Pestaña

viernes, 27 de noviembre de 2020

Carta de M. Presidenta al comienzo del Adviento

 Sor Mª Teresa Domínguez Blanco 

¡Ven, Señor Jesús!
 
       Queridas hermanas, en estos momentos, nos sentimos como el pueblo que camina en la noche y aun así, en medio de incertidumbres, de malas noticias cotidianas, de desgarros, de dolor seco, de preguntas en la oscuridad… estamos llamadas a vivir este tiempo desde una espera esperanzadora. Nos planteamos ¿Cómo vivir la esperanza? ¿Cómo anunciarla a nuestros contemporáneos en medio de lo que vivimos? ¿Cómo ha de ser este Adviento del 2020?

 Estamos todos participando en la dura batalla de la vida contra la muerte, que la pandemia de la Covid-19 nos ha planteado planetariamente.

 Estamos viendo cómo la pandemia ha funcionado como un revelador de las realidades normalmente ocultas de nuestra sociedad.  Se está poniendo de manifiesto las precariedades que antes estaban veladas por el engreimiento de esta sociedad satisfecha. Y ha aparecido nuestra fragilidad.

 Precariedades, también, al interior de la Iglesia. La vida de las comunidades se ha visto altamente afectadas y alteradas, mermadas en su vida litúrgica y situadas en unas dimensiones tan reducidas que pueden quedar estancadas por mucho tiempo. La iglesia ha vivido, socialmente, una irrelevancia hiriente. ¿Qué nos está queriendo decir el Señor con todo esto? ¿Qué caminos nos anuncia el Espíritu?

 Constatamos que el futuro es algo que no podemos conocer y la incertidumbre nos quema... Esta crisis ha decretado el final de un mundo: el de las certezas, el de los seres invulnerables y el de la autosuficiencia. Sólo podemos afirmar, en creyente, que lo único seguro del mañana es que Dios estará con nosotros.

 Desde nuestro carisma, nos sentimos urgidas a hacer una lectura de los signos de los tiempos. Las exigencias nuevas de la realidad nos obligan a no pasar de largo.

 Cada vez es más evidente que hemos de alumbrar formas más humanas y fraternas de convivencia para esta vieja humanidad; y de estilos de relación con la naturaleza y los seres vivos en los que prime la comunión y el cuidado.

En este mundo masificado que hace prevalecer los intereses individuales y debilita la dimensión comunitaria de la existencia[1], estamos llamadas a ser antorchas mediante el testimonio elocuente de una vida en el amor y para el amor.

 Hace tiempo que el Papa Francisco nos invita a todos a salir a las periferias, a estar en salida. Es cierto que cada uno debe de estar en salida desde su propio carisma, desde su modo de seguir a Jesucristo. Creo que hoy más que nunca se nos interpela a ser Posada[2], esa posada donde cualquier persona sea acogida, escuchada, curada. Nuestras casas, al igual que lo fue San Damián, deben ser lugares de paso donde podamos ofrecer desde un simple vaso de agua al que lo necesite hasta una mano fraterna que acoge, escucha y anima todo sufrimiento humano.

 En medio de esta situación, desde lo más hondo, os digo queridas hermanas que mi alma está más vinculada a la expectativa del «Maranatha», Ven, Señor Jesús[3], y al Dios que reitera la promesa: «mira que hago nuevas todas las cosas». El día está cerca: «Mira, vengo pronto; sí, vengo pronto»[4]

 Nuestro Dios que es el por–venir, se vuelve palabra para interpretar el pasado, se vuelve palabra para convocar y despertar en el presente a los que estaban como muertos, dominados por el miedo, la impotencia y el cansancio. Se hace palabra para adelantarse en el camino, de tal forma que los renacidos puedan seguirle y realizarse como humanos en fidelidad y esperanza.

 Lo nuevo por venir se asentará en nuestro mundo gracias a la colaboración libre de personas solidarias y a pesar de la inacción irresponsable y egoísta de otros. Vendrá́ por las rutas, muchas veces desiertas, de la libertad, la responsabilidad, la compasión, el cuidado, la gratuidad y la solidaridad. Son los caminos de Dios, por donde su Mesías vuelve. Para encontrarnos con Él hay que esperarle en esas rutas, no en las grandes avenidas del poder, la seguridad y el consumo.

 Hermanas, el Espíritu de Dios, nos ha transferido a los hombres y mujeres su condición de «Dador» de vida. Y, al tiempo, nos invita a escuchar en el corazón: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande, una luz brilló sobre ellos.

 Acrecentaste el regocijo, hiciste grande la alegría. Alegría por tu presencia, cual la alegría en la siega, como se regocijan repartiendo botín[5]”.

¡¡Hay aurora, tras la noche, viene el mañana, ya llega!!  ¡¡Maranatha!!

 Estemos preparadas, Jesús nos aconseja estar en vela ahora y siempre. En adviento aprendemos a permanecer en el presente, sabiendo que únicamente el presente bien vivido puede llevarnos a la plenitud de vida. No sabemos qué ocurrirá mañana, sea lo que sea, no olvidemos que corresponde a la esencia de la santificación para nosotras. La vida está pensada para que penetremos en ella, exploremos sus profundidades, la saboreemos y nos haga comprender que el Dios que nos ha creado sigue con nosotras

 La función del adviento es recordarnos lo que estamos esperando, sí es que acaso vamos por la vida demasiado ocupadas con cosas en la que no están la verdadera Vida y nos distraen de lo esencial.

 Se trata de vivir en vela porque una ha aprendido a vivir con hondura la rutina y el desencanto, abiertas siempre a lo imprevisible, a la venida del Señor, unas veces deseada, otras temidas y casi siempre, apenas creída.

 Abramos los ojos del corazón al misterio de la existencia y. en ella, a los planes de Dios.  ¡Ven, Señor Jesús!

 Muy unidas en el Señor en este tiempo de gracia y esperanza. Pido por todas y cada una. Me encomiendo a vuestras oraciones.

 

Teresa Domínguez Blanco
Presidenta Federal

 



[1] Cf. Frattelli Tutti nº 12
[2] Cf Ibid 56ss
[3] 1Co 16,22; Ap 22,20
[4] Ap 21, 5 y cf. Ap 22, 7-20
[5] Is 9,2