Pestaña

jueves, 26 de septiembre de 2024

Del Ministro General y Definitorio en la Solemnidad de San Francisco

A toda la Orden en el VIII° Centenario
de la Impresión de las Llagas


Estimados Hermanos y Hermanas,
¡El Señor les dé la paz!

La celebración de la fiesta de San Francisco está cercana a la de la Impresión de las Llagas ya que la precede solo por un par de semanas; y en este año estamos particularmente sensibles a esta cercanía, dado que fue precisamente hace ochocientos años cuando Francisco subió al Alverna para vivir un período de retiro y oración -una “Cuaresma”, como él decía entre aquellos bosques y rocas, desde la fiesta de la Asunción de María hasta la fiesta de San Miguel Arcángel.
 
 
Dar tiempo al encuentro con el Señor

Es precisamente esta elección de Francisco la que sobre todo llama nuestra atención; él consideraba necesario alternar tiempos de trabajo, actividad y predicación, con otros dedicados exclusivamente a la oración y a la contemplación. Y constatamos que fue bastante tiempo: ¡del 15 de agosto al 29 de septiembre son aproximadamente 45 días!


La primera pregunta que nos hacemos y al mismo tiempo proponemos es ésta:
¿Cuáles son los momentos a los cuales dedico un tiempo privilegiado o incluso exclusivo a la oración, al retiro, a aislarme un poco de los compromisos y contactos “normales” (¡al teléfono celular!) para dedicarme “exclusivamente” a Dios?

Cada quien sabe bien cuál es su respuesta, en el interior de la propia conciencia: estamos invitados a comparar esta respuesta con el modelo que nos ofrece Francisco, subiendo al Alverna para la “Cuaresma de San Miguel”.

Y no pensemos que Francisco subió al monte Alverna bajo el efecto de un entusiasmo místico, movido por algo que concierne sólo a los santos... No, Francisco estaba viviendo un período difícil, lo que la Compilatio Assisiensis llama “una grave tentación”[1], que duró más de dos años: un largo tiempo que podemos relacionar con los problemas que estaba viviendo en la Orden tras su regreso de Oriente, que le habían llevado a renunciar al cargo de Ministro general y los cuales se habían manifestado también en el difícil y contrastado camino de la elaboración del texto de la Regla bulada, que había sido aprobada sólo unos meses antes de su ascenso al Alverna. Por lo tanto, el que sube al Alverna, es un Francisco cansado y sufriente, que ha experimentado la dificultad de relacionarse con los hermanos y es consciente de su fragilidad: en ese momento de retiro él lleva consigo toda esta experiencia y la pone en las manos del Señor.

¿No debemos hacer lo mismo, llevando nuestra vida en la oración y confiándola al Señor, con sus fragilidades y alegrías, con las dificultades que experimentamos en la fraternidad y en los trabajos de la misión?


Una mirada de misericordia

A veces nos preguntamos sobre qué debemos meditar: Francisco nos enseña que el primer material para la oración es nuestra vida, con todos sus aspectos, para ponerla bajo la mirada misericordiosa del Señor, que nos recibe y nos cura.

Es la misma mirada que Francisco encontró en el monte Alverna, en la misteriosa visión de los serafines crucificados. La primera narración de ese acontecimiento la encontramos en la Vita sancti Francisci de Tomás de Celano, donde se hace hincapié en la singularidad de la figura vista por Francisco, que combina los rasgos del sufrimiento (el crucificado) y los rasgos de la gloria (los serafines, la más alta de las jerarquías angélicas), en una unión de muerte y gloria que para el creyente evoca el misterio pascual del Crucificado resucitado. En cambio, la descripción de los efectos de aquella visión en Francisco insiste también en la misma duplicidad:

“Ante esta contemplación, el bienaventurado siervo del Altísimo permanecía absorto en admiración, pero sin llegar a descifrar el significado de la visión. Se sentía envuelto en la mirada benigna y benévola de aquel serafín de inestimable belleza; esto le producía un gozo inmenso y una alegría fogosa; pero al mismo tiempo le aterraba sobremanera el verlo clavado en la cruz y la acerbidad de su pasión. Se levantó, por así decirlo, triste y alegre a un tiempo, alternándose en él sentimientos de fruición y pesadumbre”[2].

