Pestaña

jueves, 2 de octubre de 2025

Carta del Ministro y Definitorio General por San Francisco

EN EL VIII CENTENARIO DEL CÁNTICO Y LA PASCUA DE FRANCISCO

 

Estimados Hermanos y Hermanas.

¡Que el Señor les dé la paz!

 Al celebrarse este año 2025 la fiesta de San Francisco, estamos por concluir el octavo centenario del Cántico de las Criaturas (Cántico del Hermano Sol) y avanzar hacia el centenario de la Pascua de San Francisco, que celebraremos el año próximo.

Del Cántico al Tránsito

Encontramos esta conexión entre el Cántico y la muerte de San Francisco en el antiguo relato de la Leyenda de Perusa, donde, al oír la noticia de su próxima muerte, San Francisco dijo:

«Pues, si pronto voy a morir, llamad al hermano Ángel (5) y al hermano León para que me canten a la hermana muerte» Acudieron en seguida estos hermanos, y, derramando abundantes lágrimas, entonaron el cántico del hermano sol y de las otras criaturas del Señor, que el Santo había compuesto durante su enfermedad para gloria de Dios y consuelo suyo y de los demás. A este canto, antes de la última estrofa, añadió estos versos sobre la hermana muerte (LP 7).

Es el propio san Francisco, por tanto, quien se acerca a la muerte con el Cántico, al que, poco antes, ya había añadido el verso del perdón, para instar a la reconciliación al Podestá y al obispo de Asís, que se encontraban en disputa entre ellos.

 

Sobre todo, el perdón y reconciliación

Queremos acoger también esta indicación, que brota de la experiencia misma de san Francisco, mientras nos disponemos a celebrar su Tránsito, dejándonos alcanzar ante todo por su llamada al perdón y a la reconciliación:

Loado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor, y soportan enfermedad y tribulación

Bienaventurados aquellos que las soporten en paz, porque por ti, Altísimo, coronados serán.

 

En esta invitación están involucrados a la vez Dios y los hermanos: el perdón es posible por amor a Dios («por tu amor»), es decir, entrando en relación con Dios y recurriendo a su inmensa misericordia, y la enfermedad y la tribulación sólo pueden «soportarse en paz» mirando con fe y esperanza al Altísimo y a su corona. Dios y los hermanos se cruzan en esta gran invitación al perdón y a la reconciliación a partir de la cual florece el misterioso don de la paz, el que permite “sostener en paz” toda dificultad.

Tenemos necesidad de esa paz, de esa reconciliación y de ese perdón hoy más que nunca, en este nuestro mundo desgarrado por los conflictos y las guerras: las demasiadas guerras entre los pueblos y entre las naciones, en primer lugar, pero también las luchas y las discordias dentro de un mismo país y también, por desgracia, las divisiones en el seno de nuestras fraternidades o de nuestras comunidades cristianas. La invitación de san Francisco al perdón nos alcanza en nuestra vida cotidiana y nos invita a dar un primer paso concreto hacia la paz que invocamos de Dios para nosotros y para el mundo entero, a través del don del perdón ofrecido y recibido.

 

El Testamento: una invitación a la memoria

En los meses que precedieron a su muerte, además de componer el verso del Cántico para reconciliar al Podestá y al obispo, san Francisco dictó su Testamento que, en su primera parte, es un recuerdo de las etapas más importantes de su vida, comenzando por el encuentro con los leprosos, donde reconoce el inicio de su propia conversión, para pasar luego a la oración en las iglesias, a la elección de vivir en la Iglesia católica, al don de los hermanos y a la experiencia de la primera fraternidad, marcada por la distribución de todos los bienes a los pobres, por la oración en común, por la elección de ser menores y sumisos a todos, por el trabajo manual y el anuncio de la paz. San Francisco nos enseña así a recorrer las etapas importantes de nuestra vida con una mirada de fe, que en cada uno de esos momentos reconoce, como él, la presencia operante del Señor:

“El Señor me dio de esta manera a mí, hermano Francisco, el comenzar …me condujo entre los leprosos… Y el Señor me dio una tal fe en las iglesias… Y después el Señor me dio hermanos …el Altísimo mismo me reveló que debería vivir según la forma del santo Evangelio… El Señor me reveló que dijésemos el saludo: ¡El Señor les dé la paz!”.

 

Por tanto, de san Francisco podemos aprender a «rememorar», es decir, a recorrer las etapas de nuestra vida, entrenándonos a reconocer en ellas la presencia del Señor, que nos ha acompañado en la historia de nuestra vocación, y descubriendo así que todo es don de Dios. La convicción que de Dios, el gran Dador, proviene todo bien es la clave para comprender el Cántico, himno de alabanza y acción de gracias por el gran don de la creación. Esta misma certeza impregna toda la vida de san Francisco, convirtiéndola en una gozosa acción de gracias, es decir, en una restitución a Dios de los dones recibidos de Él.

 

La muerte también es un don

La capacidad de hacer memoria, es decir, de contemplar nuestra historia con ojos de fe, explica también el modo extraordinario en que san Francisco se acerca a la muerte, componiendo la última estrofa del Cántico:

Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la muerte corporal, de la cual ningún hombre viviente puede escapar. ¡Ay de aquellos que mueran en pecado mortal!: bienaventurados aquellos a quienes encuentre en tu santísima voluntad, porque la muerte segunda no les hará mal.

 

Incluso en la muerte, san Francisco reconoce la misteriosa presencia de Dios y hasta la muerte se convierte en un don por el que alabar al Señor. San Francisco sabe releer la muerte a la luz de la belleza de la vida y de la creación, pues reconoce que todo es un don de Dios. Es precisamente esta fe profunda la que le permite contemplar la hermosura de la vida, incluso en el momento en que llega a su fin. Todas sus experiencias, amargas y dulces, que el recordó en el Testamento, lo prepararon a esta suprema restitución de su propia viada a Dios, a lo que nuestra tradición justamente llama Transito de san Francisco y que por medio de este podamos reconocerlo como una Pascua, un tránsito a través de la muerte para una vida en plenitud.

Es precisamente la Pascua de Cristo la que ha transformado definitivamente a la muerte en una hermana por la que podemos alabar a Dios, y Francisco puede mirar a la muerte con ojos llenos de esperanza, proclamando “bienaventurados aquellos a quienes encuentre en tu santísima voluntad, porque la muerte segunda no les hará mal”. La mirada se abre a una vida nueva y plena, a esa vida eterna que el Señor, resurrección y vida, promete a quienes creen y esperan en Él (cf. Jn 11, 25-26).

 

La promesa que recibimos

Conocemos bien esta promesa: es la que escuchamos ante el altar el día de nuestra profesión, cuando el celebrante nos dijo: “y yo por mi parte, si observas estas cosas, te prometo la vida eterna”.

Hermanos y hermanas, sigamos siendo fieles al don recibido aquel día, para gustar la vida que se nos ha prometido: una vida eterna que no sólo nos aguarda después de la muerte, sino que ya ha comenzado y transforma, desde ahora, la calidad de cada uno de nuestros días, convirtiéndolos, con san Francisco, en un cántico de alabanza a Dios.

¡Feliz fiesta de San Francisco, hermanos y hermanas, en alabanza y acción de gracias!

Roma, Curia general, 17 de septiembre de 2025

Fiesta de la Impresión de las Llagas de San Francisco

 

Fr. Massimo Fusarelli y los Hermanos del Definitorio general

Prot. 114668