Pestaña

miércoles, 3 de octubre de 2018

Carta M. Presidenta en la Solemnidad de S. Francisco

Sed muy hermanas y muy pobres, ¡como Jesús!

 “Os aconsejo, también, amonesto y exhorto en el Señor Jesucristo, a que, cuando vayáis por el mundo, no litiguéis ni os enfrentéis a nadie de palabra, ni juzguéis a otros, sino sed apacibles, pacífic@s y mesurad@s, mans@s y humildes, hablando a todos honestamente, según conviene”. (2R 3, 10-11)

Queridas hermanas: ¡El Señor os dé su Paz!
Otro año más nos es concedida la gracia de celebrar la solemnidad de nuestro plantador y fundador, el padre y sobre todo, hermano san Francisco. 

Acercarse a la experiencia de Dios en un tercero diferente del yo, no puede hacerse más que con temor y temblor, ¿quién  podrá decir que se acerca a lo que le fue personalmente regalado a él? Sin embargo, esto no impide compartir aquello que resuena al leer y releer el legado espiritual que rezuman los textos del santo, el hermoso patrimonio común y sobre todo, carismático que nos tocó como heredad, pero también como tarea personal y comunitaria.
El fragmento del capítulo III de la Regla bulada, es una muestra de las muchas que aparecen a lo largo de toda esta regla[1] y los demás escritos sanfranciscanos, que pueden –ojalá- sorprendernos todavía y sobre todo, no dejarnos inmóviles ante las posibles llamadas a vivir la santísima pobreza, la minoridad y fraternidad que se nos hacen hoy. Esta exhortación a un modo específico de relación entre hermanos y con el mundo, no parte de la búsqueda egolátrica de verse buena o en orden, ni siquiera virtuosa; sino que es la expresión existencial de quien reconoce la misericordia del Padre y la humildad de Jesús en cuanto Hijo de Dios y por eso, “vincula la propia vida, en cada uno de sus aspectos, a su Persona y a través de Él, al Padre”[2], abrazando la riqueza y suficiencia del amor de Cristo y renunciando a la apariencia del poder, en las múltiples manifestaciones que puede tener. 

Los hermanos menores –y las hermanas pobres- hemos optado por una forma de presencia y una acción selladas claramente por las bienaventuranzas de Jesús… somos portadores de la paz sin otra arma que el amor.[3]
 
El horizonte que el hermano Francisco nos abrió, parte de la “lógica” del amor hasta el extremo que Jesús abrazó desde el comienzo de su vida: colocado en un pesebre y envuelto en pañales al nacer, soportó múltiples trabajos y penalidades durante su vida y con inefable caridad, quiso padecer en el leño de la cruz y morir en él del modo más injusto[4] pero siempre manso y humilde de corazón: minoridad de amor hasta el aparente sin-sentido de entregar la vida por el opresor injusto…  No se trata entonces de ser sólo pobres según los parámetros sociológicos o de reafirmarnos en la voluntad de serlo una y otra vez, lo que nos diferencia de los pobres es la opción radical por vivirla desde la paz: paz que se verifica en el ir construyendo la unidad en la diversidad. Esta sociedad continúa convulsionada por la diferencia de clases, búsqueda de privilegios y poder, reivindicaciones violentas… Aquí y ahora, nuestra misión es ser hermanas menores, hermanas pobres: a eso hemos sido enviadas en esta generación y momento histórico, político, socio-económico y cultural, a eso y sólo a eso deberíamos sentirnos llamadas a responder como, y en fraternidad. De ahí brota nuestra urgencia máxima en la construcción del Reino: hacerlo realidad entre los hombres y mujeres, siendo discípulas de Jesús, anunciándolo con la propia existencia[5], gastándonos en anunciar y denunciar con la vida, su estilo de vida, su misma Paz. 

