Nos dirigimos a vosotros en la víspera de una jornada querida para todos nosotros, consagradas y consagrados, porque está dedicada a nuestra maravillosa vocación que, de diversas maneras, hace resplandecer el amor de Dios por el hombre, la mujer y el universo entero. El próximo 2 de febrero celebraremos la XXV Jornada mundial de la vida consagrada. En la basílica de San Pedro, a las 17.30 horas, el Papa Francisco presidirá una celebración eucarística, despojada de los signos y de los rostros alegres que la iluminaban en años anteriores, y sin embargo siempre expresión de esa gratitud fecunda que caracteriza nuestras vidas.
Con esta carta deseamos mitigar la distancia física que la pandemia nos ha impuesto durante tantos meses y expresar a cada una y a cada uno de vosotros y a cada comunidad nuestra cercanía y la de cuantos trabajan en este Dicasterio. Seguimos desde hace meses las noticias que llegan de las comunidades de diversas naciones: hablan de desconcierto, de contagios, de muertos, de dificultades humanas y económicas, de institutos que disminuyen, de temores... pero hablan también de fidelidad probada por el sufrimiento, de valentía, de testimonio sereno, incluso en el dolor o en la incertidumbre, de compartir cada aflicción y cada herida, de cuidado y cercanía a los últimos, de caridad y de servicio a costa de la vida (cf. Fratelli tuti -Todos Hermanos, cap. II).
No podemos pronunciar todos vuestros nombres, pero sobre cada una y cada uno de vosotros pedimos la bendición del Señor para que seáis capaces de pasar del "yo" al "nosotros", conscientes "de que estamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos" (Papa Francisco, Momento extraordinario de oración, viernes 27 de marzo de 2020). Sed los samaritanos de estos días, superando la tentación de replegarse y llorar sobre uno mismo, o de cerrar los ojos ante el dolor, el sufrimiento, la pobreza de tantos hombres y mujeres, de tantos pueblos.
En la Encíclica Fratelli Tutti, el Papa Francisco nos invita a actuar juntos, a reavivar en todos "una aspiración mundial a la fraternidad" (n. 8), a soñar juntos (n. 9) para que "frente a diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros, seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social" (n. 6).
Consagradas y consagrados en los institutos religiosos, monásticos, contemplativos, en los institutos seculares y en los nuevos institutos, miembros del ordo virginum, eremitas, miembros de las sociedades de vida apostólica, a todos os pedimos que pongáis esta Encíclica en el centro de vuestra vida, formación y misión. A partir de ahora no podemos prescindir de esta verdad: todos somos hermanos y hermanas, como por lo demás rezamos, quizás no tan conscientemente, en el Padre Nuestro, porque "sin una apertura al Padre de todos, no habrá razones sólidas y estables para el llamado a la fraternidad" (n. 272)
Esta Encíclica, escrita en un momento de la historia que el mismo Papa Francisco ha llamado "la hora de la verdad", es un don precioso para toda forma de vida consagrada que, sin esconder las muchas heridas de la fraternidad, puede encontrar en ella las raíces de la profecía.
Estamos ante una nueva llamada del Espíritu Santo. Así como san Juan Pablo II, a la luz de la doctrina sobre la Iglesia-comunión, había exhortado a las personas consagradas a "que sean verdaderamente expertas en comunión, y que vivan la respectiva espiritualidad" (Vita consecrata, n. 46), el Papa Francisco, inspirándose en san Francisco, fundador e inspirador de tantos institutos de vida consagrada, ensancha el horizonte y nos invita a ser constructores de fraternidad universal, custodios de la casa común: de la tierra y de toda criatura (cf. Encíclica Laudato si'). Hermanos y hermanas de todos, independientemente de la fe, de las culturas y de las tradiciones de cada uno, porque el futuro no es "monocromático" (n. 100) y el mundo es como un poliedro que deja transparentar su belleza, precisamente a través de sus diversas caras.
Se trata entonces de abrir procesos para acompañar, transformar y generar; de elaborar proyectos para promover la cultura del encuentro y del diálogo entre pueblos y generaciones diversas; partiendo de la propia comunidad vocacional para alcanzar luego cada rincón de la tierra y cada criatura, porque, nunca como en este tiempo de pandemia, hemos experimentado que todo está unido, todo está en relación, todo está conectado (cf. Encíclica Laudato si').
"Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos" (FT n. 8). ¡Entonces, en el horizonte de este sueño confiado a nuestras manos, a nuestra pasión, a nuestra perseverancia, el próximo 2 de febrero será también este año una hermosa fiesta en la que alabar y dar gracias al Señor por el don de nuestra vocación y misión!
A María, nuestra Madre, Madre de la Iglesia, mujer fiel, y a san José, su esposo, en este año a él dedicado, encomendamos a cada una y cada uno de vosotros. Que se fortalezca en vosotros una fe viva y enamorada, una esperanza cierta y gozosa, una caridad humilde y activa.
Que el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, nuestro Dios misericordioso, os bendiga a cada una y cada uno de vosotros.
Joao Braz Card. De Aviz, Prefecto José Rodríguez Carballo O.F.M