Tanto la particular visión del serafín crucificado como los efectos de tal visión en Francisco nos hablan por tanto del Misterio Pascual, que nunca es sólo muerte o sólo resurrección, sino el entrelazamiento inseparable de muerte y vida, de dolor y gloria.

Francisco en el Alverna se expone, con sus alegrías y debilidades, a la mirada del Crucificado Resucitado y en esta relación sincera “algo” sucede: Cristo actúa y su mensaje es “Yo estoy contigo”. Los estigmas son el signo exigente de esta cercanía de Jesús con Francisco, son la “demostración de la sabiduría cristiana esculpida en el polvo de la carne de Francisco”, tal como lo diría Buenaventura[3].


Del estigmatizado a los estigmatizados de hoy

El encuentro con Cristo transforma a Francisco: desde el Alverna desciende con una renovada capacidad para reconocer el misterio de la cruz y la gloria manifestada en la historia. Por un lado, renovará su cercanía y contacto con los estigmatizados de la historia, esos pobres y leprosos a los que seguirá estando próximo, y por otro reconocerá la gloria del cosmos, en ese Cántico del Hermano Sol que compondrá unos meses después de su descenso del Alverna.

El verdadero encuentro con el Cristo crucificado y resucitado actúa también en nosotros, al igual que en Francisco, y nos lleva a reconocer a los estigmatizados de nuestro tiempo, a los que hay que acercarse, consolar y cuidar, del mismo modo que nos invita a mirar el cosmos, en el que hoy reconocemos un trabajo de muerte y de vida: un cosmos que lleva los estigmas de la explotación violenta, pero que sigue revelando la fuerza de la vida, impresa por el Creador.

Cada uno de nosotros está invitado a dar un nombre a estos estigmas de nuestra historia y a reconocer los signos de muerte y de vida en la creación, que reclaman nuestro compromiso: que el Señor imprima también en nosotros, en nuestros corazones, manos y pies la disponibilidad para reconocer las llamadas concretas a trabajar por su Reino.

Como lo dijo el Papa Francisco al recibir a la fraternidad de frailes del Alverna en este año del centenario, «el cristiano está llamado a dirigirse de manera especial a los “estigmatizados” que encuentra: a los “marcados” por la vida, que llevan las cicatrices del sufrimiento y de la injusticia padecida o de los errores cometidos. Y en esta misión, el Santo del Alverna es un compañero de camino, que sostiene y ayuda a no dejarse aplastar por las dificultades, los miedos y las contradicciones, propias y ajenas. Es lo que hizo Francisco cada día, desde el encuentro con el leproso en adelante, olvidándose de sí mismo en el don y el servicio»[4].

¿Cómo cultivamos la conciencia que nuestra misión es llevar a los estigmatizados de hoy el mismo mensaje que Jesús dirigió a Francisco y dirige a cada uno de nosotros: “Yo estoy contigo”?

Anunciamos con la vida y las palabras la certeza que Cristo está con nosotros y con cuantos encontramos, especialmente los que sufren: éste es el fundamento de la esperanza cristiana que anima el camino.

Agradecemos a Dios el gran don que nos ha hecho en Francisco, hombre transformado por el Espíritu, y les deseamos de corazón que vivan la fiesta de nuestro Seráfico Padre con alegría y con gracia renovada de ser, como él, testigos del misterio del Señor Crucificado y Resucitado.

¡Feliz y única Fiesta de la Impresión de las Llagas y de San Francisco con nuestros saludos fraternos!


Roma, Curia general a 17 de septiembre de 2024
Fiesta de la Impresión de las Llagas de San Francisco




 
Prot. 113546

VER PDF



[1] LP 63.
[2] 1 Cel 94.
[3] LM 13,10.
[4] Discurso del Santo Padre Francisco a los Frailes Menores de Tuscana y de la Verna, Sala Clementina