Pestaña

jueves, 14 de febrero de 2019

Elogio a Sor Josefa Durán García

Hermana Clarisa del Monasterio de Ntra. Sra. del Amparo
Almendralejo (Badajoz)
+4/02/2019

Nuestra hermana sor Josefa Durán García nació en la Parra (Badajoz) el día 16 de febrero de 1931. Fue la hija menor del matrimonio cristiano de D. José Durán González y Dña. Josefa García Rastrollo. Siendo bautizada con el nombre de Ana en la parroquia de la Asunción de la Parra.

A los 17 meses de nacer muere su madre y deja tras de sí a seis hijos. De sus labios hemos escuchado muchas veces cómo su padre hizo de padre y madre y cómo aprendió de él un profundo y entrañable amor a la Virgen; este singular y acendrado amor a la Madre de Dios es quizás la mejor herencia que D. José legó a cada uno de sus hijos.
Diez días después de cumplir los 22 años, ingresó en el monasterio de Ntra. Sra. de los Dolores de su pueblo natal, La Parra; y a sus 46 años, el 18 de octubre, tras cerrarse su monasterio, se trasladó junto a nuestra hermana sor Trinidad a este monasterio de Almendralejo, el cual había sido fundado por las hermanas de La Parra.
De la vida de sor Josefa podríamos mencionar muchas cosas, experiencias, gestos, palabras; tantas que tendríamos que consumir muchos minutos, horas incluso. Pero una vida nunca puede resumirse en un escrito. Lo dijo una vez una hermana clarisa para referirse a Clara, nuestra madre fundadora: “Haría falta una vida, para explicar una vida”.
Aquí y ahora simplemente deseamos reseñar, poner de relieve una vida macada por la gratuidad, por la fidelidad a Dios en los pequeños detalles de cada día, una vida que, desde el convento, pudo realizar plenamente aquello para lo que fue llamada: ser sencillamente un testimonio luminoso de la cercanía y del amor de Dios.
Como cualquier hermana pobre de santa Clara, fue pasando por casi todos los servicios y tareas que la comunidad establece para su óptimo funcionamiento. Fue consejera, sacristana, portera, ropera, etc… El servicio fraterno que durante más años desempeñó fue el de sacristana. Ahí desplegó con exquisita delicadeza todo el amor que tenía a su amado Esposo y puso de relieve todos los dones con los que Él le había adornado. Amor y creatividad, entrega y belleza se pusieron manifiesto día tras día en este servicio fraterno. Cuidó de la sacristía, de la Iglesia y las cosas de Dios con una ternura, delicadeza y entrega dignas de toda alabanza.
Es digno de destacar su amor entrañable a la liturgia, sus horas de oración amorosa, callada y silenciosa, su profundo amor hacia María, su carácter alegre, su bella voz, con la que dio mucha gloria a Dios, su cuidado amoroso y delicado del don del silencio, consciente de los inmensos beneficios que de él dimanaban, pues “Cuando el silencio habla, la vida se transforma.
Durante ocho años y medio, con un permiso especial de Roma, acompañó a su hermana María en su larga enfermedad de Alzheimer. Este acompañamiento fue heroico, ya que ella estaba enferma y con sus dos piernas muy ulceradas, pero olvidada de sí misma se entregó a su hermana con alma, vida y corazón. Hizo de la casa se su hermana un auténtico espacio sagrado. Cualquier persona que iba a visitarla decía: “parece esta casa un verdadero monasterio,” por lo que dentro de la misma se respiraba e irradiaba.
Finalizada la misión con su hermana María, nos costó más de un año recuperarla de su estado de salud y poco después cayó enferma diagnosticándole en sus primeras pruebas un cáncer de estómago. Recuerdo cuando tuve que comunicarle la noticia, me sorprendió cómo la aceptó, ¡con qué serenidad, paz y amor! Rezamos juntas el rezo de vísperas en la capilla del hospital Perpetuo Socorro de Badajoz y al finalizar le dije: sor Josefa, tú sabes cuánto el Señor nos ama, y cómo Él se hace presente en nuestras vidas de modos muy diversos. Cariño, tengo que comunicarte una noticia; pero ella se adelantó y me dijo: “madre, que tengo cáncer”. Le dije: sí, eso dicen los médicos. Y con su rostro sereno y lleno de luz me dijo: “madre, no pasa nada, si otras personas lo están padeciendo ¿por qué yo no?”. Y esa noche todo su ser quedó prendado en el texto de la visitación de María a su prima Sta. Isabel. Al día siguiente me dijo: “madre, me quedé dormida saboreando y contemplando este pasaje evangélico que el Señor puso ante mí; me siento una privilegiada como Sta. Isabel ante esta visita del Señor a mi vida con esta enfermedad”. Ella, aceptó plenamente todo, pero varios días después tres personas distintas y sin ponerse de acuerdo encomendaron su estado de salud al mismo santo, a San Rafael Arnai y para asombro de todos, la última prueba realizada puso de manifiesto que tal cáncer no exitía.
Cuido intensamente su vida espiritual y cuando la hermana enfermedad la visitó más fuertemente dejándola postrada en la cama para siempre, ella la aceptó amorosamente como un don de Dios. En esos cuatro largos años de oblación permanente desde el altar de su cama ¡cuánto amor ha derramado a su alrededor! y ¡cuánto bien ha hecho a la iglesia y a la sociedad! pues como decía San Juan Pablo II: “los enfermos son el tesoro de la iglesia”.
El evangelio de sus exequias fue el de la samaritana, tan querido y tan especial para nuestra hermana Sor Josefa, en el que se narra el encuentro de Jesús con la samaritana. En paralelo celebramos el encuentro definitivo de Sor Josefa con Jesús de Nazaret, también ella a lo largo de estos años de consagración ha estado sentada a los pies de Jesús su querido y amado Esposo. La sed de vida que existía tanto en Jesús como en la Samaritana hizo que se superasen las barreras entre judíos y samaritanos; y esta barrera física que separaba a nuestra hermana de su amado Esposo se abrió ayer definitivamente a una vida nueva.
Jesús le ofrece ya un agua viva que le promete saciar su sed de eternidad. También sor Josefa ha llegado ya a ese pozo donde Jesús le ha llenado de vida, de plenitud, de felicidad, donde ya la ha saciado plenamente de Él. El agua que brota del pozo de Jacob, del Corazón Misericordioso de Jesús la inunda ya para siempre. Porque Jesús es el único que puede ofrecernos el agua viva que satisface la sed que toda alma lleva dentro de sí. Y ella lo supo muy bien.
Nuestra queridísima hermana se abrió a la experiencia gozosa del manantial de agua viva el 4 de febrero a las cinco menos veinte de la tarde, justo al finalizar el canto del magníficat, como colofón de una vida marcada por el amor entrañable a María nuestra Madre. Fue Ella, la santísima Virgen, la que depositó en los brazos del Padre, a esta esposa de su Hijo que ya estaba preparada para las nupcias eternas.
Gracias, Señor, porque la creaste. Gracias, Señor, por haberla llamado a Tu servicio. Gracias por haberla tenido por hermana de nuestra fraternidad.
Gracias Sor Josefa por haber escuchado la llamada del Señor y por haber dicho a Dios “Sí”, como María nuestra Madre.
AMEN, ALELUYA.
 Sor Inmaculada de Jesús Corral González o.s.c