Pestaña

viernes, 18 de abril de 2025

Mensaje del Ministro General en la Pascua del Señor

La oración de Jesús y la nuestra


A los Frailes de la Orden
A las Hermanas  Clarisas y Concepcionistas
A las Religiosas Franciscanas afiliadas a la Orden
A las laicas y laicos franciscanos


Estimados Hermanos y Hermanas ¡Que el Señor les dé la paz!
Mientras nos acercarnos a la Semana Santa, me gustaría reflexionar sobre un elemento fundamental en la pasión, muerte y resurrección del Señor Jesús: su oración.
 
Los Evangelios atestiguan que Jesús oró durante toda su vida, buscando espacios de intimidad con el Padre. Junto a sus apóstoles oró en el Templo, antes de sus gestos más significativos. La oración fue el ámbito ordinario de su existencia y nos invita a entrar con Él en este misterio.

Jesús siempre oró, incluso en la hora oscura de su pasión. En el Domingo de Ramos junto a la multitud bendice al Padre. Durante su Última Cena da gracias por los dones del pan y del vino. En el Getsemaní su oración fue tan intensa hasta derramar sangre para adherirse a la voluntad del Padre. En la cruz ora encomendándose al Padre y perdonando. En el silencio del Sábado Santo permanece completamente encomendado al Padre.

“He resucitado y estoy siempre contigo; has puesto tu mano sobre mí”: la antífona de la mañana de Pascua nos muestra a Jesús orando al Padre en la hora de la Resurrección, con la voz de un hombre que ha sufrido, cargado con los días de la pasión. Y ahora “vive eternamente para interceder por ellos” (Heb 7,25).

Con la mirada fija en Jesús, recordemos que la fuente de la oración nos precede: es el Espíritu del Crucificado-Resucitado y su santa operación (cf. 2R 10,8). En Él podemos responder a la orientación hacia Dios que vive en nosotros y que se manifiesta más claramente en el silencio.

Debemos empezar nuevamente desde Dios, empezar de nuevo desde Aquel que está en nosotros, y la oración es necesaria para este camino. No es fácil mantenerse fiel, especialmente en este complicado momento de la historia.  Muchas veces nuestra oración llega a ser mecánica perdiendo así el contacto vital con la vida cotidiana. Y sobre todo la oración personal -meditación, silencio, lectura orante de la Palabra- es la que resulta más afectada.  ¿Acaso no estamos, probablemente, tentados a abandonarla bajo el pretexto de nuestros múltiples compromisos? Y aún más, cuando la oración personal se debilita, también se empobrece la celebración de la Liturgia de la Horas y de la Eucaristía, los afectos del corazón no vibran y la memoria hacia Dios se desvanece.

Durante la meditación personal los invito a reflexionar:

¿En mi oración qué encuentro de simple? ¿Hasta qué punto siento que es un problema, o no lo es porque no me lo pregunto en serio?

¿Cómo experimento el deseo de la oración personal? ¿Está presente en mí o está ausente?

¿Me cuesta trabajo buscar en la oración lo que agrada al Señor, saboreando su voluntad en mi vida presente? ¿Qué resistencias experimento?

Como hermanos y hermanas contemplativos en misión, estamos llamados a cultivar una intimidad continua con el Señor: encontrarle, amarle y dejarnos transformar en Él, para ir más allá de nosotros mismos hacia la plenitud de la vida en el mundo. No tengo simples recetas a ofrecer. Desde mi experiencia he aprendido que se necesita recomenzar cada día, aceptando la invitación del Señor a estar con Él. Como recuerda Francisco, debemos cuidarnos de la astucia de Satanás que quiere alejar nuestro corazón del Señor a través de las preocupaciones mundanas (cf. 1R 22, 9-25).

Por este motivo, la oración es parte esencial del combate espiritual. Cada relación auténtica conoce su propia fatiga, incluso aquella con Dios. La oración nos vuelve a conectar con nosotros mismos y con el Espíritu que tiene su morada en nosotros, ayudándonos a descubrir el verdadero rostro de Dios como Abbà y, contemporánea- mente, nuestro verdadero rostro.

La oración no es una opción, sino más bien, una necesidad vital. De ella depende la calidad “ecológica” de nuestra vida humana, cristiana y franciscana, capaz de custodiar, junto con María, las palabras y obras del Señor. No habrá ninguna renovación auténtica y duradera sin un retorno decidido a Dios por medio de una oración fiel, que toque nuestra vida concreta.

San Francisco nos exhortó a orar juntos: “ Y hagámosle siempre allí habitación y morada a aquél que es Señor Dios omnipotente (1R 22,27). Una fraternidad que ora se convierte en un lugar verdaderamente habitado y no en un desierto espiritual, en un gimnasio de amor y esperanza evangélicos, no en una simple estación de paso funcional a algún servicio pastoral o social.

Entremos en la Semana Santa con espíritu de oración, superando incluso el cansancio que podamos sentir. No nos engañemos pensando que podemos sustituir la oración por cualquier compromiso, por noble que sea. La relación personal con el Señor sigue siendo central en nuestra elección de seguir a Jesús en el espíritu de San Francisco, Santa Clara, Beatriz de Silva e Isabel, que se convirtieron ellas mismas en una oración viva.

Vivamos la Pascua como una comunidad vigilante: la oración nos permite habitar la tierra con la mirada dirigida al cielo y el corazón atento a los gritos de los hombres. De esta manera podremos captar la sonrisa de Dios en un mundo atravesado por luces de esperanza en medio de muchos signos de muerte, guerras y rearmes, injusticia, crisis medioambiental, rechazo de los pequeños, refugiados y migrantes, arrogancia de unos pocos ricos, indiferentes a la suerte de los pobres.

¿Queremos aún enamorarnos del don de la oración, creando en nuestras fraternidades un ambiente que lo favorezca? En esta Pascua, al acercarnos al sacramento de la Reconciliación, confesemos los obstáculos que se interponen en nuestra vida de oración y comencemos de nuevo con ímpetu renovado. Dejemos un lugar al Señor, y experimentaremos la belleza de su rostro y encontraremos respuesta al clamor de muchos.

La alegría que experimentó Francisco es el fruto maduro de este viaje. Podemos llegar a ser personas más pacíficas, centradas en lo que realmente importa, capaces de relaciones auténticas en el cuidado de los demás, incluso en nuestras labores cotidianas, si perseveramos en la búsqueda del rostro del Señor.

Este es mi deseo al recordar el 800 aniversario del Cántico de las Criaturas, una de las expresiones más elevadas de la oración de alabanza y bendición de San Francisco. También nosotros, en esta Pascua, queremos decirle al Señor:

“Tú que eres santo y humilde, te alabamos con todas tus criaturas. Te alabamos por todo lo que nos da miedo, como la enfermedad y la muerte. Te alabamos por quienes atraviesan la oscuridad con el perdón Te alabamos con todos los seres vivos y te devolvemos todas las cosas a ti, Señor, fuente de vida.”

Con estos sentimientos, deseo a todos y todas una santa y serena Pascua. Fraternalmente,

Fr. Massimo Fusarelli OFM
Ministro general

Roma, 10 de abril de 2025           Prot. 114020/MG-36-2025

 


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