la Eucaristía:

§1 Conforme el ejemplo y enseñanzas de san Francisco, los hermanos tributen «toda reverencia y honor» al sacramento del Santísimo Cuerpo y Sangre del Señor, porque en él se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, y fomenten en sí mismos un amor solícito y diligente hacia tan gran Misterio, sirviéndose de los medios idóneos para ello.

§2 Todos los hermanos que moran o se encuentran en el mismo lugar celebren a diario en común, si es posible, la Santísima Eucaristía con pureza y reverencia, de modo que constituya en verdad el centro y la fuente de toda comunión fraterna.

§3 Siguiendo el ejemplo de san Francisco, que hasta el fin de su vida quiso «que estos santísimos misterios sean sobre todas las cosas honrados, venerados y colocados en lugares preciosos», tengan los hermanos en cada Casa al menos un oratorio donde esté reservada la Santísima Eucaristía, para fomentar la comunión fraterna y la devoción hacia tan augusto Misterio.

Mientras que el §1 presenta una visión global del Sacramento, misterio que hay que honrar y venerar porque «contiene todo el bien espiritual de la Iglesia», el §2 enfatiza el momento celebrativo de la Eucaristía, que la hace «centro y fuente de toda la comunión fraterna», y el §3 insiste en la veneración del Sacramento eucarístico, que hay que conservar con honor en la Casa de los hermanos, «para fomentar la comunión fraterna y la devoción hacia tan augusto Misterio».

b – Francisco, en sus Escritos, habla a menudo de la Eucaristía, que le impacta sobre todo como misterio de la humildad de Dios. La imagen de Dios que más le impresionó es la de aquél que se hizo pobre porque se hizo hombre, nuestro hermano, y Francisco contempla la continuidad de esta opción de abajamiento en la Eucaristía, que repite cada día el misterio de la Encarnación, haciendo visible al Señor (cf. CtaO 14-29).

Esta «visibilidad» de Dios en la Eucaristía impacta profundamente la sensibilidad concreta e inmediata de Francisco, pero él es muy consciente de que es necesario pasar del «ver» el cuerpo de Cristo al «ver y creer» en Él. Este paso del «ver» al «ver y creer» acontece por obra del Espíritu del Señor, que nos hace reconocer el pan consagrado como el cuerpo del Señor (cf. Adm 1).

La humildad de Dios, presente en la Eucaristía, pide al hermano menor ser igualmente humilde y menor, ser guiado por el Espíritu del Señor para llegar a «ver y creer» en el Sacramento del altar.

c – Un elemento que las CC.GG. subrayan, retomando las indicaciones del Concilio Vaticano II, es la estrecha relación entre Eucaristía y fraternidad: ella es «el centro y la fuente de toda la vida fraterna», porque es el corazón de aquella liturgia que es «culminación y fuente» de la vida de la Iglesia (cf. Sacrosanctum Concilium, n. 10).

Deberíamos reflexionar sobre el hecho de que uno de los momentos fundamentales en donde «construimos» nuestra vida fraternal, es justamente la celebración de la Eucaristía: allí encontramos el centro de unidad, allí crece el vínculo que nos une, y que es el Espíritu del Señor.

d – Debemos recordar que el protagonista de la Eucaristía no es ciertamente el celebrante y, en un cierto sentido, ni siquiera lo es la comunidad cristiana, sino que es el Señor que reúne en el Espíritu a la Iglesia. Esta simple consideración nos ayuda a dejar de lado nuestras continuas tentaciones de colocarnos nosotros mismos en el centro, o de colocar la presencia «carismática» de tal o cual personaje, o de la comunidad misma, para volver a encontrar la centralidad del único Señor y Maestro que es Jesús.

Un paso tal ayudaría mucho a la vida fraterna, que a menudo es frágil o débil solamente porque el centro no lo ocupa el Señor, sino otras presencias, tal vez de algún líder.


4. Sugerencias aplicativas

1 –   La Eucaristía es un misterio tan grande que puede considerarse desde varios puntos de vista: tratemos de elencar los aspectos más importantes.

2 –   La fraternidad podría organizar un momento de oración común ante el Santísimo Sacramento, utilizando, en lo posible, textos de san Francisco.

3 –   Si es verdad que existe una estrecha relación entre la Eucaristía y la vida fraterna, la fraternidad podría revisar el horario semanal con el fin de poder celebrar la Eucaristía todos juntos, al menos algunas veces durante la semana.

4 –   Sería bueno señalar cuáles son los subsidios existentes para una digna celebración fraterna de la Eucaristía (oraciones de los fieles, moniciones, breves comentarios, etc.) y ponerlos a disposición de la fraternidad, para mejorar el nivel cotidiano de las celebraciones.

5 –   Podríamos tratar de dedicar regularmente algún momento de encuentro fraterno para evaluar la cualidad de nuestras celebraciones eucarísticas.

6 –   Francisco estaba muy atento a la limpieza de las iglesias y de los ornamentos sagrados; ¿cómo están nuestras iglesias u oratorios? Podría ser una buena idea organizar una buena limpieza, lavar más a menudo manteles y lencería de los altares, ubicar en un puesto digno los libros litúrgicos, etc.

5. Preguntas para la reflexión

* El art. 21 §1 de las CC.GG. pide que los hermanos «fomenten en sí mismos un amor solícito y diligente hacia tan gran Misterio, sirviéndose de los medios idóneos para ello»; ¿cuáles son esos «medios idóneos»?

* En nuestras celebraciones, ¿quién aparece como el protagonista: el sacerdote celebrante, la comunidad cristiana o Jesucristo?

* ¿Nos parece realmente que celebrar juntos la Eucaristía es importante para vivir una verdadera vida fraterna?

* En nuestras fraternidades casi siempre se celebra la Eucaristía con la presencia de algunos fieles. ¿Cómo incide esta presencia de los fieles?; ¿es importante?; ¿se los debe tener en cuenta (más o menos)?

* Muchos hermanos sacerdotes celebran cotidianamente la Eucaristía para varias comunidades de fieles (parroquias, religiosas, otros grupos). ¿Cómo conciliar este servicio «para los demás» con la centralidad de la celebración eucarística para nuestra vida fraterna?

* ¿De qué manera es posible redescubrir el valor de la oración ante el Santísimo Sacramento, personal y comunitariamente?

6. Sugerencias para la lectura
Adm 1;  CtaO;  CtaCle;  LP 80;  2Cel 201.

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