Hermana Clarisa del Monasterio de Ntra. Sra. del Amparo
Almendralejo (Badajoz)
Almendralejo (Badajoz)
+4/02/2019
Nuestra
hermana sor Josefa Durán García nació en la Parra (Badajoz) el día 16 de febrero
de 1931. Fue la hija menor del matrimonio cristiano de D. José Durán González y
Dña. Josefa García Rastrollo. Siendo bautizada con el nombre de Ana en la parroquia de la
Asunción de la Parra.
A
los 17 meses de nacer muere su madre y deja tras de sí a seis hijos. De sus
labios hemos escuchado muchas veces cómo su padre hizo de padre y madre y cómo
aprendió de él un profundo y entrañable amor a la Virgen; este singular y
acendrado amor a la Madre de Dios es quizás la mejor herencia que D. José legó
a cada uno de sus hijos.
Diez
días después de cumplir los 22 años, ingresó en el monasterio de Ntra. Sra. de
los Dolores de su pueblo natal, La Parra; y a sus 46 años, el 18 de octubre,
tras cerrarse su monasterio, se trasladó junto a nuestra hermana sor Trinidad a
este monasterio de Almendralejo, el cual había sido fundado por las hermanas de
La Parra.
De
la vida de sor Josefa podríamos mencionar muchas cosas, experiencias, gestos,
palabras; tantas que tendríamos que consumir muchos minutos, horas incluso.
Pero una vida nunca puede resumirse en un escrito. Lo dijo una vez una hermana
clarisa para referirse a Clara, nuestra madre fundadora: “Haría falta una vida,
para explicar una vida”.
Aquí
y ahora simplemente deseamos reseñar, poner de relieve una vida macada por la
gratuidad, por la fidelidad a Dios en los pequeños detalles de cada día, una
vida que, desde el convento, pudo realizar plenamente aquello para lo que fue
llamada: ser sencillamente un testimonio luminoso de la cercanía y del amor de
Dios.
Como cualquier hermana pobre de
santa Clara, fue pasando por casi todos los servicios y tareas que la comunidad
establece para su óptimo funcionamiento. Fue consejera, sacristana, portera,
ropera, etc… El servicio fraterno que durante más años desempeñó fue el de
sacristana. Ahí desplegó con exquisita delicadeza todo el amor que tenía a su
amado Esposo y puso de relieve todos los dones con los que Él le había
adornado. Amor y creatividad, entrega y belleza se pusieron manifiesto día tras
día en este servicio fraterno. Cuidó de la sacristía, de la Iglesia y las cosas
de Dios con una ternura, delicadeza y entrega dignas de toda alabanza.
Es
digno de destacar su amor entrañable a la liturgia, sus horas de oración
amorosa, callada y silenciosa, su profundo amor hacia María, su carácter
alegre, su bella voz, con la que dio mucha gloria a Dios, su cuidado amoroso y delicado
del don del silencio, consciente de los inmensos beneficios que de él
dimanaban, pues “Cuando el silencio habla, la vida se transforma.
Durante
ocho años y medio, con un permiso especial de Roma, acompañó a su hermana María
en su larga enfermedad de Alzheimer. Este acompañamiento fue heroico, ya que
ella estaba enferma y con sus dos piernas muy ulceradas, pero olvidada de sí misma
se entregó a su hermana con alma, vida y corazón. Hizo de la casa se su hermana
un auténtico espacio sagrado. Cualquier persona que iba a visitarla decía:
“parece esta casa un verdadero monasterio,” por lo que dentro de la misma se
respiraba e irradiaba.
Finalizada
la misión con su hermana María, nos costó más de un año recuperarla de su estado
de salud y poco después cayó enferma diagnosticándole en sus primeras pruebas
un cáncer de estómago. Recuerdo cuando tuve que comunicarle la noticia, me
sorprendió cómo la aceptó, ¡con qué serenidad, paz y amor! Rezamos juntas el
rezo de vísperas en la capilla del hospital Perpetuo Socorro de Badajoz y al
finalizar le dije: sor Josefa, tú sabes cuánto el Señor nos ama, y cómo Él se
hace presente en nuestras vidas de modos muy diversos. Cariño, tengo que
comunicarte una noticia; pero ella se adelantó y me dijo: “madre, que tengo
cáncer”. Le dije: sí, eso dicen los médicos. Y con su rostro sereno y lleno de
luz me dijo: “madre, no pasa nada, si otras personas lo están padeciendo ¿por
qué yo no?”. Y esa noche todo su ser quedó prendado en el texto de la visitación
de María a su prima Sta. Isabel. Al día siguiente me dijo: “madre, me quedé
dormida saboreando y contemplando este pasaje evangélico que el Señor puso ante
mí; me siento una privilegiada como Sta. Isabel ante esta visita del Señor a mi
vida con esta enfermedad”. Ella, aceptó plenamente todo, pero varios días
después tres personas distintas y sin ponerse de acuerdo encomendaron su estado
de salud al mismo santo, a San Rafael Arnai y para asombro de todos, la última
prueba realizada puso de manifiesto que tal cáncer no exitía.
Cuido
intensamente su vida espiritual y cuando la hermana enfermedad la visitó más
fuertemente dejándola postrada en la cama para siempre, ella la aceptó
amorosamente como un don de Dios. En esos cuatro largos años de oblación
permanente desde el altar de su cama ¡cuánto amor ha derramado a su alrededor!
y ¡cuánto bien ha hecho a la iglesia y a la sociedad! pues como decía San Juan
Pablo II: “los enfermos son el tesoro de la iglesia”.
El
evangelio de sus exequias fue el de la samaritana, tan querido y tan especial
para nuestra hermana Sor Josefa, en el que se narra el encuentro de Jesús con
la samaritana. En paralelo celebramos el encuentro definitivo de Sor Josefa con
Jesús de Nazaret, también ella a lo largo de estos años de consagración ha
estado sentada a los pies de Jesús su querido y amado Esposo. La sed de vida
que existía tanto en Jesús como en la Samaritana hizo que se superasen las
barreras entre judíos y samaritanos; y esta barrera física que separaba a
nuestra hermana de su amado Esposo se abrió ayer definitivamente a una vida
nueva.
Jesús
le ofrece ya un agua viva que le promete saciar su sed de eternidad. También sor
Josefa ha llegado ya a ese pozo donde Jesús le ha llenado de vida, de plenitud,
de felicidad, donde ya la ha saciado plenamente de Él. El agua que brota del
pozo de Jacob, del Corazón Misericordioso de Jesús la inunda ya para siempre.
Porque Jesús es el único que puede ofrecernos el agua viva que satisface la sed
que toda alma lleva dentro de sí. Y ella lo supo muy bien.
Nuestra
queridísima hermana se abrió a la experiencia gozosa del manantial de agua viva
el 4 de febrero a las cinco menos veinte de la tarde, justo al finalizar el
canto del magníficat, como colofón de una vida marcada por el amor entrañable a
María nuestra Madre. Fue Ella, la santísima Virgen, la que depositó en los
brazos del Padre, a esta esposa de su Hijo que ya estaba preparada para las
nupcias eternas.
Gracias,
Señor, porque la creaste. Gracias, Señor, por haberla llamado a Tu servicio.
Gracias por haberla tenido por hermana de nuestra fraternidad.
Gracias
Sor Josefa por haber escuchado la llamada del Señor y por haber dicho a Dios “Sí”,
como María nuestra Madre.
AMEN,
ALELUYA.
Sor Inmaculada de Jesús Corral González o.s.c