Con el corazón y la mente vueltos al Señor
LA EUCARISTíA
Material compartido por la Fraternidad de Hermanos
de El Palancar
1. Problemática
a – Cada día,
o casi, participamos en la Eucaristía. Recordemos cuántas veces lo hacemos, cómo,
cuánto tiempo se dedica a la celebración de una Misa, si es concelebrada, etc. En
otras palabras, tratemos de tener presente la situación personal y comunitaria a
este propósito.
b – La Eucaristía
puede considerarse desde muchos puntos de vista, y todos iluminan un aspecto de
este misterio; por ejemplo, puede ser vista como sacrificio, convite, asamblea
de Iglesia, presencia real de Cristo, anticipación del banquete del Reino, acción
de gracias, momento de escucha de la Palabra, lavado de los pies, etc. Cada uno
de estos aspectos expresa una acentuación legítima, y ninguno se puede absolutizar
como si fuese el único.
c – La oración,
tal vez también silenciosa, ante el Santísimo Sacramento es una de las formas de
culto de la Eucaristía. Según algunos, se trata de un tipo de oración que va disminuyendo
en los últimos años, ¿qué pienso de ello, teniendo presente sobre todo la situación
de mi fraternidad?
d – ¿Cuál es
la historia de mi participación en la Eucaristía? De niño, de adolescente, de joven,
de adulto y de anciano, ¿cómo ha cambiado mi participación en la celebración eucarística?
2. En Francisco de Asís
Dice 2 Tomás de Celano 201:
“Ardía en fervor que le penetraba hasta
la médula, para con el sacramento del cuerpo del Señor, admirando locamente su cara
condescendencia y su condescendiente caridad. Juzgaba notable desprecio no oír cada
día, a lo menos, una misa, pudiendo oírla. Comulgaba con frecuencia y con devoción
tal, como para infundirla también a los demás. Como tenía en gran reverencia lo
que es digno de toda reverencia, ofrecía el sacrificio de todos los miembros, y
al recibir al Cordero inmolado inmolaba también el alma en el fuego que le ardía
de continuo en el altar del corazón”.
Francisco dice de la Eucaristía
que es el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo. La presencia suya entre
nosotros. Lo único que vemos corporalmente del Hijo de Dios. El memorial de su
amor. El Reino. La vida eterna. La humildad de Dios. Donde Jesús colma a los presentes
y ausentes y actúa junto con el Padre y el Espíritu Santo. El ofrecimiento radical
del Señor a nosotros.
Vamos a adentrarnos en el
misterio de la Eucaristía como entrega al Señor en nuestro camino de seguimiento,
y lo hacemos con la primera Admonición
- Desear ver a Dios
La misión esencial de Cristo
fue revelarnos, hacernos “conocer”, hacernos
“ver” el amor del Padre y el camino
que conduce a Él. Puesto que “el Padre
habita en una luz incaccesible”, la misión del Hijo es hacerlo ver. Y la
misión del Espíritu es hacer “ver” a
Cristo aquí y hoy. Si Cristo es el desvelamiento del Padre, tiene a su vez necesidad
de ser desvelado por el Espíritu. Es el Espíritu el que nos hace ver en Jesús al
Hijo del Padre. Es el Espíritu el que nos permite ver en Jesús el Cristo.
- Ver la humildad, la encarnación, el descenso de Dios
¿Y a qué nos conduce este
“ver”? ¿Qué han de mirar nuestros
ojos en clave eucarística? Hemos de contemplar al que descendió desde el trono real
al seno de la Virgen. Francisco mira a Cristo sentado en su trono real, como el
“Señor de la majestad” (2Cel 198),
Dios y Señor eternamente.
Pero Cristo descendió al
seno de la Virgen, se hizo hombre, y nos redimió con su anonadamiento (cf. Fil 2,6).
Ante esta humildad del Señor, Francisco está embargado de maravilloso estupor. “Tenía tan presente en su memoria la humildad
de la encarnación y la caridad de la pasión, que difícilmente quería pensar en otra
cosa” (1Cel 84).
Contemplar su encarnación,
su descenso a nuestra tierra, su kénosis. Dios que viene a nuestra debilidad, en
el anonadamiento del Hijo, que vive una vida de servicio y entrega y que culmina
en la cruz.
- Ver su humildad en la Eucaristía
Al igual que un día descendió
al seno de la Virgen en humildad, hoy sigue descendiendo, diariamente del seno del
Padre sobre el altar a las manos del sacerdote: diariamente se humilla, humilde
apariencia. Es el misterio de un descenso, de un abajamiento que, por amor, sigue
vigente. La humildad es el nexo de unión entre la encarnación y la eucaristía.
