Padrenuestro
La Vida Consagrada, Presencia del Amor de Dios
2 de Febrero
(Contiene reportaje)
El próximo 2 de febrero, festividad de la Presentación
del Señor, se celebra la Jornada Mundial de la Vida Consagrada con el lema, “Padre
nuestro. La vida consagrada, presencia del amor de Dios”.
Los obispos españoles desean recordar que “la vida consagrada es presencia del amor de Dios. Cada consagrado, con su vida y testimonio, nos anuncia que Dios Padre, es un Dios que ama con entrañas. Su Hijo Jesús nos enseñó una oración, el padrenuestro, que expresa la relación que Dios tiene con cada uno de nosotros, sus hijos y sus consagrados”.
Mensaje para la Jornada
Los obispos españoles desean recordar que “la vida consagrada es presencia del amor de Dios. Cada consagrado, con su vida y testimonio, nos anuncia que Dios Padre, es un Dios que ama con entrañas. Su Hijo Jesús nos enseñó una oración, el padrenuestro, que expresa la relación que Dios tiene con cada uno de nosotros, sus hijos y sus consagrados”.
Mensaje para la Jornada
En el año 1999 san Juan Pablo II propuso a la Iglesia un año
dedicado al Padre con el fin de preparar a toda la Iglesia a la acogida del nuevo
milenio. Han pasado veinte años y los obispos españoles desean recordar que la vida consagrada es presencia del amor de Dios.
Cada consagrado, con su vida y testimonio, nos anuncia que Dios es Padre, es un
Dios que ama con entrañas de misericordia.
Su Hijo Jesús nos enseñó una oración, el padrenuestro, que expresa la relación que
Dios tiene con cada uno de nosotros, sus hijos y sus consagrados.
Padre nuestro que estás en el
cielo
Configurado con el Hijo, el consagrado vive, unido a Cristo,
su relación filial con Dios Padre, a quien no duda de llamar confiadamente todos
los días: Abba, papá.
El consagrado vive, aquí en la tierra, su relación fraternal
con el Hijo y, junto con Él, mira al cielo, pues sabe que allí tiene un Padre que
le espera con anhelo para unir su vida divina con la suya, humana, en un abrazo
eterno.
Santificado sea tu nombre
La experiencia de amor filial mueve al consagrado a dejar
a Dios ser Padre de su vida y, con su abandono, testimoniar el nombre de Dios: Amor.
No un amor de superhombre, sino un amor divino que, superando
toda comprensión humana, ha asumido nuestro modo de expresar el amor. De este
modo, el consagrado es consciente de que, a través de su caridad, expresa de
modo humano el amor divino, nombre de Dios Padre.
Venga a nosotros tu Reino
Empapado por el amor divino que recibe del Padre y también
de su místico Esposo, el consagrado desea que su experiencia de amor pueda ser
compartida por todos. De este modo, es transformado en puente entre el hombre y
Dios para que el amor reine también en este mundo.
Junto con el Hijo, el consagrado ruega al Padre para que ningún
hombre se pierda, sino que todos puedan vivir la experiencia de un amor paterno.
Y, con el Esposo, no deja de ser buen samaritano, que acerca a todo hombre al amor
de Dios, indistintamente de sus heridas materiales o espirituales.
Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo
La experiencia del amor del Padre a lo largo de sus años de
consagración transforma el compromiso del consagrado de obedecer a Dios en un deseo
de agradar, como el Hijo, al Padre. A la vez, el ejemplo del Esposo: «no se haga mi voluntad sino la tuya», se convierte en criterio y oración: «más que prometerte obediencia te pido, Padre, que realices
tu amorosa voluntad sobre mi vida».
Escuchando también del Esposo, cuyo Reino no es de este mundo,
el consagrado anhela y enseña la belleza del cielo, en donde todo estará impregnado
por la plenitud de su amorosa y divina voluntad.
Danos hoy nuestro pan de cada día
¡Cuántas veces el consagrado ha escuchado el consejo del Hijo:
«Pedid y se os dará»! Así, la persona
consagrada se convierte en un hombre o una mujer de petición. Ha aprendido de Cristo
a ser un hijo, o una hija, confiado en la acción paternal de Dios, incluso en
sus aspectos materiales.
