Pestaña

miércoles, 8 de agosto de 2018

Carta del Ministro general


Fiesta de S. Clara 2018
Discernimiento: purificación de la mirada,del corazón, de la voluntad

Queridas hermanas,
¡El Señor les dé la paz!
El año pasado les propuse unas reflexiones y pistas de verificación sugeridas por las palabras que han enfocado nuestro camino de Hermanos Menores hacia el Consejo Plenario, celebrado en junio pasado en Nairobi: escuchar, discernir, actuar.

Este año me propongo detenerme en especial sobre la segunda: quiero tomar del ejemplo y de las palabras de Clara algunos elementos útiles para desarrollar una capacidad de discernimiento que lleve a mejorar cada vez más la calidad de nuestra vida, a hacer de ella la respuesta fiel y gozosa a la llamada de Dios en este tiempo, en el espacio que a cada cual le ha correspondido habitar.
Adoptados por Dios como hijos en su Hijo Jesús muerto y resucitado, desde el momento de nuestro bautismo oramos: “Padre nuestro, hágase tu voluntad”. La del discernimiento es la única posible y verdadera manera de existir, porque, como dice Francisco, “después de haber dejado el mundo, ninguna otra cosa hemos de hacer sino seguir la voluntad del Señor y agradarle sólo a él” (Rnb XXII, 9). Clara por su parte “en cuanto podía, procuraba agradar a Dios” (ProVIII, 3).
Recorriendo las fuentes clarianas, especialmente las cartas, me doy cuenta de que Clara vive y propone el discernimiento como un camino de purificación: purificación de la mirada, del corazón, de la voluntad.

Purificación de la mirada
El punto de partida es la realidad en que nos encontramos: incluso antes, es la realidad que “somos”, lo que cada uno de nosotros es por naturaleza y por gracia. No raras veces tenemos la experiencia de percibir en forma distorsionada la realidad en nosotros y a nuestro alrededor. Prevenciones y prejuicios de diversas clases pueden alterar la lectura de lo que sucede en nuestro interior y en nuestra comunidad, en la Iglesia, en la sociedad… ¿Acaso no es este un primer factor de muchas incomprensiones, de malentendidos, de relaciones conflictivas?
Purificar la mirada para ‘ver’ bien: ver como Dios nos ve, ver sin filtros deformantes. Como a Inés de Praga, Clara les recuerda hoy a ustedes, y a todos nosotros, que, solamente asemejándonos a Jesús, apropiándonos de su misma mirada, podemos ‘ver’ la realidad en la verdad, más allá de las alteraciones producidas por el pecado en todas sus formas: “Porque él es esplendor de la eterna gloria, reflejo de la luz perpetua y espejo sin mancha. Tú, oh reina, esposa de Jesucristo, mira diariamente este espejo, y observa constantemente en él tu rostro” (4CtaCl14-15); porque ciertamente “en tu luz vemos la luz” (Sal36 (35,10).
Clara había empezado a hacer la experiencia de la purificación de la mirada cuando Francisco – cuenta la Leyenda– “la exhortaba al desprecio del mundo demostrándole con vivas expresiones la vanidad de la esperanza y el engaño de los atractivos del siglo, destila en su oído la dulzura de su desposorio con Cristo” (LCl5). Muy bien lo aprendió Clara cuando escribe a Inés de Praga: “y dejando a un lado absolutamente todo lo que en este mundo falaz e inestable tiene atrapados a los que ciegamente lo aman, ama con todo tu ser a aquel que totalmente se entregó por tu amor”. Existe un engaño fundamental, ‘original’, en virtud del cual el ‘mundo’, entendido como visión de la realidad en oposición a la de Dios, aparece atrayente siendo de hecho mortífero, parece dar felicidad y en cambio esclaviza y roba el gozo y la vitalidad. En la tercera carta a Inés Clara usa expresiones muy fuertes a este respecto: “siguiendo sus huellas, principalmente las de la humildad y la pobreza, puedes llevarlo espiritualmente siempre, fuera de toda duda, en tu cuerpo casto y virginal, de ese modo contienes en ti a quien te contiene a ti y a los seres todos, y posees con El el bien más seguro, en comparación con las demás posesiones, tan pasajeras, de este mundo. En esto se engañan ciertos reyes y reinas mundanos, los cuales, aunque parecen que escalan el mismo cielo con sus ambiciones, y se diría que con su testa rozan las nubes, al fin acaban pudriéndose” (3CtaCl 25-28). La comunión con el Señor Jesús vivida en el don de sí asegura contra el peligro de la ‘ceguera’ espiritual. Sólo la mirada purificada, nos enseña Francisco, sabe ver a Dios en todas las cosas. Clara quiere formar en las hermanas esta misma mirada, de la cual brota la alabanza: “Cuando la santísima madre enviaba fuera del monasterio a las hermanas serviciales, les exhortaba a que, cuando vieran los árboles bellos, florecidos y frondosos, alabaran a Dios; y que, igualmente, al ver a los hombres y a las demás criaturas, alabaran a Dios siempre, por todas y en todas las cosas” (Pro14, 9). Ver la realidad como Dios la ve es el primer paso para identificar las huellas por los senderos del Reino.