En este texto, Francisco
no sólo muestra el punto de llegada del proceso de humillación, sino su permanencia.
Cristo, en y a través de la Eucaristía, continúa estando en medio de nosotros, pero
en forma de humillación.
El pan y el vino es contemplado
por Francisco como una nueva encarnación, que todavía se está realizando, y sin
lugar a dudas, actualizando.
Cuando celebramos la Eucaristía,
no se reduce ésta a un simple recuerdo; es memorial, es revivir aquel acontecimiento
aquí y ahora; es hacer presente el acontecimiento de la Pascua en nuestra vida.
Por tanto, “ver” para “recordar”, “ver” para caer en la cuenta,
para ser conscientes que este misterio es “memorial".
Por este recuerdo, el presente
queda afectado con la misma realidad con que quedó afectado el pasado de una vez
para siempre. El memorial nos hace a todos contemporáneos del acontecimiento redentor.
La presencia de Jesucristo en la eucaristía es presencia de su “cuerpo entregado” y de su “sangre derramada”. Presencia hecha posible
para nosotros por ser el cuerpo y la sangre, la misma vida del Resucitado que,
en el pan y el vino compartidos, nos sale al encuentro como gracia salvadora.
Al margen del amor, es imposible
entender la vida y la muerte de Jesús; de un amor entregado. El amor lo desencadena
todo: tanto amó Dios al mundo que envió
a su Hijo único, para que tenga vida eterna y no perezca ninguno de los que creen
en Él (Jn 3,16).
El memorial, en cuanto entrega
siempre presente, queda expresado en lo que Francisco dice al final de la admonición:
“Y el Señor está siempre de esta manera
con sus fieles, como Él mismo dice: Ved que yo estoy con vosotros hasta la consumación
del siglo (Mt 28,20)”.
Francisco mira siempre el
conjunto de la vida de Cristo. Y lo que se despliega en el tiempo por parte de los
hombres es un solo acto por parte de Dios. En Navidad, en su vida pública, el Jueves
Santo, en la cruz, en la mañana de Pascua, Jesús se da a su Padre y a sus hermanos.
Esto explica que Francisco tiene el mismo vocabulario y la misma actitud de adoración
ante el Niño de Belén, el Cristo del Calvario y la presencia eucarística.
Desde Navidad hasta la mesa
eucarística, Francisco discierne un sólo y mismo movimiento: el del amor que se
nos da a nosotros para hacernos vivir. Es el Dios que se “nos muestra a nosotros en el pan sagrado”. En
ese mostrarse está la entrega, está su éxodo. Aquí y ahora está en juego la alianza
nueva y eterna. Aquí y ahora entramos en la historia de la salvación.
Todo el misterio de la encarnación,
de la redención y de la resurrección entra en el hoy de Dios. Como la encarnación
ayer, pero bajo un modo diferente, la eucaristía continúa revelándonos el corazón
de Dios y descubriéndonos su presencia entre nosotros.
- Ver con los ojos del Espíritu para creer y entregarnos
Sólo el Espíritu en nuestros
corazones nos permite ver en el pan eucarístico la presencia nueva de Cristo. Y
aún más, sólo el Espíritu en nosotros es capaz de acogerlo y de “comulgar” realmente
con esta presencia.
El misterio de la eucaristía
no es para se contemplado desde la mirada distante y descomprometida, sino que
nos coge por entero. Celebrar el memorial de la entrega es para vivir en entrega,
para comulgar con Él.
Por eso, “todos los que ven en el sacramento, que se consagra
por las palabras del Señor..., y no ven ni creen, según el espíritu y la divinidad,
que es verdaderamente el santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo,
están condenados”. Nosotros también podemos ver en el sacramento del cuerpo
de Cristo el Cuerpo y la Sangre del Señor, pero nuestra actitud y conducta
pueden revelar nuestra increencia de fondo y nuestra no participación. También en
personas religiosas se puede dar una incredulidad práctica. Y el peligro radica
en que esa incredulidad coexiste con muchos conocimientos en materia religiosa.
Sabemos muchas cosas intelectualmente de la Eucaristía, la tenemos interiorizada
en la cabeza, creemos en ella; pero creer es más “que estar convencidos de que algo es verdadero”. Creer significa
entregarse a sí mismo fiándose completamente de Dios. Creer quiere decir vivir sólo
para Dios, pertenecerle por entero.
Dice Francisco en la CtaO:
“Nada de vosotros retengáis para vosotros
mismos, para que enteros os reciba el que todo entero se os entrega” (v. 29). El
fruto fundamental de la eucaristía es el amor, la comunión, como capacidad de
dar la vida a ejemplo de Jesús. Comer el pan y beber el vino de la eucaristía es
participar en la vida entera de Jesús; y participar es creer que el pan y el vino
serán para nosotros Cuerpo y Sangre del Señor, pero esta identificación reclama
el despojo de uno mismo.
