Hermanas y hermanos:
¡El Crucificado ha resucitado! La Vida resplandece. Él es portador de Paz para toda criatura.
Hacer memoria de lo anunciado es lo que le piden los dos hombres con vestiduras refulgentes a las mujeres que fueron de madrugada al sepulcro el primer día de la semana. ¡Qué fácilmente somos olvidadizos! El camino de la Cruz no termina en el sepulcro, sino que lleva a la Vida, a esa Vida que brota en la Resurrección, que sólo es posible si surge de la entrega salvadora de Jesús, con un corazón vuelto al Padre para buscar lo que a Él le agrada.
En estos días de la Semana Santa tenemos la oportunidad también de hacer memoria de la aprobación oral de la Regla, que Francisco de Asís quería para sí y los hermanos, una forma de vivir el discipulado recogida en unos textos del Evangelio, que resonaban en su interior y que los primeros hermanos prometían hacer norma de vida. Hagamos, pues, también nosotros memoria de nuestra consagración, la que se inauguró en el bautismo y se ha visto definida por un compromiso en los distintos estados de vida que fuimos adoptando. ¿Qué queda de aquella consagración?
Sabemos que fácilmente la dejamos languidecer por la monotonía, la anemia y la vida sin pasión, aunque el primer interesado en remover las ascuas de nuestra existencia es el mismo Señor, quien, no encontrando mejor medio, en estos días santos nos lo ha mostrado con su propia entrega. Es el sí de Dios que, gratuito y renovado a diario, sigue haciéndose visible en cada eucaristía e insistentemente nos convoca a morir y resucitar sin pausa, pues nuestra vida, cuidada y acogida, está llamada a dar el fruto que agrada a Dios.
Pero, ¿dónde poner el acento? Al estar inmersos en este año jubilar de toda la Iglesia ya se nos brinda la clave: la esperanza que no defrauda, la que cada día nos impulsa a no tirar la toalla ni a dejarnos arrastrar por el vacío que quita vida y apaga la entrega. Por eso, aun conociendo nuestros principios, dejemos que el Resucitado los ponga en marcha nuevamente, para pasar de la mediocridad, la indiferencia y la desafección a una vida nueva, marcada siempre por el Señor, al que seguimos, que también se va tejiendo en los lazos de la fraternidad y en el compromiso con los que sufren, a quienes tantas veces están al alcance, aunque la ceguera nos impide verlos.
¿Cómo nos cuidamos? ¿Cómo hacemos realidad el don de la vocación específica que hemos recibido? Aunque vivamos en un mundo de apariencias, se necesitan testigos, vidas que contagien, que alienten, que empujen tirando hacia adelante. Y esto nos está reclamando vivir en verdad y tomar en serio la vocación recibida, reconociendo lo que hay en nosotros de fragilidad, sí, pero también abriéndonos a la gracia para descentrar tanto de nuestras respuestas “a medias” y aprender a centrar todo en el que por nosotros se jugó la vida y es ahora el Crucificado Resucitado que nos ha hecho nuevas criaturas.
Recuerda, pues, lo que el hermano Francisco escribía en el Cántico de las Criaturas, del que estamos celebrando este año el VIII Centenario: A ti, Altísimo, te corresponden [las alabanzas, la gloria y el honor] y ningún hombre es digno de hacer de ti mención. (…) Load y bendecid a mi Señor, y dadle gracias y servidle con gran humildad. Así pues, nuestra Pascua, el paso del Señor de la muerte a la vida, nos lleva a renacer con una doble actitud: agradecidos a quien todo honor le corresponde y hacer de la vida un servicio humilde y veraz, porque no buscamos que hablen bien de nosotros, sino de llevar a todos hacia Dios. Y el primero hay que trabajar es a uno mismo. ¡Empecemos!
Busca en tu interior y pon nombre a lo que necesitas para hacer realidad el deseo de Dios, de modo que, como los discípulos de Emaús, sintamos que la Palabra nos llama a salir de nuestras cenizas sin dejarlas apagar y a emprender la ruta del Amor y la Vida, confiándonos en el regazo de Dios, que nos sostiene y acoge en ternura y delicadeza plena.
Que la Pascua siga floreciendo y dando fruto en tu vida. Gracias por tu sí y por contagiar a los que te rodean el tesoro de tu consagración. ¡Feliz Pascua de Resurrección!
Madrid, a 18 de abril de 2025
Prot. Nº 027 / 2025
Fdo.: Fray Joaquín Zurera Ribó, OFMMinistro provincial