El consagrado sabe que todas sus peticiones son escuchadas
por el corazón del Padre; sabe que el Padre conoce todas sus necesidades antes de
que se lo pida; sabe que Él, como Padre, no siempre nos concederá lo que le pedimos
porque siempre piensa en lo mejor para cada uno de nosotros, aunque no se lo pidamos.
Por ello, el consagrado entiende cuando aparentemente Dios
no escucha sus peticiones. En esos momentos, él sabe que el silencio divino es también
ex- presión de un amor paterno, mayor del que nosotros mismos podemos imaginar.
Y este amor paterno y divino lo enseña a los demás.
Y, sobre todo, la persona consagrada necesita el pan eucarístico,
que lo va alimentando y transformando a imagen de su Señor.
Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden
Con emoción, el consagrado aprende de las enseñanzas del Hijo
la misericordia del Padre. Sabe que el corazón divino se conmueve cuando cumplimos
los mandamientos, como el joven rico; y sabe también que, como hijo pequeño, es
acogido con sus errores y debilidades.
A la vez, como hijo escogido, el consagrado se ha dejado modelar
por los consejos y actitudes del Esposo, que nos ayuda a reconocer los propios pecados
antes de tirar la primera piedra, a disculpar al pecador porque no siempre sabe
lo que hace, a tomar conciencia de que todo lo que es del Padre, también su misericordia,
es don tanto para él como para los demás.
No nos dejes caer en la tentación
El divino amor misericordioso no es solamente reparador de
nuestro posible mal actuar. Su misericordia se expresa aún más en su acción providente
que ayuda a evitar el pecado.
La vida de su Hijo, Esposo del consagrado, le enseña a superar
la tentación fortalecido por la confianza en el Padre, cuya palabra le alimenta
y a quien únicamente desea adorar.
Igualmente, el consagrado, como los agricultores de la parábola
de la cizaña sembrada por el maligno, no reprocha el desorden de sus hermanos,
sino que les ayuda a que den más fruto, confiado en que el Padre, Dueño del campo,
a su tiempo retirará la mala hierba.
Y líbranos del mal
La experiencia con el divino Amor no solamente lleva a desterrar
las acciones pecaminosas del propio actuar. El consagrado anhela y desea cada
día crecer en el bien. Por ello, confiado, se deja en las manos del Padre, para
que, como buen alfarero, rompa en él lo que sea necesario para que cada día manifieste
mejor la imagen profética del Amor del Padre y del Hijo en el Espíritu.
A su vez, el consagrado, unido al Alfarero, no deja de impulsar
en todos los fieles la vocación al amor y a la santidad, los acompaña en los momentos
de purificación, les enseña a descubrir la mano del Señor en esos momentos, y
les ayuda a convertir el sufrimiento humano en cruz redentora.
Mujer, ahí tienes a tu hijo
Junto con el Padre, el Hijo nos ha mostrado una madre, la
suya, como mujer del padrenuestro. Su oración del fiat es un anticipo de la oración que nos enseñó Cristo y con la que
el consagrado pide todos los días al Padre que se cumpla su voluntad sobre él.
Con su visita a Isabel, la Virgen Madre se convierte en expresión
humana del amor divino. Con su consejo de hacer lo que Él nos diga, enseña a pedir
al Padre con confianza. Dando vueltas en su interior a las palabras del Niño, invita
a esperar la hora oportuna de Dios. Al pie de la cruz, ayuda a superar los
frecuentes momentos de dificultad de la vida. Y su presencia en Pentecostés nos
recuerda que el cielo es la meta de todo hijo del Padre.
La Jornada de la Vida Consagrada, que celebramos anualmente
cada 2 de febrero, sea este año un acto de especial agradecimiento al Padre nuestro. Pero también a cada consagrado
y consagrada, que con su vida es presencia
del amor de Dios.
Comisión Episcopal para la Vida Consagrada