En otro lugar en CtaO dice:
“¡Oh celsitud admirable y condescendencia
asombrosa! ¡Oh sublime humildad! ¡Oh humilde sublimidad!, ¡que el Señor del mundo
universo, Dios e Hijo de Dios, se humille hasta el punto de esconderse, para nuestra
salvación, bajo una pequeña forma de pan!” (v. 27). El tema dominante de
esta meditación radica en la infinita tensión entre la grandeza divina y la impotencia
creatural que el Verbo encarnado, desde la incomprensible “humildad”, supera cada vez que se hace
presente bajo las especies poco vistosas de pan y de vino por las palabras del sacerdote.
De esto se derivan unas consecuencias
espirituales para los sacerdotes: «Mirad,
hermanos, la humildad de Dios y “derramad ante Él vuestros corazones”; humillaos
también vosotros, para ser enaltecidos por Él» (v. 28). La celebración eucarística
debe convertirse para los “hermanos sacerdotes”, a quien va dirigida la carta, pero
para todos, en escuela permanente en la que aprenden de Cristo mismo la minoridad,
característica fundamental de la Fraternidad evangélica.
Cuanto más nos entreguemos
a Él, tanto más el Espíritu del Señor nos guiará como a hijos, a vivir en la obediencia
a Dios Padre.
- Ver para ablandar el corazón
Consecuencia de lo anterior
o muy estrechamente unido a ello, es decir, a la entrega, está la dureza de corazón.
¿Cuántas veces la eucaristía nos encuentra con un corazón duro, con un corazón insensible
a la entrega del Señor, con un corazón “acostumbrado” a verlo entregado, pero que
no lo rompe? ¿Cuántas veces la eucaristía nos encuentra impermeables a la gracia,
a la salvación que se derrama?
Francisco ve dos peligros.
El primero, que los hombres permanezcan duros de corazón. Cuando nos mantenemos
indiferentes y no nos abrimos a la acción de Dios, no puede darse la salvación.
No hay salvación si uno no quiere. Dureza de corazón es oponerse a Dios con la arrogancia
o la soberbia. Es duro de corazón quien quiere disponer él sólo de sí mismo y
no se confía a Dios para que Éste disponga de él según su querer.
El segundo peligro, es que
nos habituemos a la cercanía del Señor por lo cotidiano y la ve se convierta en
rutina y la celebración en rito.
3. Claves de interpretación, en las CC.GG. y en las Fuentes
franciscanas
a - También el art.
21 de las CC.GG., en sus tres párrafos, subraya algunos aspectos de la Eucaristía:
§1 Conforme el ejemplo y enseñanzas de san Francisco, los
hermanos tributen «toda reverencia y honor» al sacramento del Santísimo Cuerpo y
Sangre del Señor, porque en él se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia,
y fomenten en sí mismos un amor solícito y diligente hacia tan gran Misterio, sirviéndose
de los medios idóneos para ello.
§2 Todos los hermanos que moran o se encuentran en el mismo
lugar celebren a diario en común, si es posible, la Santísima Eucaristía con pureza
y reverencia, de modo que constituya en verdad el centro y la fuente de toda comunión
fraterna.
§3 Siguiendo el ejemplo de san Francisco, que hasta el fin
de su vida quiso «que estos santísimos misterios sean sobre todas las cosas honrados,
venerados y colocados en lugares preciosos», tengan los hermanos en cada Casa al
menos un oratorio donde esté reservada la Santísima Eucaristía, para fomentar la
comunión fraterna y la devoción hacia tan augusto Misterio.
Mientras que el §1 presenta
una visión global del Sacramento, misterio que hay que honrar y venerar porque «contiene todo el bien espiritual de la Iglesia»,
el §2 enfatiza el momento celebrativo de la Eucaristía, que la hace
«centro y fuente de toda la comunión fraterna»,
y el §3 insiste en la veneración del Sacramento eucarístico, que
hay que conservar con honor en la Casa de los hermanos, «para fomentar la comunión fraterna y la devoción hacia tan augusto Misterio».
b – Francisco, en sus Escritos, habla a menudo de la Eucaristía,
que le impacta sobre todo como misterio de la humildad de Dios. La imagen de Dios
que más le impresionó es la de aquél que se hizo pobre porque se hizo hombre, nuestro
hermano, y Francisco contempla la continuidad de esta opción de abajamiento en la
Eucaristía, que repite cada día el misterio de la Encarnación, haciendo visible
al Señor (cf. CtaO 14-29).
