Pestaña

viernes, 20 de septiembre de 2024

Homilía del Ministro General (Estigmas)

Solemnidad de la Impresión de las Llagas de San Francisco de Asís
Fr. Massimo Fusarelli, OFM
Homilía del 17 de septiembre de 2024


Yo sólo me gloriaré en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí, como yo lo estoy para el mundo”. (Gal 6,14), nos lo anunció el Apóstol Pablo en la primera lectura. Esta palabra, tan difícil de digerir para nosotros hoy, ilumina ciertos rasgos de la fisonomía y de la experiencia espiritual de Francisco, tal como nos los relata San Buenaventura en los cuatro sermones dedicados a «nuestro santo Padre Francisco» y proclamados en París, ante una audiencia de frailes, el 4 de octubre de distintos años, entre 1255 y 1267 (noticias y textos en OSB. Sermones de diversis, vol. 2).
 
Buenaventura nos dice ante todo que Francisco es el discípulo del Señor pobre y crucificado: ésta es la clave para entrar en el misterio de su vida, desde sus comienzos hasta su cumplimiento aquí en el Alverna. Siguiendo las huellas de Cristo, de hecho, practicó virtudes y una vida santa «que se manifestó especialmente en los estigmas de la pasión impresos en él». Dios imprimió su sello en él, moldeándolo como arcilla maleable, compuesta del agua de la contrición y del polvo de la humildad. Además, «era un sello convertido en el fuego del amor, en el Cántico: Ponme como sello en tu corazón; Ugo: “Alma mía, siento que te transformas en la semejanza de aquel a quien amas”» (De diversis, 56, nn. 6-7).

Buenaventura continua: «La raíz de la santidad perfecta consiste en humildad profunda; la altura de la santidad consiste en virtud probada; pero la extensión de la santidad perfecta consiste en caridad plena». He aquí los tres pasos del camino del Poverello.

Humildad significa conciencia de la propia realidad como criatura, aprender a aceptarla. Este es el fundamento de la perfección evangélica, como afirma Buenaventura:

«Admiro la humildad del beato Francisco más que todas sus virtudes» (De diversis, 57, nn. 2-3). Así es como Francisco siguió las huellas del Señor Jesús, que en la Encarnación se hizo el más pequeño.

Pero la humildad es también la raíz de la verdadera sabiduría, la de la cruz. El Verbo de Dios, «queriendo mostrar la raíz de la sabiduría, se humilló a sí mismo. Quien quiera tener la sabiduría de Cristo, debe comenzar por la raíz de la sabiduría, como hizo el bienaventurado Francisco» (De diversis, 57, n.7). Además, al enunciar los grados de humildad, Buenaventura cita también una frase que se encuentra en la Admonición XIX de Francisco: «“Cuanto el hombre es delante a Dios, tanto es y nada más”, y cuanto Dios lo considera, eso vale» (De diversis, 57, n.10), aquí llegamos al corazón de la humanidad.

Buenaventura alaba entonces la santidad del Seráfico Padre sobre todo «por el amor fervientísimo a Cristo crucificado» (De diversis, 57, n. 13).

«Superfervida dilectio» es una expresión que se retomará en la conclusión del sermón donde se menciona el acontecimiento de los estigmas. La caridad está en el centro.

La humildad de la Encarnación y la caridad de la Pasión han marcado toda la vida de Francisco. Buenaventura los encuentra unidos en el Alverna: «durante dos años antes de su muerte, llevó en su cuerpo los estigmas de nuestro Señor Jesucristo, [...] Muchos lo vieron, algunos de los cuales aún viven». La humildad hay que vivirla cada día - ¡las virtudes! - y la caridad la alimenta.

Francisco no improvisó el tiempo que pasó aquí, en el Alverna, en 1224. Aquí se cosecha su conversión entre los leprosos, la mirada al Crucifijo de San Damián, el amor a sus hermanos, las fronteras atravesadas, los pecadores abrazados, el último lugar, elegido fielmente para que nadie se pierda.

Celebrar los estigmas nos conduce al corazón de Francisco, en el signo de su humildad y caridad. «Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre» (Mt 24,30). Buenaventura dice que «indica la aparición de la señal del Señor en el cuerpo del bienaventurado Francisco» (Sermones De diversis. 58, n. 2). La humildad y la caridad de Francisco se ven así como un anuncio del mundo futuro y no sólo como algo propio. Son una palabra para nosotros hoy, de aquella «palabra abreviada y completa, porque en ella está contenida breve y claramente la suma de toda la perfección evangélica [...]» (De diversis, 59, n.1), que es la vida de Francisco.

Ésta es la humildad misma de Cristo, que se despojó de sí mismo por nosotros (Flp 2,6-8) y la caridad de Él, que nos amó hasta el extremo (cf. Jn 13,1). Francisco nos concibe a los frailes partiendo de este punto: «Y el bienaventurado Francisco tuvo verdadera humildad y por eso quiso que él y su Orden tomaran de ella su nombre; de hecho, se llama Orden de los Menores, simplemente» (De diversis, 58, n.11). ¡No tenemos otro origen que este!

La humildad y la caridad nos ayudan en el camino de discípulos. Hoy se nos pide humildad para vivir en este tiempo sin retroceder, juzgar, negar, tener miedo. Humildad para seguir en el camino y en la búsqueda con la gente de nuestro tiempo. Y se nos pide caridad para que lo hagamos amando, una y otra vez, incondicionalmente, proclamando así la Buena Nueva de Jesucristo.

¿No necesitamos hoy estos signos de verdadera humildad y caridad, que inflaman y reabren espacio a la vida? ¿A caso no es éste el sentido providencial de recordar el 800 aniversario de los Estigmas precisamente en este tiempo marcado y herido por tantos estigmas y tan reacio a la esperanza de un posible mundo futuro? Nuestra sociedad, que algunos han calificado de fatigosa, marcada por un miedo generalizado al otro y por tantos actos de agresividad y violencia; el hombre de hoy, en busca de un sentido mayor, pero tan olvidado de Dios y de la dimensión “más allá” de la vida, la espiritual, necesita las heridas de Francisco.

Sus estigmas nos permiten vislumbrar los de Cristo en nuestras heridas y en las de muchos. Nos recuerdan que también la Iglesia, maltratada y desfigurada por el pecado de tantos, puede resurgir de esas heridas, convirtiéndose al humilde servicio de muchos, animada por la caridad que no tiene fin.

Cerramos un Centenario, ciertamente no el flujo de vida nueva y esperanza que brota de las llagas de Francisco, signo de las de Cristo, participando en las de los hombres.

Retomemos nuestro camino a partir del Alverna, donde no veneramos los signos de las llagas como un objeto religioso que nos deja igual como nos encontró, sino que nos encontramos con la realidad de una vida humilde y llena de amor, la de Francisco, humilde discípulo de Cristo pobre y crucificado, signo del mundo futuro, canto de esperanza para un tiempo apagado pero sediento de vida.


Fr. Massimo Fusarelli, OFM
Ministro general