«Altísimo, omnipotente, buen Señor, tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición. A ti solo, Altísimo, te corresponden y ningún hombre es digno de pronunciar tu nombre. Load y bendecid a mi Señor y dadle gracias y servidle con gran humildad» (Cánt 1-2.14)
A los hermanos de la Provincia, a las hermanas
contemplativas,
a los hermanos y hermanas de la OFS de los movimientos juveniles franciscanos,
de las hermandades y cofradías asociadas a nuestra Provincia,
a las comunidades educativas y a todos los que os sentís atraídos
por el testimonio de vida de Francisco de Asís.
La solemnidad de nuestro Seráfico Padre San Francisco, en el año en que celebramos el VIII Centenario del Cántico de las Criaturas, nos invita a vivir con él todo un itinerario que arranca en la conversión y lo lleva hasta el momento supremo, cuando la muerte, celebrada con hermana, nos abre las puertas al encuentro cara a cara con el Señor de la Vida, en nuestra condición de hijos y hermanos redimidos y partícipes de la vida inmortal.
Dejarnos conducir por Francisco en este proceso nos permite, con los versículos que encabezan este escrito, descubrir lo que corresponde a Dios y a su servidor: la alabanza, la gloria y el honor corresponden a Dios, Señor Soberano de todo, mientras que a nosotros, sus criaturas, vivir todo el proceso de hermandad nos lleva a hacer de la vida un cántico de alabanza al que todo lo puede y a hacernos últimos y servidores, menores, para vivir en la humildad de sentir que este barro nuestro, del que fuimos formados, ha quedado marcada por el cuidado, el susurro y el cariño de un Dios que todo lo llamó a la vida, y todo participa de la bondad de Dios.
Ciertamente, no es camino fácil, pues interiormente sabemos de la lucha que se desencadena entre los deseos y anhelos que nos seducen y el desarrollo liberador que Dios va realizando en nosotros, para abrirnos a la total disponibilidad y fraternidad con toda la creación.
Así Francisco, en todo este proceso, marcado por la experiencia de Dios, que lo llevó entre los leprosos, cambiando lo amargo en dulzura, y a la luz del Evangelio, vive un cambio de ensimismamiento en Dios, de modo que, cuando su vida pasa por el dolor y la ceguera del mal de los ojos, se siente más que nunca hermano de toda criatura, que le habla de Dios y que le mueve a cantar las misericordias de quien en todo momento se ha sentido próximo a lo creado.
De este modo, a nosotros, en el tiempo que nos toca vivir, también nos lanza grandes retos que no podemos echar en el saco del olvido:
a. «Amemos, pues, a Dios y adorémoslo con puro corazón y mente pura» (2CtaF 19): en el centro Dios, y todo lo que no es Dios hemos de desecharlo. Llamados a amarlo enteramente y a reconocer su voz en cada acontecimiento, para sólo querer lo que Él quiere.
b. «La voluntad de su Padre: que su bendito y glorioso Hijo, a quien nos dio y que por nosotros nació, se ofreciese a sí mismo (…) no por sí, por quien todo fue hecho, sino por nuestros pecados, dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas» (2CtaF 11-13): el Camino que lleva al Padre es Cristo, su Hijo, el que nos ha dado ejemplo con Su total entrega en la Cruz para que sigamos sus huellas.
c. «Que no haya en el mundo ningún hermano que, habiendo pecado todo lo que pudiera pecar, se aleje jamás de ti, después de haber visto tus ojos, sin tu misericordia, si busca misericordia» (CtaM 9b): honda experiencia de Francisco y tan necesaria en nuestras vidas, de modo que así también el hermano experimente que realmente es amado. «Y, si no buscara misericordia, pregúntale tú si quiere misericordia» (CtaM 10). No guardar, pues Francisco canta la alabanza por los que perdonan y aguantan por el amor de Dios.
d. «Tengamos caridad y humildad» (2CtaF 30): no hay mayor recompensa que la caridad, y no hay otro camino para Francisco que el de la minoridad, pues el mismo Dios se ha hecho menor, último y servidor de toda humana criatura.
e. «Por esto os envió al mundo entero, para que de palabra y con las obras deis testimonio de su voz y hagáis saber a todos que no hay omnipotente sino Él» (CtaO 9): descentrados de nosotros mismos, nos ponemos en camino para dar testimonio de Dios, el Único Bueno, que, sin apropiación por nuestra parte, nos llama a emprender la tarea de vivir la comunión con los hermanos y llevar adelante la evangelización en misión compartida, pues nada es nuestro.
Que el estímulo de San Francisco haga de nuestras vidas un auténtico Cántico, sin que ninguna dolencia apague nuestra misión ni la esperanza.
El Señor os bendiga y nos saque de nuestras comodidades para vivir la pasión por el Reino.
Madrid, sede de la Curia provincial, 1 de octubre de 2025