Como lógica consecuencia surge la prioridad del ser sobre el hacer, del ejemplo sobre la función ministerial, de la Palabra hecha carne en la pobreza de nuestra humanidad sobre la fuerza de la ideología de moda, de la Verdad del Evangelio sobre las relativas y efímeras seudo-verdades epocales… 

Ser pobre y menor al estilo que vivió, enseñó y predicó Francisco, es poseer el Espíritu del Señor y su santa operación, “siempre atenta a su voluntad, aprendiendo a conectar con la fuerza misteriosa de Dios que transforma la historia a su modo, fuerte en la debilidad, audaz y humilde, indefensa y terrible. Puede airarse sin ser violenta. Puede dejarse utilizar y maniatar, y seguir gritando la verdad. Su acción sobre el mundo, ciertamente, no viene de este mundo; pero por ello deja inermes a todos los poderes de este mundo, en el mismo instante en que los provoca[6]

Ser discípula de este Mesías es apropiarse su justicia, es decir, una realización de la persona  y un compromiso histórico cuyo programa seguirá escandalizando siempre, ya que trastrueca todos los valores mejor establecidos de racionalidad y eficacia: saberse pobre ante Dios y ante sí misma y elegir esa pobreza como ámbito privilegiado de plenitud y liberación; sin otro premio que Dios mismo y la semejanza con Jesús, el Hijo entregado por nosotras”.[7]

Cuando nos vamos identificando existencialmente con Cristo y el Evangelio como opciones fundamentales y prioritarias de vida, la minoridad, pobreza y sororidad (fraternidad), son la lógica consecuencia que surge de la contemplación de  la kénosis-encarnación del Hijo de Dios, y que Francisco resume en la imagen del hacerse pequeño como una semilla. Es la misma lógica del que "se hizo pobre de rico cómo era" (Cfr.2 Cor 8, 9). La lógica de la "expoliación", que él puso en  práctica literalmente cuando se  despojó hasta la desnudez de todos los bienes terrenales, para darse por entero a Dios y a los demás… La minoridad franciscana se nos presenta como un lugar de encuentro y comunión con Dios; como un lugar de encuentro y comunión con las hermanas y con todos los hombres y mujeres; finalmente, como un lugar de encuentro y comunión con la creación.[8]
 
No es viable ni expresa nuestra verdad óntica ni carismática, una actitud de superioridad en sus multiformes versiones como los juicios fáciles sobre los demás o peor aún, la ira y perturbación por el pecado  ajeno, puesto que sería una forma de riqueza u ostentación, de engrandecimiento superfluo, de seguridad y apropiación que no corresponden  a lo que el Señor le reveló a Francisco y él transmitió con la palabra y el ejemplo. “Si nos esforzamos por vernos como peregrinas que hacen el camino juntas, aprenderemos a confiar el corazón a la compañera de camino sin recelos, sin desconfianzas, mirando solamente lo que en realidad buscamos: la paz en el rostro del único Dios. Y como la paz es artesanal, confiarse a la otra es también algo artesanal, y es fuente de felicidad: «Bienaventurados los que trabajan por la paz» (Mt 5,9)”.[9]

Hermanas, Francisco y Clara rezuman vitalidad y actualidad, sus reglas y escritos no cesan de hablarnos y dirigirnos a través de los siglos y vicisitudes de cada época, escuchemos las resonancias que nos emiten, asumamos sus palabras como brújula que nos van marcando el norte en la historia de nuestras fraternidades e Iglesia. La minoridad y la pobreza siguen siendo los adjetivos que acompañan y definen nuestra identidad de hermanas y hermanos, nos concierne a nosotras el ejercitarnos en la escucha atenta y el discernimiento de los modos concretos de actualizar dicho legado.

Que Dios, justo y misericordioso, nos conceda hacer lo que sabemos que quiere y querer siempre lo que le agrada, y podamos seguir las huellas de su Amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo[10] el pobre y el anonadado por amor.

            En unión de oraciones


Badajoz,  1 de octubre de 2018

Prot. 09/18

Fdo. Mª Teresa Domínguez Blanco
Presidenta Federal



[1]  Cfr. Rnb VII, 15 y Rnb XI, 1-3.7-12.
[2] Bendición del papa Francisco en el día de Pentecostés, mayo de 2016.
[3] La forma de vida franciscana ayer y hoy. Garrido, Javier.Colección Hermano Francisco Nº 15, p. 110.
[4] 4CtaCl 19-23.
[5] Garrido, J. Op. Cit.
[6] Ibid, p. 119.
[7] Ibid, p. 114.
[8] Audiencia del papa Francisco a los miembros de las Familias Franciscanas de la Primera Orden y de la Tercera Orden Regular, 23 de noviembre de 2017.
[9] Discurso del papa Francisco en el encuentro ecuménico en Estonia, 25 de septiembre de 2018.
[10] Cfr. CtaO 50-51.