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Con María en el corazón de la Iglesia
Mensaje de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada
En el calendario litúrgico
de este año —afectados por la crisis del «coronavirus» y sus dramáticas consecuencias—
celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad el próximo domingo 7 de junio.
Es la festividad escogida para la Jornada Pro
orantibus. En ella oramos por quienes oran continuamente por nosotros: las personas
consagradas contemplativas. Con este motivo, agradecemos a Dios esta forma de consagración
que necesita la Iglesia. Igualmente, reiteramos nuestra estima y nuestro compromiso
para conocer mejor la vocación contemplativa que nos acompaña y a la que queremos
acompañar en el corazón de la Iglesia y de cada persona bautizada.
«Con María en el corazón de
la Iglesia» es el lema de 2020. La Virgen María y la Iglesia constituyen el marco
para la vida consagrada en España este año. Por ello, en la Jornada de la Vida Consagrada
del pasado 2 de febrero la consigna fue «La vida consagrada con María, esperanza
de un mundo sufriente». Entonces contemplábamos a María como modelo de esperanza
para todos los consagrados que tratan de ser cercanos a tantas realidades de nuestro
mundo marcadas por el dolor; ahora, María se nos ofrece como signo para la vida
consagrada contemplativa, que está llamada, como ella, a habitar el corazón del
cuerpo místico de Cristo, de la Iglesia que, con amor materno, acompaña a sus hijos
e hijas en todo momento, pero sobre todo en la desgracia.
Para celebrar esta jornada
en la clave cordial y eclesial que el lema escogido nos propone, podemos releer
aquella página celebérrima del diario de santa Teresa del Niño Jesús, en la cual
la joven –de espíritu a la vez misionero y contemplativo– describe cómo encontró
su propia vocación dentro de los múltiples carismas con que Dios adorna a su pueblo:
Al contemplar el cuerpo místico
de la Iglesia, no me había reconocido a mí misma en ninguno de los miembros que
san Pablo enumera, sino que lo que yo deseaba era más bien verme en todos ellos.
Entendí que la Iglesia tiene un cuerpo resultante de la unión de varios miembros,
pero que en este cuerpo no falta el más necesario y noble de ellos: entendí que
la Iglesia tiene un corazón y que este corazón está ardiendo en amor. Entendí que
solo el amor es el que impulsa a obrar a los miembros de la Iglesia y que, si faltase
este amor, ni los apóstoles anunciarían ya el Evangelio, ni los mártires derramarían
su sangre. Reconocí claramente y me convencí de que el amor encierra en sí todas
las vocaciones, que el amor lo es todo, que abarca todos los tiempos y lugares,
en una palabra, que el amor es eterno.
Entonces, llena de una alegría
desbordante, exclamé: «Oh Jesús, amor mío, por fin he encontrado mi vocación: mi
vocación es el amor. Sí, he hallado mi propio lugar en la Iglesia, y este lugar
es el que tú me has señalado, Dios mío. En el corazón de la Iglesia, que es mi madre,
yo seré el amor; de este modo lo seré todo, y mi deseo se verá colmado».
En estas líneas, vibrantes
y hermosas, encontramos un espejo lúcido y hondo para todos los consagrados contemplativos
y, en cierto modo, para todos los que celebramos y gozamos con ellos los frutos
de esta vocación particular en el seno de la Iglesia. La vida contemplativa –como
María en medio de la comunidad discipular, como el corazón en el centro del cuerpo
humano– permanece «escondida» de todo y de todos, pero presente en todo y en todos.
No constituye un miembro entre otros, sino que representa aquello que vivifica y
sostiene a todos los miembros: el amor. María es memoria primerísima del amor de
Dios en Jesús; la vida contemplativa es memoria singularísima del amor de Jesús
en la Iglesia. Por eso, el lugar de la vida consagrada contemplativa coincide con
el lugar de María, Madre de Dios y Madre de la Iglesia: cada una a su modo, ambas
constituyen el corazón del cuerpo místico de Cristo, ese hondón en el que se recoge
y se expande la sangre que vivifica a todos los hombres con la fuerza del amor divino.
Por tanto, al recordar y agradecer
de manos de María la historia de tantos hombres y mujeres consagrados a la vida
de contemplación, que es al mismo tiempo una vida oculta y fecunda para el mundo
y nos muestra la luz de Dios, sobre todo cuando la oscuridad se cierne sobre la
humanidad, recordamos y agradecemos que:
1. La vida consagrada contemplativa, con María, custodia fervorosamente
la realidad central de la fe, que es el amor de Cris- to. Con María en la cueva
de Belén, las personas consagradas contemplativas mantienen viva la confianza en
ese Dios que, por puro amor nuestro –en el silencio y el frío de la noche, en el
rincón más pobre de este mundo–, se encarna para salvación de todos.
2. La vida consagrada contemplativa, con María, alienta sin
descanso la gran esperanza de la Iglesia, que es la misericordia del Padre. Con
María al pie de la cruz, las personas consagradas contemplativas despiertan a su
alrededor la paciencia y la perseverancia de quien se sabe acogido por las entrañas
compasivas de Dios Padre en toda circunstancia, aun en medio de grandes sufrimientos,
como los presentes.
3. La vida consagrada contemplativa, con María, irradia al
mundo la alegría de vivir según el Evangelio, según la gracia del Espíritu. Con
María en las bodas de Caná, las personas consagradas contemplativas contagian ese
gozo que solo conoce quien ha probado el vino mejor del Espíritu Santo, ese vino
que es Buena Noticia para quien lo saborea sin prisa, convirtiendo cada día, por
sencillo y cotidiano que parezca, en un anticipo precioso del gran banquete del
Reino.
De este modo –y de tantos
otros– los consagrados contemplativos son, en el corazón de la Iglesia, el amor.
El infinito amor de Dios que María conservó en su corazón para la vida del mundo.
Amor que hoy acrecienta la esperanza. A ella, nuestra Madre, le pedimos, en esta
Jornada Pro orantibus, que los guarde,
como ellos guardan la Palabra de Dios para cuantos se acercan a beber de la eterna
Fuente que —aunque es de noche— mana y corre.
Comisión Episcopal
para la Vida Consagrada
Presidente:
Mons. D. Luis Ángel
de las Heras Berzal, CMF, obispo de Mondoñedo-Ferrol
Miembros:
Mons. D. Vicente Jiménez
Zamora, arzobispo de Zaragoza
Mons. D. José Vilaplana
Blasco, obispo de Huelva
Mons. D. Joaquín M.ª
López de Andújar y Cánovas del Castillo, obispo
emérito de Getafe
Mons. D. Eusebio Hernández
Sola, OAR, obispo de Tarazona
Mons. D. Manuel Herrero
Fernández, OSA, obispo de Palencia