Esta «visibilidad»
de Dios en la Eucaristía impacta profundamente la sensibilidad concreta
e inmediata de Francisco, pero él es muy consciente de que es necesario pasar del
«ver» el cuerpo de Cristo al «ver y creer» en Él. Este paso del «ver» al «ver y creer» acontece por obra del Espíritu del Señor, que nos
hace reconocer el pan consagrado como el cuerpo del Señor (cf. Adm 1).
La humildad de Dios, presente en la Eucaristía, pide al hermano
menor ser igualmente humilde y menor, ser guiado por el Espíritu del Señor para
llegar a «ver y creer» en el
Sacramento del altar.
c – Un elemento que las CC.GG.
subrayan, retomando las indicaciones del Concilio Vaticano II, es la estrecha relación
entre Eucaristía y fraternidad: ella es «el
centro y la fuente de toda la vida fraterna», porque es el corazón de aquella
liturgia que es «culminación y fuente»
de la vida de la Iglesia (cf. Sacrosanctum
Concilium, n. 10).
Deberíamos reflexionar sobre el hecho de que uno de los momentos
fundamentales en donde «construimos» nuestra
vida fraternal, es justamente la celebración de la Eucaristía: allí encontramos
el centro de unidad, allí crece el vínculo que nos une, y que es el Espíritu del
Señor.
d – Debemos recordar que
el protagonista de la Eucaristía no es ciertamente el celebrante y, en un cierto
sentido, ni siquiera lo es la comunidad cristiana, sino que es el Señor que reúne
en el Espíritu a la Iglesia. Esta simple consideración nos ayuda a dejar de lado
nuestras continuas tentaciones de colocarnos nosotros mismos en el centro, o de
colocar la presencia «carismática» de
tal o cual personaje, o de la comunidad misma, para volver a encontrar la centralidad
del único Señor y Maestro que es Jesús.
Un paso tal ayudaría mucho a la vida fraterna, que a menudo
es frágil o débil solamente porque el centro no lo ocupa el Señor, sino otras presencias,
tal vez de algún líder.
4. Sugerencias aplicativas
1 – La Eucaristía es un misterio tan grande que puede
considerarse desde varios puntos de vista: tratemos de elencar los aspectos más
importantes.
2 – La fraternidad podría organizar un momento de oración
común ante el Santísimo Sacramento, utilizando, en lo posible, textos de san
Francisco.
3 – Si es verdad que existe una estrecha relación entre
la Eucaristía y la vida fraterna, la fraternidad podría revisar el horario semanal
con el fin de poder celebrar la Eucaristía todos juntos, al menos algunas veces
durante la semana.
4 – Sería bueno señalar cuáles son los subsidios existentes
para una digna celebración fraterna de la Eucaristía (oraciones de los fieles, moniciones,
breves comentarios, etc.) y ponerlos a disposición de la fraternidad, para mejorar
el nivel cotidiano de las celebraciones.
5 – Podríamos tratar de dedicar regularmente algún
momento de encuentro fraterno para evaluar la cualidad de nuestras celebraciones
eucarísticas.
6 – Francisco estaba muy atento a la limpieza de las
iglesias y de los ornamentos sagrados; ¿cómo están nuestras iglesias u oratorios?
Podría ser una buena idea organizar una buena limpieza, lavar más a menudo manteles
y lencería de los altares, ubicar en un puesto digno los libros litúrgicos, etc.
5. Preguntas para la reflexión
* El art.
21 §1 de las CC.GG. pide que los hermanos «fomenten
en sí mismos un amor solícito y diligente hacia tan gran Misterio, sirviéndose de
los medios idóneos para ello»; ¿cuáles son esos «medios idóneos»?
* En nuestras
celebraciones, ¿quién aparece como el protagonista: el sacerdote celebrante, la
comunidad cristiana o Jesucristo?
* ¿Nos
parece realmente que celebrar juntos la Eucaristía es importante para vivir una
verdadera vida fraterna?
* En nuestras
fraternidades casi siempre se celebra la Eucaristía con la presencia de algunos
fieles. ¿Cómo incide esta presencia de los fieles?; ¿es importante?; ¿se los debe
tener en cuenta (más o menos)?
* Muchos
hermanos sacerdotes celebran cotidianamente la Eucaristía para varias comunidades
de fieles (parroquias, religiosas, otros grupos). ¿Cómo conciliar este servicio
«para los demás» con la centralidad de la celebración eucarística para nuestra vida
fraterna?
* ¿De qué
manera es posible redescubrir el valor de la oración ante el Santísimo Sacramento,
personal y comunitariamente?
6. Sugerencias para la lectura