A las Hermanas Pobres de Santa Clara de esta circunscripción. Sus sedes
«Habiéndonos, pues, llamado el Señor a cosas tan grandes, de modo que en nosotras puedan mirarse como en un espejo aquellas que son ejemplo y espejo para los demás, estamos muy obligadas a bendecir y alabar a Dios, y a afianzarnos más y más en el Señor para hacer el bien» (Test Cl 21-22)
Queridas hermanas que continuáis el proyecto de vida iniciado por Santa Clara: El Señor os dé la Paz.
Unidos a toda la Iglesia estamos viviendo un año jubilar en torno a la esperanza, que no puede ser otra que Cristo, el que nos sedujo y continúa llamando al seguimiento, conocedor de nuestro barro, pero siempre renovando esa alianza que nos lleva a sentirnos más pertenencia suya y, por tanto, más comprometidos en una restitución de los dones que ha confiado en nuestras frágiles manos.
En la notificación oficial de la muerte de Santa Clara, se dice: «El espejo de la estrella matutina, en cuyo esplendor admirábamos nosotras el reflejo de la luz verdadera, ha desaparecido de nuestra vista». Y más adelante destaca: «Clara supera con su andar inmaculado el fango de la lubricidad mundana; no prorrumpe en gemidos quejumbrosos ni abre la boca a lamentaciones seniles, no obstante sentirse herida por el punzón de una larga enfermedad y estar roída por la debilidad de una edad avanzada. Cuanto más oprimida se siente por el calcañar de su dolencia, tanto más rendidamente ofrece al Señor el cántico de alabanza».
No tiene que extrañarnos, pues, que la madre Santa Clara invite a las hermanas a mirarse en el espejo del Señor, quien pobre en Belén, humilde en su peregrinar por este mundo y caridad absoluta en su entrega en la Cruz, se ha hecho para nosotros ejemplo y modelo, de modo que también nuestras vidas puedan serlo para los demás.
Pues también ella tiene una referencia fundamental en la vida: el Señor nos ha llamado a cosas tan grandes. Si el Señor está detrás de nuestra vida, desechemos todo afán por aquello que nos aleje del Señor. Así tendrá sentido el ser ejemplo y espejo para los demás, donde en todo momento brille un corazón agradecido que eleve su alabanza a Dios, pues de Él arranca todo y en Él encontramos nuestro sustento.
De ahí que la primera tarea, creo yo, sea la de volver al Señor con ardor, no dejando que cualquier otro tipo de asuntos nos desvíen de quien es el centro y manantial de vida para llevar adelante nuestra consagración. «Vivid siempre en la verdad, / que en obediencia muráis» (Audite 1). No bajemos la guardia y estemos vigilantes para que nada nos pueda separar del amor de Dios, pues bien sabemos que, unas veces los afanes temporales, otras el apego al dinero o la esclavitud de un afecto desordenado, nos pueden apartar del Señor y, bajo apariencia de entrega a Él, estemos simplemente embridados a aquello que nos aparta y nos arrebata de lo que un día, con gran júbilo, profesamos.
Tanto Clara como Francisco de Asís nos insisten en la fidelidad a Dama Pobreza, la que nos alcanza las riquezas eternas (cf. 1CtaCl 15), pues nuestro referente es Cristo, el que vino al seno de María y se presentó en el mundo despreciado, indigente y pobre, para que fuéramos ricos en Él. El gran reto que estos tiempos nos exigen es vivir el fruto de la caridad, y éste sólo es posible para quien está despojado de todo apego y afán por los bienes temporales, «y poder entrar en el reino de los cielos por el camino angosto y la puerta estrecha» (1CtaCl 29).
Otra clave fundamental, que brota de la experiencia del Dios de Jesús como Padre de las misericordias, es el sentirnos y vivirnos realmente como hermanas, acogiéndonos, alentándonos en nuestra vida de consagración y tendiendo puentes y lazos que nos lleven a vivir en confianza, agradecidas por el regalo de cada una de las hermanas y por la posibilidad de restituir juntas a Dios lo que a Él solo pertenece. Esto exige un esfuerzo constante por vencer rivalidades y celos, afrontar los conflictos y buscar la resolución de los mismos, para así ser auténticas fraternidades en las que habite el Amor con mayúsculas, que se hace visible en nuestra pequeñez.
Bien sabemos que estáis pendientes de la vida de los hermanos y oráis por la Provincia de la Inmaculada Concepción. Siempre generosas, con corazón bien dispuesto, haciéndonos partícipes de los lazos que nos vinculan como única familia. A todas las hermanas y a todos los monasterios doy las gracias por tantos signos que nos hablan de vuestra cercanía y acompañamiento.
En la Santísima Virgen, la que es Inmaculada y Llena de Gracia, os confiamos para que vuestra oración sincera, vuestro sacrificio generoso y vuestra vida fraterna sean un auténtico cántico de alabanza, viviendo esa fraternidad con todas las criaturas y así vivir la fidelidad al Dios fiel que nos ama y se da sin reservarse nada para sí.