Purificación del corazón
Si la mirada pura lee la realidad en la verdad de Dios, es el corazón el que la juzga, la evalúa, la interpreta. El discernimiento como ‘juicio’ es el siguiente paso en que la realidad es confrontada con los valores que sostienen y orientan el camino de la existencia.
Según el testimonio de Bona de Güelfuccio, Francisco exhorta a la joven Clara a cuidar su propio corazón sintonizándolo con el corazón de Jesús: “Siempre le predicaba que se convirtiera a Jesucristo”. La conversión es para el cristiano el movimiento esencial para seguir viviendo tanto como lo es la respiración.  A lo largo de su existencia Clara conoce con cuánta facilidad se endurece el corazón, se distrae, se confunde; por esto se goza viendo a Inés de Praga “pisotear en forma terrible e impensada las astucias del astuto enemigo la soberbia que es ruina de la naturaleza humana y la vanidad que infatúa los corazones de los hombres”. La soberbia y vanidad impiden el recto juicio de la realidad, porque hacen confluir en sí, y no en Dios y por tanto en los demás. Al contrario, como recientemente lo ha recordado el papa Francisco, “es propio del Espíritu Santo el descentrarnos de nuestro yo y abrirnos al “nosotros” de la comunidad: recibir para dar. No estamos nosotros en el centro:  nosotros somos un instrumento de ese don para los demás” (Papa Francisco, Audiencia general, 6 de junio de 2018).
El corazón es custodiado si se confía al Señor en un movimiento diario de entrega: “Fija tu mente en el espejo de la eternidad, fija tu alma en el esplendor de la gloria, fija tu corazón en la figura de la divina sustancia y transfórmate toda entera, por medio de la contemplación, en imagen de su divinidad. Así experimentarás también tú lo que experimentan los amigos al saborear la dulzura escondida que el mismo Dios ha reservado desde el principio para los que lo aman” (3CtaCl12-14).
El auténtico discernimiento exige afinar el gusto por las cosas de Dios, sabiendo reconocer el perfume y el sabor del Evangelio en lo que sucede, en las personas con quienes nos encontramos, en las hermanas con quienes vivimos, como también en quien habita en otras latitudes. En una forma y con una intensidad enteramente particular se ha confiado a ustedes, hermanas, este ejercicio de contemplación, gracias al cual el juicio madura y se convierte en la virtud de la discreción: situación real, valores profesados, fin último dialogan juntos, sin concesiones mistificantes ni compromisos de comodidad. “Más como nuestra carne no es de bronce, ni nuestra fortaleza no es de piedra, sino que somos por naturaleza frágiles, y fáciles a toda flaqueza corporal, te lo digo porque he oído que te has propuesto un indiscreto rigor en la abstinencia, por encima de tus fuerzas; y te ruego, carísima, y te suplico en el Señor que desistas de él sabía y discretamente, para que así, conservando la vida, alabes al Señor y le ofrezcas tu obsequio espiritual y tu sacrificio sazonado con sal” (3CtaCl38-41).

Purificación de la voluntad
El proceso de discernimiento se orienta a sentirnos interpelados por la palabra de Dios para vivir en obediencia a Él, es decir, tiene como finalidad vivir en la historia en forma evangélica siguiendo las huellas de Jesús, a fin de que crezca el reino de Dios en el mundo. Nuestros proyectos son buenos si no son ‘solamente nuestros’, si brotan, como de su raíz, de la disponibilidad a colaborar con todos nosotros mismos en la obra que Dios ya está realizando.
Es bueno, y siempre hay que escogerlo, aquello que nos mantiene unidos al Señor, y se ha de rechazar lo que nos aparta de Él. Clara puede declinar el ofrecimiento del papa Gregorio IX – ser liberada del vínculo con la pobreza altísima para aceptar las posesiones que él mismo le ofrecía – y declarar con simplicidad y verdad: “Santísimo Padre, a ningún precio deseo ser dispensada del seguimiento indeclinable de Cristo” (LCl14). Y exhorta a Inés de Praga, en una situación análoga, a abrazar el pobre Crucificado (cf. 2CtaCl17-18).
Cuán preciosa y significativa es, pues, la indicación que tanto Clara como Francisco ponen como sello de sus respectivas ‘reglas’, a la manera de síntesis de toda la forma vitae: “Pero no olviden que por encima de todo deben anhelar tener el Espíritu del Señor y su santa operación, orar continuamente al Señor con un corazón puro, y tener humildad y paciencia en la persecución y en la enfermedad, y amar a los que nos persiguen y reprenden y acusan, porque dice el Señor: Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Y el que persevere hasta el fin, será salvo” (RC1 X,9-13).
A la luz de estas palabras, síntesis de toda una vida, reconocemos cumplido en Clara y en Francisco lo que el papa Francisco recuerda a todos en la Exhortación apostólica Gaudete et Exsultate:“El discernimiento […] es una verdadera salida de nosotros mismos hacia el misterio de Dios, que nos ayuda a vivir la misión a la cual nos ha llamado para el bien de los hermanos” (GE175).

Mis mejores deseos, mis queridas damas pobres, son para que puedan vivir una gozosa conmemoración en la solemnidad de nuestra amada hermana y madre, santa Clara de Asís. ¡Felicidades!

Roma, 2 de agosto de 2018
Fiesta del Perdón de Asís

Fr. Michael A. Perry, OFM
Ministro general y siervo